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HISTORIA CRÍTICA
DE LA LITERATURA URUGUAYA
Desde Í8Í0 hasta Í885
\
CARLOS ROXLO
HISTORIA CRÍTICA
DE LA
LITERATURA URUGUAYA'^
EL ROMANTICISMO
TOMO I
:l. dL3^^
MONTEVIDEO
A. BARREIRO Y RAMOS, Editor
Librería Nacional
Í9í2
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Montevideo. —Talleret A. BARREIRO y RAMOS, Bartolomí Mitre 61
DEDICATORIA
Por mi país y para mi país*
Carlos Roxlo.
I9ít.
PREFACIO Y EPILOGO
Señor Antonio Barreiro y Ramos.
Montevideo.
Señor y amigo:
Gracias á su apoyo, gracias á sus muchas gentilezas
de hidalgo y á sus insistentes palabras de aliento, ter-
minada queda la primera parte de mi labor. Pronto,
si las vicisitudes de la vida me lo permiten, historiaré
los progresos de nuestra literatura desde 1885 hasta
igi2.
Tal vez así consiga apresurar la llegada de uno de
mis sueños. Varias veces me he preguntado por qué
las universidades de las naciones sudamericanas no
tendrán una clase destinada al estudio de su produc-
ción intelectual de antaño y ogaño. Ella serviría de
estímulo á los que crean, de regocijo á los que la dic-
tasen, y de causa de patriótico orgullo á los que asis-
tiesen á sus lecciones. Se dirá, tal vez, que nosotros no
tenemos aún una literatura propia. Según y conforme.
Si la literatura es la expresión de los caracteres del
genio de un país y de los ideales más acendrados de
una nacionalidad, nuestra literatura, á pesar de lo galo
de sus tendencias y de lo hespérico de su lenguaje.
PREFACIO Y EPÍLOGO
es hija de los pagos en que silba el zorzal y en que
verdea el trébol, por la abundancia de poetas y de pro-
sadores que describen los hábitos y traducen las an-
sias del terruño. En sus asuntos, como también en sus
tropos y en sus modismos, nuestra y muy nuestra es
la musa de Figueroa, Magariños Cervantes, Acevedo
Diaz y Juan Zorrilla de San Martín. Si esto, que es
mucho, nos supiese á poco, ¿no nos pertenecen los
discursos de Carlos Maria Ramírez? ¿No nos perte-
necen las obras jurídicas de Jiménez de Aréchaga?
¿No nos pertenece la labor económica de Eduardo
Acevedo? ¿No nos pertenecen los artículos de cos-
tumbres de Daniel Muñoz? ¿No nos pertenecen las
descripciones de Marcos Sastre? Y si esto aun no bas-
tase, ¿no es nuestra, por ventura, la "Beba" de Reyles?
¿No es nuestro, por ventura, el "Gurí" de Viana? ¿No
son nuestras las cantadoras décimas de Regules? ¿No
es nuestra, en fin, la musa teatral de Florencio Sán-
chez? Existe, pues, — con caracteres firmes y dife-
renciales,—una LITERATURA URUGUAYA.
No ignoro, no, mi señor y amigo, que el desprecio
á lo propio y el influjo francés extravían á muchos.
Aunque lo siento, lo reconozco; pero no me persua-
den ni me acobardan esas desviaciones. Si nos basá-
semos sólo en la imitación, ¿serían españoles los poe-
tas peninsulares de la centuria décimaoctava? Si nos
basásemos sólo en la imitación, ¿serían acaso fruto
de su país muchos de los poetas con que se enorgu-
llece el maravilloso romanticismo galo? Es preciso
poner de relieve lo que hay de típico en nuestra co-
piosa producción intelectual. Lo nuestro, por ser
nuestro, se impondrá al porvenir. Pero, aun cuando
en lo que afirmo me equivocase, ¿no serviría el estu-
dio académico y detenido de las obras nativas para
encaminar á nuestros ingenios por sendas no trilla-
PREFACIO Y EPILOGO
das, inspirándoles un fecundo deseo de gloria y un
sincero cariño á las cosas nuestras? Yo entiendo que
sí, y entiendo más, porque entiendo que á nuestros
jóvenes les es preferible conocer la oratoria de Pedro
Bustamante y Francisco Bauza, que conocer los mo-
dos de decir de Demóstenes y de Cicerón.
Todo, pues, me demuestra que no hice mal al escri-
bir mi libro. A los que piensen de distinto modo, per-
mítame y toléreme, mi distinguido amigo, que les
diga como Mariana : — "Del fruto de esta obra depon-
drán otros más avisados. Por lo menos el tiempo, como
juez y testigo abonado y sin tacha, aclarará la ver-
dad."— En el tiempo, que no calumnia ni envidia,
me fío y amparo. El dirá que yo fui el primero que
traté este asunto con un fin patriótico y educacional.
El tiempo no es ni rojo ni blanco, ni socialista ni con-
servador, ni creyente ni ateo. El tiempo no sabe si el
crítico era de alta estatura ó de mediocre talla, barbi-
lindo ó curvado hasta servir de cuco, pretensioso ó
sin vanidades, cortés en su trato ó adusto en sociedad;
porque aunque el tiempo sepa todo lo que antecede,
concluye fácilmente por olvidarlo, deteniéndose sólo
en la hermosura y en el bien que halla dentro de los
crisoles de la crítica imparcial y serena. En último
apuro no me encuentro solo. Alemania, en el plan de
enseñanza que elaboró en los dos últimos decenios del
pasado siglo, dio en entender que la literatura, en las
universidades, debía dirigirse principalmente á acen-
tuar la tendencia patriótica que siempre tuvo. Para
los alemanes, la incumbencia esencial en la enseñanza
de la literatura es exaltar el sentimiento del amor al
país, el orgullo noble é iluminado de la nacionalidad
y de la raza. Así pensaban entonces y piensan aún
los poderes públicos de la patria de Kant y Fichte, de
Goethe y de Schiller, de Raabe y de Sudermann.
PREFACIO Y EPÍLOGO
Esto demuestra que, si me engaño, me engaño en
compañía muy respetable y docta en asuntos de cá-
tedra. Por algo el universo se va germanizando. Es
que la fe en sí mismo la aprende el alemán en los
viejos romances y en los viejos relatos de sus poetas
y sus historiadores, que son la lectura obligada y
constante de su juventud universitaria. Sus hijos
pueden, al salir de las aulas, recorrer el mundo. La
gran madre los sigue metida en su espíritu, y cada
noche, cuando el sueño se aposenta en sus ojos, los
mece y los arrulla con alguna canción nativa, con
alguna canción épica é inmortal de los antiguos bar-
dos de la Germania.
Nacionalizar la enseñanza de la literatura es labor
patriótica.
Esto no obsta, por otra parte, para que al mismo
tiempo que se estudie lo nuestro en clase separada, se
estudie lo otro al historiar la literatura greco-latina.
Así lo requiere, si bien se mira, la creciente amplitud
de nuestros programas, en los que se habla mucho del
ingenio de los extraños y poco del ingenio de los
nativos. De cualquier manera, mi libro está lejos de
ser inútil, puesto que facilitará los futuros empeños
de otros más doctos y más avisados, de gusto más exi-
mio y mayor agudeza en el discernir. Ello me dis-
culpa, sino me encomia, y en ello confío para que no
nos falte la bondad del público, que siempre me trató
como á un niño mimoso é indisciplinado. A esa bon-
dad apelo al cerrar estas líneas, escritas con la imagen
del país de los molles grabada en mis pupilas y en
mi corazón. Arroyos azules, campos feracísimos, fron-
das embalsamadas, cielos que parecéis una explosión
de incendios cuando la noche empieza y la calandria
teje su salve en el omhú, ¡bendecidos ahora y por
siempre seáis!
PREFACIO Y EPILOGO
Dejando constancia de la ayuda de todo género que
debí á su hidalguía durante mi labor, saluda á Vd.
con cariño firme y gratitud sincera.
Carlos Roxlo.
La Plata, 2g de Octubre de igii.
CAPÍTULO PRIMERO
Desde la ciencia de Lrarrañaga Kasta la musa
de los A.raticKos
SUMARIO:
I. — Etimología de la palabra literatura. — Amplitud de sus do-
minios. — La literatura es un arte y es una ciencia. — La
forma y el fondo. — Del valor de los vocablos. — Poder de la
lima sobre el estilo. — Algunos ejemplos. — El artista. — El
fin de la obra estética. — La memoria imaginativa y el talento
técnico. — El artista y el núcleo social. — Opiniones de Taine.
— Lo que dice Hennequin. — La civilización y la tiranía de
la multitud. — Qué se entiende por historia de la literatura
uruguaya. — Sus épocas y modos. — Lo que abarca su estudio.
— Objeto de este libro.
n. — La literatura sudamericana y el movimiento revoluciona-
rio. — Los primeros ensayos. — El talento y la temperatura
moral. — La instrucción pública durante el coloniaje. — Apa-
rición de la prensa montevideana. — La poesía popular. — De
las reglas retóricas. — El genio, el talento y la crítica. — El
gaucho cantor de Sarmiento. — Los poetas de la revolución
según Bauza. — Una décima de Valdenegro. — Bartolomé Hi-
dalgo. — El poeta y las desgracias públicas. — Examen de los
Diálogos de Chano y Contreras. — Fragmentos de algunas poe-
sías de Hidalgo.
IIL — Dámaso Antonio Larrañaga. — Su familia. — Su educación
y su carrera. — Su actitud en 1806. — Su afición á la historia
natural. — Párrafos de sus cartas. — Larrañaga y las Instruc-
ciones del año 13. — Universalidad de la sabiduría de Larra-
ñaga. — Su discurso en la biblioteca pública de Montevideo.
— Trozos principales del mismo. — Larrañaga y la invasión
14 HISTORIA CRÍTICA
portuguesa. — La enseñanza lancasteriana. — De otras inicia-
tivas civilizadoras de Larrañaga. — Sus relaciones con Bon-
pland y SaintHíIaíre. — Del estilo de Larrañaga. — El triunfo
del fango sobre el Océano. — Las ciencias físicas y naturales
en la primera mitad del siglo XIX. — Examen del Dia.rio de
Montevideo á Paysa.ndú. — Larrañaga y Artigas. — Debilidades
patrióticas. — Los últimos años de Larrañaga. — Obras que
conservamos de su ingenio.
V. — La literatura española en el siglo XVIIL — El gusto francés.
— La lucha de escuelas. — El clero colonial. — Juan Francisco
Martinez. — Asunto de La lealtad más acendrada. — Su forma.
— Híbridez de su clasicismo. — Los dos Arauchos. — Un paso
en el Pindó. — Clasificación de las poesías que contiene ese
libro. — El canto A la batalla de Ituzaingó. — Algunas palabras
sobre la técnica de la oda pindáríca. — Un monólogo de Ma-
nuel Araucho. — Su destreza en el castizo manejo del romance.
— El endecasílabo y sus acentos. — Utilidad de los cortes que
el romance permite. — La loa La contienda de los dioses. — El
drama Los Treinta y Tres. — Conclusión.
La palabra literatura viene de littera, palabra latina
que quiere decir letra, lo que significa que todas las
pasiones y todas las ideas, expresadas por medio del
lenguaje, pertenecen al fuero y están en los dominios
de la literatura.
Las palabras se componen de letras, las oraciones
se forman de palabras, y así como cada vocablo con-
tiene una idea ó el germen de una idea, cada cláusula
contiene un juicio ó varios juicios, que se unen y ar-
monizan con arreglo á los principios lógicos y gra-
maticales de cada idioma.
Las letras en primer término, las palabras después,
y las frases al fin, ponen el cerebro del hombre en co-
municación con el cerebro de sus ascendientes, de
sus contemporáneos y de sus pósteros, siendo la li-
teratura á modo de red telegráfica y telefónica que
DE LA LITERATURA URUGUAYA 15
une el espíritu del mundo que existe con el espíritu
del mundo que vendrá y con el espíritu del mundo
que fué, valiéndose de lo que sintieron y de lo que
pensaron las intelectualidades de cada época histó-
rica y de cada nación constituida.
Así, por ejemplo, sabemos que el alma índica de
los tiempos remotos era más teológica que poética,
por lo que deducimos de la lectura de los episodios
educadores del Bagarata, como también sabemos que
la santidad de los sepulcros formaba parte del código
del deber para el mundo griego, por lo que deducimos
de la lectura de las grandes tragedias de Sófocles y
Eurípides.
En buena lógica, si atendiésemos sólo á su etimo-
logía, podríamos decir que todas las obras escritas
por el hombre son obras literarias, aunque esas obras
traten de teodicea, legislación, medicina, ó náutica.
Sin embargo, restrictivamente y por convenio uná-
nime, se entiende por literatura el conjunto de obras
escritas que tienen á la belleza por objeto principa-
lísimo, siendo la literatura un arte cuando trata de
los principios técnicos á que obedecen las obras lite-
rarias, y siendo la literatura una ciencia cuando trata
de la filosofía de la producción intelectual de la
belleza.
En toda obra literaria, ó sea en toda obra cuyo fin
primordial es la hermosura, es forzoso atender á la
forma y al fondo, porque siendo la belleza el fin su-
premo de esta índole de producciones, el fondo y la
forma deben asociarse para embriagarnos con los zu-
mos del placer calológico, con el vino tonificante del
deleite estético.
Teófilo Gautier afirmaba que los vocablos, como
las piedras preciosas, tienen un valor apreciable y
propio, valor de que se dan cuenta automáticamente
i6 HISTORIA CRÍTICA
los centros ópticos y auditivos, que son los que con-
trolan el colorido y el timbre de las palabras. Los
vocablos, dentro de las oraciones, y las cláusulas, den-
tro de la elocución, tienen un lugar designado por
su influencia pictórica y musical, sintáxica y emo-
tiva. Como cada vocablo representa un valor sensa-
cional é ideológico, claro está que cada vocablo, si
se une armónica y sustancialmente con los demás vo-
cablos de un párrafo ó período, sirve para darles
realce y para aumentar su valor con el valor suyo,
como una piedra preciosa, si se une con arte á otras
piedras preciosas, sirve para realzarlas y para aumen-
tar el precio del joyel con su propio precio.
El arte de escribir es, para muchos de los elegidos
de la inmortalidad, un arte de tanteos. Se prueban
las palabras, como los záfiros y los diamantes, antes
de engarzarlas definitivamente en la dicción, y lo
mismo que se hace con los vocablos, se hace con las
oraciones, con las cláusulas, con los trozos enteros
de un discurso ó de un libro. El estilo se perfecciona
por el trabajo, porque el trabajo, que es una dignidad
y que es un consuelo, desarrolla y robustece las ap-
titudes.— "El ejemplo de todos nuestros autores clá-
sicos nos enseña, dice Albalat, que el trabajo es una
condición absoluta para toda obra escrita." — La per-
fección se obtiene retocando y refundiendo lo ela-
borado. Ariosto rehizo más de diez y seis veces al-
gunas de las octavas de su poema. Pascal volvió á
escribir, modificando su alcance y su redacción, casi
todas sus Provinciales. Chateaubriand examinaba cada
vocablo y pesaba cada período, pasando cerca de un
lustro en la corrección de su Átala y más de siete
años en la corrección de Los Mártires. Flaubert, en
fin, escribía apenas veintisiete páginas en dos meses,
guiándose por las exigencias del aliento y del oído.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 17
hasta considerar paupérrima y deleznable la prosa
que no es susceptible de ser declamada como un
poema homérico ó como un discurso ciceroniano.
Sudó sangre sobre las correcciones de su célebre
Madame Bovary, hasta que el trabajo del estilo llegó
á convertirse en una dolorosa tortura para su ce-
rebro, pues las menores asonancias ó cacofonías le
sonaban á modo de martillazos, conduciéndole el
abuso de la lima exacerbada á la disecación antiar-
tística que se observa en el lenguaje de Bouvard et
Pécuchet.
Estos ejemplos prueban la importancia que el ar-
tífice debe conceder á la forma, siendo inútil mani-
festar que la banalidad del fondo perjudica tanto
como lo prosaico del lenguaje á la producción, que
sólo es bella y sólo es durable cuando deja de ser
prosaica y banal. Son muy pocos los improvisadores
que han elaborado obras que resistan á la acción del
tiempo, como Voltaire y como Lamartine. Royer Co-
llard decía que lo bello se siente y no se define; pero,
como todo sentimiento entraña un juicio, al senti-
miento de la hermosura va unido siempre el juicio
de la belleza, que, aunque no se defina, puede ava-
lorarse por la clara excelsitud del pensamiento y por
la eximia esplendidez de los atavíos.
Los vocablos, en las obras literarias, no deben con-
siderarse como sones independientes de la idea que
ayudan á expresar. Todas las voces, en las obras lite-
rarias, son ó desean ser sugestivas, lo que demuestra
la necesidad de preocuparse del fondo y de la forma,
del espíritu y la envoltura, de la esencia y del vaso
que la contiene. La forma vivifica á la idea, que gana
en relieve cuando el estilo es original, armonioso,
conciso y pintoresco, del mismo modo que la idea
centuplica el valor del estilo, cuando los pensamien-
2. - I.
i8 HISTORIA CRÍTICA
tos se presentan eslabonados con tan lógica maestría,
que los accesorios sirvan únicamente para hacer re-
saltar la novedad, el brío y la nobleza de los que cons-
tituyen el fondo verdadero de la composición.
Después de habernos ocupado de la obra, ocupé-
monos del artista, que no es otra cosa que un ser po-
derosamente imaginativo, que toma del mundo sen-
sible y del mundo ético los caracteres diferenciales
de la belleza física ó de la belleza moral, modificán-
dolos ó combinándolos con arreglo á su idea de la
hermosura. En el mundo de la naturaleza y en el del
espíritu, los seres y los objetos tienen, entre las cua-
lidades que los caracterizan, una cualidad esencial,
de la que derivan y de la que dimanan todas las otras
cualidades del objeto ó del ser. El fin de la obra ar-
tística, como dice Taine, consiste en reproducir ese
carácter fundamental, ó por lo menos las cualidades
dominadoras que más se le aproximen; pero, como
esos rasgos característicos del ser ó del objeto no
siempre se perciben de un modo claro, la imagina-
ción del artista, guiada por su idea de la belleza,
trata de eliminar todos los caracteres que nos ocul-
tan la cualidad esencial, de poner de relieve todos
los que nos la manifiestan en su plenitud, y de corregir
todos los que la desvirtúan en la híbrida confusión
del conjunto.
Taine agrega en el tomo segundo de su Filosofía
del Arte: "La obra artística tiene por objeto mani-
festar algún carácter genial ó saliente, de una ma-
nera más completa y clara de lo que lo hacen las co-
sas reales. Por eso el artista, una vez se forma la idea
de ese carácter, transforma el objeto real conforme
á su idea. Así, las cosas pasan de lo real á lo ideal
cuando el artista las reproduce modificándolas con-
forme á su idea, y las modifica conforme á su idea
DE LA LITERATURA URUGUAYA 19
cuando, recibiendo y haciendo sobresalir en ellas al-
gún carácter notable, altera sistemáticamente las re-
laciones naturales de sus partes, para hacer ese ca-
rácter más visible y dominador."
Se deduce de lo que antecede que el verdadero ar-
tista es el que toma del mundo físico y del mundo
moral, los rasgos más característicos y expresivos,
los rasgos que tienen más valor estético, los rasgos
que mejor traducen la belleza. Para poder realizar
su misión, el artista necesita en primer lugar de la
memoria imaginativa, que le permite evocar clarísi-
mamente todos los aspectos diferenciales de la vida
social y de la vida de la naturaleza, poniendo en
orden y dando unidad á los caracteres entrevistos
en sus horas de laborioso ensueño. En segundo lu-
gar, el artista necesita del talento técnico, de lo que
podríamos llamar aptitud artesana, del don de poder
realizar las ideas estéticas por medio del lenguaje.
La primera de estas condiciones no se concibe sin
la vocación, sin el propósito decidido de consagrar
la vida al hallazgo de la hermosura, como la segunda
de esas condiciones sólo se adquiere por el estudio
y por el trabajo. El trabajo acompaña á la vocación
como el brillo á la perla. Son asombrosas las adicio-
nes y las variantes que hizo Rousseau en el primero
de los manuscritos de su Nueva Eloísa. Buffón re-
compuso, en varias ocasiones, casi todos los párrafos
de sus Épocas de la naturaleza. Balzac corrigió quince
veces las pruebas de César Birotteau, y quiso quemar,
por considerarlas pobremente escritas, las páginas me-
jores de Eugenia Grandet.
Como el artista es hombre y el hombre no está
solo, como el artista forma parte del núcleo social
y el núcleo social influye sobre sus componentes, el
artista es un reflejo de las costumbres y del estado
HISTORIA CRITICA
del espíritu del tiempo en que vive. Taine dice:
"Lo mismo que hay una temperatura física que por
sus variaciones determina la aparición de cada es-
pecie de plantas, lo mismo hay una temperatura mo-
ral que por sus variaciones determina la aparición
de cada especie de arte. Y lo mismo que se estudia
la temperatura física para comprender la aparición
de una especie de plantas, como el maíz ó la avena,
el áloe ó el pino, lo mismo es necesario estudiar la
temperatura moral para comprender la aparición de
una especie de arte, como la escultura pagana ó la
pintura realista, la arquitectura mística ó la literatura
clásica, la música voluptuosa ó la poesía idealista.''
— Sin embargo, aunque es indiscutible que la obra
de arte depende en cierto modo del conglomerado
social, es indiscutible también, como dice Henne-
quin, que el hombre tiende, por economía de fuerzas,
á persistir en su modo de ser, y á conservar intacta
su personalidad, resistiendo á las influencias domi-
nadoras del medio en que vive. "Así, dice Henne-
quin, en el ambiente actual, que parece, sin embargo,
poseer una fisonomía llena de alegría ligera y de
agitación ruidosa, en el París fin de siglo, la novela
va de Feuillet á Goncourt, de Zola á Ohnet; el cuento
de Halévy á Villiers de l'Isle Adam; la poesía de
Leconte de Lisie á Verlaine; la crítica de Sarcey á
Taine y Renán; la comedia de Labiche á Becque; la
pintura de Cabanel á Puvis de Chavannes, de Mo-
reau á Redon, de Raffaélli á Hébert; la música de
César Franck á Gounod y á Offenbach."
De esto se deduce que el estudio de la obra requiere
no sólo el estudio del medio, sino también el estudio
del artista. Cuanto más complicada es una civiliza-
ción, mayor es la resistencia que el espíritu indivi-
dual opone al influjo absorbente del medio, y ma-
DE LA LITERATURA URUGUAYA
yores las facilidades que tienen las escuelas para re-
sistir á la tiranía del gusto variadizo de la multitud.
En las edades primitivas, en el mundo índico y en el
mundo griego, la influencia del medio fué todopo-
derosa, como fué todopoderosa en los lustros de oro
del sincretismo monárquico y sacerdotal. En nues-
tra época la influencia del medio se va alejando, como
se alejan la influencia de la raza y de la familia,
siendo preciso conocer no sólo el influjo de la colec-
tividad sobre la labor de cada cerebro fuerte, sino tam-
bién las resistencias que cada cerebro fuerte opone
á la dictadura de la colectividad. Tenemos el culto
de la independencia, la fiebre de los viajes, el cos-
mopolitismo que se deriva del conocimiento de los
idiomas y de la universalidad de las bibliotecas, lo
que permite al nacido en el Japón vivir y pensar
del mismo modo que vive y piensa el que nace en
Chile y se educa en Londres.
Dado lo que antecede, ya podemos decir que la
historia de la literatura uruguaya no es otra cosa
que la historia de la belleza realizada en las obras
literarias de nuestro país. Ese estudio abarca no sólo
el examen retórico y estético de las obras de cada
autor, sino también el estudio cronológico y biográ-
fico de los artífices del vocablo y de la idea nacidos
aquí, junto á los ríos en que se mece el camalote azul
y sobre las planicies en que se apiñan los oros del
maizal. Ese doble estudio, el estudio de las obras y
el de los autores, vistos en sus costumbres, en sus pa-
siones, en sus ideales, en las influencias á que obede-
cieron y en el desarrollo intelectual que prepararon;
ese doble estudio, el de las obras y el de los autores,
es lo que nos proponemos esbozar en las páginas de
este modestísimo libro, que ha de ser, como todos los
productos de nuestra pluma, flor de una noche, luz
HISTORIA CRÍTICA
de luciérnaga y nido abandonado en arbusto zarcero.
Las literaturas varían con el clima, las institucio-
nes, las formas religiosas, los movimientos sociales
ó políticos, la influencia del genio ó de la crítica. La
indomable leyenda de nuestros toldos embellecidos
con plumas de ñandú, lo templado y purísimo de
nuestra atmósfera, la índole republicana de nuestras
leyes, el cristianismo de la educación de nuestros ho-
gares, la idea que nuestras muchedumbres tuvieron
de lo colonial, nuestras cruentísimas batallas por el
derecho, y el gusto de los que sobresalían por el lu-
minoso é imantado vigor de su numen, explican los
caracteres diferenciales del ciclo literario que vamos
á historiar.
Ese ciclo fué civil y regionalista. Lo primero está
justificado por las pamperadas que nos sacudieron
después de la contienda emancipadora; y lo segundo
está justificado porque necesitábamos crearnos una
individualidad, en virtud de los peligros á que nos
exponían nuestra posición topográfica y la pequenez
de nuestro jardín, donde el armonioso silbido de los
zorzales arrulla el sueño de las flores eucarísticas y
fraganciosas del guayacán.
Las literaturas pueden ser originales ó imitativas,
cosmopolitas ó producto genuino de la nación que
les dá la existencia. Una literatura entera y absoluta-
mente original es inconcebible, porque todas se rela-
cionan y se entrelazan por su comunidad en el modo
de plantear y de resolver algunos de los problemas
psíquicos ó sociológicos que conmueven y angustian
á las naciones civilizadas. — Una literatura entera y
absolutamente imitativa no merecería el nombre de
literatura, porque la imitación literaria tan sólo es
justificable y digna de encomio cuando se esfuerza
en ennoblecer ó agrandar sus modelos. — Una litera-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 23
tura es nacional, cuando se place en reproducir las
costumbres, los sentimientos, los fenómenos natura-
les y característicos del pueblo en que nace y se des-
envuelve, como, por ejemplo, la literatura judaica y
la literatura española del siglo de oro. — Una litera-
tura es cosmopolita cuando se ocupa con preferencia
del hombre y de la humanidad, haciendo abstracción
de lo que hay de característico en la naturaleza y en
la sociedad que la circundan y en que se mueve; pero
una literatura esencialmente cosmopolita, sin rasgos
fijos, sin rasgos propios, sería una literatura llena de
vaguedades y palideces, por carecer de todo lo que
de individualista y de diferencial buscamos en el arte.
Tampoco podría existir. Los idiomas tienen un alma;
suctan los jugos de la tierra en que han sido form.a-
dcs; son el vehículo de los modos de sensación del
pueblo que los pule y les dá su espíritu. Al cosmo-
politismo absoluto de una literatura, se opone le per-
sonalidad del lenguaje que la engendra y la valoriza.
— Nosotros hemos sido originales en el sentir, por
los modos de sensación de nuestros modismos; imi-
tativos en el hacer, por lo constante de nuestro con-
tacto con las evoluciones del gusto europeo; regiona-
listas, por el color local y nuestra profunda idolatría
al pago inviolable ; de todas las patrias, porque los
venidos de todas las patrias algo nos traían de las
melancólicas saudades de todas ellas.
En el ciclo que vam.os á estudiar, fuimos primero
clásicos, porque clásico era el influjo educativo de la
península, cuyas enseñanzas no se alejaron así que
las colonias rompieron sus grilletes. El movimiento
rom.ántico nos envolvió por sed de novedades, por
odio á lo que fué, porque el romanticismo era una re-
beldía, porque el romanticismo representaba el triunfo
del espíritu liberal de nuestras instituciones. Víctor
24 HISTORIA CRITICA
Hugo proclamaba, en el prólogo de su Hernani, que
la escuela romántica era "el liberalismo en literatura".
Estudiaremos, pues, el conflicto entre clásicos y ro-
mánticos, siempre que necesitemos investigar la di-
ferencia existente entre las dos escuelas de que trata
esta obra. Según dice Théry, en su erudita Histoire
des opinions littéraires, el clasicismo se basa en la
idea del orden y tiene al ideal sensible por finalidad,
en tanto que el género romántico se basa en la idea
de la libertad y tiene al espíritu del hombre por
objeto definitivo. Así, para Théry, lo clásico es la
expresión del ideal sensible. Pero, ¿cómo llegar á la
perfección relativa de la forma sin poner de relieve
las bellezas y sin omitir lo que tiene de defectuoso
lo que pintamos? De esa selección nacen la regulari-
dad y el orden del clasicismo. Generaliza eliminando
las disonancias particulares. En cambio el romanti-
cismo, que es unas veces la libre expresión de la rea-
lidad individual y que es otras veces la expresión
aproximada del ideal espiritualista, antinomia del
ideal sensible de los clásicos, busca en la materia los
caracteres que nos permiten conocer los misterios del
mundo interior, afanándose al mismo tiempo en des-
cifrar los insondables enigmas del pensamiento hu-
mano. El objetivo clásico es la belleza tangible de la
forma. El romanticismo batalla por la conquista de
lo absoluto. Nosotros, en el ciclo que vamos á estu-
diar, fuimos clásicos con Figueroa y románticos con
Alejandro Magariños Cervantes.
Concretemos ordenadamente estas diferencias de es-
tilo y sentimiento.
La historia de la literatura uruguaya puede divi-
dirse en tres grandes períodos.
Primero: período clásico ó inicial, que va desde
1810 hasta 1841. — Este período se caracteriza por el
DE LA LITERATURA URUGUAYA 25
acrisolado amor de la forma, siendo el arte á modo
de dificultad técnica muy dulce de vencer. Los mo-
delos predominantes en esta época son Horacio y
Meléndez.
Segundo: período romántico ó romancesco, que nace
en 1841 y empieza á declinar en 1885. — Este período
se caracteriza por su desdén hacia la antigüedad clá-
sica, siendo el arte á modo de arte de imaginación
más que de gusto y de discernimiento. Los modelos
predominantes en esta época son Echeverría, Lamar-
tine, Becquer y Hugo.
Tercero : período ecléctico ó de transición, que
va desde 1885 hasta igii. — Este período se caracte-
riza porque en él se cultivan, se mezclan y entrecru-
zan todas las escuelas ó modalidades retóricas, mani-
festándose en todas ellas cierta sed de verismo. Los
románticos del fin de la edad anterior abandonan
el culto y el ornato de sus altares, como deseosos
de asimilarse el jugo de las vigilias del positivismo
contemporáneo. Así Eduardo Acevedo Díaz, extra-
ordinariamente romancesco en Brenda, adopta el
modo de composición naturalista en las mejores pá-
ginas de su Ismael. Así Carlos María Ramírez, — cul-
tor de la oratoria tribunicia gala hasta 1890, y émulo
de Francisco Bauza, prototipo constante de la ora-
toria tribunicia de Arguelles y López, — se aparta,
desde 1890, del decir de Vergniaud, educando sus
cláusulas en la lectura sobria y serena de Macaulay.
También, en ese período tercero, aparece el deca-
dentismo con Roberto de las Carreras y Julio He-
rrera y Reissig, influyendo hasta en la magnifícente
verba riojana de Papini y Zas, en quien se nota la
evolución, no siempre feliz, que puede observarse en
Santos Chocano y en Amado Ñervo. Los modelos
predominantes en esta época son unas veces Zola y
26 HISTORIA CRÍTICA
Otras Pérez Galdós, unas veces Hugo y otras veces
Rueda, unas veces Verlaine y otras Rubén Darío.
Hasta 1870 impera casi en absoluto la poesía. La
prosa, que en el apogeo de las dos primeras edades
gusta poco del libro, sólo brilla y se desenvuelve en
la prensa, la tribuna y la cátedra doctoral. Desde 1870
en adelante la prosa disputa sus dominios al verso,
poco en consonancia con el carácter práctico de la
edad presente, desarrollándose la historia con Bauza,
el derecho político con Aréchaga, el cuento con Viana,
la novela con Reyles, la crítica con Blixén, el teatro
con Sánchez, las especulaciones filosóficas con Vaz
Ferreira y los altos estudios estéticos con Rodó.
II
Nuestra literatura, como todas las literaturas sud-
americanas, nace con el movimiento que nos indepen-
diza del dominio español. Sólo algún tiempo antes
de alejarse de nuestras playas la bandera en que se
hiergue el león castellano, nuestra prosa y nuestra
poesía luchan por adquirir un carácter propio, no en
la forma, que es imitativa y clásica, sino en los asun-
tos, que unas veces se refieren á cosas del país, y que
otras veces tratan del sentimiento autonómico que
enardecía á los espíritus de aquella edad de hierro.
Desde los orígenes del coloniado hasta los últimos
años del siglo diez y ocho, la palabra escrita poco pro-
duce y prospera poco en las tierras americanas, siendo
escasísimas sus elucubraciones, siempre triviales y
calcadas siempre sobre el sentir estético de la lite-
ratura peninsular. Hacia 1800 nuestra prosa se inicia
con algunos fragmentos sobre la utilidad de la agri-
cultura, que permiten á su autor, don José Manuel
DE LA LITERATURA URUGUAYA 27
Pérez Castellano, disertar con lucidez acerca de los
árboles que nos son familiares y acerca de los cultivos
que tienen mayor arraigo en nuestras planicies, lo
mismo que, hacia 1S07, casi al salir de las invasiones
inglesas, nuestra labor poética se inicia con el drama
en verso, de índole mitológica y mal pergeñado, del
sacerdote Juan Francisco Martínez, La lealtad más
acendrada ó Buenos Aires vengada, título que re-
cuerda los títulos de que se burla el donaire de Mo-
ratín en La Comedia Nueva.
Lamento contrariar algunas ilusiones de esta afa-
nadísima generación presente. El teatro nacional no
tiene sus orígenes ni en las obras de Blixén ni en
las obras de Sánchez, El teatro nacional, cuando éstos
nacieron, ya estaba fundado. Sus raíces, como vere-
mos, son mucho más hondas y mucho más antiguas
de lo que se cree, pues siempre nuestros ingenios
manifestaron afición y aptitudes para el difícil cul-
tivo de la escena. Ya en el año de 1808, un descono-
cido,— un L. A. M. — escribió, en la ciudad de Mon-
tevideo, un drama en cinco actos titulado Idamía. El
argumento del drama es una insensatez, por lo grande
de su inverosimilitud; pero la versificación del dra-
ma, en romance octasílabo, es fluida y sonora. Onoxia,
hija de lord Murray, se ha casado en secreto con el
conde Ernesto de Staxtley; pero temerosa de su fa-
milia, que maldice este amor oculto y voluptuoso, en-
trega el fruto de su unión á un criado, que jura pro-
teger la infancia de Sofía. El criado desaparece, sin
que los padres de la niña sepan donde se esconde el
perverso raptor. Los años pasan, y por una larga serie
de coincidencias, no siempre lógicas, Ernesto y Ono-
xia, á quienes ha separado la fatalidad, naufragan en
un territorio salvaje de la América Septentrional.
Ernesto vive allí, como una fiera, á fuerza de frutas
28 HISTORIA CRÍTICA
y vestido de pieles, en tanto que Onoxia es recogida
por un noble pastor, que tiene una hija que se llama
Idamía. Lord Starríston, jefe de una escuadra inglesa
detenida por una tempestad en aquellos parajes, ve
á la joven indígena y se enamora de su hermosura;
pero Idamía está destinada al príncipe Indatiro, em-
pezando una lucha de heroísmos y generosidad en la
que siempre vence el caballeresco príncipe americano.
Idamía parece inclinarse á Indatiro, cuando se des-
cubre que Idamía es el fruto de la unión secreta de
Ernesto y Onoxia. Una tempestad sorprendió al criado
junto á aquellas playas, donde antes de morir con-
signó en un papel la verdad del origen de la supuesta
hija del pastor. Ernesto y Onoxia resuelven regresar
á Inglaterra, Idamía consiente en casarse con Jacobo
Starríston, y el príncipe Indatiro renuncia á su sueño,
quedándose á reinar sobre las cinco tribus que pue-
blan y defienden las costas del Pacífico. Idamía ó la
reunión inesperada no se publicó nunca, encontrán-
dose actualmente su manuscrito en la "Biblioteca Na-
cional" de Buenos Aires.
Esta obra vale menos, por ser muy pobre copia de
los ridículos engendros de Comella y de Valladares,
que la obra teatral del clásico Martínez. Dado el es-
píritu del año en que la primera de estas producciones
fué escrita, es regular que los ingleses saliesen per-
diendo en aquellos conflictos de amor y de pujanza;
pero no lo es aquel amasijo de extrañezas é invero-
similitudes con que nos regalaba su anónimo autor,
educado en la escuela, mentirosa y absurda, que cris-
paba los nervios de Moratín. No resultara peor aquel
pobrísimo ensayo si hubiese sido fruto de la elabo-
ración de la hiperbólica musa de Monzín ó de la ex-
travagante musa de Laviano.
No lo extrañemos, porque no podía ser de otro modo.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 29
Cerno Taine dice, "la obra de arte es determinada por
un conjunto, que es el estado general del espíritu y
de las costumbres circunstantes." — Los talentos abor-
tan, cuando falta la temperatura moral necesaria para
su desarrollo. La presión de las costumbres y del es-
píritu público los comprime ó los desvía, impidiendo
su florecimiento ó imponiéndoles un florecimiento
determinado. En la época á que nos referimos, el de-
seo de la producción estética no existía ó estaba con-
trariado por la atmósfera moral de que nos habla
Taine. Hasta 1810, hasta poco antes del primer movi-
miento emancipador, los pueblos y las campiñas de
esta parte del virreinato carecían de escuelas casi en
absoluto. Sólo la Colonia del Sacramento y sólo Santo
Domingo de Soriano contaban con establecimientos
de cultura espiritual, gracias á la orden educadora
de los jesuítas y gracias á los religiosos de otras ins-
tituciones semimonásticas; pero el catecismo y el si-
labario eran todo lo que enseñaban los segundos á los
chañas, y por lo que toca al colegio coloniense, justo
es decir que desapareció poco después de la expulsión
del 3 de Junio de 1777, en que Zeballos rendía y obli-
gaba á capitular á Francisco José da Rocha.
Dice Bauza que "la conquista española en el Uru-
guay, desde que Solís pisó nuestras playas hasta que
Fonseca se estableció en Montevideo, puede consi-
derarse como una operación esencialmente militar."
Así es, en efecto. Siempre en lucha con los pórtugos,
sus vecinos, nuestros gobernadores vivieron de con-
tinuo en vigía ó en guerra, afanándose en asegurar
á sus reyes el dominio del suelo conquistado, que aso-
laban perennemente las tempestades trágicas del ma-
lón fronterizo. No utilizaron las riquezas de nuestro
suelo, ni les desveló la idea de nuestra cultura, y si
érameos, en los últimos días de la centuria décima oc-
30 HISTORIA CRÍTICA
tava, algo más que un conjunto de campiñas desiertas
y de toldos salvajes, el milagro debíase no á los ce-
ñudos representantes de nuestros monarcas, sino á la
relativa acción civilizadora de las reducciones jesuí-
ticas, que convirtieron á los indómitos pobladores de
nuestros campos, con la magia de su palabra y con
la destreza de su proselitismo, "en pueblos de labrie-
gos sometidos á la ruda faena del trabajo agrícola, y
vinculados á la civilización por el conocimiento de
sus complicadas ventajas," según nos refiere Francisco
Bauza en el tomo primero de su Historia de la domi-
nación española en el Uruguay.
En Montevideo mismo, durante el coloniado, el
denuedo sobra y la cultura falta. Tanto es así que la
primera de las escuelas que tuvo la capital fué fun-
dada por los jesuítas recién en 1744, pasando esa es-
cuela, cuando se llevó á cabo la expulsión de la cé-
lebre orden, á ser propiedad de los padres del Con-
vento de San Francisco. A esa escuela siguió, en 1796,
una escuela laica dirigida por don Mateo Cabral; pero
tanto en estos dos establecimientos como en el colegio
para niñas pobres establecido en 1795 por doña María
Clara Zavala, lo único que se enseñaba era á rezar,
un poco de gramática y algo de aritmética, siendo
mucha la disciplina y cosa corriente los palmetazos.
Aun esto mismo, con ser tan primordial y defectuoso,
no alcanzó á los criollos de la clase media ni llegó
jamás á los campesinos de las chacras próximas, mo-
nopolizando la juventud aristocrática, de viejo y puro
abolengo español, lo mejor de la escasa siembra es-
piritual de la escuela laica y la escuela monjil. No
teníamos ni universidades, ni bibliotecas públicas, ni
librerías, que pudiesen ampliar ó servir de auxilio á
la acción de la escuela. El primer periódico nacido
aquí. La Estrella del Sur, no duró dos meses, siendo
DE LA LITERATURA URUGUAYA 31
aquella hoja de publicidad, escrita en inglés y en cas-
tellano, un órgano especialísimo, una especie de tri-
buna en la que la invasión británica trataba de probar
los beneficios que podían esperarse del afianzamiento
de un dominio antibonapartista y antiborbónico. Del
segundo periódico que tuvimos, dice Francisco A.
Berra en su Bosquejo histórico de la República Orien-
tal del Uruguay: "El segundo periódico que tuvo
Montevideo fué la Gaceta de Montevideo, que apa-
reció el 13 de Octubre de 1810 por la Imprenta de la
Caridad, redactada por fray Cirilo de la Alameda y
Brea, franciscano de vasta erudición, que había ve-
nido huyendo de Madrid por temor á los franceses.
Se aplicó principalmente á publicar documentos fa-
vorables á les españoles de Europa en sus relaciones
con Francia y á los españoles de Montevideo en sus
relaciones con los revolucionarios de Buenos Aires."
Sería, pues, labor sin resultados querer marcar uno
de los instantes de la época colonial como punto de
partida de la incipiente historia de nuestras letras.
Como dice Taine, faltaba la atmósfera moral nece-
saria para el desarrollo de la producción. La savia
del árbol indígena se hubiera helado en aquel clima
podo estival, secándose además los brotes del árbol
indígena en la extrema sequedad de aquel suelo. Una
vida casi monacal y una precaria educación común, el
conocimiento de los libros ascéticos de menor fuste
y la lectura de los clásicos latinos más familiares, no
podían dar otros frutos que el silencio y la muerte.
El arte, nos enseña Veron, es el producto y como la
flor de las civilizaciones. En tanto que éstas no se
cristalizan, el arte balbucea, porque el arte, en la his-
toria de todas las patrias, es una válvula groserísima
de la vida del sentimiento, antes de convertirse en el
intérprete iluminado de la vida cerebral. La litera-
32 HISTORIA CRÍTICA
tura sudamericana surge con la revolución sudame-
ricana, siendo la poesía popular la primera forma en
que se manifiesta el ingenio nativo; pero aun esa
forma, producto colectivo de la época y de la raza,
que tiende á traducir los ensueños y los dolores del
espíritu público, es tan rudimentaria que difícilmente
puede ser considerada como una forma artística.
El génesis de nuestra poesía popular se encuentra
en los campos, y en los campos de entonces la incul-
tura era grande, lo que convertía todas las manifes-
taciones estéticas en inarmónicos balbuceos. En el es-
píritu del primero que talló el sílex en forma de fle-
cha, ya existía el sentimiento artístico; pero como
sentir bien no equivale á expresar con perfección, el
rústico tallado del sílex no corresponde á la idea que
hoy nos formamos del arte de la escultura. La forma,
sin la que las producciones literarias viven lo que
vive un cimbro de achira y lo que vive un copo de
espuma, era casi absolutamente desconocida no sólo
en la soledad de nuestras lomadas, sino también en
la quietud patriarcal de nuestras ciudades. El esta-
llido revolucionario pudo exaltar á la musa patrió-
tica; pero no pudo dar fijeza y excelsitud á su pen-
samiento, desde que era inconsciente el delirante ins-
tinto de libertad á que obedecía la muchedumbre, ni
pudo dar tampoco á los engendros de esa musa la
perfección artística, la sabia nitidez de la forma, que
sólo se adquiere con el estudio de los modelos y con
la lima obstinada del ritmo verbal. Morley afirma
que las palabras gobiernan el mundo; pero para que
las palabras puedan ejercer la tiranía que les atri-
buye el crítico inglés, es necesario que las palabras
se ordenen y asocien con arreglo á la técnica artís-
tica, ó sea, á la mecánica del oficio de escribir con
belleza, rimar con armonía, y hablar con lógica do-
nosura.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 33
El hombre es un ser expresivo. La necesidad de
traducir y comunicar sus sentimientos y sus ideas,
necesidad sin la que las sociedades no existirían, ex-
plica el desarrollo del lenguaje escrito y del lenguaje
oral. El primero que grabó la figura de un rengífero
sobre una roca, no conocía ninguna de las reglas del
dibujo. Obedeció á la imperiosa necesidad de realizar
la imagen que le torturaba, creando sin fines de ca-
rácter estético, una rudimentaria expresión artística.
Parece deducirse de lo que decimos, que la produc-
ción de la obra debe anteceder al conocimiento de
las reglas. Esto sería una irrefutable verdad si el
esbozo primitivo fuera más perfecto que las escultu-
ras basadas en el uso de las reglas artísticas, y si la
historia del arte de escribir no fuese, antes que nada,
la historia crítica de las bellezas realizadas por el hu-
mano ingenio. El creador puede, aplicándolos instin-
tivamente, ignorar los principios más esenciales; pero
no puede prescindir de su aplicación. El genio es el
que impone reglas al arte; pero las impone demos-
trando, al aplicarlas sin conocerlas, la utilidad de las
reglas de que hace uso. Así, Homero es anterior á
la teoría literaria de la epopeya; pero es el primero
que sigue los preceptos teóricos á que después se
sujeta la musa de Virgilio.
Por otra parte, ni todos los escritores son genios,
ni el crítico puede proceder como el creador de un
género literario. Max Nordau dice bien cuando dice
que el genio es un hombre que imagina actividades
nuevas y hasta entonces no practicadas, ó un hombre
que aplica actividades ya conocidas, siguiendo un mé-
todo enteramente propio y personal. Los genios son
excepciones, rarezas de la vida intelectual de un país.
La mayor parte de los escritores, aun de los escrito-
res más afamados, son simples talentos, lo que ya es
3. - I.
34 HISTORIA CRÍTICA
mucho, sierxdo el talento, según Max Nordau, un sér
que desarrolla actividades frecuentemente practicadas,
mejor que la mayoría de los que han tratado de ad-
quirir la misma aptitud. El genio es un explorador
que descubre nuevos caminos, comarcas misteriosas
y mares ignotos. El talento es un viajero que cruza
los piélagos y sube á las montañas que el genio des-
cubrió. El genio aplica inconscientemente las reglas
necesarias á la belleza. El talento hace suyas esas
mismas reglas; pero ya convencido de la utilidad
práctica de su aplicación. El crítico, á su vez, cuando
juzga las obras geniales, señala principios y deduce
reglas; pero aplica también, al valorar las obras que
estudia, los principios ya aceptados y las reglas ya
establecidas. De lo contrario, falto de rumbos fijos
y de moldes maestros, el crítico haría siem.pre crítica
de impresión personal, transformándose el juicio de
la belleza en algo más variable que la ola que rueda
y el viento que pasa. La crítica literaria no tendría
autoridad alguna, ni el arte de escribir merecería el
nombre de arte. Quien dice arte dice disciplina, re-
glamentación, manera de hacer. Juan d'Udine afirma,
en su interesante obra L'art et le geste, que la pri-
mera de las condiciones de una obra literaria es es-
tar bien hecha, y una obra de arte sólo está bien he-
cha cuando el mecanismo de los signos imitadores
no tiene secretos para su autor, ó, en otros términos,
cuando su autor posee á la perfección la doctrina y
la práctica del oficio sintáxico y el oficio estilístico.
Estas cualidades no se encuentran en los cultores
de la poesía de los lustros de hierro de nuestra his-
toria, poesía cuyas primeras manifestaciones se re-
ducen al informe ritmo de las payadas, que se alzan,
como las quejas de un pájaro desconocido, sobre la
soledad de los campos y sobre la melancolía de los
DE LA LITERATURA URUGUAYA 35
desiertos. Sarmiento dice, en una de las inimitables
páginas de su Facundo: — "El gaucho cantor es el
mismo bardo, el vate, el trovador de la Edad Media,
que se mueve en la misma escena, entre las luchas
de las ciudades y el feudalismo de los campos, entre
la vida que se va y la vida que se acerca." — "El can-
tor está haciendo candorosamente el mismo trabajo
de crónica, costumbres, historia, biografía, que el
bardo de la Edad Media, y sus versos serían reco-
gidos más tarde como los documentos y datos en que
habría de apoyarse el historiador futuro, si á su lado
no estuviese otra sociedad culta, con superior inte-
ligencia de los acontecimientos, que la que el infeliz
despliega en sus rapsodias ingenuas." — Si esto acon-
tecía con la musa campesina de 1850, ¡calcúlese lo
que daría de sí la musa popular de 181 1!
Nuestra literatura poética nació espontáneamente
y sin estímulo, junto á los fogones revolucionarios
y bajo la enramada de los ranchos de totora. El gau-
cho fué nuestro primer poeta, despertado al senti-
miento de lo bello por sus atavismos de raza, por lo
constante de su comunicación con la naturaleza, y
por las obscuras melancolías de su vida nómada. El
toldo charrúa le dio sus hurañeces y la sangre espa-
ñola sus hidalguías, habiendo en la levadura nostál-
gica de su numen como un eco de los acordes de las
vihuelas con que los rawíes entretienen los ocios de
la multitud en las calles de Oran. Nuestro pueblo,
como dice Bauza, formóse por el estrecho lazo con
que el poder despótico de la península unió á los hi-
jos del indígena sometido, el portugués capturado y
el español de progenie humilde, naciendo de esta
amalgama de elementos heterogéneos "una raza con
miras y tendencias propias, con carácter especial, y
con aspiraciones bastante sospechables de libertad é
36 HISTORIA CRÍTICA
independencia." Esa raza, que se esparció por los
campos más que por las ciudades, en busca de sol
libre y de amplitud de vuelo, conservó siempre la
hurañez y la melancolía con que las persecuciones,
y los castigos, y los desdenes sellaron su plebeya
cuna de ilota, su misérrima cuna de paria. La eterna
perspectiva del mismo horizonte, la comunión cons-
tante con el desierto, el continuo despego á la auto-
ridad amenazadora, la lucha sin descanso con la res
bravia y las fieras del monte, la costumbre del silbo
del zorzal y el alerta del tero, el amor al caballo y
la fe en el cuchillo, forman la idiosincrasia peculia-
rísima de nuestros primeros poetas, que, como todos
los poetas populares de aquella edad viril, se distin-
guen por el carácter exclusivamente guerrero de su
inspiración. Desde las montañas de Venezuela hasta
las orillas del Río de la Plata, la musa de aquellos
lustros heroicos es una musa armada de lanza y que
tiene en los labios un himno á la victoria. Pedro
Arismendi dice, hablando de las tierras cercanas al
centro del continente, "que el movimiento literario de
los días libertadores se redujo á cantar las proezas y
á lamentar los martirios de los patriotas." Por su
parte, Juan María Gutiérrez, hablando de la poesía
popular de las patrias del Sur, dice que "la revolución
política, que convirtió los virreinatos en repúblicas,
acordó en bronce la lira americana."
Nuestra poesía de 1811, de ampuloso lenguaje y de
rígida metrificación; nuestra poesía de 181 1, de pen-
samiento ignaro y de forma paupérrima, fué tristona
y batalladora, como enamoradísima del pago con cu-
yos troncos de ñandubay fabricaron los montoneros
la vara de sus rústicas lanzas de tijera. El culto del
terruño fué la suprema pasión de la musa popular.
"Leyendo las imperfectas estrofas de sus trovadores.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 37
dice Bauza, se ve hasta donde llevaban esta ideali-
zación de la patria, que para ellos no era sólo el te-
rritorio nacional con sus habitantes y tradiciones, sino
todo eso personificado además en una mujer de for-
mas semidivinas, sujeta á dolores y alegrías especia-
les, vagando en el espacio y eternamente preocupada
de nuestras cosas. Tal era la deidad por cuyo amor
se debía morir; cuyo nombre no se podía ofender;
cuyos agravios vengaba Dios mismo dando fuerza al
brazo de sus hijos para escarmentar á los tiranos. De
ahí, los cánticos en que alternativamente brillaban el
orgullo y la piedad, la dedicación y la fiereza, ento-
nados á coro en los fogones al son de la guitarra, y
prolongados en las largas noches de espera por las
encrucijadas y las lomas que cruzaba algún chasque
medio dormido."
El pueblo campesino comenzó á ser poeta á raíz de
181 1. Eusebio Valdenegro inicia el movimiento con
una canción patriótica dedicada á la junta revolucio-
naria, canción que se ha perdido como todas las com-
posiciones que su ingenio produjo. En el año 11 ya
figuraba en las filas del ejército artiguista, distin-
guiéndose por la audacia de su denuedo en la glo-
riosa batalla de las Piedras. En el primer sitio de
Montevideo, cuando los patriotas pugnaban porque el
Cabildo recibiese las comunicaciones del ejército li-
bertador, los pliegos dirigidos á los cabildantes fue-
ron clavados en una bandera, cuyos pliegues rojos y
blancos se mecían al viento cerca de las murallas de
la ciudad. Sobre aquellos pliegos escribió la musa de
Valdenegro :
"El blanco y rojo color
Con que la patria os convida,
Es para que se decida
38 HISTORIA CRÍTICA
Vuestro aprecio en lo mejor;
Si al rojo, nuestro valor
Breve os sabrá castigar,
Y si al blanco queréis dar
Discreta y sabia elección,
Contad con la protección
Del Ejército Auxiliar."
Pero más que Valdenegro, que tenía sus pujos de
cultiparlista, el verdadero representante del senti-
miento popular fué Bartolomé Hidalgo, cuyos prime-
ros versos fueron algunos himnos y algunas marchas
de valor insignificante. Mientras el movimiento re-
volucionario se desenvuelve de un modo feliz, la
musa de Hidalgo no levanta el vuelo; pero, no bien
el desastre mordió los pliegues de la bandera heroica
el numen gauchesco de nuestro poeta pareció subli-
marse, imponiéndose á la admiración de la muche-
dumbre con sus Diálogos patrióticos de Chano y Con-
treras. Taine dice: "Es preciso notar que las desgra-
cias que entristecen al público, entristecen también
al poeta. Como es una cabeza del rebaño, sufre la
suerte del rebaño." El desaliento que siguió al triunfo
de las ideas reaccionarias, la opresión que pesaba so-
bre los patriotas, el obligado exilio de sus jefes ilus-
ties y el injusto desastre del ideal autonómico de la
diezmada muchedumbre batalladora, transfiguraron y
enardecieron á la musa de Hidalgo. Bueno es decir
que, para Hidalgo, nuestra causa se perdió en la mag-
nitud de la causa de la revolución sudamericana.
Cantó los desastres de la segunda, olvidando nues-
tros mesénicos y luctuosos desastres. Su tristeza fué
mayor que la tristeza de la multitud, por ser mayor
su sentimiento artístico que el rudimentario senti-
miento artístico de la muchedumbre. Taine enseña que
DE LA LITERATURA URUGUAYA 39
lo que hace que el hombre se convierta en artista, 'es
la costumbre de distinguir en los objetos el carácter
esencial y los rasgos salientes, pues allí donde ios
otros no ven más que porciones, él percibe el con-
junto y el espíritu." Cuando pertenece á una patria
vencida y á un tiempo lúgubre, el poeta todo lo ve
cubierto por el velo de la tristeza y por la ceniza de
la desolación. Y Taine concluye: "Cuando el carácter
saliente de su tiempo es la tristeza, el poeta, por el
exceso de imaginación y por el instinto de exagera-
ción que le son propios, amplifica ese carácter y lo
lleva hasta el último límite, se impregna de él é im-
pregna de él sus obras, de suerte que ordinariamente
vé y pinta las cosas con colores aun más negros que lo
harían sus contemporáneos."
Si la tristeza pública podía sublimar el numen de
Hidalgo, no podía librarle de las imperfecciones que
son peculiares, y hasta necesarias, á las trovas de ín-
dole gauchesca. En esa clase de poesías, la belleza no
debe ni puede buscarse en la forma, sino en la emo-
ción y en la verdad, en lo gráfico de la frase y en
lo profundo del sentimiento. Del mismo modo que
cada planta corresponde á un suelo y á un ambiente,
cada forma poética debe adaptarse á la intelectuali-
dad de aquellos á quienes trata de conmover y de
seducir. ¿Cómo sugestionar á los espíritus que nos
cercan, si les hablamos un lenguaje que no es el suyo?
El poeta, como el orador, debe ponerse al nivel de su
auditorio, renunciando á los afeites de la corrección
académica cuando su auditorio es incapaz de apre-
ciarla. Por otra parte, ni la cultura ni el ingenio de
Hidalgo se avenían con esa corrección, que hubiera
disonado en el ambiente de bravuras indómitas y casi
salvajes de la patria vencida y montonera. Era pre-
ciso hablar al pago con el dialecto rústico y pictórico
40 HISTORIA CRÍTICA
que el pago empleaba para llorar sus penas; con el
dialecto de uso en los fogones, cuya llamarada ha-
bían avivado los revuelos de la tricolor; con el dia-
lecto corriente en los hogares de paredes de barro y
techo de totora; con el dialecto dulce á los niños y
dulce á los ancianos del terruño invadido, porque te-
nía para los primeros algo de la canción oída en la
cuna y porque tenía para los segundos la magia irre-
sistible de los recuerdos de la juventud. Como Verón
afirma, la poesía de los himnos sin estudio ni esfuerzo,
que se encuentran mezclados á los orígenes de todas
las patrias, reside especialmente en la sinceridad de
la emoción que los inspira. Casi siempre su forma es
descriptiva de tipos y costumbres. Más que un pro-
ducto del espíritu analítico del poeta, son un pro-
ducto colectivo de la raza naciente, que los sella con
el sello de su carácter y que ve en sus estrofas las
ánforas depositarías del generoso vino de sus senti-
mientos. Semejantes en un todo á esos himnos son
las poesías patrióticas de Hidalgo. Su numen se des-
pertó al compás del ruido de los combates por la in-
dependencia. El ejército libertador le contó entre los
suyos. Lloró las derrotas de los montoneros con sus
mejores lágrimas. El ideal revolucionario fué el ideal
que idolatró su musa. Chano y Contreras, los popu-
lares héroes de sus diálogos, son la personificación
de las esperanzas y las desilusiones de la muchedum-
bre viril y melancólica con que estuvo en contacto
durante su cruzada por la libertad, siendo lógico que,
dignificando á los vencidos hasta en su peculiar ma-
nera de decir, su numen prefiriese el rústico dialecto
de la campaña indómita al hablar cortesano de las
ciudades sometidas al dominio regio. Lo cierto es
que creó un género popular que ha formado escuela,
dando á ese género, humildísimo y tosco, carta de
DE LA LITERATURA URUGUAYA 41
ciudadanía en el mundo de las letras americanas.
Bartolomé Hidalgo se caracteriza por la originali-
dad, la fluidez, el donaire, la pintura gráfica, los de-
cires criollos y la incorrección. Eco del sentir de las
muchedumbres menos alborozadas que melancólicas
de aquellos días, censura los errores de los que man-
dan y llora el infortunio de los que combaten por
la independencia, comprendiendo instintivamente que
la libertad, adorada y apetecida, será por largos años
una mentirosa ilusión y un utópico ensueño. Su gui-
tarra es la alegría de los humildes, de los ofendidos,
de los agraviados, porque sus romances abrevian las
noches del campamento heroico y endulzan la escasez
del rancherío trabajador. Él encarna la poesía popu-
lar, la poesía de los suburbios analfabetos y de las
planicies casi desiertas, la poesía que se dialoga en
la tertulia de los almacenes de los caminos y en el
corro zahereño que churrasquea junto al fogón de
la cocina rústica. Él comprende los gravísimos males
que engendrarán la anarquía y la dictadura, frutos ma-
léficos de las disidencias de los patriotas, y une al bu-
llicio de las fiestas populares los jubilosos sones de
su vihuela forjada con maderos de árbol nativo. Hijo
de Soriano, — del departamento de los indios chañas
y de las misiones catequizantes, de las grutas gredosas
y de la tierra negra, — nuestro trovero es continental
y unionista, poniendo su brazo y sus canciones sólo
al servicio de la causa sudamericana, de la causa mal-
trecha en Huaquí y victoriosa en las llanuras de Tu-
cumán. Magariños Cervantes habló con elogio del nu-
men de Hidalgo.
Ya lo hemos dicho. La forma es lo de menos en las
poesías de Hidalgo. Lo único que puede y debe bus-
carse en ellas es la sinceridad con que traducen el
sentimiento colectivo de los días que fueron. En una
43 HISTORIA CRÍTICA
de esas poesías, escritas todas ellas en forma de diá-
logo, el capataz Jacinto Chano, incitado por el gau-
cho Ramón Contreras, relata así las desventuras que
siguieron á la revolución, como siguen las chispas
eléctricas á la tempestad:
"Pues bajo de ese entender
Emprésteme su atención,
Y le diré cuanto siente
Este pobre corazón,
Que como tórtola amante
Que á su consorte perdió,
Y que anda de rama en rama
Publicando su dolor;
Así yo de rancho en rancho
Y de tapera en galpón,
Ando triste y sin reposo,
Cantando con ronca voz
De mi patria los trabajos,
De mi destino el rigor.
En diez años que llevamos
De nuestra revolución,
Por sacudir las cadenas
De Fernando el baladrón,
¿Qué ventaja hemos sacado?
Las diré con su perdón:
Robarnos unos á otros.
Aumentar la desunión.
Querer todos gobernar,
Y de facción en facción
Andar sin saber que andamos,
Resultando en conclusión
Que hasta el nombre de paisano
Parece de mal sabor,
Y en su lugar yo no veo
DE LA LITERATURA URUGUAYA 43
Sino un eterno rencor,
Y una tropilla de pobres
Que metida en un rincón
Canta al son de su miseria:
¡No es la miseria mal son!"
Dice después, quejándose de las inici.as arbitrarie-
dades de los que mandan :
"La ley es una no más,
Y ella dá su protección
A todo el que la respeta.
El que la ley agravió
Que la desagravie al punto,
Esto es lo que manda Dios,
Lo que pide la justicia
Y que clama la razón,
Sin preguntar si es porteño
El que la ley ofendió.
Ni si es salteño ó puntano.
Ni si tiene mal color.
Ella es igual contra el crimen,
Y nunca hace distinción
De arroyos ni de lagunas,
De rico ni pobretón;
Para ella es lo mismo el poncho
Que casaca y pantalón:
Pero es platicar de balde,
Y mientras no vea yo
Que se castiga el delito
Sin mirar la condición,
Digo que hemos de ser libres. . . .
Cuando hable mi mancarrón."
Contreras, respondiendo á su compañero, dice ha-
44 HISTORIA CRÍTICA
blando del desorden administrativo y del abandono
en que se encontraban los soldados de la libertad:
"Lo que á mí me causa espanto
Es ver que ya se acabó
Tanto dinero, por Cristo;
Mire que daba temor
Tantísima pesería!
¡Yo no sé en qué se gastó!
Cuando el general Belgrano,
(Que esté gozando de Dios),
Entró en Tucumán, mi hermano
Por fortuna lo topó,
Y hasta entregar el rosquete
Ya no lo desamparó.
¡Pero ha contar de miserias!
De la misma formación
Sacaban la soldadesca
Delgada que era un dolor!
Con la ropa hecha miñangos,
Y el que comía mejor
Era algún trigo cocido
Que por fortuna encontró;
Los otros, cual más cual menos
Sufren el mismo rigor.
Si es algún buen oficial
Que al fin se inutilizó.
Da cuatrocientos mil pasos
Pidiendo por conclusión
Un socorro: No hay dinero.
Vuelva.... todavía no....
Hasta que sus camaradas
(Que están también de mi flor).
Le largan una camisa.
Unos cigarros y adiós!"
DE LA LITERATURA URUGUAYA 45
Hidalgo Utiliza la misma difícil facilidad con que
relata penas, para caracterizar tipos y describir cos-
tumbres. En otro diálogo, de distinta índole que el
que antecede, narra las patrióticas fiestas celebradas
el 25 de Mayo de 1822 en la populosa ciudad de Bue-
nos Aires.
"Dormí, y al cantar los gallos
Ya me vestí; calenté agua,
Estuve cimarroneando ■
Y luego para la plaza
Cogí, y me vine despacio.
Llegué, ¡bien haiga el humor!
Llenitos todos los bancos
De pura mujerería,
Y no, amigo, cualquier trapo,
Sino mozas como azúcar.
Hombres, ¡eso era un milagro!
Y al punto en varias tropillas.
Se vinieron acercando
Los escueleros mayores
Cada uno con sus muchachos,
¡Con banderas de la patria
Ocupando un trecho largo;
Llegaron á la pirami
Y al ir el sol coloreando
Y asomando una puntita. . . .
¡ Bracatán ! los cañonazos.
La gritería, el tropel.
Música por todos lados.
Banderas, danzas, funciones.
Los escuelistas cantando;
Y después salió uno solo
Que tendría doce años.
Nos echó una relación....
46 HISTORIA CRITICA
¡Cosa linda, amigo Chano;
Mire que á muchos patriotas
Las lágrimas les saltaron!"
Contreras sigue la relación de las fiestas, empleando
siempre la misma naturalidad y las mismas imágenes
gráficas de que hace uso en los versos anteriores;
pero su lenguaje aumenta en donaire satírico al ocu-
parse de los incidentes que acompañan al juego po-
pular del palo enjabonado.
"Pero era tan belicoso
Aquel potro, amigo Chano,
Que muchacho que montaba
i Contra el suelo!.... y ya trepando
Estaba otro. ... y. . . . ¡zas, al suelo!
Hasta que vino un muchacho
Y sin respirar siquiera
Se fué el pobre resbalando
Por la guasca, llegó al fin
Y sacó el premio acordado.
Pusieron luego un pañuelo
Y me tenté, ¡mire el diablo!
Con poncho y todo trepé,
Y en cuanto me lo largaron
Al infierno me tiró,
Y sin poder remediarlo,
(Perdonando el mal estilo).
Me pegué tan gran culazo
Que si allí tengo narices
Quedo para siempre ñato."
Espontáneo, en su mucha originalidad, fué el in-
genio del creador de nuestra poesía campera, cuyas
composiciones patrióticas y descriptivas no han sido
DE LA LITERATURA URUGUAYA 47
superadas aún por ninguno de los que han descollado
imitándole. Sin embargo, la musa nacional no adquiere
un carácter artístico, una forma verdaderamente es-
tética, hasta que, una vez alcanzada la independencia,
crece y se lozanea nuestra cultura. Dado el medio en
que el ingenio nativo se desenvolvía, dados los de-
sastres de nuestra causa, y dados los disturbios que
siguieron á las indecisiones de los cerebros dirigen-
tes del movimiento emancipador sudamericano, bas-
tante hizo la musa popular, — m.anteniendo viva la fe
de la libertad, é incólume la esperanza de la inde-
pendencia en el fiero corazón de las multitudes. Fran-
cisco Bauza dice : "Lo que tiene de halagador nues-
tra literatura revolucionaria, es que señala un esfuerzo
intelectual, al lado de un esfuerzo guerrero, cuya
intensidad parece excluir todo cultivo de emociones
dulces. Esa combinación de las armas y las letras,
asociándose para hacer triunfar una idea, demuestra
que los independientes tenían no sólo confianza en
su causa, sino pasión por los ideales que iban anexos
á su triunfo. Habían soñado una patria libre, y que-
rían presentarla de tal m.odo á las miradas del mundo,
que no echase de menos en ella nada de lo que for-
maba el ornamento de los demás pueblos libres de la
tierra. El empeño era atrevido, sin duda, y su éxito
no correspondió, artísticamente considerado, á la al-
teza de los propósitos que lo impulsaban ; pero ha-
bía en ello un síntoma bastante satisfactorio para el
orgullo nacional." — Y Bauza acierta. — Un pueblo,
que sabe morir por el ideal, y que sabe cristalizar al
ideal por que muere, en los himnos que se cantan en
sus hogares, es un pueblo artista por el heroísmo trá-
gico de sus hechos, y artista por las rudimentarias
manifestaciones de su intelectualidad. El son de las
guitarras de sus payadores puso de manifiesto la sed
48 HISTORIA CRÍTICA
de belleza, la sed de justicia, la sed de luz, que tor-
turaba al espíritu indómito de los combatientes, á
pesar de la estrechez cerebral del escenario en que
éstos se movían, y á pesar de la falta de estímulo con
que tropezaban los ansiosos de sobresalir por la ma-
gia hechicera del pensamiento rítmico. La posteridad
ha puesto un gajo del laurel de la fama sobre el se-
pulcro de los poetas de la revolución. La posteridad,
al hacerlo así, no ha hecho otra cosa que cumplir un
sagrado deber de gratitud. En el libro de nuestras
letras, están escritos, pues, con letras de oro, los gau-
chescos romances de Bartolomé Hidalgo.
III
Nuestra prosa, más feliz que la poesía, surgió cal-
cada en excelentes moldes literarios. Dámaso Antonio
Larrañaga la inicia.
El más sabio de los sabios de nuestro país ha sido
Larrañaga, nacido en la ciudad de Montevideo en
los primeros días del mes de Marzo de 1771. Su fa-
milia ocupaba lugar de preferencia entre las familias
de mejor abolengo de la colonia, y quiso dedicarle á
la práctica de la medicina, dando con ello pruebas de
sagacidad, si se tienen en cuenta el corazón y las ap-
titudes del niño inteligente, destinado á ilustrar el
nombre de los suyos con la doble aureola del saber
y de la virtud.
Su hermano mayor, muerto en Buenos Aires, es-
torbó aquel designio, y Larrañaga trasladóse á la ciu-
dad vecina, donde, no pudiendo dedicarse á la cura
de cuerpos, se preparó para el sacerdocio de la cura
de almas, haciendo sus primeros estudios bajo las bó-
vedas del colegio de San Carlos.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 49
El colegio de San Carlos, así como las universida-
des de Chuquisaca y Córdoba, fué un centro que es-
parció los beneficios de los estudios superiores sobre
las tierras del sur del coloniado, surgiendo de sus
aulas no sólo la sabiduría científica de Larrañaga,
sino también la clásica inspiración de don Juan Fran-
cisco Martínez.
Desde Buenos Aires, Larrañaga pasó á la ciudad de
Córdoba, y de la ciudad de Córdoba á Río Janeiro,
donde, en 1798, recibió las órdenes que le habilitaban
para recoger los primeros vagidos del niño y los úl-
timos alientos del moribundo, en el nombre de aquel
que tiende en los espacios las curvas del iris y que
pone en los mares la fúlgida nevada de las perlas.
Vuelto á su patria, de la que nunca se había apar-
tado su corazón, se mezcló á todos los movimientos
del espíritu público desde 1806 hasta 1844. Así, cuando
España, en virtud de su alianza con el imperio galo,
rompió con Inglaterra, y cuando Inglaterra, creyén-
dose ofendida por la metrópolis, trató de apoderarse
de los dominios de la antigua Hespérides, Dámaso
Larrañaga actuó como capellán de las milicias que
libertaron á Buenos Aires de las garras conquistado-
ras de Berresford, viéndosele socorrer á los heridos
y bendecir á los agonizantes durante los encuentros
del día 25 de Mayo de 1806.
Así también, en 181 1, cuando las banderolas monto-
neras de Artigas ondularon en torno de los muros de
Montevideo, Larrañaga tuvo que abandonar el cicló-
peo recinto de la ciudad sitiada, por creérsele cóm-
plice de los que lanzaron el grito de Asencio, aquel
grito que atravesó con la prisa del rayo el país donde
nacen los teros y silba el ñandú, en el mes en que el
puma recorre lujurioso el juncal y al son de los cla-
rines montaraces de Viera.
50 HISTORIA CRÍTICA
Asilado junto á las cristalinas corrientes del Manga,
pero en comercio siempre con los patriotas, Larra-
ñaga se consagró, durante el armisticio que interrumpe
el cerco, al misterioso estudio de nuestra fauna y de
nuestra flora, reuniendo la primera colección de plan-
tas indígenas que tuvo el país. Desde entonces, cada
vez que se lo permitían su sacerdocio y las públicas
inquietudes, nuestro docto se encerraba con sus es-
critos y con sus herbarios, que llegaron á ser el más
grande de los amores de su vida y el único de los pla-
ceres de su existencia.
Hablando de sus estudios le decía á Bonpland:
"Linneo ha sido mi único maestro, y ciego admi-
rador de sus principios, los he seguido en un todo.
No obstante, como es preciso seguir la moda y con-
formarse á las luces que nos suministra el siglo XIX,
remito á usted los mammilares clasificados por los
nuevos métodos, y también con algunas innovaciones
mías, ya que no es permitido á todos metodizar. En
esto he imitado á Lamarck en su flora de Francia;
pero tengo también trabajos generales para aquellas
especies que no se encuentran en Gceclin."
Y le agregaba en otra de sus cartas, lamentando no
poder consagrarse con más solicitud á sus aficiones:
"Pero ¿cuándo podré reunir estos grandes materia-
les? ¿Tendré tiempo para colocar estas hermosas pie-
dras, que están labradas y cinceladas? ¿Me moriré
sin tener la dulce complacencia de dejar perfeccio-
nado este suntuoso templo al Autor de la Natura-
leza, para hacerme acreedor á que me reciba más be-
nignamente en sus eternos tabernáculos? Lo temo
mucho; ya tengo 46 años, y no veo término á los
desórdenes que nos impiden entregarnos á nuestros
trabajos predilectos. ¡ Si al menos viera yo el término
DE LA LITERATURA URUGUAYA 51
á tantas desgracias públicas y privadas que me em-
bargan los sentidos y abaten mis fuerzas!"
¿Qué parte cupo á Larrañaga en la elaboración de
las Instrucciones del año 13? Carlos María Ramírez
le atribuye su redacción y Francisco Bauza piensa lo
mismo que Carlos María Ramírez. Lo vasto de los
conocimientos de Larrañaga y la personería de nego-
ciador único con que le invistió Artigas ante la Asam-
blea Constituyente de Buenos Aires, parecen demos-
trar que, si no le pertenece la redacción entera de
aquel tratado, le pertenecen algunos, por lo menos,
de sus artículos. Lo que es indudable, como dice el
doctor Héctor Miranda, es que ni don Miguel Barreiro,
con lo mediocre de su cultura, ni fray José Benito
Monterroso, que no se encontraba en las filas de la
montonera de 1813, pudieron ser, en aquella ocasión,
los consejeros luminosos de Artigas. Sin disputar la
paternidad de las célebres instrucciones al blanden-
gue de la leyenda heroica, desde que aceptó sus prin-
cipios y quiso imponerlos con su denuedo, no es po-
sible dejar de reconocer la lógica de las conjeturas
de Bauza y Ramírez. Si se atiende á que las Instruc-
ciones, nunca bien ponderadas, tienen su origen en
los estatutos estaduales norteamericanos, fácil es de-
ducir que el único capaz de sugerir á Artigas la
adopción de las ideas que se registran en esos esta-
tutos, era el criterio ilustradísimo de Larrañaga. A
pesar de la inteligencia natural del guerrillero ilus-
tre, á pesar de sus relaciones con Azara, y á pesar
de la educación que pudo recibir en los claustros del
convento de San Bernardino, la médula y la forma
del convenio inmortal revelan una lectura más vasta
y un criterio democrático más docto que la lectura
y el criterio que nuestra justísima admiración puede
52 HISTORIA CRÍTICA
atribuirle, sin extraviarse, á la mucha clarovidencia
y al espíritu republicano de Artigas.
En sus Estudios Históricos dice el doctor Berra:
"Las instrucciones de 1813 revelan preparación po-
lítica, un pensamiento excepcionalmente cultivado
por estudios teóricos, y una voluntad perfectamente
adaptada á las más avanzadas y regulares formas de
la libertad. Su autor no era un federalista improvi-
sado, y la clase de cuestiones que formula y resuelve,
esencialmente argentinas, revela al menos perspicaz
que las exigencias de aquel programa eran exigencias
de la vitalidad nacional de la época, desde antes for-
madas y más ó menos irregularmente definidas, á las
que daba la razón ilustrada del político, formas espe-
culativas y regulares." — ¿Quién tenía, dentro de la
montonera heroica, la preparación política, los estu-
dios teóricos, el conocimiento de las formas más avan-
zadas y regulares de la libertad? — No era, sin duda,
don Manuel Barreiro. — ¿Quién era, entonces, desde
que, necesariamente, tenemos que descartar á Mon-
terroso? — El sistema confederado, la tolerancia re-
ligiosa, la libertad civil, la autonomía provincial, la
separación de los tres poderes públicos fundamenta-
les, el comercio sin trabas y el odio al despotismo
militar, fueron ideas cuyo fecundo germen se encon-
traba, sin duda, en el pensamiento del que venció á
los españoles y resistió á los lusos; pero ordenar to-
das esas verdades en un cuerpo de doctrina orgánico
y armónico, que contrastara con el ideal oligárquico
y centralista de los hombres de Buenos Aires, era
labor más propia de la científica erudición de La-
rrañaga que del federalismo impuesto por la nece-
sidad á las aspiraciones provinciales de Artigas.
Es indiscutible la universalidad de la sabiduría de
Larrañaga. Ella se puso evidentemente de manifiesto
DE LA LITERATURA URUGUAYA 53
cuando al abrirse la biblioteca pública de Montevi-
deo, Larrañaga, — que la enriqueció con obras de su
propiedad, organizándola con generoso desinterés, —
pronunció un discurso, calificado con justicia de ma-
gistral, por la amplitud de los conocimientos que re-
vela y por la sobria donosura de su lenguaje.
"Una biblioteca no es otra cosa que un domicilio
ó ilustre asamblea en que se reúnen, como de asiento,
todos los más sublimes ingenios del orbe literario, ó
por mejor decir, el foco en que se reconcentran las
luces más brillantes que se han esparcido por los sa-
bios de todos los países y de todos los tiempos."
Y agregaba, explanando su idea:
"Os pondremos de manifiesto los libros más clá-
sicos que hablan de nuestros derechos: las constitu-
ciones más sabias, entre ellas la británica con su co-
mentador Blankstone; la de Norte América, con las
actas de sus congresos hasta la fecha; sus constitu-
ciones provinciales y principios de gobierno por
Paine; las de la Península, con sus diarios de Cortes;
la de la República italiana por Napoleón, y su famoso
código del pueblo francés. Nunca más que ahora de-
béis consagraros á las ciencias políticas que cuando
meditáis fijar vuestro gobierno. Los grandes sacudi-
mientos de la revolución no sólo han desplomado el
edificio político antiguo, sino que también han hecho
grietas tan profundas que, descubriendo sus cimien-
tos, podréis conocer mejor en qué consistía su debi-
lidad para repararla. ¡Qué conocimientos más pro-
fundos, qué miras tan vastas, qué previsión tan sagaz
no deben tener vuestros legisladores! El menor error
sobre vuestra Constitución sería de una trascenden-
cia muy funesta para vosotros y para la posteridad."
Después de hablar de lo árido del estudio de las
lenguas clásicas, de las lenguas que fueron, citando,
54 HISTORIA CRÍTICA
entre otros muchos representantes de la civilización
antigua, al geómetra Euclides y al físico Arquímides,
el orador decía:
"¿Quién puede nombrar estos dos últimos sabios sin
acordarse de las Matemáticas? Estas ciencias, que
dan exactitud al entendimiento, sujetan á cálculo los
astros, miden el curso complicadísimo de las aguas,
arreglan el movimiento de los cuerpos y aun de la
misma velocidad de la luz. — j Qué campo tan inmenso,
jóvenes, y qué estudios tan útiles! — Las necesidades
de vuestro país son inmensas y muchas pueden re-
mediarse con estas ciencias. Hay que abrir caminos,
elevar calzadas, construir puentes, hacer canales, po-
ner compuertas, limpiar vuestro puerto, fortificar el
recinto, traer aguas potables, levantar planos, distri-
buir la campaña, secar pantanos; pero ¿dónde voy?
Todo hay que hacerlo, porque estamos en una infan-
cia política. Este estudio traerá ventajas para nuestro
país y para las ciencias en general."
Y el orador seguía, seguro de su tema, y con los
ojos fijos en el porvenir:
"La Astronomía, por ejemplo, es un estudio que
embelesa, principalmente en el día, en que en virtud
de las tablas logarítmicas de Mendoza, ó de las grá-
ficas de Luyando, los cálculos más complicados se
resuelven sumando tres partidas, ó bien linealmente
con la punta de una alfiler en menos de cinco mi-
nutos, con tanta ó mayor exactitud de lo que se hacía
antiguamente. Este es el país, á mi juicio, de los as-
trónomos: aquí no tenéis ese cielo cubierto de nubes
cue ocultaban los astros de Kepler, ni esas enormes
montañas que, por su atracción, perturbaban el pén-
dulo de la Condamine y de Jorge Juan. Por otra
parte, las observaciones que hiciereis, en un cielo tan
despejado y con tan notable paralaxe á las de Eu-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 55
ropa, acabarán de perfeccionar la Astronomía, y los
arcos que mediréis del meridiano en unas llanuras
tan inmensas, quitarán toda duda sobre la figura de
la tierra, uno de los problemas más importantes. Por
último, os recomiendo sobremanera el estudio de la
Maquinaria, porque la América, falta de brazos, no
tiene otro medio de suplirlos por ahora; la esclavitud
es un brazo que nos hace muy poco honor; y el uso
más laudable que ha hecho de su preponderancia co-
losal la filantrópica Albión, es el empeño que ha to-
mado en la abolición general de este tráfico infame
de la especie humana."
Así, entre comentarios de castiza parla y fácil com-
prensión, el orador seguía enumerando los libros or-
denados por su solicitud y puestos por sus manos en
las estanterías del edificio, donde el negro etiópico
y el europeo de blanquísima tez podían encontrar el
pan del espíritu, los zumos que se truecan en lumbre
cerebral y quietud cardíaca. Así también, mezclando
lo práctico á lo especulativo, las realidades á los en-
sueños, el orador trataba de difundir el culto de la
ciencia y de inspirar el gusto de la lectura á un pue-
blo joven y poco experimentado, no salido aún de
los combates por la autonomía territorial y casi in-
consciente de las labores civilizadoras en que se basa
la organización de los núcleos sociales. Si se tiene en
cuenta que la biblioteca, ideada por la sed de cultura
del doctor Pérez Castellano, se inauguró por orden
y bajo el patrocinio del general Artigas, uno se pre-
gunta como ha podido tildarse de bárbara á la mon-
tonera sublime, que, al mismo tiempo que trazaba los
contornos del mapa de nuestro país con el hierro de
la lanza de sus héroes, sembraba en el espíritu de la
juventud, por la voz doctoral de sus conferenciantes,
los gérmenes de un futuro bendito, hablando de la
56 HISTORIA CRÍTICA
Utilidad de la agricultura como pudieren hacerlo Mi-
11er ó Gyllemborg, ó subiendo por los escaños de la
ciencia política como pudieran hacerlo Blankstone ó
Paine, al compás de la campestre vihuela de Hidalgo
ó de la lira clásica de Francisco Araucho.
Escuchemos de nuevo al orador:
"Mucho tenemos que hacer, dirá alguno; pero,
¿dónde están los medios? ¿dónde los ingentes cau-
dales que necesitamos para ello? ¿Dónde? En el fo-
mento del pastoreo y de la agricultura, en la libertad
del comercio, de la pesca y de la navegación, en la
acertada dirección de las rentas, etc. El Pastoreo, la
inocente ocupación de los primeros patriarcas, nos
ha dado en esta provincia un producto neto más cuan-
tioso que lo que producía últimamente el Potosí. La
Agricultura, el destino que el mismo Dios dio al
hombre en este mundo, y mientras hubiere vivientes
el más necesario, es la base más sólida de las incal-
culables riquezas del poderoso reino de la Gran Bre-
taña, en un clima agrio y en una tierra ya cansada:
¿qué no deberá producir en una región benigna y en
un suelo virgen? El Comercio, este gran puente de
comunicación entre los dos continentes del mundo,
que los une y estrecha con los más fuertes vínculos;
que hermana los hombres más distantes y los hace
cosmopolitas; que endulza las costumbres de las na-
ciones feroces, reduciéndolas á sociedad, al paso que
multiplica sus necesidades y el genio emprendedor
de los proyectos más atrevidos y temerarios. Sí, ama-
dos compatriotas, al comercio animado de ese resorte,
el más animado del corazón humano, es á quien se
debe el feliz descubrimiento del nuevo mundo, el
precioso país que habitamos: á tan miserable interés
se deben los viajes de Colón, de Américo Vespuccio,
de Gaboto y de Magallanes."
DE LA LITERATURA URUGUAYA 57
Luego vino el naufragio de la £e patriótica, en-
volviendo en sus remolinos á Larrañaga. En los al-
bores de 1819, después de dos años y medio de com-
bates crueles, tocaba á su término la resistencia que
opusieron los orientales al poder lusitano. El Cabildo
de Montevideo, obediente á las órdenes de Lecor,
minó el espíritu de algunas de las autoridades de la
campaña, logrando que abandonasen la ennoblecedora
causa de Artigas. La batalla de Tacuarembó, perdida
por Latorre el 22 de Enero del año 20 y que esterili-
zaba la victoria obtenida por nuestras armas en Santa
María el 14 de Diciembre de 1819, hizo que la obra
maléfica de los cabildantes fructificase como simiente
buena en pródigo suelo. Dámaso Larrañaga cayó en-
vuelto en la ola de los desertores, sentándose en el
célebre Congreso Cisplatino; en el Congreso que de-
claró incorporado el edén de la patria á la monarquía
de Portugal ; en aquel Congreso de memoria triste y
en el que se encontraron, unidos por el error, bajo la
presidencia de don Juan José Duran, Fructuoso Ri-
vera y Tomás García de Zúñiga, Luis Eduardo Pérez
y Alejandro Chucarro.
Muy poco antes, hacia fines de 1820, después de las
cargas mésenlas de Catalán, y de la patriótica heca-
tombe de Tacuarembó, donde dejamos ochocientos ca-
dáveres tendidos á lo largo de las orillas del río fú-
nebre, Dámaso Larrañaga, aportuguesado y conver-
tido en cura de la iglesia Matriz, fundó una escuela
lancasteriana de índole popular, para propender, como
bien dijeron los cabildantes de aquella época de apos-
tasías, "á la felicidad general y al progreso de la
moral pública." El sistema de la enseñanza mutua,
fundado por Bell en las landas de Escocia, debe su
difusión y su universalidad á Lancaster, nacido en
Londres en 1778 y muerto, seis décadas después, en
58 HISTORIA CRITICA
la populosa y riquísima ciudad de Nueva York. En
ese método de enseñanza, los alumnos más adelanta-
dos se convierten en monitores de sus condiscípulos.
á quienes instruyen en las reglas del cálculo y en los
rudimentos de la escritura ortográfica, manteniéndose
la disciplina y la aplicación por un severo régimen
de recompensas y de castigos. El primer director de
la escuela lancasteriana de 1820, fué don José Cátala,
venido para ese objeto de Buenos Aires, y uno de
los primeros ayudantes que tuvo aquel colegio fué
el sacerdote Lázaro Gadea, patriota abnegadísimo y
de no pocas luces, destinado á sentarse en el cónclave
constituyente de la Florida.
En 1832, al separarse Montevideo de la diócesis de
Buenos Aires, Larrañaga llegó á vicario apostólico
de la República, después de haber sido electo, en dos
ocasiones, para defender nuestros autonómicos ideales
en la asamblea de las provincias del Río de la Plata.
Fué también uno de los iniciadores de nuestro pri-
mer asilo de expósitos, propendiendo además á la di-
fusión de la arboricultura en nuestras planicies y tra-
tando de inspirar á nuestros campesinos el amor á
la cría del gusano de seda, del que esperaba pingües
beneficios y hábitos de trabajo con el correr del
tiempo.
Larrañaga era diestro en el manejo de los idiomas
de origen indígena, como el tupí y el quichua; pero
había nacido, más que para otra cosa, para el estudio
de la naturaleza, por lo prolijo de su observación y
por lo paciente de su perseverancia. Encontró los
vestigios y determinó la estructura del megaterio ó
armadillo fósil. Conoció como pocos las obras de
Linneo, el hábil clasificador de las plantas según la
índole de sus estambres y de sus pistilos, del mismo
modo que conoció como pocos las obras de Cuvier,
DE LA LITERATURA URUGUAYA S9
el sabio consejero del vencedor de Rivoli y de Jena.
Se relacionó, cautivándoles con lo extremo de su cul-
tura, con todos los naturalistas que visitaron á Mon-
tevideo desde 1806 hasta 1827, mereciendo justicieros
elogios de Aimé Bonpland y de Augusto de Saint-
Hilaire. El primero declara que los trabajos de nues-
tro compatriota eran acreedores á la atenta conside-
ración del mundo científico, y el segundo nos dice
que ninguno de los americanos de aquella edad tenía
tantas aptitudes para el cultivo de las ciencias como
nuestro Dámaso Antonio Larrañaga.
Este escribió, desde 1808 hasta 1813, un Diario de
historia natural, dibujando y pintando por sí mismo
los minerales y las especies zoológicas que descubría,
sobresaliendo aquellos dibujos por lo grande de su
corrección y por la verdad de su colorido. Como to-
dos los que la cerebrología moderna llama degene-
rados superiores, enorgullecíase nuestro docto dando
muestras de erudición y de retoricismo. Placíale pre-
sentar sus ideas envueltas en un vestido de imágenes,
sino muy brilladoras, casi siempre precisas y pulcras.
Según sus doctrinas, la forma terrestre se va modifi-
cando, no por los grandes cataclismos de que habla
Cuvier, sino por la acción constante y paulatina de
los agentes atmosféricos y de las aguas. Esa es tam-
bién la opinión de Reclus. Así un lento movimiento
geológico es la causa creadora y el motivo único de
los depósitos de conchas que se advierten sobre las
márgenes del Paraná y del Río de la Plata. Y Larra-
ñaga exponía, erudita y retóricamente, el triunfo del
fango y de la arena sobre el Océano.
"La lengua de tierra sobre que Alejandro edificó
su gran ciudad no existía en tiempo de Homero; el
Nilo ha reducido el cabo Mercotis á casi nada; Ro-
seta y Damieta, que ahora menos de mil años estaban
6o HISTORIA CRÍTICA
sobre el mar, distan hoy dos leguas de éste; el Rhin,
el Pó y el Arno, en pocas centurias, han depositado
en sus bocas tantas materias aluviales que forman lar-
gos promontorios; Venecia no puede, á pesar de sus
muchos esfuerzos, conservar los lagos que la separan
del Continente; Adria, que daba nombre al Adriático
y que ahora veinte siglos era su único puerto, dista
en el día seis leguas del mar. Según el cálculo de
M. de Prony, del instituto de Francia, el Pó avanza
anualmente 229 pies, 7 pulgadas y 9 décimos. ¿El Río
de la Plata conserva acaso el mismo fondo que antes?
¿No se ha cegado ya una boca del Riachuelo? ¿El
puerto de Montevideo no ha disminuido el fondo y
está lleno de lodo? ¿Hay acaso puerto alguno que
no pida limpiarse de tiempo en tiempo? ¿Cuánto más
abrigados son los puertos no son mayores las depo-
siciones fluviales? ¿Qué labrador, por rústico que
sea, no ha observado que el arroyuelo que divide su
terreno le ha robado algo de él para darlo á su ve-
cino, y que por otro lado le sucede todo lo contrario?
Confesemos que el Océano, por grande que sea, es un
cobarde, que el menor grano le detiene, y que el
triunfo en estos grandes choques está por los ríos,
que tienen á su disposición arsenales copiosos de esta
arena, al parecer tan despreciable."
Justo es decir que en la época en que nuestro sabio
observaba y escribía, gozándose en hacer preguntas
como los oradores de la antigüedad clásica, las cien-
cias físicas y naturales se iban desenvolviendo de
un modo prodigioso. El movimiento intelectual fué
enorme durante toda la primera mitad de la centu-
ria decimonona. Mientras la química conquistaba el
ozono y el ácido fénico, Lyell aplicaba la teoría de
la evolución á las agitaciones geológicas, se descom-
ponían las estrellas dobles en los espejos de seis pies
DE LA LITERATURA URUGUAYA 6i
de Ross, y los cálculos astronómicos encontraban su
código definitivo en las tablas de Leverrier. Mien-
tras la ciencia fisiológica alemana se prepara al ad-
venimiento de Moleschott, y el ruso Hertzen hace
depender la actividad mental de las variaciones de
la temperatura nerviosa, llaman la atención de los na-
turalistas los trabajos innovadores de Buchland y
Murchison. Mientras Caselli aplica la electricidad al
telégrafo, mientras Brewster descubre la polarización
de la luz, mientras Konig encuentra el esteroscopio,
mientras Perrens destila el agua oceánica, la indus-
tria se agranda con los hornos perpetuos de Hoffman
y con el mecanism.o circular de Erisson. Algo de
aquel movimiento, apenas naciente, llegaba, por las
cartas de los doctos que había conocido, á nuestro
compatriota, estimulando su insaciable deseo de sa-
ber y empeñándole más en sus nobles tareas. Da-
dos sus afanes y sus aptitudes, ¿cómo no había de
amar á nuestra naturaleza fuerte y generosa, que
le brindaba el tesoro exquisito de su virginidad
científica? Encontraba tipos no observados y es-
pecies ignoradas en este mundo nuestro, sobre cu-
yas palmas, de abanico columpiador, se dicen los
zorzales su deseo estival, y en cuyos jazmineros, de
perfume sutil, sestean los churrinches de plumaje
rojo y zumban las avispas del camoatí montes.
Sus hábitos de observación y su idolátrico culto
por nuestra naturaleza se echan de ver, más que en
ninguna de sus otras obras, en su Diario desde Mon-
tevideo al pueblo de Paysandú. Larrañaga cruzó este
trayecto, en aquella época muy inculto y poco po-
blado, desempeñando una comisión de nuestros cabil-
dantes para el entonces temido y glorioso general
Artigas. Corría el mes de Mayo de 1815 cuando el
viajero salió de la casa capitular, en un buen coche
62 HISTORIA CRÍTICA
tirado por dos muías y un cinchero á caballo. Aquel
tiempo era el tiempo de la tiránica dominación de
Otorgues, en que la soldadesca desenfrenada se en-
tregaba á todo género de rapiñas y de hechos bru-
tales, envidiosa de la siniestra fama y los instintos
viles de Blasito y de Gay; pero era también el tiempo
en que Corrientes y Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos
oponían la política federal de nuestro blandengue á
la política absorbedora de los directorios de Buenos
Aires.
En el Diario de Larrañaga se encuentran señaladas
por vez primera las especies botánicas conocidas con
el nombre vulgar de macachín. "Llegamos á las cinco
y cuarto al arroyo del Colorado, cuyas barrancas son
de tosca colorada que parece ser arcilla endurecida,
ferruginosa, y según un ligero examen que hice tiene
granos de selenita. Estas toscas le dan el nombre á
este arroyo, que lleva muy poca agua y el paso es de
arena. Hasta aquí el camino deja cardales, á la de-
recha principalmente. Estas plantas cubren grandes
porciones de estos campos, son originarias de Eu-
ropa, que provienen de los alcauciles, que por falta
de cultivo se hacen silvestres y se erizan de largas
espinas. La falta de árboles en estas inmediaciones
hace que se recurra á ellas para el fuego; los hornos
de ladrillos hacen mucho uso de esa planta. Algunas
otras plantas apreciables encontramos que vestían y
hermoseaban el campo, no obstante que ya apuraban
los fríos; entre ellas la exálide ó macachines, cuyas
raíces producen una batatilla muy tierna y de un
gusto exquisito; pero á más de este beneficio creo
que se pueden sacar otras ventajas de las túnicas de
que se componen y que son de un vellón muy fino,
como si fuera seda, que, cuando no den un hilo muy
fuerte y consistente, podría servir para pasta de som-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 63
breros. No he visto hasta ahora que se haga otro uso
que aplicarlas para hacer yesca, metiéndolas en lejía
ó en agua nitrada."
Así en estilo nunca retórico, pero siempre amable
y natural, sigue relatando sus interesantísimas im-
presiones, que tan pronto versan sobre costumbres,
como sobre política ó sobre botánica. Como había le-
vantado á su país y á la naturaleza un pedestal sa-
grado y misterioso en su corazón, todo lo nativo le
atrae y le admira, desde el ñapindá, con sus espinas
en forma de uña, hasta la calandria, que canta sus
canciones de amor cuando el estío entreabre los ca-
pullos celestes de la anagálide roja. Aquel hombre
que, nacido en nuestros días, hubiera hablado de agri-
cultura como Vailant y de fisiología comparada como
Ricardo Vesta, lo anota todo y todo lo apunta, desde
la destreza con que nuestros paisanos cruzan los ríos,
hasta la destreza con que nuestros paisanos se sirven
de las aprisionantes boleadoras, y desde el telar que
emplean las campesinas para hacer pellones azules,
que exigen quince días de dura labor y que se ven-
den por menos de una onza, hasta el nombre del pa-
raguayo que le dice que la corteza del laurel es la
más útil de las cortezas, y que las pieles, para tomar
buen tinte, deben ser teñidas antes de engrasadas.
Llega á Mercedes y nos la describe de una pincelada,
con sus edificios de ladrillo, con sus huertas de gra-
nados y naranjales, con su iglesia de techo de caba-
llete, que no tiene pórtico ni tiene atrio, que no per-
tenece á ningún género de arquitectura y en cuyo
altar mayor, compuesto de piezas de varios retablos,
sonríe una virgen que, como obra artística, en nada
cede á la Dolorosa de Canelones.
El Diario dice, al ocuparse del general Artigas, con
quien se encuentran los comisionados en Paysandú:
64 HISTORIA CRÍTICA
"Nuestro alojamiento fué en la habitación del Ge-
neral. Esta se componía de dos piezas de azotea, una
de cuatro varas y otra de seis, con otro rancho con-
tiguo que servía de cocina. Sus muebles se reducían
á una petaca de cuero y unos catres sin colchón, que
servían de camas y sofás al mismo tiempo. En cada
una de las piezas había una mesa ordinaria, como las
que se estilan en el campo, una para escribir y otra
para comer. Me parece que había, también, un banco
y tres sillas muy pobres. Todo daba indicio de un
verdadero espartanismo. El General estaba ausente, y
se había ido á comer á bordo de un falucho en que
se hallaban los Diputados de Buenos Aires. Este bu-
que, con una goleta, eran los que habían saludado el
día antes al General con el mismo motivo, y cuyos
cañonazos oímos en el camino. Fuimos recibidos por
don Miguel Manuel Francisco Barreiro, joven de 29
años, pariente y secretario del General, y que ha par-
ticipado de todos sus trabajos y privaciones: es me-
nudo y débil de complexión, tiene un talento extraor-
dinario, es afluente en su conversación, y su sem-
blante es cogitabundo, carácter que no desmienten
sus escritos en las largas contestaciones, principal-
mente con el gobierno de Buenos Aires, como es
bien notorio."
El Diario agrega:
"A las cuatro de la tarde llegó el general, el señor
don José Artigas, acompañado de un ayudante y una
pequeña escolta. Nos recibió sin la menor etiqueta.
En nada parecía un general: su traje era de paisano
y muy sencillo: pantalón y chaqueta azul sin vivos,
ni vueltas, zapato y media blanca de algodón; som-
brero redondo con gorro blanco y un capote de ba-
yetón eran todas sus galas, y aun todo esto pobre y
DE LA LITERATURA URUGUAYA 65
viejo. Es hombre de una estatura regular y robusto,
de color bastante blanco, de muy buenas facciones,
con nariz algo aguileña, pelo negro y con pocas ca-
nas: aparenta tener unos cuarenta y ocho años. Su
conversación tiene atractivo, habla quedo y pausado;
no es fácil sorprenderlo con largos razonamientos,
pues reduce la dificultad á pocas palabras, y lleno
de mucha experiencia tiene una previsión y un tino
extraordinario. Conoce mucho el corazón humano,
principalmente el de nuestros paisanos, y así no hay
quien le iguale en el arte de manejarlos Todos le
rodean y todos le siguen con amor, no obstante que
viven desnudos y llenos de miserias á su lado, no por
falta de recursos, sino por no oprimir á los pueblos
con contribuciones, prefiriendo dejar el mando al ver
que no se cumplían sus disposiciones en esta parte
y que ha sido uno de los principales motivos de nues-
tra misión."
Y El Diario concluye:
"Nuestras sesiones duraron hasta la hora de la cena.
Esta fué correspondiente al tren y boato de nuestro
General: un poco de asado de vaca, caldo, un guiso
de carne, pan ordinario y vino servido en una taza
por falta de vasos de vidrio : cuatro cucharas de hie-
rro estañado, sin tenedores ni cuchillos, sino los que
cada uno traía, dos ó tres platos de loza, una fuente
de peltre cuyos bordes estaban despegados, por asiento
tres sillas y la petaca, quedando los demás en pie.
Véase aquí en lo que consistió el servicio de nuestra
mesa, cubierta de unos manteles de algodón de Mi-
siones, pero sin servilletas, y aún, según supe mu-
cho después, esto era prestado. Acabada la cena nos
fuimos á dormir, y me cede el General no sólo su ca-
tre de cuero, sino también su cuarto, y se retiró á
un rancho. No oyó mis excusas, desatendiendo mi
5. - r.
66 HISTORIA CRITICA
resistencia, y no hubo forma de hacerlo ceder en este
punto. Yo, como no estaba aún bien acostumbrado al
espartanismo, no obstante el que ya nos habíamos
ensayado un poco en el viaje, me hice tender mi col-
chón y descansamos bastante bien."
No comentaremos lo que antecede. El estilo suelto,
grácil, incorrecto á veces y sin avalorios de cristal
de la descripción que acabamos de transcribir, prueba
que el primero de nuestros sabios trató de ser veraz
y sencillo al ocuparse del más glorioso de nuestros
héroes. Culpa fué de lo duro de su tiempo si el docto
ilustrísimo no permaneció firme en sus ideas, aleján-
dose de los revuelos de águila de la tricolor, para
aceptar el tutelaje espúreo del poder lusitano. Cuando
don Dámaso Larrañaga entregó á Lecor el oficio en
que se le ofrecía la entrega de la ciudad de Montevi-
deo, Lecor avanzaba ya sobre Montevideo, á la que
Artigas no podía prestar el menor auxilio y á la que
Pueyrredón negaba toda índole de socorro. Don Je-
rónimo Pío Bianqui, aprovechándose de la tristeza
de los espíritus y del desánimo que esparcían las di-
ficultades de la situación, arrastró á la minoría ca-
pitular, que puso las llaves de la plaza en las manes
del luso ensoberbecido, á pesar de la airada pro-
testa de las turbas indígenas, que no miraban á los
aportuguesados con ojos benévolos. El destino no es-
taba con nosotros en aquellos instantes. ¡Los clarines
de Artigas lloraban aún el desastre del Arapey, y aún
los clarines de Latorre lloraban la sangrienta derrota
de Catalán !
Tocó á nuestro sabio vivir y morir en épocas crue-
les y desesperanzadas, cuando la nacionalidad balbu-
ceaba los himnos de la cuna, y cuando la nacionali-
dad tanteaba el derrotero de su organización defini-
tiva. Muchos años antes de cerrar para siempre los
DE LA LITERATURA URUGUAYA 67
ojos, el USO excesivo del microscopio arrojóle en la
noche de la ceguera, desde cuyas negruras sintió des-
plomarse el techo de la sala donde estaban deposita-
das sus colecciones, quedando dispersos y desorde-
nados sus manuscritos cuando la muerte le besó en
el corazón el 16 de Febrero de 1848.
Don Andrés Lamas, que con patriótica solicitud
trató de reunir y publicar los valiosos trabajos de
aquel cerebro vigorosísimo, nos dice hablando de La-
rrañaga: "Observando, meditando, razonando, ha pe-
netrado las obscuridades y vencido todas las dificulta-
des que lo rodeaban, y falto de maestros, de libros, de
métodos é instrumentos científicos, que ahora nos son
familiares, nos ha dejado materiales preciosos en todo
tiempo, y llegado á intuiciones y conclusiones que la
ciencia moderna no puede desdeñar."
Además del diario de su viaje desde Montevideo
hasta Paysandú y además de su interesante estudio
sobre la formación geológica de los terrenos del Río
de la Plata, nos quedan de Larrañaga una descrip-
ción física y sociológica de los indios Minuanes y
un relato de su viaje desde Montevideo á Río Ja-
neiro en 1817. Estas labores, unidas á otros escritos
de menor cuantía, explican la fama de erudito y de
literato que alcanzó en su tiempo y en su país, in-
capaces aún de valorar la excelsitud científica de
aquel que era un sabio y que era casi un santo, según
la frase gráfica y justiciera de Carlos María Ramí-
rez. ¡ Que su espíritu flote perpetuamente sobre la
patria, en cuya aptitud para la independencia no siem-
pre creyó, impregnándose en el perfume de las flo-
res de nuestros yerbales y meciéndose en las ondas
de la música de los nidos de nuestras arboledas! ¡Que
su espíritu flote perpetuamente sobre la patria, unido
á los espíritus de los montoneros con que vivió en
68 HISTORIA CRITICA
contacto, dejando caer sobre nuestra tierra, que fué
su amor único, el óleo sacratísimo de su talento y de
sus virtudes, de su abnegación proba y su fe en el
trabajo !
IV
Casi al mismo tiempo que nacía nuestra musa po-
pular con Hidalgo, el clasicismo rítmico sentaba sus
reales en nuestro suelo, como manifestación de una
cultura más alta que la cultura del pueblo bajo de es-
tos países y como un nuevo lazo entre estas regiones
y el rudo tutelaje de su valiente descubridora. Claro
es que poco podíamos pedirle al clasicismo, porque
muy poco daba el árbol decrépito del clasicismo es-
pañol en los últimos años de la centuria décimaoc-
tava, en que predomina sin oposiciones el gusto fran-
cés, gusto que se inicia con la publicación de la Efi-
genia de Cañizares. Desde el reinado de Carlos II
hasta el reinado de Carlos III, como dice Fitzmaurice
Kelly, las letras y las artes perecieron de hecho en
la península, debido al predominio alcanzado por la
literatura transpirenaica, hallándose plagadas de ga-
licismos todos los estilos, desde el enfático estilo del
docto Feijóo hasta el prosaico estilo de las fábulas
sin avalorios de Samaniego. — Aun bajo el reinado de
Carlos III, fecundo por muchos conceptos, la historia
literaria española, según Revilla, "tiene poco de glo-
riosa y nada de envidiable, por la falta de elevación
y espontaneidad que se observa en las producciones
de este período, la estrechez de criterio á que en él
se subordina la crítica, el exagerado espíritu de imi-
tación que en todos los géneros impera y la escasa
valía de los ingenios de entonces." Bajo Carlos III.
el gusto clásico francés quedó entronizado en las le-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 69
tras españolas, á pesar de los esfuerzos que hicieron
para detenerle los que se agrupaban en torno del trá-
gico Vicente García de la Huerta. Como el mal gusto
de los que sostenían la antigua tradición poética pe-
ninsular en nada cedía al mal gusto de los sostene-
dores de la técnica francesa y del ideal calológico
galo, pronto- los partidarios de la escuela transpire-
naica desbarataron la resistencia de los tradiciona-
listas, gracias al ingenio flexible de José Cadalso y
á la elevación lírica de Nicolás Fernández de Mora-
tín. Entre los tradicionalistas y los reformadores me-
dió con éxito la celebrada escuela salmantina, cuyo
triunfo debióse en gran parte á Meléndez Valdés,
poeta grácil y delicado que sobresale en las églogas
y en las anacreónticas, cuyas huellas siguieron el epi-
gramático numen de Iglesias y la viril inspiración
de la brillante musa de Alvarez Cienfuegos.
Sin embargo, á pesar de estos refucilos esplendo-
rosos, la lírica y la dramática españolas, durante
el siglo decimoctavo, tienen escaso mérito, siendo
aquella época una época de esterilidad para la lite-
ratura de la península, gracias á lo constante de la
"fluctuación" entre lo nacional y lo importado, entre
lo que se sacaba del odre propio y lo que se extraía
del odre extranjero. Y no era lo mejor de la produc-
ción de aquel período de decadencia lo que lle-
gaba, cruzando los mares, á las colonias mal atendi-
das, almacenándose en las bibliotecas de los conventos
y de los institutos sudamericanos, siendo la moda
imperante en aquellos días y el deseo naturalísimo
de novedad, causas de que el Pelayo de Jovellanos
y la Zoraida de Cienfuegos fueran preferidos á La
niña de Gómez Arias de Calderón y á La firmeza en
la hermosura de Tirso de Molina, como se preferían
las odas defectuosísimas de Meléndez, á las horacia-
70 HISTORIA CRITICA
ñas canciones de Francisco de Rioja, y el Méjico con-
quistado de Juan Escoiquiz á La victoria de Ronces-
valles de Bernardo de Valbuena.
El clero de la colonia, que constituía la parte ilus-
trada de la población continental, era el más apro-
piado para el cultivo de la literatura sujeta á moldes,
por ser el que recogía con mayor ahinco lo que sem-
braban las universidades de Chuquisaca y Córdoba.
El eco de la lucha de las escuelas literarias penin-
sulares, que no llegó hasta la multitud, llegaba hasta
las celdas de los conventos, en los que el clasicismo,
con sus tendencias galas, pronto tuvo cultores y pa-
negiristas. Durante el coloniado, como en los prime-
ros siglos de nuestra era, el arte y el saber se refu-
giaron en los claustros y en las catedrales, huyendo
del ruido de las contiendas originadas por la sed de
conquista de las coronas de origen divino, y no ha-
llándose bien entre las muchedumbres hurañas y me-
lancólicas, perdidas en las planicies mudas y solita-
rias, en que aun no se hundían los hierros del arado
y en las que aun vagaba la nubécula de humo de los
toldos de las tribus indígenas. Fué á raíz de las in-
vasiones inglesas, fué en el año de 1807, que la musa
escondida en las celdas, bajó á la calle, con la repre-
sentación de un drama en verso del padre Juan Fran-
cisco Martínez, que figuró como capellán en las filas
de los que vencieron á los expedicionarios de Berres-
ford. Aquel drama en dos actos, que llevaba por tí-
tulo La lealtad más acendrada, fué el primero de los
productos de nuestra musa, poniendo claramente de
manifiesto la tendencia clásica y el gusto ineduca-
dísimo de su autor. La acción, que la música acom-
paña y comenta de trecho en trecho, se desarrolla en
una selva cercana á nuestro estuario, donde una ninfa,
DE LA LITERATURA URUGUAYA 71
que representa á Montevideo, se queda dormida des-
pués de haber manifestado al público sus temores de
que se apodere de Buenos Aires la escuadra inglesa
que comanda Popham. Otra ninfa, que es Buenos Ai-
res, despierta á la primera, enterneciéndola con el
relato de sus marchitas glorias y sus duelos recien-
tes. Refiérele luego la conquista de Buenos Aires,
para pedirle al fin ayuda y protección, lo que hace
que la ninfa montevideana caiga en un desmayo que
dura poco, y del que sale con el propósito decidido
de arrebatar su presa á los buques británicos. Lo que
de España fué volverá á ser de España. La ninfa,
después de convocar y enardecer al pueblo, ordena
de general en jefe á Liniers, que parte para la guerra
entre ruido de clarines y de atambores. El primer
acto concluye con un monólogo de la ninfa que re-
presenta á Montevideo:
"¡ Deidades sacras, amparo
De vuestro solio supremo,
Enviad á estos campeones
E infundidles vuestro aliento!
Marte amado, padre mío.
Mirad que son hijos vuestros
Esos soldados, que hoy
Marchan contra los isleños.
Sol, luna, aurora, planetas,
Estrellas del firmamento,
Para guiar á mis hijos
Aumentad los lucimientos;
Y vosotras, avecillas
De esta selva, vuestros ecos
Diviertan en algún modo
La congoja con que quedo."
72 HISTORIA CRITICA
En el acto segundo, Montevideo, falta de nuevas
de los reconquistadores, se aflige y llora, cuando de
pronto aparece, entre rayos y truenos, el dios Nep-
tuno, que ha tomado á su cargo la defensa de los sol-
dados de Berresford. — El dios de los mares ame-
naza iracundo á la ninfa nuestra, que se asusta y
sobrecoge; pero Marte, el invencible Marte, riñe for-
midable batalla con la deidad de las olas, abando-
nando los dos olímpicos la escena asiéndose de las
gargantas y los cabellos, en vista de lo cual, y ya
más serena, nuestra ninfa se adormece otra vez, siendo
despertada, como en el primer acto, por la ninfa de
Buenos Aires, que le anuncia la derrota de los in-
gleses, el triunfo de Marte sobre el dios del Océano.
Cuando nuestra ninfa vuelve á quedarse sola, salen
las autoridades y el pueblo, que acaban de recibir el
parte en que Liniers cuenta la desventura de Berres-
ford. Después que un oficial hace una larguísima des-
cripción de la batalla, sobreviene una tempestad y
Neptuno, arrastrado por Marte, aparece en escena,
donde el dios de las lides le maltrata y le insulta
como no cuenten dueñas, apoyándole la flamígera
lanza sobre el pecho vencido, y diciendo á los recon-
quistadores de Buenos Aires:
"j Hijos de Marte, gloriosos
De serlo habéis dado pruebas,
Haciendo flamear laureadas
Las españolas banderas!
Pues decid, triunfantes héroes,
De tanta alegría en muestras:
¡ Vivan las dos más ilustres
Ciudades de nuestra América!"
Si el drama es clásico por lo mitológico de sus
afeites y por la unidad de la acción, unida á la uni-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 73
dad de lugar, el drama es de buena cepa española
por la variedad de metros en que está escrito, va-
riedad que comprende desde el romance eptasílabo
hasta la octava real y desde la octava real hasta la
silba de andaluza progenie riojana. En él hallan ca-
bida y elogio desde el donativo de cincuenta mil pe-
sos, que hizo el gremio de hacendados á los recon-
quistadores, hasta la patriótica decisión de Liniers,
todo ello entre los periódicos síncopes de nuestra
ninfa, y la risible brutalidad del victorioso Marte,
correspondiendo lo desmañado de la obra al gusto
de la época en que fué representada y marcando su
híbrico clasicismo el primer paso dado por el numen
de la colonia en el entonces obscuro camino de la
literatura continental. Francisco Bauza dice, no sin
razón, que algunas de las escenas de este drama tie-
nen movimiento y vida, agregando que su autor de-
muestra "disposiciones que de haber sido cultivadas
en un centro más vasto que su pobre ciudad de en-
tonces," hubieran convertido en un buen dramaturgo
á nuestro Juan Francisco Martínez.
El sendero trazado por éste, pronto fué seguido
por otros ingenios, siendo clásica también la musa
de los dos Arauchos, ambos patriotas y revoluciona-
rios, pues si el primero, llamado don Francisco,
canta y comparte el heroico empeño de los monto-
neros que seguían al blandengue de la leyenda, el
segundo, hermano del primero y llamado Manuel,
canta y toma parte en la lucha por la independencia
de nuestro suelo. Francisco Araucho, que fué tem-
porariamente secretario de Artigas, ocupando la mis-
ma plaza junto á Otorgues, con cuyos bandalismos
no simpatizó, era menos poeta que latinista, valiendo
muy poco lo muy contado que de su desacorde nu-
men nos queda, no pudiendo decirse lo mismo de
74 HISTORIA CRÍTICA
Manuel Araucho, que excede á su hermano en ins-
piración y en vigor poético. Manuel de Araucho, que
tomó parte en las bregas gloriosas del año 25, lle-
gando á ser teniente coronel de la caballería de nues-
tro ejército, reunió sus composiciones, dos lustros
más tarde, en un volumen de 188 páginas, que se ti-
tulo Un paso en el Pindó. Las composiciones que
publicó están divididas en canciones, odas, elegías,
poesías escénicas, cartas amatorias, letrillas, sátiras,
epigramas y poesías varias, pudiendo afirmarse, con-
tra lo que sostiene Francisco Bauza, que no son sus
letrillas lo mejor de su numen ni la prueba más clara
de su talento. La obra de Araucho está dedicada á
don Manuel Oribe, presidente de la República en el
año en que aquélla fué publicada, abriéndose el libro
con tres octavas acrósticas, tan malas como todos los
acrósticos que contiene nuestro parnaso, á las que
siguen algunas canciones, entre las que citaremos,
más por el asunto que por el numen y por el estilo,
la dedicada A la Constitución y la dirigida A la cam-
paña de Misiones. Las odas valen más, por ser más
sostenido su vuelo poético y por ser más límpido su
lenguaje. La primera, la más elevada, es una com-
binación de eptasílabos y endecasílabos, no siempre
irreprochables, pero siempre sonoros y emocionados.
"¡Oh sol de Ituzaingó! Tu lumbre de oro
Brillando esplendorosa
Sobre los campos del precioso Oriente,
Conduce presurosa
Donde la seña del clarín sonoro
Llama á la lid, la hueste combatiente.
Muy breve tiempo queda:
Y en cuanto el fuego del fusil preceda
Empezará el horror, y trasvenarse
DE LA LITERATURA URUGUAYA 75
La sangre se verá. Así en el Plata
La corriente arrebata
Consigo cuanto encuentra, sin que pueda
Con el poder del hombre restañarse
Hasta que el mismo suyo la combata.
"Ya levanta la muerte
La mano destructora que amenaza
La ilustre vida del heroico y fuerte.
Y empuñando la clava con que arrasa
En un momento ejércitos enteros
La revuelve: mil vidas
Van á no ser de intrépidos guerreros,
Y entre la furia y el horror perdidas.
"¡Se concluyó el amago.
Revienta el trueno del cañón y el rayo,
Que al combatiente lustra la coraza,
Disemina el estrago,
Y en su carrera cuanto encuentra abrasa;
A uno lleva la muerte, á otro el desmayo,
Y aunque á miles las vidas amenaza.
No se sacian de muertes los campeones.
Que á cada golpe de homicida lanza
Dirigido á contrarios corazones,
Vuelven á repetir: ¡sangre! ¡venganza!"
En el mismo tono continúa nuestro poeta reseñando
el homérico brío de los héroes gallardos,
"Que al Ecuador ardiente
Llevaron libertad y que triunfantes
Hoy la colocan en el bello Oriente."
A este cuadro de tintes sanguinosos opone núes-
76 HISTORIA CRÍTICA
tro clásico el cuadro apacible, de cultura y de ale-
gría, que debió seguir á la victoria de nuestras armas:
"En la campaña amena
Surca el arado; y en la paz dichosa
Las naves que el divino río argenta
Conducen á la arena
De los puertos de Oriente la industriosa
Riqueza, que los pueblos hoy fomenta.
Las artes y las ciencias
Fecundan la lumbrera
Con que en la senda del saber camina
El hombre pensador; y la experiencia
Muestra la perspectiva lisonjera
Que á la pingüe fortuna determina.
"¡Ciudadanos! Guerreros inmortales!
¡Fuertes columnas de la Patria amada!
Escribid de la historia en los anales
Nuestra Carta sagrada.
Los más preciados bienes.
Los más bellos laureles
Que en el Orbe produzca la natura
En todas las edades,
No basten á las sienes
De los que, al voto de su pecho fieles,
Al Estado Oriental constituyeron."
Y el poeta concluye su patriótica oda con estas
palabras:
"Perezca el despotismo;
Y antes que el cetro del tirano fiero
Otra vez las cervices nos oprima,
Descendamos gustosos al abismo;
Y sobre las cenizas del guerrero
DE LA LITERATURA URUGUAYA 77
El mismo Cielo nuestra muerte gima,
Quedando escrito allá en el firmamento,
Con caracteres de amargura y pena,
Que el valiente Oriental muere contento
Entre la ruina de su Patria, al cabo,
Antes que soportar esa cadena
Que arrastra en llanto el miserable esclavo."
La oda, el himno ó cántico de los antiguos, abraza
todos los asuntos que pueden dar origen al deleite
estético, desde el asunto más sublime hasta el asunto
más familiar. Caben en la oda, como dice Marmontel,
no sólo todas las emociones que elevan y depuran
el alma, sino también todos los sentimientos que vo-
luptuosamente la seducen y atraen, puesto que la
oda nos puede ser inspirada por el culto idolátrico
de la naturaleza, por la admiración hacia los gran-
des hechos que eterniza la historia, por los transpor-
tes del amor burlado ó correspondido, y por alguna
idea filosófica que siembra en lo profundo de nues-
tro corazón aquella dulce melancolía de que nos ha-
bla la musa de Milton.
La brillantez apolicromada de las imágenes es pro-
pia de las odas, porque el poeta, apasionadísimo del
asunto que ocasiona su cántico, siente inflamada su
fantasía más y mejor que en la mayor parte de las
otras composiciones poéticas, siendo tan rico y pom-
poso en su lenguaje como es desordenado y ardiente
en sus afectos, lo que explica la desigualdad que
se observa en el estilo de las odas más aplaudidas,
porque, de trecho en trecho, aunque el fuego de los
afectos no disminuye, la brillantez de los tropos se
turba y obscurece, á causa del cansancio que lo rá-
pido del cóndoreo vuelo del numen produce en la
imaginación.
78 HISTORIA CRITICA
La oda que, según Horacio, estaba destinada á
cantar
Et pugilem victorem, et equum certamine primum,
Et juvenum curas, et libera vina,
ha sido dividida por los retóricos en sagrada, he-
roica, moral y anacreóntica, recibiendo el segundo de
estos nombres la que consagra y perpetúa la gloria
de los benefactores de la humanidad y el brío de
los que se sacrifican en aras de la patria. Es en la
oda heroica y en la sagrada, más que en las otras espe-
cies de la misma, donde "se despliega toda la eleva-
ción y riqueza del género lírico, tanto con respecto
á los sentimientos y á las imágenes como á los re-
cursos prosódicos de cada lengua," según nos dice
Milá y Fontanals en sus útiles y magistrales Princi-
pios de Literatura. Píndaro, á quien en vano Horacio
pretendió imitar, es el modelo clásico de la oda he-
roica, del cántico noble de los griegos, siendo los
mejores cultores castellanos de la oda pindárica, an-
tes del siglo decimonono, Fernando de Herrera, Me-
léndez y Cienfuegos.
Si las odas de Meléndez, como dice Revilla, son
prosaicas y defectuosas por lo general, á pesar de ser
consideradas como modelos de esta especie antiquí-
sima de poemas líricos, ¡ calcúlese si merecen ate-
nuación las imperfecciones y los desmayos de los
himnos pindáricos de nuestro Araucho! Ya hemos
manifestado que la impetuosidad de los giros y el
encumbramiento de las imágenes de la oda, fatigan
al numen, obligándole á detenerse y á descansar,
como descansan las aves emigradoras, á pesar de lo
fuerte de sus alas y de lo rápido de su vuelo, durante
su viaje en busca de los bosques cuyas ramas calienta
DE LA LITERATURA URUGUAYA 79
la luz del estío. Por otra parte, sería injusto pedirles
todos los cuidadosos retoques que requiere la forma
perfecta á unos ingenios que, además de luchar con
la falta de estímulos con que el arte tropieza en los
lustros genésicos de las patrias, iban internándose
heroicamente en las tierras de promisión del por-
venir, llevando en una mano la lira de sus cantos y
en la otra la espada libertadora, siendo natural que
la lluvia y el viento, que tostaban las frentes y des-
colorían las banderas, desacordasen las rústicas har-
pas de nuestros gallardísimos trovadores.
No hicieron poco perpetuando las hazañas de nues-
tros padres y poniendo el invicto laurel de sus es-
trofas sobre el sepulcro de las muchedumbres sacri-
ficadas por la conquista de nuestra independencia.
Ellos sabían que su poético sacerdocio debía concre-
tarse á estimular la generosa pasión del patriotismo,
santificando todos los martirios y todas las glorias
de la montonera indomable y ceñuda. Virgilio dice,
enseñando á la musa los grandes deberes que la vida
le impone, que se consagre á aquellos
Hic manus ob patriam pugnando vulnera passi.
Más que las odas publicadas en Un paso en el
Pindó, vale el primero de los monólogos que, bajo
el nombre de poemas escénicos, el libro contiene.
Es mucho el arte con que está elaborado el romance
endecasílabo de ese monólogo, cuyo argumento se
funda en una alucinación parecida á las alucinaciones
que sirven de base á algunos de los mejores dramas
de Shakespeare. Ese monólogo, por la intensidad de
sus frases y por la ardentía de sus afectos, cautiva
el espíritu y se impone á la crítica. Osear, arrebatado
por la ciega pasión de los celos, asesinó á Dermidio.
8o HISTORIA CRÍTICA
Filian, hijo de éste, trata de encontrar los restos de
la víctima. Sobrecogido por el lúgubre aspecto de
la selva en que el crimen se cometió, el apenado jo-
ven se estremece y dice:
"j Qué triste soledad ! Naturaleza
Se mira enmudecida. Ni aun el viento
La verde copa del flexible sauce.
Que parece llegar al alto cielo.
Inquieto mueve, ni tampoco se oye
Más que mi respirar. . . . Todo es silencio."
Una voz íntima le dice al huérfano que en aquella
selvática fronda fué donde su padre cayó bajo los
golpes de su matador.
"¡Todo me presagia
Que entre esas ramas fué donde el acero
Del asesino Osear mató á su amigo!
El corazón que late turbulento
Con impulso feroz; el pavoroso
Sentir que me aniquila el pensamiento;
El frío hielo que mi cuerpo cubre;
El súbito temblor que por mis miembros
Circulando se esparce; todo anuncia
Que estoy cercano de encontrar los restos
De mi padre infeliz.... Por estos robles,
Mudos testigos de su fin sangriento,
Talvez los hallare.... Pero es en vano;
¡ Dolorosa ilusión de mi deseo!
La planta errante y tímida se niega
A continuar siguiendo el bosque espeso;
El cruel cansancio mis sentidos turba;
El pie vacila sobre el verde suelo;
Al débil cuerpo la firmeza falta,
Y falta fuerza á mis cansados miembros."
I
DE LA LITERATURA URUGUAYA 8i
El sueño vence al joven, que, de pronto, se levanta
despavorido. Acaba de aparecérsele la sombra de su
padre. Aquella sombra, amada y amante, le dice con
una voz cuyos sonidos no se parecen á los sonidos
de la voz humana:
"En vano buscas por la espesa selva
De tu Dermidio los helados restos;
Las corbas garras de las leonas fieras
Los destrozaron ya; y á sus hijuelos
El cuerpo fuerte que animó mi vida
En una gruta sirve de alimento.
Vuelve á Malvina, que entre luto y llanto,
Sin mí, sin tí, ni Osear yace muriendo;
Vuelve, Filian amado, y á Malvina
Sirve de apoyo, sirve de consuelo.
Díle que si mi Osear mató á su amigo
Fué en un delirio de amorosos celos.
Que yo le he perdonado y no maldiga
La voluntad sagrada del Eterno."
El arte con que nuestro poeta se sirve, en este
caso, de la variedad de los acentos rítmicos, varie-
dad que impide que el endecasílabo degenere en mo-
nótono, así como los cortes cesurales y de sentido
que utiliza con parca sabiduría en la principal de
sus dos composiciones escénicas, cortes que permi-
ten al sentimiento trágico traducirse y comunicarse
con rapidez, prueban que los secretos del influjo de
la dicción no eran secretos indescifrables para Arau-
cho. El romance, que siempre lleva libres los versos
impares y asonantados los pares, siendo una acertada
transformación de los antiguos monórrimos, es pro-
piedad exclusiva de la literatura española, compo-
niéndose, en casi todos los casos, de versos isomé-
6-1.
82 HISTORIA CRITICA
trieos Ó de igual medida; pero, se fabrique con
octasílabos ó con endecasílabos, sirve para insinuar
las ideas y las pasiones de una manera leve y su-
gestiva más que para grabarlas de un modo acerado
y profundo, por ser más manejable y mucho más
dúctil que las consonancias fijas y sonoras. La des-
treza con que nuestro bardo emplea el romance en
el primero de sus monólogos, unida al brío poético
de algunas de las composiciones pindáricas de Arau-
cho, hacen que la crítica salude con respeto á la
musa de arte clásico, pero de patriótico corazón, del
que puso en el concierto de nuestras letras las ar-
monías de Un paso en el Pindó.
Por aquel mismo tiempo, en que caminan juntas las
armas y las letras, el numen del teatro lucha por ad-
quirir colorido local y sabor de tierruca. No pudo
obtenerlos, porque el clasicismo no toleraba el uso
del lenguaje que se requiere para la fidelísima repro-
ducción de los tipos y de las costumbres. Unas veces
el manoseado empleo de la mitología, y otras veces
la hinchazón culterana de los diálogos, afean aquellas
tentativas de nuestra incipiente literatura. En 1832
se publicó, por la imprenta de la Caridad, un pequeño
folleto titulado La contienda de los dioses por el Es-
tado Oriental. Era una loa. Entiéndese por loa, en el
teatro antiguo, un discurso ó coloquio en que se ce-
lebran alegóricamente las virtudes de un héroe, las
hazañas de una nación ó algún acontecimiento feliz.
La loa de 1832, de autor desconocido, pertenece al
más puro género clásico. Intervienen en ella Jove,
Marte, Apolo, Astrea, la Paz y la Fortuna. En el
monte Olimpo los dioses andan como las divisas en
nuestras planicies. Jove se inquieta. Jove es un pre-
sidente amante de la unión. ¿Por qué la Paz, descom-
puesto el cabello, y la Fortuna, lacrimosos los ojos.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 83
se preparan á batirse con Marte, el de la lanza, y
Apolo, el de la lira? Es que cada olímpico quiere
transformarse en el único numen tutelador del Es-
tado Oriental. Apolo dice:
"¿Quién como yo regulará la audacia
De los claros ingenios que allí habitan,
Y que para brillar en todo el orbe
De mi auxilio tan sólo necesitan?
Si el cuidado y custodia se me niega
De la planta de Oriente afortunada,
¿Por quién será cual debe cultivada?
O tal honor á mí se me concede
Por premio á mis sudores competente,
O callará mi lira eternamente."
La Paz, ceñuda y quejumbrosa, reclama sus dere-
chos. La pobre los está reclamando todavía, á pesar
del padre de los dioses y del autor de la loa. Y la
Paz exclama:
"El nuevo Estado
Jamás podrá gozar sino á mi sombra
Del cúmulo de bienes y riqueza
Que en su suelo sembró naturaleza.
Millares de familias industriosas,
Que mi señal esperan,
Pasarán á sus playas deliciosas,
Y sus verdes campiñas, ahora yertas,
Pondré de inmensa población cubiertas."
Marte, que no podía faltar tratándose de nosotros,
responde al numen de la concordia, y dice que á su
ardor se lo debemos todo:
84 HISTORIA CRÍTICA
"Al sonar de mi trompa belicosa
Del profundo letargo despertaron,
Y de Iberia en los bravos ensayaron
El arte de vencer. Yo mismo he sido
El que la diestra armé de los guerreros
Que en el Rincón, el Sarandí y Misiones
Con esplendor triunfaron; yo en el pecho
De treinta y tres Patriotas denodados
Prendí la llama de guerrera gloria
Y dirigí su brazo á la victoria."
Astrea. con su balanza, y la Fortuna, con su pro-
digioso cuerno, quieren también ampararnos con amo-
rosa solicitud. Ante tan empecinada rivalidad, Jove
resuelve, en endecasílabos, que los dioses, dejando
el Olimpo, se establezcan en la costa del Uruguay.
De este modo el Estado, edénico y naciente, crecerá
bajo la protectora mirada de todos los inmortales. La
versificación, fluida y bastante correcta de la loa,
dice bien lo que fué nuestro clasicismo: una moda-
lidad retórica casi siempre infantil y artificial. Cuidó
el lenguaje y el metro; pero no la idea y la sensibi-
lidad. No tuvo, sino en raros casos, la artística inven-
ción de Luzán, el estro eglógico de Porcel, el musical
oído de Meléndez y la ardorosa fantasía de Cien-
fuegos.
Siguió á esta loa, en 1835, una mal llamada comedia,
en tres actos y en verso, de don Carlos G. Villade-
moros. Esa comedia, de alto coturno, se titulaba Los
Treinta y Tres. En su acción intervenían los dos La-
vallcja. Oribe, Zufriateguy, Laguna, Trápani, Tomás
Gómez, la esposa de éste y algunos personajes sin
importancia. Al alzarse el telón aparece la costa orien-
tal. Gómez, perseguido por las patrullas brasileñas,
huyó de su casa y se asiló en el bosque. Al rayar el
DE LA LITERATURA URUGUAYA 85
día, descendió á la costa, donde tropieza, tras un breve
monólogo explicativo, con Manuel Lavalleja y otros
dos cruzados de la cruzada grande. Gómez trata de
disuadirles de la peligrosa y homérica aventura; pero
don Manuel le confunde y convence con algunas des-
cargas de endecasílabos bien burilados, llenos de fe
en el triunfo y de piedad patriótica. El acto segundo
también está compuesto de líricas tiradas, que, —
fuera de la escena, — serían dulces al oído y al cora-
zón, como las canciones de los dos cardenales cha-
rrúas que, desde sus jaulas, me ayudan á escribir. Vi-
nieron conmigo, y á juzgar por el melancólico dejo
de sus endechas, se diría que saben que me ocupo
del pago. En el acto segundo, los expedicionarios ju-
ran su célebre juramento de libertad ó muerte, y la
esposa de Gómez, que anda gimiendo en busca del
fugitivo, bendice la audacia y besa las manos de don
Juan Antonio Lavalleja. En el acto tercero, en el
acto último, nos encontramos en el pueblo de San Sal-
vador, donde se entrevistan Lavalleja y Laguna. El
primero trata de ganar al segundo para la causa li-
bertadora; pero el segundo resiste á sus ruegos, no
por imperialismo ni por cobardía, sino por entender
que aquella aventura, insensata y estéril, aumentará
las iras de los dominadores y hará más férrea la ser-
vidumbre de los vencidos. Lavalleja insulta, amenaza
y despide á Laguna. Después un juez de paz, que nada
tiene que hacer allí, entretiene al público comentando
el coloquio de los dos generales, hasta que suenan
algunos tiros y muchos vivas. Es que los soldados
criollos de Laguna forman ya parte de la legión sa-
grada de Lavalleja. Es que no han querido luchar
con sus compatriotas, y han hecho suya la causa glo-
riosísima de los Treinta y Tres. Y la obra concluye
con este apostrofe de Lavalleja:
86 HISTORIA CRITICA
"¡Hijos de Marte!
Las cadenas rompimos: ya está dado
El golpe de la muerte, que amagaba
Al trono usurpador. El triste llanto
Que regó tantas veces las mejillas
Del valiente Oriental, las del tirano
Trillará hoy á su vez. Ya desparece
La inerme presa que oprimiera en vano,
Y sólo la vergüenza y el oprobio
De la injusta invasión, — con que insensato
Provocara la cólera del libre, —
Y atroz remordimiento, le han quedado.
¿No lo veis? ¿No lo veis? El sólo aspecto,
El aire vengador, sólo el amago,
¿No bastó á disipar, á nuestra vista.
Todo el poder del enemigo campo?
Pero aun tenéis que obrar, aun es preciso
Combatir y vencer, j Fácil trabajo
A tan alto valor! Esos cobardes.
Que á nuestra vista huyeron, nunca osados
Volverán á mostrarse. Ni un asilo
Les dejemos tomar: sobre sus pasos
Llevemos la victoria y la venganza
Y el horror y la muerte á los tiranos.
¡Vamos, pues, compatriotas! Sólo guerra
Sea nuestra divisa: no hay descanso
Ya para los valientes, sino encima
De cuerpos portugueses. Allí es dado
Reposar de fatigas: las heridas
Allí es dado curar. ¡Sí, ciudadanos!
Prontitud y valor: que cuando al seno
De la amada familia, en paz volvamos.
Diga aquel que nos mire y nos señale:
— Es de los Treinta y Tres ¡ved, respetadlo! — '
DE LA LITERATURA URUGUAYA 87
Perdóneme Dios si digo que no me desagradan los
versos de Villademoros. Toda la obra está escrita en
romance endecasílabo. Lo que me desagrada es su
comedia, que no es comedia, sino drama y muy drama
á pesar de lo jubiloso de su desenlace. ¿Cómo ha de
ser comedia una composición en la que no encontra-
mos un solo tinte azul ; pero en la que abundan hasta
la saciedad, los matices purpúreos ó atezados? Drama
es lo que su autor tildó de comedia, y es drama por
el asunto, el lenguaje, los héroes y las pasiones. En
cambio, ese drama nos parece pobre como labor es-
cénica, porque carece de movimiento y vida en sus
dos primeras jornadas, porque el diálogo es una larga
serie de largos discursos, porque los personajes ha-
blan mucho más de lo que debieran y hablan en un
estilo que no consiente la verdad histórica. Aquellos
libertadores se hallan muy cerca de nuestra edad, para
que podamos atribuirles una fraseología que estaba en
pugna con su educación y el medio nativo. Vestirles
con tan rebuscadísimos oropeles casi equivale á ridi-
culizarlos. Hubiera sido cien veces preferible enredar
la trama, suprimir las arengas, mover los coloquios y
servirse sin miedo de la frase cortada, de la sentencia
ruda, del estilo marcial y nervioso y rápido y cente-
lleador. ¡ Ya vendrá, con el correr del tiempo, la musa
que haga con los héroes del pago lo que hizo Esquilo
con Prometeo y Agamenón !
CAPÍTULO II
Francisco Acxiña de Fig-ueroa
SUMARIO :
I. La poesía urbana en la época de la emancipación. — La po-
pularidad de Figueroa. — Su influencia. — Clásicos y román-
ticos. — Educación española y dinástica de nuestro poeta. — El
Himno Na.ciona.1. — Figueroa y el movimiento emancipador. —
El Diario Histórico. — Figueroa y la invasión luso brasileña. —
Desarrollo del numen de Figueroa. — Su vida pública. — Sus
Obras completas. — Principio del análisis de las mismas. — La
madre africana.
II. — La Malam.br uñada. — El asunto de sus dos primeros cantos*
— Algunas de sus estrofas. — Figueroa y lo cómico de lo bajo.
— Rápido examen del canto tercero. — Intención satírica del
poema. — Sus cualidades y sus defectos. — La literatura pla-
tense y el sitio de Montevideo. — Algunas palabras sobre la
poesía épico burlesca.
III. — Las letrillas de Figueroa. — Los decretos pilatunos. — Exa-
men de los tomos séptimo y octavo. — Las elegías á Rivera y
á Lavalleja. — De otras composiciones serias y satíricas. — In-
convenientes del abuso de la facilidad. — Cualidades poéticas
de Figueroa. — El epigrama. — Excepcional valor de la Anto-
logía epigramática de Figueroa. — Las toraídas. — Fragmentos.
— Sarmiento y las corridas de toros. — Una página de Eduardo
Wilde. — Nuevos ejemplos.
IV. — La instrucción colonial. — El pseudo clasicismo. — Las dos
escuelas clásicas. — Contradicción entre la poesía clásica y
nuestro ambiente. — El clasicismo de Figueroa. — La Defensa
y el influjo literario argentino. — El certamen de J844. —
Gómez. — Románticos y clásicos. — Conclusión.
93 HISTORIA CRÍTICA
Francisco Acuña de Figueroa fué el ídolo de la
sociedad montevideana y fué el maestro de nuestros
poetas clásicos en la edad de bronce, en la edad de
los combates por la emancipación continental, en la
edad en que la musa fuerte y batalladora de Valde-
negro y el numen campesino de Hidalgo reinaban sin
rivales sobre nuestras planicies solitarias é incultas.
Del mismo modo que las décimas viriles del pri-
mero entretenían los ocios de los combatientes, pues-
tos de cuclillas junto á los fogones encendidos en
torno de las carpas, y del mismo modo que los gau-
chescos diálogos del segundo endulzaban lo duro del
trote de la montonera á través del país yermo y en-
sangrentado, en luto y en escombros, — la musa del
poeta de las toraidas, unas veces jacarandosa y otras
veces grave, distraía los ocios y abreviaba las horas
de la sociedad colonial más selecta y de mayor fuste,
sociedad cuyas diversiones se redujeron siempre á
las cabalgatas por las proximidades del amurallado
recinto, á los largos paseos por las calles que al
puerto conducían, y á las tertulias, con giros de
danza y juegos de prendas, á que todas las bodas y
todos los bautizos daban ocasión, salvo de algún in-
sólito estreno de aficionados en la entonces reciente
y concurridísima Casa de hacer comedias.
Era Figueroa el obligado comensal de los banque-
tes y el mirlo blanco de los saraos, en los lustros
del chocolate nutritivo y los bollos de pasta fina, en
aquellos lustros en que las marimbas de los candom-
bes torturaban el tímpano, y en los que el guitarreo
de las rondallas salpicó de ilusiones el insomnio de
las mujeres de corta edad. Era Figueroa el centro y
DE LA LITERATURA URUGUAYA 91
la perla de los velorios en los lustros en que nues-
tras cuadrillas de toreros carecían de matador, y en
que las mo«as, de ojos como carbunclos y talle de
palmera, lucieron los donaires de la mantilla, la falda
corta y la media bordada, por ser Figueroa el más
chistoso y el más afluente de nuestros poetas, per-
sonalidad literaria de mucho imperio y bien definida
por la clásica índole de sus gustos y por la cepa es-
pañola de su flexible ingenio.
La influencia de Figueroa duró muchos años, sos-
teniéndose la hegemonía de aquella inagotable musa,
á causa de su abolengo y de su valer, hasta que el
clasicismo fué puesto en derrota por los continuos
golpes que le asestara el gusto romántico, sirviéndose,
á modo de puñales, de las enfermizas estrofas de
Adolfo Berro y de las melancólicas endechas de Juan
Carlos Gómez. La lucha de clásicos y románticos,
más que un torneo entre dos escuelas estéticas, es
un combate entre dos modalidades retóricas, com-
bate que se libra, principalmente, en los dominios
de la musa dramática. Sólo de rechazo turba la quie-
tud del dilatado imperio de la poesía lírica, donde
no hay unidades de tiempo y de lugar que correr á
lanzadas, siendo el clasicismo la imitación de los mo-
dos de hacer de la antigüedad gentílica, y siendo ro-
mántica la literatura que no se amolda, como el ani-
llo al dedo, á las reglas que se deducen del estudio
de la composición de las obras de los autores greco-
romanos. El acto de concebir precede al acto de com-
poner y no necesita cánones técnicos, siendo el acto
retórico de componer el que, en verdad de verdades,
divide hoy en facciones á los hombres de letras, como
dividió en facciones á los hombres de letras de la
primera mitad del siglo diez y nueve. Las pequeñas
capillas, lo mismo que las grandes, han sido siempre
HISTORIA CRITICA
y en todos los casos capillas retóricas. Escuchad lo
que dice el fundador de la más reciente de las sectas
literarias, la secta futurista. Dice Marinetti: "El Fu-
turismo es una dinamita crepitante bajo el ruinoso
edificio de lo pasado." Y agrega: "Para purificar esta
atmósfera de vejeces, en la que imperan el culto ma-
niático de lo antiguo y el más pedantesco academi-
cismo, he creado el vasto y el valiente movimiento
futurista." — ¿No se diría, comparando sus progra-
mas, que los revolucionarios de 191 1 hablan el mismo
lenguaje de los revolucionarios de 1830? Unos y otros
levantan su bandera de rebeldía contra lo antiguo,
combatiendo los futuristas de hoy el modo de com-
poner de los académicos actuales, con el mismo ardor
con que los románticos de entonces combatían á los
académicos de la primera mitad de la centuria de-
cimonona. El romanticismo uruguayo de 1840 des-
deñaba á Francisco Acuña de Figueroa, como los de-
cadentes uruguayos de 1910 hablan con displicencia
del martilleo de los alejandrinos de Juan Carlos
Gómez.
Francisco Acuña de Figueroa nació en Montevideo
el 20 de Setiembre de 1790.
La bandera española flotaba todavía, aunque un
poco atenuados sus prestigios y sus altiveces, sobre
los achirales de nuestras costas y sobre los ombúes
de nuestras lomadas. Nacido en un hogar de tradi-
ción monárquica y educado en las reglas de un claus-
tro monjil, el numen poliforme de nuestro primer
bardo refleja las angustias y las inquietudes de los
lustros genésicos en que floreció. Cuando el patriarca
de las letras nacionales se despertó á la luz de la
vida, aun el frac y el chupetín de raso, la camisa de
encajes y el calzón con hebilla, form.aban parte del
vestuario de la colonia en los días de las solemnida-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 93
des dinásticas y religiosas. El que no idolatraba en
Horacio, tenía los ojos puestos en Moratín.
Así, si los padres de nuestro poeta le enseñan re-
verentes el culto del trono, aprende á valorar las
sales del verbo bajo la disciplina de los reclusos de
San Francisco, bajo cuyas bóvedas se dicen y re-
suenan los latinos primores de los tristes de Ovídeo,
saboreando, en los diálogos que debió tener con los
frailes de grosero sayal, las mieles latinas de los
himnos geórgicos del ruiseñor de Mantua. La edu-
cación clásica que le dan los monjes, recitándole á
veces sonetos de Argensola y octavas de Ercilla, la
afinan y depuran los doctos del Real Colegio de San
Carlos, tenaz antagonista de las célebres universida-
des de Chuquisaca y Córdoba. De aquel colegio sale,
conociendo al dedillo á su Quintiliano y repitiéndose
de memoria los epigramas de Baltasar de Alcázar,
apenas cumplidos los cuatro lustros, el satírico in-
signe y el hablista sapiente que escribió las estrofas
del Himno Nacional.
"¡Orientales! mirad la bandera
De heroísmo fulgente crisol ;
Nuestras lanzas defienden su brillo;
¡Nadie insulte la imagen del sol!"
Nutrido en las tradiciones de un hogar que creía
en el derecho divino de los reyes, y amamantado en
las enseñanzas de los reclusos de un convento cató-
lico, escribe más tarde, hablando de la patria y con
letras de fuego, sobre el bronce de nuestro escudo :
"¡Ni enemigos le humillan la frente,
Ni opresores le imponen el pié.
Que en angustias selló su constancia
Y en bautismo de sangre su fé!"
94 HISTORIA CRÍTICA
Su musa, que crece, colonial y dinástica, al com-
pás del estruendo de los cañones peninsulares, y al
arrullo del repiqueteo de las campanas que anuncian
jubilosas el natalicio de los príncipes borbónicos, es
la misma musa que les dirá después á los reyes con-
quistadores y á los poderes liberticidas:
"Y hallarán los que fieros insulten
La grandeza del pueblo Oriental,
Si enemigos, la lanza de Marte,
Si tiranos, de Bruto el puñal."
i Ironías de la existencia! El que rimó esta salve
fué uno de los que contrariaron y combatieron el
movimiento emancipador de 1811. No supo ver que
aquella desgreñadísima nebulosa llevaba, en el fondo
de sus torbellinos de púrpuras de incendio, la cón-
dorea nidada de veinte naciones libres, el archipié-
lago prometeano de veinte vigorosísimas democracias.
Lo áspero del sacudimiento ígnico, el temor de que
la libertad degenerase en demagogia, lo que mamó
de adoración al trono en la cuna adornada con los
colores de la bandera peninsular, no le dejaron per-
cibir al poeta lo mucho que había de justo y de re-
dentor en aquella avalancha de rejones pulidos sobre
la carona del arnés campero. Estuvo con la sombra;
estuvo con los buscadores de púrpuras incásicas y
armiños borbónicos; estuvo con Belgrano y con Puey-
rredón ; estuvo con Alvear y con Rivadavia. El blan-
dengue sublime, el heroico vencedor de las Piedras,
el refugiado en las entrerrianas soledades del Ayuí,
el visionario de las proféticas instrucciones del año
13, no fué comprendido por Figueroa, cuyo numen
realista y católico se despertó, comenzando á escribir,
cuando las tropas revolucionarias pusieron cerco de
DE LA LITERATURA URUGUAYA 95
lanzas de tijera á los graníticos bastiones de Mon-
tevideo.
Su Diario Histórico no es sino una crónica, deta-
llada y difusa, de todos los acontecimientos del sitio.
Anota y versifica, con constancia benedictina, los he-
chos que resuenan y los hechos triviales. Lamenta,
con inspiración pobre, los infortunios de las armas
del rey, mostrándose angustiado y sobrecogido por
lo negro del porvenir que espera á las colonias. De
trecho en trecho su musa cómica ya ensaya las ré-
miges, caricaturando con ático donaire algunos de
los episodios de aquellos días. Se educa en la cos-
tumbre de hacer reir á la zozobra y á la tristeza. Aun-
que el poeta, muchos años después, revisa y pule con
solicitud su labor de entonces, nada le debe su jus-
tísima fama á las pedestres rimas con que llora el
derrumbe del poder colonial. ¡La musa americana no
quiso eternizar, con la lira de oro que la libertad
fabricó para sus manos de virgen morena, los últimos
rugidos del león que luchaba con los jaguares de
los montes en que crecen los fatídicos gajos de la
aruera y las selváticas ramazones del ñangapiré !
Cuando batido el gobierno de Buenos Aires en el
campo de la diplomacia por los hombres de Artigas,
Montevideo se asfixia bajo el yugo despótico de
Otorgues, Figueroa se traslada á Río Janeiro, donde,
agregado á la legación de España, compuso algunas
sátiras y una serie de cartas escritas en verso. Las
primeras se distinguen por su mal gusto, por lo ca-
llejero de su lenguaje, por su mucha chocarrería, en
tanto que las segundas, más dignas de encomio, tie-
nen en ocasiones un interés político y social que se
avalora considerablemente por lo fluido y espontá-
neo de la versificación que las engalana. Poco tiempo
después nuestro poeta regresó á su patria, que ya
96 HISTORIA CRÍTICA
no era colonia de la península; pero, durante toda
la lucha contra la dominación portuguesa, permane-
ció sombrío, batallando entre el amor á sus ideas
monárquicas y el amor á su hermosísima tierra na-
tal, tan valiente como desgraciada en los fieros com-
bates de aquel lustro trágico. No podía extrañarle
nuestro heroísmo estoico, porque aquella tierra era
la tierra del toldo irreductible y el árbol del hierro.
Realista por las mieles que libó en la cuna y por los
jugos que suctó en la escuela, el satírico insigne de-
seaba que el régimen monárquico arraigase de nuevo
en las regiones continentales, y triste por la sangre
que vertíamos á torrentes, pero sin simpatizar con
la montonera de poncho y chiripá, asistió á la derrota
de Andresito en San Borja y á la derrota de Rivera
en el Higuerón, á la sorpresa que sufrió Artigas en
el Arapey y al tremendo desastre que sufrió Latorre
junto á las aguas del Catalán.
Los tiempos cambiaron. Sarandí, con el eco jubi-
loso de sus clarines, le dijo que renunciase á toda
esperanza de dominación regia; pero el poeta, que
fué siempre un ciudadano por demás pacífico, no tuvo
la dicha de que la victoria nos proporcionase la quie-
tud codiciada por su numen eximio, pues al estruendo
de la lidia con los extraños pronto siguió el estruendo
de la guerra civil. Su musa, excitada por lo dramático
del espectáculo á que asistía, se desarrolló, adqui-
riendo á veces una elevación lírica que no estaba en
consonancia con la índole epigramática de su ingenio.
Desde entonces, sin dejar de escribir á destajo, des-
empeñó con probidad extrema diversos puestos pú-
blicos, siendo tesorero general del Estado, director
de la Biblioteca Nacional, vocal del Consejo de Ins-
trucción Pública, censor de Teatros y miembro de la
Asamblea de Notables, para morir á la edad de se-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 97
tenta y dos años, querido y llorado por todos los que
le conocían, el 6 de Octubre de 1862.
Figueroa produjo, en ese largo y borrascoso tiempo,
montones de letrillas, de odas, de canciones, de dé-
cimas, de sonetos y de acertijos, mostrándose sen-
cillo, fecundo, ingenioso, espontáneo y maestro en
la rima. De vena inagotable, despilfarraba su inteli-
gencia como los pródigos derrochan su fortuna, es-
parciendo la oleada de sus coplas con la misma na-
turalidad con que los astros esparcen la oleada de su
luz. En la interminable y apolicromada serie de sus
composiciones, nunca es sublime; algunas veces es
serio y melancólico; casi siempre es frivolo y trivial.
Escribiendo y rimando en tertulias familiares y ofi-
cinas públicas, asistió al triunfo del general Oribe
en Carpintería y al triunfo del general Rivera en el
Palmar, al vencimiento de Echagüe en Cagancha, y
á la organización de la defensa de Montevideo. Decía
en 1846, al compilar sus obras poéticas que forman
doce gruesos volúmenes de nutrida lectura: "He co-
piado, interpolados expresamente, los diversos géne-
ros de mis composiciones, á manera de un mosaico
poético, para evitar al lector el fastidio de la mono-
tonía, pues bien conozco que sólo la variedad con-
tinuada de asuntos y estilos puede hacer soportable
la lectura de unas poesías generalmente mediocres y
muchas veces triviales y frivolas."
Examinemos rápidamente el contenido de los doce
volúmenes escritos por Figueroa. Si bien es verdad
que su Diario Histórico, con que los encabeza, sera
siempre, como él mismo asegura, "una producción
acreedora á la indulgencia pública", por ser la única
crónica imparcial y verídica de los lances del sitio
de Montevideo, no es menos cierto que el vuelo de
la musa de nuestro poeta es vuelo gallináceo en los
7. - I.
98 HISTORIA CRÍTICA
días de luto y de borrasca que antecedieron á la De-
fensa. El Diario, que como obra literaria vale poquí-
simo, sólo sobrevive porque nos prepara y nos ayuda
al íntimo conocimiento de las costumbres de la época
colonial, permitiéndonos estudiar algunos de los ras-
gos característicos del período que va desde 1812
hasta 1815. Lo mismo acontece con las composiciones
contenidas en el primer tomo de las poesías varias
de Figueroa. Exceptuemos el himno nacional, de que
ya hemos hablado y cuyas valentías no se discuten.
Ninguno pone en duda la inspiración patriótica y los
marciales timbres de aquel canto heroico, que escu-
chan con los ojos llenos de lágrimas lo mismo el
hombre crecido entre libros y entre doctrinas, que
las muchedumbres calzadas con botas de piel de po-
tro, en que brillan los dardos de las grandes espuelas
de rodajas rechinadoras. Exceptuando el himno, ¿qué
es lo que aquel tomo ofrece al lector? Entre unos
anagramas al general Rivera y un soneto satírico al
doctor Peichoto, la vista tropieza con un canto lírico
al sol de Mayo:
"¡Helo en su alto cénit! Mirad, mortales,
Al sol de Mayo hermoso.
Cuan sublime se ostenta y majestuoso
Difundiendo de luz ricos raudales!
Rey de los astros, su grandeza suma
Los astros contemplaron
Y su imagen esplendida adoraron
Los hijos de Atahualpa y Moctezuma.
Lámpara celestial, ya del Oriente
Refleja en la bandera:
j Salud y acatamiento! En tu carrera
Detente, oh Sol. detente;
Dame un clarín de bronce en vez de lira
Que hoy tu fuego me inflama y Dios me inspira."
DE LA LITERATURA URUGUAYA 99
En este mismo tono y en variedad de metros se
desenvuelve toda la composición, que peca de pro-
saica y hasta de incorrecta. Con razón decía, en sus
lecciones retóricas, don Francisco Sánchez: "Con-
viene mirar con desconfianza los principios de las
odas en que el poeta anuncia estar poseído del estro
y arrebatado de una deidad. Semejantes transportes
suelen ser lugares comunes, dirigidos á aparentar con
palabras sonoras el fuego de que carece el poeta." —
Y los mismos defectos del himno á Mayo, se encuen-
tran en el canto á la inundación del Maciel, aunque
están armoniosamente versificadas algunas de las oc-
tavas reales con que ese canto concluye:
"En sobresalto súbito aturdidos
Despiertan los valientes que se hallaban
Cercados de la muerte ; y no abatidos,
Con ella brazo á brazo reluchaban.
A muchos en letargo entorpecidos
Las ondas al profundo arrebataban.
Realizándose en ellos de esta suerte
Ser el sueño la imagen de la muerte.
Suenan gritos y voces lastimeras
Implorando favor.... ¡lamento vano!
Si al más amigo entre las ondas fieras
El temor de morir le hace inhumano.
Algunos con las ansias postrimeras
De los cuerpos flotantes echan mano.
Pues no hallando en los vivos acogida
A los muertos, tal vez, deben la vida."
Tampoco responden á la fama de Figueroa, por
las causas expuestas, ni el Himno a] Sol, ni las rimas
de Un aniversario en el Cementerio, ni la oda á Lñ
escarlatina, ni la oda A la jura de la Constitución, de
HISTORIA CRITICA
la cual, sin embargo, transcribimos con placer los
versos siguientes:
"Oh cuan dichosos días el futuro
Te anuncia, ¡oh patria mía!
No más la esclavitud ni la anarquía
Turben tu dicha con aliento impuro:
En tu fecundo suelo
Sus bendiciones derramando el cielo,
Gozarás venturosa, independiente,
La paz y la abundancia permanente.
Verás crecer frondoso
De libertad el árbol delicioso:
Bajo tu sombra amena
Del Támesis al Nilo
Y desde el Volga al Sena
Vendrán los libres á buscar asilo;
Y dirá el mundo al repetir tu nombre:
— ¡He aquí la patria universal del hombre! —
En la industria y las artes prosperando
Irás con tal destreza,
Que al contemplar tu colosal grandeza,
Si eres tú misma quedarás dudando;
Mas viendo de repente
Del Sarandí la plácida corriente,
Dirás: ¡La misma soy, aquí vencieron!
¡Aquí mis hijos libertad me dieron!"
Avaloran, en cambio, este primer volumen una pe-
rífrasis del Stabat Mater; algunas letrillas, como
Ruede ¡a bola; una atildada traducción de Horacio,
y los sentidos versos que llevan por título La madre
africana.
España, que no supo asimilar las colonias con la
metrópoli, contentándose con domeñarlas en su fiebre
de cristianismo y en su fiebre de oro; España, la con-
DE LA LITERATURA URUGUAYA
quistadora y la inquisitorial, nos afrentó con la in-
mensa ignominia de la esclavitud, compañera insepa-
rable de todas las colonizaciones á la moda antigua,
de todas las colonizaciones de régimen despótico y
centralizador. Ni la prudencia de sus virreyes, ni el
humanitarismo de sus índicas constituciones, atenúan
lo enorme de aquella falta ante los ojos adustos de
la historia. Cuando los montoneros la echaron con sus
chuzas del edén de los toldos, nos dejó la lepra de
la trata embrutecedora ; pero pronto nacieron en los
cerebros y en las voluntades la idea y el designio de
la abolición, que nos imponían el triunfo y la con-
ciencia. Las colonias, que acababan de romper sus
cadenas, comprendieron que no es país de libres el
país donde existe un solo hombre esclavo. La libertad,
que no alcanza á todos, no es una garantía para nin-
guno. Comprendieron también que no pueden ser ben-
ditas por el cielo las patrias donde las madres consi-
deran como una propiedad, usable y vendible, á los
hijos que otras madres sin dicha dieron á luz. El cielo
no bendice á los que hacen odioso el amor, apartando
á las pobres mujeres del sueño de la cuna, balanceada
por las manos que velan sobre el niño dormido. La
trata es una ofensa á la justicia. La trata se ríe de
la misericordia. La trata es un insulto á la dignidad
humana. La trata es el cómplice bellaco de la lujuria
estéril. Es natural que la América de 1820 fuese abo-
licionista, diciendo, al nacer á la vida de las repúbli-
cas, que después de haber emancipado todo un con-
tinente, era lógico proclamar la libertad de todos los
hombres que alumbraba su sol. Bolivia abolió la es-
clavitud en 1826. En 1827 Perú siguió el ejemplo de
Bolivia. En 1828 Méjico pensó lo mismo que el Perú.
En 1829 nosotros opinamos como ya opinaban Gua-
temala y Méjico.
HISTORIA CRITICA
Los intereses privados se resistieron. — Nadie puede
quitarme á mi esclavo, que es mío como son míos mi
dogo y mi buey. — Se saltó por encima de la piedad.
— Para violar las leyes naturales, se violaron las le-
yes escritas. — El delito fué doble. — La trata ava-
riciosa se convirtió en contrabando inmundo. — El ne-
grero aprovechó las noches obscuras y las playas de-
siertas para desembarcar á rebencazos la mercancía
humana. — Figueroa salió al encuentro de aquel ho-
rror. — Hizo suyos los lloros angustiados de las ma-
dres negras. — La musa se sublima cuando compadece
el dolor ajeno. — El poeta de los epigramas y de los
acertijos nunca fué más poeta que en aquella ocasión.
" — Y así, cruel pirata, así te alejas.
Robándome tirano,
Los hijos y el esposo? ¿Así inhumano
En desamparo y en dolor me dejas?
¡Ay! ¡vuelve, vuelve! En mi infeliz cabana.
Donde te di acogida,
¡Vé cual me dejas, como débil caña
Del huracán violento combatida!
Vuelve, entrañas de fiera.
Que por mi mal viniste;
Llévame á mí también, y al menos muera
Con mis prendas amadas. . . . Mas ¡ay triste!
Ya no espero ablandar tu p^cho duro
Con lamentos prolijos:
¡Tú no sientes amor ni tienes hijos! — "
Esta oda. verdaderamente clásica por el movimiento
y la elevación, merece ser, como ha sido y como será.
considerada siempre como una de las mejores poe-
sías de Figueroa. Le fué inspirada á nuestro poeta
por un hecho real, que supo explotar maravillosa-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 103
mente su musa correcta y armoniosísima. Un buque.
El Águila, á pesar de que el bárbaro comercio de es-
clavos ya había sido abolido por nuestras leyes, se-
guía ejerciéndolo, con bandera oriental, en las costas
de África. El poeta, indignado, decía con patriótica
exaltación :
"Y es posible que el sol resplandeciente
Que ostenta esa bandera,
Llegue á estas playas por la vez primera
A autorizar un crimen tan patente?
¡ Oh globo celestial, que esplendoroso
Dominas en las cumbres,
Obscurece tu luz y al monstruo odioso
Sólo sangriento y con horror alumbres!"
Y el numen seguía, embargado de nuevo por la
piedad, fuente copiosa y pura de inspiraciones altas
y duraderas:
" — Mas ¡ ay ! ¡ qué nueva pena
Descubren ya mis ojos!
He aquí el arco y las flechas, que en la arena
Del asalto traidor fueron despojos;
¡ Infeliz compañero, tú ignorabas
Que esos blancos altivos
Proclaman libertad y hacen cautivos ! —
De esta suerte la mísera africana
Se queja inútilmente.
Mientras su nave apresta indiferente
El traficante vil de "carne humana.
Y truena el bronce, y su clamor repite.
Que el clamar la consuela;
Mas el Águila, en hombros de Anfitrite,
Suelta las alas y al estruendo vuela.
104 HISTORIA CRÍTICA
Al punto encadenados
Los cautivos se miran,
Y al fondo del bajel desesperados
Los lanzan sin piedad, y ellos suspiran;
Mientras que la infeliz desde la peña
Se arroja y dá un lamento
Que en pos de la alta popa lleva el viento."
Esta composición, acabado modelo de las compo-
siciones de su misma índole, y que parece arrancada
á las hojas de una antología de los poetas castella-
nos del siglo de oro, reúne la hermosura del fondo
á la impecable belleza de la forma, estando los afec-
tos, que la inspiran, traducidos con sencilla eleva-
ción y con enternecedora fidelidad. Ella, sólo ella,
bastaría para demostrarnos que era mucho y de muy
buena ley el talento poético de don Francisco Acuña
de Figueroa.
En el tomo segundo, al lado de no pocas compo-
siciones insignificantes; en el tomo segundo, entre
una cachivachería de juegos de ingenio, indignos del
poeta que nos ocupa; en el tomo segundo, perdidas
bajo el haz de los brindis, acrósticos, enigmas y cha-
radas á que tanto su debilidatl se prestó y en que
tanto derrochó su donaire, nos encontramos con una
amplificación del Dies irae, de no poco mérito, y con
dos de sus más sabrosas letrillas. Eso Dios lo sabe
y Buena va la danza, amén de una oda al Aniversario
del 2S de Agosto, que es, á pesar de algunos pro-
saísmos y de algunas incorrecciones, de lo más so-
noro y de lo más viril que ha escrito la pluma del
autor del Diario Histórico. Dice, en esa oda, recor-
dando las homéricas cargas de Sarandí y el victorioso
choque de Rincón:
DE LA LITERATURA URUGUAYA 105
"¡ Lavalle ja inmortal ! tu nombre y fama
Y la de esos valientes
Que allí tu ardor inflama,
Respetarán atónitas las gentes.
Cese ya tu ostracismo, vuelve ansioso
Como nuevo Temístocles virtuoso ;
No quiera el hado insano
Hacer de un Escipión un Coriolano.
¿Y quién los altos hechos
De Rivera dirá, cuando animoso
Vibró en Haedo el brazo poderoso?
O bien, cuando deshechos
Los fieros escuadrones
Del potente opresor, salvó á Misiones?
¿Quiqn al estrecho verso circunscribe
La gloria inmensa del valiente Oribe?
No más tremendo ante Ilion, armado
Se vio Aquiles furente.
Cuando hacia tras turbado
Volvió el undoso Janto su corriente,
Que en Sarandí se viera, y en el Cerro,
Aquel héroe blandir el duro hierro.
El hierro que en sus manos
Fué terror de opresores y tiranos.
¡ Oh Sarandí glorioso !
La falanje oriental en tu ribera
Postró á sus opresores.... Allí fuera
El choque sanguinoso.
Allí el lidiar tremendo,
Y hubo cabeza que, con golpe horrendo.
Dividió de sus hombros la cuchilla,
Y fué á parar hasta la opuesta orilla."
io6 HISTORIA CRITICA
II
En ese mismo tomo, en el tomo segundo, se en-
cuentra el poema joco-serio, dividido en tres cantos
y que tiene por título La Malambrunada. Este poema,
escrito casi todo en octavas reales, canta el com-
bate que algunas viejas, mal avenidas con su viudez,
entablaron con algunas jóvenes de gracioso palmito,
á quienes envidiaban el don de la hermosura y el
bien inapreciable de la lozanía. Dirige á las prime-
ras, á las envidiosas, la cruel Malambruna, ardorosa,
soberbia, de torvos ojos, de flojas carnes y de se-
senta inviernos. El poema está, por lo general, do-
nosamente versificado, aunque duela el descuido que
en ocasiones se nota en sus estrofas. En el canto
primero, Malambruna logra interesar en pro de su
causa á un enjambre de brujas, perorando con brío en
contra de las jóvenes, en un aquelarre que preside
Satán. Para enardecer á las hechiceras, Malambruna
concluye así su belicosa disertación:
"No pretendo el auxilio, ni lo imploro.
De ancianas que prefieran, en la holganza.
El necio miramiento del decoro
Al heroico placer de la venganza;
Viejas que tiemblan del clarín sonoro.
Viejas que asusta la bruñida lanza,
Y que sordas al eco de mis quejas
Las miro indignas de llamarse viejas.
Suene el fatal momento; ya las horas
Urgen á la venganza; yá imagino
Mirar entre mis uñas vengadoras
Derrengadas las ninfas que abomino;
DE LA LITERATURA URUGUAYA 107
Y sabed que si somos vencedoras,
Una hecatombe de ellas os destino
Porque os hartéis de sangre. Esto aseguro
Y ante el tremendo Lucifer lo juro."
El demonio acepta la súplica y el juramento de
Malambruna, que, confiada en el amparo del rey de
las tinieblas, vuelve á su casa, que dejó bajo la cus-
todia de su perro Cerverino.
"Entra al fin en su casa Malambruna,
Y sube hasta un recóndito sobrado.
Separando á su can que la importuna,
Pues no está para perros su cuidado;
Este, como la vio de mala luna.
Las orejas bajó desconsolado,
Y repelido en sus caricias tiernas,
La sigue con el rabo entre las piernas.
Allí una antigua caja á ver se alcanza
A la luz de una triste veladora,
Que á tener en su fondo á la esperanza,
Pudiera ser la caja de Pandora;
En ella, para un caso de ordenanza.
Los marciales trebejos atesora,
Algunos por sus manos construidos,
Y otros, herencia de sus tres maridos.
Mordicantes olores el ambiente
Esparce en torno de mastuerzo y ruda,
Cuando ella asida al aldabón ingente.
Suspendiendo la tapa aprieta y suda;
Mas una enorme rata de repente
Saltó tan formidable y bigotuda.
Que aterrada la vieja cae de espaldas.
Tapándose los ojos con las faldas." ;
io8 HISTORIA CRITICA
La vieja reniega, el perro ladra, la rata chilla, y el
can acosa, apura, atrapa, sacude y dá muerte al roe-
dor, después de lo cual, calmado ya el repentino
susto, la vieja extrae, del fondo del arca, un morrión
enorme, peludo y abollado, con el que se corona y
gallardea. Con dos zaleas se forma una armadura,
convierte un plato de balanza en minervino escudo,
trueca una alfajía en agudo lanzón, pónese un asa-
dor al cinto, y con una tacuara se fabrica un trabuco.
"Guarnecido de pieles de conejo
Vístese un mameluco de añascóte,
Y con un embreado cordelejo
De tres dobleces preparó el chicote;
Al pasar de esta guisa ante el espejo.
Vio al mismo Satanás con capirote,
Y haciéndose la cruz corre al establo,
Pensando que en su cara ha visto al diablo."
Ya en la cuadra, enjaeza á su asno y cabalga sobre
sus lomos, saliendo al campo más fiera y arrogante
que las heroínas del célebre Ariosto. La casa queda,
obscura y en paz, bajo la custodia del fiel Cerverino.
"Sobre el asno, al que adornan negras bandas
Y fúnebres penachos juntamente.
Como sombra fatídica en volandas
Se mece Malambruna lentamente;
Negro mandil, y negras holapandas
Cubriendo al animal hasta la frente.
Parece aquella el Genio de las viejas
Montado en una tumba con orejas."
Aquí termina el canto primero del poema de Fi-
gueroa, labor que no hubiera merecido el aplauso de
Juan María Gutiérrez, para quien "la trivialidad no
DE LA LITERATURA URUGUAYA 109
tiene sonido en la lira americana. Sus notas son le-
vantadas y nobles como son grandiosos los objetos
de la naturaleza que la inspira. El cinismo y las pro-
vocaciones á la risa, propias de las literaturas acha-
cosas y artificiales, se buscarán en vano entre los
buenos versos firmados por nuestros poetas."
Apresurémonos á decirlo. Aun considerando el gé-
nero burlesco como uno de los géneros más inferiores
de la escala poética, no lo condenamos con tanta se-
veridad como el docto y adusto crítico argentino. No
hay género malo cuando el orfebre es de índole su-
perior, y siendo la risa, según los fisiólogos, la salud
del espíritu, bueno es que algún ingenio, digno de
loa, trate en ocasiones de provocarla. Nuestro par-
naso sufriría mucho si la suprimiéramos, pues con
ella desaparecería la nota satírica y epigramática con
que le enriquecieron, además de Acuña de Figueroa.
Francisco Xavier de Acha y Washington P. Ber-
múdez. A veces, empleada como látigo contra los vi-
cios, no sólo salubrifica los cerebros, sino que mejora
las sociedades, siendo lo cómico un recurso estético
de eficacia extrema, á pesar del triste concepto que
les mereció á Platón y á Aristóteles.
El canto segundo empieza con la llegada de Ma-
lambruna al sitio en que las viejas, congregadas por
el diablo, deben reunirse para su cruzada en contra
de la hermosura. Una vez allí, nuestra heroína desen-
frena y afloja la cincha al jumento, que llena los
aires con el más sonoro de los rebuznos. Poco á poco
van llegando, como ánimas en pena, los escuadrones
de las convocadas, bien decididas á batirse á la greña
con todos los donaires y juventudes que les salgan
al paso, como murciélagos membranudos que envidian
los policromos tintes y el ágil vuelo de las alas de
seda de las mariposas.
HISTORIA CRÍTICA
"La primera que llega es Curtamona,
Vieja fornida, armada de una tranca,
Desabrochado el pecho, y por valona
De púas guarnecida una carlanca;
Un verso bacanal canta ó pregona
Con ronco acento que del pecho arranca,
Y entre ramos de parra y de tabaco,
Por blasón de su arnés tiene al dios Baco."
Lentamente, el campo de la cita se llena de una
muchedumbre de viejas ceñudas, en cuyo estandarte
se mira bordado un Cupido desnudo y mofletón. Uno
de los escuadrones obedece á Falcomba, á quien aca-
tan y siguen trescientas desdentadas; pero Falcomba,
á la que quita el sueño la realeza de Malambruna,
quiere ser generala de aquel ejército de reumatismos
y carrasperas. Tomados los votos de las beligerantes,
Falcomba es derrotada por Malambruna, la que divide
al ejército en húsares y dragones, confiando la te-
nencia de las asmáticas á los marimachos más intri-
gadores y maldicientes que figuran en el diabólico
y feo tropel. Surge de pronto una querella entre Ma-
lambruna y Facomba, pues ésta rechaza los conci-
liábulos y las precauciones, en tanto que la primera
quiere proceder con cautela, para no prevenir y alar-
mar á las jóvenes. La sorpresa hará más fácil la vic-
toria. Sorprender, para Malambruna, es sinónimo de
triunfar. Falcomba se encabrita y protesta. Ante
aquella rebeldía inesperada, Malambruna siente la ne-
cesidad de imponer sus derechos de generala. Oidla:
"¡Silencio! dice la otra dando un grito.
El Genio del desorden te aconseja:
¡Tú oponerte á los planes que medito!
¿Es esto ser comadre ó comadreja?
DE LA LITERATURA URUGUAYA
Extraño tu insolencia, lo repito;
¡Maldición á tu escándalo y tu queja!
Pues no sé, á la verdad, como concuerdes
Cabello blanco y pensamientos verdes.
No es intriga, ambición, ni cobardía.
Invitar á un consejo que en secreto,
Bajo un orden legal, sin anarquía.
Fije el plan de batalla más discreto,
Y guárdate de hablar con demasía.
Pues no te ha de valer, si te acometo,
El chafalote que te cuelga al anca.
Ni aunque tuvieses de Hércules la tranca.
— ¡Cesa de hablar dislates imprudentes! —
La envidiosa Falcomba respondiera;
Tus intrigas conozco, en todo mientes;
¡Aquí lo digo y lo diré doquiera! —
— ¡Respeta mi poder, momia sin dientes! —
Malambruna gritó; mas la otra, fiera:
— Esto me importas tú, — dice, y altiva
Escupe al suelo y pisa la saliva.
Las viejas hablan, ríen, se hacen gestos de rego-
cijo» y procuran excitar disimuladamente á las que-
rellantes; pero Patifone, cuya prudencia comprende
los males que originaría la continuación de aquel es-
cándalo, tercia entre las combatientes, aconsejándoles
que pregunten al Estado Mayor del Ejército, com-
puesto de treinta viejas que suman como veinte si-
glos, si debe seguirse el plan de Falcomba ó si se
debe proceder de acuerdo con la cautela patrocinada
por Malambruna. La generala vence, las augures se
inclinan á favor suyo, y el ejército se pone en mar-
cha hacia un monte próximo, donde se decidirá la
mejor manera de que las reumáticas aporreen, des-
HISTORIA CRITICA
calabren, humillen, deterioren y sustituyan á las en-
galanadas con los favores de la juventud.
Asi concluye el canto segundo del poema de Fi-
gueroa. Éste explota maravillosamente, en el poema
de que tratamos, lo que Lemcke llamaba "lo cómico
de lo bajo", no sin caer, por repetidas veces, en el
mal del achatamiento y la ramplonería. ¿Eran cen-
surables las aficiones de nuestro poeta? El mismo
Lemcke dice: "Nada más sano que lo cómico bueno
con su risa franca. En su marea se lavan los negros
cuidados, quedando limpios y claros; en ella desapa-
recen las más sombrías manchas. Ensancha y refresca
á la vez, no pudiendo excogitarse restauración más
á propósito ni mejor regulador. Parece mal un pue-
blo de vida sana del cual se haya desterrado con
gazmoñería lo bajo cómico, y parece mal porque in-
dica un estado de estrechez en todas las clases de la
sociedad que es perjudicial para el conjunto. Pero
hay que tener medida para lo cómico y mantenerla
con gran vigor." Figueroa no siempre lo entendió
así. Buscando la expansión de risa, cayó frecuente-
mente en los sucios pantanos de la vulgaridad la-
mentable y grosera. En algunos trozos del poema
que disecamos, su ingenio sólo se salva de los de-
rrumbes mortales á que le empujan sus extravíos, —
cuando se hunde con exceso en lo cómico de lo bajo,
— por la donosura de la versificación de las octavas
reales en que casi todo el poema está escrito. La oc-
tava real, que es el metro preferido por la epopeya,
es un metro difícil. Se explican, aunque no se jus-
tifiquen, los traspiés de Figueroa, observando que
la chanza, cuando se hace violenta, se convierte en
bufonada, transformándose insensiblemente en impú-
dica jocosidad ó en chocarrería tosca y sin gracejo.
A veces, por soltarle demasiado la brida á su do-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 113
naire, nuestro primer poeta rebajó sus chistes é in-
geniosidades más de lo que permite lo cómico de
buena ley, lo cómico aceptable como resorte produc-
tor del deleite estético.
En el canto tercero, Venus resuelve que las jó-
venes sepan el peligro que las amenaza. No quiere
que sus rivales, á merced de la noche, las sorprendan
dormidas. Los mensajeros de la voluble diosa del
amor, cupidillos y mariposas de alas de diamante,
cumplen su encargo con solicitud, vistiéndose y ar-
mándose las jóvenes á toda prisa. Reúnense en un
prado que embalsama el céfiro, y donde Citerea, re-
clinada en el coche de nácar qué tiran dos palomas,
las incita á nombrar una generala que las guíe á
la lid.
"La diosa del amor, que ya empeñada
En favor de las jóvenes se mira,
Toma á su cargo la elección preciada,
Y entre las bellas atenciosa gira;
Mas fíjase en Violante embelesada.
Que respeto y amor á un tiempo inspira,
Y dándole un jazmín y una corona,
Por Generala en jefe la pregona."
Con aquella corona de laurel, sembrada de rubíes
de trecho en trecho, la hermosura de Violante resalta
de tal modo que el niño ciego, el dios de los quereres
apasionados, el dios de las caricias y de los suspiros,
la vé con envidia y llora de angustia. Violante es
más encantadora que Cupido y más hechicera que
Psiquis.
"Quiere Venus armarla de guerrera,
Y el arco de Cupido con su mano
Le acomoda, y le dá la lanza fiera
Que maneja en la lid Mavorte ufano ;
8. - I.
114 HISTORIA CRÍTICA
El escudo que Palas recibiera
De Júpiter, presente soberano,
Y ajusta al cuerpo, delicado y fino,
Cual talismán, su ceñidor divino."
Al fin, en un llano espacioso, se encuentran ira
cundos los dos ejércitos, tocándoles á las jóvenes, en
los comienzos de la batalla, la parte peor, porque la
histérica embestida de las brujas es irresistible.
"Caen cien ninfas, que atónitas repelen
El embate de tanta cachiporra.
Mas las viejas las cascan y las muelen
Sin andar con respetos ni pachorra;
A unas les dan pellizcos donde duelen,
Y ellas chillan por si hay quien las socorra:
Vuelan rizos, plumajes y guirnaldas.
Cayendo unas de boca, otras de espaldas.
Allí vieron las viejas con sus ojos
Cosas que nunca vio la luz del día,
Y á su aspecto crecían los enojos
Que un recuerdo de envidia las movía;
Dábanles con chicotes, con abrojos,
Con cuanto Satanás les sugería,
Y las cuitadas ninfas dirigentes
Se defienden con uñas y con dientes."
El temor de prolongar demasiado este modesto es-
tudio, no nos permite reproducir los encuentros par-
ciales de la batalla. Mucho nos duele el sacrificio á
que nos obliga la brevedad, pues se nos antoja que
merecen ser leídos y recordados los lances de Olim-
pia y Arcombrota, Argia y Plutonisia. La versifica-
ción, por otra parte, es siempre esmerada, pues no
sólo los consonantes son generalmente poco vulgares,.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 115
lo que demostraría descuido y falta de habilidad en
el poeta, sino que las palabras de los versos están
colocadas con arreglo á su importancia ideológica,
lo que no impide á las octavas ser siempre sonoras
sin afectación, y musicales sin abuso visible de la
cacofonía que tan buen efecto produce en las com-
posiciones de carácter festivo. El poema concluye
cuando Violante, iluminada por la diosa del amor,
hace que su escolta cargue sobre las viejas enfure-
cidas. Entonces, muerta Malambruna de un estacazo
que le machaca los sesos, las diabólicas huestes hu-
yen y se precipitan en una laguna, donde el demonio
las esconde y convierte en plañideras ranas.
Tal es el poema, jacarandosa sátira sobre la que-
rella de clásicos y románticos. Si el ingenio de Fi-
gueroa dá la victoria á los últimos, lo hace ridiculi-
zando sus exageraciones con la risible heroicidad de
sus versos. Blandolfa, una de las ancianas más au-
daces y más coléricas, nos explica bien claramente el
alcance de la composición en este fragmento de silva:
"Venga esa charlantina,
Romántica y doctora Minervina,
Difundiendo sus tropos
De ¡maldición! ¡Satán! y otros piropos.
Venga con su repisa
De ensueños, talismán y blanda brisa;
Yó le daré tarugo
Aunque apele á Ducange y Víctor Hugo."
El poema, — que imita burlescamente á las compo-
siciones románticas en lo altisonante del estilo y lo
fantástico de los episodios, así como también en la
variedad é índole de los metros que su orfebre em-
plea, — es gracioso, aunque chocarrero, y no empa-
ii6 HISTORIA CRÍTICA
lidece, sino que agranda el lustre y el brillo del re-
nombre de Figueroa. La forma epopéyica de que se
vale, para ridiculizar á la escuela literaria que triunfa
y se impone en aquellos días, está empleada con sin-
gular acierto, mereciendo plácemes la originalidad
del asunto y el primoroso desarrollo de la mayor
parte de las situaciones cómicas del poema. Justo es
decir que algunos de sus versos no son tan pulcros
como la crítica desearía, habiendo estrofas que, por
lo mediocres, pudieran suprimirse sin que se notara
su eliminación. Es verdad, también, que algunos le
reprochan, con visos de justicia, haber ridiculizado
en aquellas octavas á la vejez, á la vida que se hunde
en un crepúsculo de tristezas sagradas, olvidando que
el chiste corrompe y se corrompe cuando clava sus
flechas en lo augusto y lo grande; pero ese cargo
resulta poco consistente si se tiene en cuenta que,
en determinados fragmentos de su obra, el poeta ad-
virtió que sólo á las viejas casquivanas alcanza su
férula, y si se observa, por otra parte, que la escuela
clásica no era para muchos, en aquel entonces, sino
una caducidad gruñosa, imperativa y cultiparlera.
Este poema, escrito durante la Defensa, en el mejor
de los períodos creadores del satírico excelso, realza
y avalora, — tanto como sus letrillas y sus magistra-
les composiciones de carácter místico, — el segundo
de los volúmenes de las obras completas de Figueroa.
Conviene saber que la Defensa, el sitio de Montevi-
deo por las fuerzas de Oribe, había convertido á la
ciudad, hoy alegre y coqueta, en un centro intelectual
de suma importancia. Casi todos los hombres de al-
guna representación en las letras platenses residían
en la ciudad sitiada, huyendo de la cruel tiranía y
del exagerado americanismo de Rosas. Durante aque-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 117
lias horas de lucha cruel, vivieron y pensaron bajo
el cielo de luz de la capital uruguaya Juan María
Gutiérrez, Florencio Várela, Bartolomé Mitre, José
Mármol, Rivera Indarte y Echeverría. Rivera In-
darte, que había sido uno de los pregoneros del par-
tido federal, cuando abrazó la causa de los unitarios
por motivos personales más que por razones políticas,
mostróse un prosista y un versificador vehementí-
simo y lleno de facundia. Propagandista exaltado y
fogoso, zarandea, aturde, amarga y enfurece á sus
enemigos desde las columnas de El Nacional de Mon-
tevideo, convirtiendo en un cráter eruptivo de pa-
siones frenéticas lo que fué tribuna de decir sesudo
bajo la dirección de Alberdi y de Lamas, contrastando
las jóvicas iras de sus artículos y de sus estrofas con
el temple dogmático del decir periodístico de Floren-
cio Várela, bajo cuya rúbrica aparecían los editoriales
de El Comercio del Plata. Junto á ellos se levanta don
Esteban Echeverría, filósofo político en el Dogma
socialista de la Asociación de Mayo, y poeta román-
tico en La Cautiva, primer golpe de lanza que el in-
genio platense dirigió al clasicismo y ánfora en que
se deposita por vez primera el zumo de las vides de
la poesía continental, de la poesía que copia el ruido
del pampero en los pajonales y el chispear de la luz
en la policroma diadema de los siete colores. Dice
Adolfo Saldías: "Gutiérrez, Mármol, Domínguez y
otros, concurrían con sus ecos poéticos á la revolu-
ción contra Rosas, no tanto con la intención precon-
cebida de asumir la propaganda que absorbe todos
los momentos, cuanto impulsados á desenvolver sus
talentos en el único teatro que les dejaba la época
de la guerra civil en que se deslizaban sus mejores
años." La explosión de lirismo, que ilumina con lia-
ii8 HISTORIA CRITICA
maradas de oro y de púrpura los horizontes de aque-
llos lustros de tempestad, fué sumamente útil á la
fecunda musa y al donairoso ingenio de Figueroa.
A aquel prodigioso período literario pertenece La
Malambrunada, que, como todos los poemas burles-
cos, no es sino una parodia de la epopeya, cuya gra-
cia reside en el contraste de lo trivial del asunto con
la grandiosidad del estilo. Si se los considera como
factura, no valen más que el poema de Figueroa, El
faristol de Boileau y El cubo robado de Tasoni. Esta
manera de lo cómico artístico, que no siempre es la
imitación de lo cómico real, tiene su origen en la
tendencia del espíritu humano á reproducir y á pa-
rodiar todo lo que le admira y todo lo que le seduce,
mimetismo de que ya nos habla la poética de Aris-
tóteles. La poesía épico burlesca es, pues, — como dice
Revilla, — una variedad especial de la poesía épica,
que afecta las formas exteriores de la épica seria, que
debe tener los mismos elementos y que debe suge-
tarse á las mismas condiciones que los poemas he-
roicos de mayor fuste; pero en la cual, "la concep-
ción épica aparece perturbada y contradicha por una
manifestación de lo cómico, libremente producida por
el poeta." El contraste entre la concepción y la eje-
cución, entre el fondo y la forma, como antes diji-
mos, es el resorte estético de que se vale, en éste
como en casi todos los casos similares, la musa có-
mica. Como los hechos heroicos son los más fáciles
de ridiculizar, por lo mucho que se prestan á la exa-
geración hinchada, ningún género es más susceptible
de ser parodiado que el género épico, desarrollándose
considerablemente esta variedad de la poesía heroica,
por las facilidades que el ambiente sociológico le
proporcionó, durante el medio evo y las primeras ho-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 119
ras de la edad moderna. En el género de La Malam-
brunada, el parnaso español posee, además de La Ga-
tomaquia de Lope de Vega, notable por su gracejo y
su facilidad, La Perromaquia de Nieto Molina, especie
de plagio de la obra anterior, que vale muy poco, y
La Mosquea de José de Villaviciosa, que no sólo ma-
neja con donaire diestrísimo la octava rima, sino que
se distingue por lo acertado del plan, lo primoroso
de las descripciones, lo realista de los caracteres y
la pomposa elevación del estilo, virtudes que, aun-
que en mucha menor escala, también se encuentran en
el poema heroico burlesco de nuestro Figueroa.
III
En los tomos tercero y cuarto de las obras de éste,
á pesar de su mucha extensión, nada hallamos digno
de especial encarecimiento, fuera de algunos memo-
riales en verso y de algunas letrillas bien trabajadas.
Género es éste en que sobresalía nuestro poeta. La
letrilla, al final de cada una de cuyas estrofas se re-
pite un mismo pensamiento, debe caracterizarse por
la sencillez, la facilidad y la gracia en el lenguaje
y en la intención. Es un tema que se amplifica en
las glosas, llamándose estribillo á la parte que se re-
pite en cada una de las estancias, y siendo modelos
de esta especie inferior del poema lírico las letrillas
satíricas que burilaron con travesura extrema Gón-
gora y Quevedo. Casi todas las que escribió, con
chistosísima fluidez, nuestro Figueroa, tienen un
marcado carácter político, lo que nos permite ase-
verar, sin miedo á reproches, que los males de hoy
eran ya conocidos por los hombres de antaño.
HISTORIA CRITICA
"Caudillo ambicioso,
Tirano insolente,
¿Tú invocas perjuro
La patria y las leyes?
Quien no te conozca
Te compre y en breve
Dirá arrepentido:
(Qué el diablo te lleve!
El beso de Judas
Traidor nos ofreces
Con esas patrañas
Que dices y mientes;
Si un tonto con ellas
Se emboba y embebe,
Hay mil que repiten:
¡Qué el diablo te lleve!"
Otras veces, en Los decretos pilatunos, nos pinta
la eterna injusticia de las resoluciones gubernamen-
tales, que todo lo conceden al servilismo vil y que
todo lo niegan al mérito altivo.
" — El que suscribe, editor
De El libre, hoy desengañado.
Con el ministro ha pactado
No ser más opositor;
Mas como los liberales
Se le borran, justo es
Le abone el gobierno al mes
Dos mil cruzados cabales,
Y dos mil también mensuales
Para reclutar partido.
— Concedido.
— Yo, nacional, lograr quiero
Un cargo que me disputa
DE LA LITERATURA URUGUAYA
Otro, que á tiempo disfruta
De tres naciones el fuero.
Político camaleón
A todo rumbo hace vela,
Pues para él la escarapela
Es mueble de quita y pon;
Yo espero en mi pretensión
La preferencia alcanzar.
— No ha lugar."
Además de las letrillas, que pueden ser amorosas
y satíricas, según el asunto en que están basadas,
señalaremos, en el tomo cuarto de las obras de nues-
tro poeta, la composición que lleva por título Los
tertulianos del mus. Reuníanse, después del sitio, al-
gunos personajes de cierta importancia en la casa de
don Mateo Martínez. Nuestro bardo se entretuvo ca-
ricaturándolos en unas décimas tan ricas en donaire
como pródigas en juegos de palabras, concluyendo la
serie de siluetas con su propio retrato, que dice así:
"Infalible allí se vé.
Con varita y antiparras.
El miope vate de marras.
Que fuma y toma rapé;
Y aunque en largas coplas dé
Perlas por dientes á Irene,
Largo cabello á Climene
Y sonora voz á Elisa,
Todo es charla y causa risa.
Que eso es dar lo que no tiene."
Pocas novedades, dignas de mención, encontramos
también en el tomo quinto, cuyas páginas abundan
en charadas, improvisaciones y enigmas, no siendo
estos últimos sino una especie de alegoría, en que
HISTORIA CRÍTICA
se representa una cosa por otra, que de propósito
se envuelve bajo circunstancias que lleguen á obs-
curecerla, según la clásica definición del retórico
Blair. No bastan á salvar al volumen del muérdago
del olvido, el cuadro poético El ajusticiado y la pro-
saica Apología del choclo. Figueroa no ha nacido
para cantar asuntos tan tétricos como el asunto en
que se inspira la primera de las composiciones cita-
das. Redujese á parodiar unos populares versos de
Espronceda; pero poniendo mucho de sí mismo en
la imitación, porque Figueroa, hasta en sus caídas,
supo ser Figueroa. En cuanto á la segunda de las
poesías citadas, parécenos que no es merecedora de
los muchos elogios que nuestros padres le tributa-
ron, en los tiempos felices en que la mazamorra y la
carbonada constituían el deleite de los gastrónomos.
Lo mejor de ella no está, por cierto, en las octavas
reales con que principia, sino en el romance octasí-
labo en que nos describe el maizal alumbrado y bru-
ñido por las rachas ardientes del sol del verano.
"Es hermoso en el estío
Ver en los prados de Oriente,
El maizal nuevo y flexible
Como un lago de ondas verdes.
O como ejército inmenso
Allí apiñado é inerme,
Cuyas flotantes garzotas
Rojas y rubias se mueven.
Mil mariposas en torno
Se acercan, huyen y vuelven
O sobre sus anchas hojas
Libando el néctar se mecen.
Alh' el labrador contempla
Su rico tesoro en ciernes,
DE LA LITERATURA URUGUAYA 123
Que en vistoso panorama
Halagan las auras leves.
Y el fértil suelo bendice
Do benigno el cielo quiere
Que una mazorca recoja
Por cada grano que siembre.
Allí, en su largo capullo,
Se vé el tierno choclo endeble,
Que luego en maíz valioso
El sol y el aire convierten.
Crisálida inanimada,
En metamorfosis breve,
Sin mudar forma ni esencia.
Su calidad ennoblece.
De él se hace la fresca chicha
Que ansioso el etiope bebe,
Y el gofio que los canarios
Al dulce mejor prefieren.
Las secas hojas al pobre
Mullido colchón ofrecen,
O en el aterido invierno
De su hogar el fuego encienden.
En su chala, por más gratos.
Los cigarrillos se envuelven,
Y ella misma, en las penurias,
Sirve de tabaco á veces.
Así á la virtud del choclo
Mil beneficios se deben.
Pues por él cocina el hombre.
Bebe, come, fuma y duerme."
Lleno viene también el tomo siguiente de trivia
lidades, como improvisaciones, acertijos, enigmas y
charadas. Por fortuna le dan cierto valor un memo-
rial y algunas letrillas. El poeta pide, en el memo-
124 HISTORIA CRÍTICA
rial, que le abonen un par de sueldos, aunque se los
abonen en pequeñas cuotas. Sabe las penurias que
pasa el erario, pero funda su petición en que es tanta
la pobreza de su indumentaria que
"Si mis zapatos se ríen
Mis pantalones suspiran,
Y el paltó más bien parece
Fariseo que levita."
El poeta es siempre admirable en sus letrillas, que,
como el soneto y el romance, son formas métricas
más que verdaderos géneros líricos. La letrilla per-
mite á sus cultores entregarse á todos los caprichos
de la versificación, haciendo lujo y gala de fluidez
y de ligereza. El origen de la letrilla se pierde en
los siglos infantiles de la lengua castellana, siendo
la sencillez, el donaire y la ingenuidad los rasgos
característicos de esta índole de composiciones, que
ya eran estimadas y bien queridas entre los rimadores
de la corte de don Juan II. Tienen por objeto el
amor y la sátira, siendo satíricas la mayor parte de
las que nos legó nuestro Figueroa.
La sátira es el látigo que fustiga las extravagan-
cias, las ridiculeces, los vicios y la perversidad de
los hombres. La sátira es mordaz, es acre y vigorosa
cuando se aplica como cáustico sobre los vicios, y es
chispeante, es chancera y zumbona, cuando persigue
las debilidades humanas, las ridiculeces dignas de
compasión y no merecedoras de aborrecimiento. La
letrilla no gusta de la indignación, siendo sus armas
la risa y el menosprecio, la ironía punzante y ligera.
Así, en el tomo sexto de las composiciones de Fi-
gueroa, las letrillas que se titulan El nuevo progreso
pican y huyen como las abejas, versando sobre la in-
tervención anglo - gala, los malos jueces, los malos
DE LA LITERATURA URUGUAYA 125
médicos, los empleados mediocres, los poetas ínfimos,
el lujo desmedido y el préstamo usurario, que ya
existía en los tiempos del locro y del pororó. Todas
esas letrillas están escritas con el fino gracejo y la
difícil facilidad que constituyen la característica de
la musa del patriarca de nuestro parnaso. No son las
mejores que produjo su numen; pero acrecientan,
con su valer, el caudaloso río de su justa y perdu-
rable fama.
"Hay juez que usa de dos varas:
Una tuerta, otra derecha;
Y aun tiene, si le aprovecha,
Como el dios Jano, dos caras.
El litigante á sus aras
Llega, y le asalta un sabueso:
¡Qué viva el progreso!
Este primer mordiscón
Que le dá el sabueso en puertas.
Se llama, si ya no aciertas.
Juicio de conciliación.
Aquí empieza la pasión
Del Cristo, que llevan preso:
¡ Qué viva el progreso !
Si á tela de juicio vá
Ya tiene la vida amarga:
La intervención no es tan larga
Como su juicio será;
Porque el pleito es el maná
Que mantiene al juez obeso:
¡ Qué viva el progreso !
Sigue al Calvario el cuitado,
Y después de cien gabelas.
126 HISTORIA CRÍTICA
Le chupan, cual sanguijuelas,
Juez, escribano y letrado;
Y al fin, exhausto, arruinado,
Le sentencian su proceso:
¡Qué viva el progreso!"
Empieza el tomo séptimo con una traducción y con
una perífrasis de las Lamentaciones de Jeremías. Fi-
gueroa sobresale siempre que se ocupa de asuntos
místicos. Tiene unción, armonía y grandeza, por lo
que agradan y sobreviven, á pesar del cambio sufrido
por las ideas, estas composiciones suyas de carácter
sacro, que ponen de manifiesto y en transparencia
la casi universalidad de su numen. También se en-
cuentra, en las páginas del tomo séptimo, una can-
cioncilla titulada El pío - pío, que pertenece al gé-
nero de las canciones bucólicas y elegiacas de Me-
léndez Valdés. Un zagal, que pasa junto á un arbusto,
se apodera de una paloma que tenía su nido allí. En
el nido piaban dos pichonzuelos. Al sentirlos quejarse
desesperados, la madre aletea sin lograr escaparse de
las manos del rústico. El poeta dice:
"La frígida noche
Llega, y en el nido
Sufren la intemperie
Los dos huerfanitos.
Faltos de alimento,
Implumes, sin brío,
Van desfalleciendo
En largo martirio.
Y á dúo piaban
Al viento y al frío:
Pío, pío,
Pío, pío.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 127
La triste cautiva
Sin ver á sus hijos,
Desdeña en la jaula
El trébol y el trigo.
Y al alba naciente
En un paroxismo
Cayó reclinando
El cuello y el pico.
Y exhala en sus ansias
Este último trino:
Pío, pío,
Pío, pío.
Zagal insensible
Con pecho felino.
Tu propia conciencia
Será tu castigo.
La triste avecilla
En míseros trinos
Pedíate en vano
Su prole y su nido.
Doquier su lamento
Resuene en tu oído:
Pío, pío,
Pío, pío."
El género bucólico, inspirado en el amor de la na-
turaleza, está tan lejos del prosaísmo y de la grosería
como de la cultura excesiva y de la elevación afec-
tada. Son propios de lo eglógico y de lo idílico, así
como también de la elegía bucólica, los sentimientos
tiernos, y las imágenes dulces y sencillas. En la le-
trilla pastoral, que antecede, el pensamiento, la elo-
cución, el estilo y el metro concurren al fin suave
y educador que se propuso el numen del poeta. Los
128 HISTORIA CRÍTICA
versos de seis sílabas, que hemos transcrito, además
de su mucha casticidad, son sobrios, naturales, llenos
de sentimiento y apropiadísimos para el álbum de
una niña de saya corta, objeto para que nuestro poeta
los buriló con el docto cincel de su métrica clásica.
Merecen también especial mención, en el mismo
tomo, la letrilla Cosa es de llorar, cosa es de reír;
pero apenas merece el recuerdo que aquí le consa-
gramos la elegía que inspiró á su patriotismo la
muerte del general Rivera, acaecida el 13 de Enero
de 1854 en las orillas del arroyo de los Conventos.
Triste era el aspecto que ofrecía á los ojos la cam-
paña de nuestro país al terminar las homéricas lides
de la Guerra Grande, Urquiza y Oribe celebraron el
tratado de paz que la clausuraba el 8 de Octubre de
1851. Dispersas las familias, las chozas en escombros,
los rodeos abandonados, sin cultivo las tierras de
pan llevar, mermada la población por la escasez y la
hoja del cuchillo, lúgubres y sombríos eran los cam-
pos de la patria recién nacida á la independencia. En
vano quiso restañar las heridas abiertas por la lucha,
la administración proba, pero sin energía, de don
Juan Francisco Giró. Las pasiones políticas, la sed
de preponderancia de los partidos, le salieron al paso.
La fracción colorada no se avenía con la derrota á
que la condenaron las elecciones verificadas á raíz
del patriótico convenio de Octubre. Agitó los espí
ritus, incubando una nueva y dura tempestad. El 18
de Julio de 1853 se amotinaban, fusilando á la guar-
dia nacional, las tropas de línea puestas bajo las ór-
denes de César Díaz y de León Palleja. Transcurrido
dos meses. Giró, aterrorizado por las virulencias opo-
sitoras, abandonó el poder, constituyéndose un triun-
virato para gobernar provisoriamente el país. Rivera,
que era uno de los triunviros, volvió del Brasil, donde
DE LA LITERATURA URUGUAYA 129
se encontraba, cerrándole los ojos los dedos de la
muerte al fulgor de las luces matinales de un día
de estío de 1854. Eran próximamente las seis de la
mañana cuando murió el caudillo. — Renacía la gloria
del incásico sol. — Cerró los ojos cerca de Meló, á
poca distancia de la frontera que tantas veces de-
fendió su osadía en los lustros de bronce, mirando
aun las piedras de los marcos labradas con las chis-
pas de pedernal de los trabucos de los tiempos de
Artigas.
Si poco vale la elegía que Figueroa dedicó á Ri-
vera, no vale mucho más el epicenio fúnebre que
consagró su musa á la memoria del jefe de los Treinta
y Tres, caído para siempre en brazos de la sombra
muy poco antes de que la sombra se apoderase del
invasor victorioso de las Misiones. ¡ Sarcasmos y lec-
ciones del destino! ¡Los restos de los jefes de los
dos partidos tradicionales fueron sepultados en la
misma nave de la principal de las iglesias montevi-
deanas, con la misma pompa, con la misma venera-
ción, arrullando su letárgico sueño los mismos esqui-
lones y las mismas salmodias, como si la eternidad
se complaciese en decir á los vivos que nada significan
los matices y los enconos que se disuelven en un
montón de tierra descolorida!
Si es escaso el valor de las elegías que contiene
el octavo tomo, todas las letrillas que leemos en sus
páginas son dignas de loa, desde la que la musa de
nuestro bardo consagró á los miriñaques hasta las
consagradas á la sarcástica defensa de Los bailes la
polka y el schottish.
"El schottish y polka son
Dos bailes de honra y provecho;
Pie con pie, pecho con pecho
Se baila, y viva la unión!
9. - I.
HISTORIA CRITICA
Y á esa inocente fusión
Llaman peligroso exceso:
¡A otro can con ese hueso!"
En ese tono y con esa fluidez está trazada toda
la letrilla.
"Esas viejas y devotas
Que á la polka hacen el bú,
Antes de ahora con su ondú
Bien se ponían las botas;
Y hoy quieren, de puro idiotas,
Servirnos de sobrehueso:
¡ A otro can con ese hueso !
En sus tiempos, como es llano,
Cada uno ha sido un sultán,
Y hoy el rol haciendo están
Del perro del hortelano;
Y acusan como profano
Lo que antes fué un embeleso:
i A otro can con ese hueso !
Rabian porque el sexo lleva
El descote abierto y bajo:
¿Qué cotilla ni que atajo
Llevó nuestra madre Eva?
Santos son á toda prueba
Pues se escandalizan de eso:
¡A otro can con ese hueso!"
Son igualmente bellas, en el tomo octavo, las oc-
tavillas italianas tejidas en encomio del clavel del
aire:
"i Salve, rey de los claveles,
Flor del aire que me hechizas,
Blanco ó rojo, simbolizas
La inocencia ó el rubor.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 131
Más sublimes, no tan fieles,
Otros vates te han loado,
Silfo aéreo, flor sin prado,
¡Oh clavel emperador!
Bello enigma indefinible
De fragancia y donosura.
Misterioso en la natura
Suspendido al aire estás;
Y meciéndote apacible
Sobre flores exquisitas.
Entre cielo y tierra habitas.
Excepción de las demás."
Las seis octavillas, de que consta la composición,
son tan tersas y musicales como las anteriores; pero
justo es decir que Figueroa carecía del frenesí lírico,
del entusiasmo poético que requiere la índole de cier-
tos asuntos. Si se salva siempre, escriba lo que escriba,
es por lo siempre primoroso de la versificación. Para
mal de su gloria, en los ocho volúmenes, todos ellos
de más de ochocientas páginas, que acabamos de re-
correr, abundan las composiciones de circunstancias.
Mejor fuera que muchas de ellas, indignas de su in-
genio, no hubiesen sido coleccionadas por el autor.
Afean su obra lo que no es decible y perjudican no-
tablemente á su fama, saliéndose de la lectura de
esos ocho libros con el sentimiento de que nuestro
poeta no empleara mejor las grandes dotes que le
concedió la naturaleza. No hay presidente que no
tenga allí una felicitación, un saludo, algún home-
naje de aquel cortesano ingenio, que poco distinguió
ó quiso distinguir de consecuencia y colores políti-
cos. No hay bautizo, merienda, banquete, sarao ó ve-
lorio, en cuyas copas no deje escritos algunos acrós-
ticos ó anagramas, como no se pasan diez páginas de
132 HISTORIA CRÍTICA
lectura sin su correspondiente charada, acertijo ó
enigma, pobres juegos de ingenio que sólo sirven
para que la crítica ponga en duda el ingenio de los
que así juegan, estropeando sin discreción el propio
donaire y el ajeno gusto. No extrañemos, pues, que
aquella caótica é insignificantísima producción de ri-
mas y ritmos, deslustre las contadas composiciones
de verdadero mérito con que el lector tropieza al re-
gistrar los ocho abultados volúmenes, porque, amén
de las letrillas y de los memoriales en verso, pocas
de las composiciones burlescas de nuestro primer
bardo hubieran excluido de las llamas el cura y el
barbero pintados por Cervantes. Figueroa abusa de
su facilidad, todo lo encuentra digno de ser trovado,
y cuando algún asunto de importancia le sale al en-
cuentro, lo teje con premura, como si se tratara de
cosa baladí ó como si el cancionero temiera que otra
lira le ganase el tirón. Proporcionar al público algu-
nos minutos de inocente placer y conseguir el aplauso
de los corrillos que se forman delante de las impren-
tas, — en cuyas tapias está pegado el número del día,
— diríase que es todo lo que apetece y busca el poeta
que escribió, para castigo de sus pecados, La exaltación
del bagre. El frenesí lírico no le hizo suyo nunca,
ni conoció jamás el platónico transporte de las ho-
ras de la creación destinada á ser imperecedera. No
es un sensitivo, lleno de saudades contagiosas y ala-
das, ni tiene la elocuencia del numen que consigue
deslumhrar á las muchedumbres con la arrebatadora
visión de la belleza artística. Jamás se embriaga, ja-
más se desborda, jamás se sobrexcita con el perfume
del humo y con el contacto de las brasas del entu-
siasmo del ensueño inmortal. La canción patria, la
canción sublime, la canción que arrulló nuestra cuna
DE LA LITERATURA URUGUAYA 133
y flotará consoladora sobre nuestro sepulcro, fué un
momento de excepción, una ráfaga de genio no repe-
tida en toda su vastísima obra. Es correcto en sus
rimas, parco en sus imágenes y frío en sus apostro-
fes, salvo en muy contadísimos momentos de efer-
vescencia imprevista y feliz. Ello no obsta para que,
en esos raros trances, una su nombre al nombre del
terruño en que se despertó á la luz de la vida, enla-
zando al recuerdo de nuestras glorias más puras, al
recuerdo de las glorias de nuestra emancipación, los
melodiosos sones de su lira de oro, que la naturaleza
formó para la jácara más que para la oda y más que
para el himno.
Lo mejor de sus obras son las letrillas, los donaires
epigramáticos y las composiciones que le inspiró la
brega de toros, género poético por él inventado y al
que se deben algunos de sus fragmentos más sobre-
salientes. Muy rica, riquísima, no sólo en número,
sino en valer, es su Antología epigramática, que con-
tiene más de mil cuatrocientas composiciones, dignas
de haber nacido en las mejores épocas del parnaso
español. Muy pocas de ellas son de desecho, porque
en todas ellas el arquero del chiste acierta ó se apro-
xima al centro del blanco, siendo en todas ellas do-
nosa la sal y sutil la zumba de que se vale. A pesar
de lo negativo del medio literario, ó tal vez porque
era negativo ese medio, sus composiciones epigramá-
ticas fueron tan celebradas en aquella época como
en nuestros días, pues no hay que olvidar que el epi-
grama, expresión de un pensamiento fino é ingenioso
en forma jocosa ó satírica, no pasa de ser uno de los
géneros poéticos menores. El epigrama, que, según
Marmontel, es el más corto de todos los poemas,
funda á veces su gracia en un simple equívoco, y
134 HISTORIA CRÍTICA
no es. otras veces, sino una mera trivialidad inten-
cionada. Compónese de una parte, llamada nudo, en
que se pica é interesa la curiosidad del lector, y de
otra parte, llamada desenlace, en que esa curiosidad
queda satisfecha por el chiste oportuno y maligno-
Muchos de los poemillas satíricos de nuestro poeta
podrían servir de ejemplo retórico, teniendo nuestros
padres sobrada razón para aplaudir y perpetuar,
aprendiéndola de memoria, la labor de nuestro tro-
vero, pues éste, sin pretenderlo y sin apercibirse
de lo que hacía, nos legó la más abundante y la más
valiosa de las antologías epigramáticas que el mundo
conoce. No hay país que pueda oponernos otra que
la iguale, ni otra siquiera que se le asemeje, por ser
producto, como la nuestra, de una sola edad y de un
ingenio solo. Una frase, un tipo, una anécdota, una
cita maliciosa, una ley reciente, un juego de pala-
bras oídas al pasar, todo le servía á nuestro poeta
para derroche y lujo de su facundia. Así se muestra,
sin esfuerzo y sin petulancia, burlón, maligno, feliz,
oportuno, antitético é hiperbólico, según lo requie-
ren el donaire ó la intención del asunto que explota.
En la mayor parte de sus composiciones de índole
epigramática, el gracejo, oculto al principio, estalla
como un cohete no bien se trasluce el intento atre-
vido ó sarcástico. No siempre su musa es limpia y
bien hablada; pero es siempre decidora y regocijante,
sintiéndose en sus mismos verdores, más que afán
de impureza, afán de esparcimiento y de gozosa
charla.
" — Ayer el furriel Marcial,
Decía un chico á su madre.
Me trató de hijo sin padre
Y también de hijo de tal.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 135
— ¡Tú sin padre! Ese furriel
Miente como un deslenguado;
Talvez, si se hila delgado,
Tengas tú más padres que él."
Léase este otro :
"Enfermó un procurador,
Trapalón de siete suelas,
Y al punto unas sanguijuelas
Mandó aplicarle el doctor.
— Eso, dijo un circunstante
Es recetar por capricho,
¡Sanguijuelas!.... Ese bicho
No muerde á su semejante."
Léase este otro :
" — ¿No está en este monasterio
Sor Inocencia, novicia? —
Preguntó uno sin malicia
Al capellán fray Silverio.
Este, que de mala luna
Salía de confesar,
Respondió: — En este lugar
No hay Inocencia ninguna."
Y este otro:
" — Mira, zopenco, que quiero,
Dijo á un aldeano un doctor.
De la cebada mejor
Para mi caballo overo. —
Y él responde: — Mi cebada
Podéis probar, voto á Dios!
Es fresca y ya para vos
La tengo aquí separada."
136 HISTORIA CRÍTICA
Y este otro:
" — Yo por adquirir honor
Escribo y no por dinero, —
Un escritor extranjero
Dijo á un patriota escritor.
Y éste responde: — Eso es de ene:
Tú por honor, yo por plata;
Cada uno en el mundo trata
De ganar lo que no tiene."
Así son, fáciles y traviesas, todas las redondillas
epigramáticas de Figueroa, rayando igualmente en
notabilísimas algunas de sus célebres toraidas, gé-
nero que su numen inventa y vulgariza. Ved como
describe un banderillero á caballo :
"Era el cebruno corcel
Hijo del aire y del fuego,
Pues su ser no participa
De inferiores elementos.
El nervioso cuello encorva
Bañando de espuma el pecho,
Según le incita ó detiene
El acicate ó el freno.
Parte el bruto como un rayo,
Y entre giros y escarceos,
Cubren al diestro jinete
Las crines que azota el viento.
Vuela, y las herradas manos
Que suelta y recoje á un tiempo,
Contra la cincha sacuden
El polvo que alzan del suelo.
La adornada banderilla
Con gallardetes diversos
Empuña el bravo, y la fiera
Sacude airada los cuernos.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 137
En su carrera, repente
Dale un grito, y revolviendo
Sintió el toro á un tiempo mismo
La herida, el grito y el trueno."
Se ocupa, en otra de sus toraidas, del último trance
de la brega con un toro de ley, que tiene suspenso
al público y algo atemorizados á los toreros. La res
no atiende al trapo y embiste al bulto. El sol luce
con radiaciones apurpuradas sobre el oro que borda
las chaquetillas de los lidiadores, amorenando los ros-
tros de la muchedumbre que se escalona en una parte
de los tendidos. Después de describirnos la agitación
de los palcos, nos pinta al matador que, según sus
crónicas, era de los buenos.
"Ornan su chaquetilla rozagante
Recamos y melindres de oro y plata;
En la diestra el acero centelleante
Y en la siniestra el manto de escarlata.
Un ceñidor, con franjas elegante.
El lucido calzón sujeta y ata;
Llega, y llamando al animal valiente.
Le agita el manto ante la torva frente.
La sangrienta cerviz entumeciendo,
Al purpúreo cendal embiste airado ;
Mas le evita García, y revolviendo,
Torna á llamarle en el opuesto lado.
Otra vez acomete el bruto horrendo,
Y entonces, con el hierro traspasado.
Bambolea un instante, desfallece.
Cae á sus pies y el suelo se estremece."
La plaza de toros, construida casi al final de los
tiempos coloniales, inauguró sus espectáculos con
mucha parsimonia. Al principio, las astas de los to-
138 HISTORIA CRITICA
ros estaban emboladas, y las cuadrillas, casi siempre
de aficionados, carecían de espada, contentándose el
público con un picador, dos banderilleros y cuatro
capeadores. Con la afición nacieron las exigencias.
Se solicitó y obtuvo el último tercio del espectáculo,
el sacrificio del bruto irascible y fácil de burlar,
contratándose diestros peninsulares de labor artística
y bravura notoria. No faltó quien censurara la afi-
ción de nuestro público á la tauromaquia, — lo mismo
en los tiempos coloniales que en las épocas que si-
guieron al poder español, — por lo que nuestro poeta
responde y replica, en casi todas sus versificadas re-
señas, á los que la tildan de bárbara é ineducadora.
"j Oh espectáculo grande á par que hermoso,
Imán del alma varonil y fuerte!
Mal que pese al filantro melindroso,
Y al moralista rígido é inerte.
Ellos mismos se ven con especioso
Pretexto allí acudir; y de esta suerte
La diversión que bárbara pregonan,
A par del pueblo entero la sancionan.
Llámanla destructora; mas yo infiero
Que es vana prevención, cuando imagino
Que sin toros se muere el mundo entero:
Que á unos los mata el agua, á otros el vino;
Pues si vuela en las astas un torero,
O éste al toro mató por ser ladino,
¿A qué excitar de humanidad las leyes.
Si hay de sobra en el mundo hombres y bueyes?"
Nuestro bardo, que sabe que estas sinrazones no
son razones, sustituye el razonamiento con la agu-
deza. Desde que al público le gustan los toros, hay
que estar con el público, que es el que aplaude los
versos y las estocadas. Oidle:
DE LA LITERATURA URUGUAYA 139
"Dijo un sabio, y con razón,
Que á los pueblos en España,
Con pan y toros se engaña
Como á niños con chupón.
He aquí una bella ocasión
De usar de aquel talismán;
Justo es que el pueblo en su afán
De guerra, penuria y lloros,
Tenga, sino pan y toros,
Toros, aunque sea sin pan."
Y en otra parte de sus toraidas, increpa al lector
en los siguientes términos:
"¿Y no admiras, no sientes, no te late
El corazón de orgullo y de contento,
Al ver que un racional resiste, abate
Y postra al fin de un bruto el ardimiento?
¿Y quién, al ver el hórrido combate,
De una parte el furor, de otra el talento.
Aunque el bravo espectáculo le asombre.
No saldrá envanecido de ser hombre?"
¡El buen poeta popular! ¡El rimador eximio y ja-
carandoso! Uno se envanece de ser hombre cuando
lee la correspondencia de Larrañaga y los versos de
Figueroa, importándole poco, y alegrándose mucho,
de no llevar coleta y pantalón ceñido como los Juan-
chos y los Palancas. Lo cierto es que uno no cambia
á un Figueroa por siete Repollos, con garrocha ó sin
ella, aunque los pepinos y el agua fría se lleven más
víctimas, cuando llora el verano sus chorros de sol,
que todas las astas de los brutos muertos en el es-
pectáculo de la lidia toril.
140 HISTORIA CRÍTICA
"Allí todo es placer; todo es motivo
De entusiasmo y ardor; si salta un perro
Atolondran el tímpano auditivo
Los silbos, la algazara y el cencerro;
Es más libre de lengua el más festivo,
Que erigirse en censor fuera gran hierro,
Cuando se ensanchan por virtud del toro
Las melindrosas trabas del decoro."
A veces, como en el pareado anterior, se diría que
Figueroa se burla del público, y que sólo halaga sus
aficiones por respeto á los gustos de la multitud.
La musa de Figueroa es una musa rara. A trechos,
como en el himno que arrulla al corazón, se viste
con el vestido de brocado de Dulcinea, y á trechos,
como en algunos de sus trozos satíricos, se cubre
con los harapos de Maritornes. Siempre, sin embargo,
versifica maravillosamente. Palanca es embestido por
la bestia salvaje:
"No resisten al golpe tremendo
El rejón ni la fuerza del brazo.
Que el jinete con fiero porrazo
Hizo el suelo y el circo temblar.
El caballo le oprime, y muriendo
Con su cuerpo le sirve de escudo,
Mientras tanto que el mísero pudo
Mal herido del riesgo salvar.
El dios Baco dio un grito mirando
Que ya el toro lo prende y lo agarra,
Y asustado, con hojas de parra.
Por no verlo sus ojos tapó;
Y perfumes de vino exhalando
Dijo el numen patético y tierno:
— ¡Oh, mal hayan el toro y el cuerno!
i Ya Palanca su gloria eclipsó!"
DE LA LITERATURA URUGUAYA 141
Esto es todo lo que se le ocurre á la musa del cé-
lebre poeta ante un hombre mal herido y ensan-
grentado. ¿Defiende la diversión ó se burla de la
piedad? Difícil es decirlo, pero se nos antoja que
Figueroa lisonjeaba á la multitud, aprovechando el
espectáculo para hacer aplaudir sus donaires y flui-
deces de rimador. No creemos, en verdad de verda-
des, que nuestro poeta gustara sinceramente de la
fiesta monótona y cruel, de origen morisco y de abo-
lengo peninsular, que no es, en resumen, sino la
cobardía vocinglera de muchos ante el estéril valor
de unos pocos. En 1882, por iniciativa de Paul y Án-
gulo, tratóse de establecer una plaza de toros en
Buenos Aires. Sarmiento, el inmortal Sarmiento, re-
dactó una petición en contra de aquella tentativa,
diciendo que, cuando el Parlamento inglés condenaba
la vivisección de los animales inferiores, aun en be-
neficio de la ciencia, era inicuo esperar que las au-
toridades argentinas autorizaran, en mal del pro-
greso, "la muerte dada por un bruto á otro bruto",
volviendo á someterse al yugo de una fiesta que
"nuestros padres extirparon como la verdadera ima-
gen del antiguo despotismo." Eduardo Wilde, el sa-
bio ingenioso y educador, ha escrito esta inolvidable
página: "El toreador conoce al circo; los especta-
dores son animales de su misma especie ; no le asus-
tan, más bien lo animan; sabe que puede saltar las
barreras y ponerse en salvo, en caso de apuro; todo
para él es viejo, previsto y trillado. Para el toro, á
la inversa, todo es ignorado, asombroso é inquie-
tante; el recinto es nuevo, el conjunto de objetos
extraño; la gritería alarmante, y la nunca vista feria
de colores. Los espectadores no son toros como él,
sino hombres entre los cuales no ve una cara cono-
cida. La pobre bestia es tomada por sorpresa en un
142 HISTORIA CRÍTICA
caso Único de su vida, mientras su asesino repite un
acto mil veces ejecutado. El torero conoce á los toros,
el toro no conoce á los hombres, y aun cuando su
inteligencia le permitiera intentar medirlos según las
leyes de los instintos animales, nunca los creería tan
desalmados. No hay, pues, igualdad en la situación
moral ni en los medios físicos de los combatientes,
y, por lo tanto, las condiciones de la lucha son
inicuas."
Eduardo Wilde agrega: "Una impresión extraña
de dolor, de cólera, de tristeza y de reproche, se pro-
duce en todo espíritu recto y caritativo, sensible al
menos al tormento inútil, cuando después de admirar
al animal valiente, airoso, bellísimo, en la plenitud
de su fuerza, lo ve perder poco á poco sus bríos
por el dolor de las heridas, suprimir sus ataques y
entregarse indefenso, perdido, exangüe y torturado
á su enemigo gratuito é implacable, para recibir la
muerte de sus manos. La destrucción, en un momento,
de tan arrogante valentía y de tan potente vitalidad,
causa una aguda mortificación é infinita tristeza. ¡Y
los pobres caballos de los picadores que, con el vien-
tre abierto y las entrañas colgando, mueren destro-
zados, sin mérito y sin gloria, por salvar la vida á
sus jinetes!"
Wilde concluye: "Cuando por casualidad he asis-
tido á una función de esta clase, he sido invariable-
mente partidario del toro, de su causa; su antago-
nista, lleno de habilidades y de destrezas, me ha sido
siempre odioso."
Perdonen esta digresión, por lo siempre oportuna,
los manes sacratísimos de nuestro Figueroa. A pesar
de la ley en vigencia contra las corridas, ley hipó-
crita y fácil de ser burlada, defiendo á mi país del
retroceso hacia la barbarie. Entre Figueroa, amante
DE LA LITERATURA URUGUAYA 143
de los toros, y Bauza, que los combatía, mi corazón
y mi inteligencia sienten y piensan como Bauza. La
sangre y la arena son buenas para divertir á los es-
clavos de la antigua Roma, y no para educar en el
culto del heroísmo noble á las libres ciudades de
nuestra América. El torero es un perezoso que juega
su vida una vez por semana, para no trabajar de una
manera útil, en favor del progreso material ó del pro-
greso artístico, en el resto del mes. Este mundo nues-
tro y esta nación joven, campo escogido por la civi-
lización para las luchas del porvenir, no tienen por
que recoger los desechos de los usos medioevales de
Europa. Si los teatros, los museos, las exposiciones,
la prensa y el libro bastan para educar la mentalidad
de la muchedumbre en las horas de ocio reparador,
la epopeya maravillosísima de nuestros combates por
la libertad basta de sobra para mantener la indome-
ñable fibra de los republicanos pueblos de América.
Concluyamos. Francisco Acuña de Figueroa es un
prodigioso ingenio, á quien perjudican sobre manera
lo inagotable de su abundancia y lo extraordinario
de su facilidad. Para que el valiosísimo joyel de su
numen fulgure en toda su plenitud, sólo se necesita
que un escalpelo hábil ampute sabiamente el cuerpo
monstruoso de sus obras completas. El bosque pide
que el hacha del leñador lo limpie de asperezas es-
pinosas y parásitas colgaduras. El valor de su pro-
ducción aumenta muchísimo, ante nuestros ojos, cuan-
do se observa que la musa del satírico ilustre era ge-
nuinamente uruguaya. Francisco Bauza dice: "Hay
algo local, característico, peculiarmente nuestro, en
su estilo, en sus giros, en todo lo que ha producido.
Sobre sus páginas puede advertirse el reflejo, ó la
estratificación, si así puede decirse, de lo que nos es
más habitual y querido." En efecto, aquel fecundo y
144 HISTORIA CRÍTICA
simpático poeta; aquel versificador feliz en todos los
ramos de la poesía lírica; aquel excelente modelo de
elocución castiza y donosa; aquel hombre que se
abriga con la más voluble de las indiferencias bajo
el paño de las banderas de nuestros dos partidos his-
tóricos, de nuestros partidos por demás irascibles y
en todos los tiempos irreconciliables, puso su lira, á
pesar de lo aristocrático de su abolengo y de lo his-
pano de su educación, al servicio de las glorias y de
las costumbres de la patria engendrada por el filoso
sable de nuestros gauchos, por la sed autonómica de
nuestros montoneros heroicos.
Figueroa sobresalió en el cultivo de la poesía sa-
grada, siendo ardiente y profundísimo el sentimiento
de sus traducciones y sus perífrasis de los salmos.
Leed su Super ilumina Babilonis.
"Sentados en la margen
Del babilonio río,
Allí, Sión, tu nombre
Recordamos llorosos y cautivos.
Y las sonoras arpas
Y címbalos festivos.
Tristes ya y destemplados
De los frondosos sauces suspendimos.
Pues los que á servidumbre
Nos llevaron vencidos.
Por escarnio intentaron
Oir nuestras canciones allí mismo.
Y los que nos trajeron
A la ignominia huncidos,
Entonad, nos decían.
De Sión los cantares y los himnos.
¿Cómo cantar podremos
Y profanar impíos
DE LA LITERATURA URUGUAYA 145
Del Señor los cantares
En tierra ajena y en ajenos grillos,
No, Sión; y primero
Que así te dé al olvido,
Y en tu ignominia cante,
Me olvide de mi diestra y de mí mismo.
Yerta mi lengua y fija
Al paladar indigno.
Si de tí me olvidare
Pásmese inmóvil con letal deliquio.
Si no te antepusiere,
O si indolente y tibio,
Jerusalem no fuese
De mi alegría origen y designio,
Tu ira, Señor, se acuerde
De los infandos hijos.
De Edón, — cuando disfrute "
Jerusalem su día apetecido.
Ellos son los que dicen
Sedientos de exterminio:
Hasta los fundamentos
Asolad, asolad los edificios!
Hija desventurada
Del pueblo aborrecido.
Feliz quién te dé el pago
Del tratamiento vil, que te debimos.
¡ Oh, bienaventurado
Quien goce vengativo,
Levantar con sus manos
Y en la piedra estrellar tus parvulillos!"
En estos versos, como en casi todas sus composicio-
nes religiosas, se echa de ver la filiación clásica de
nuestro poeta. El estudio, el constante contacto con
los modelos que nos legó el greco-latinicismo, dio sa-
to. — I.
146 HISTORIA CRITICA
via y lozanía á la flor de su numen, á pesar de lo pre-
cario de la atmósfera artística en que se desenvol-
viera su ingenio feliz. Imita sin plagiar. Traduce sin
servilismos que sofoquen el sentimiento profundo que
le ennoblece, y que hace vibrar las fibras de su ser
como vibran las cuerdas de un salterio bajo el hábil
impulso de una mano inspirada.
Figueroa sobresale también, aunque con períodos
de desmayo, en el cultivo de la oda pindárica, de la
silva heroica, del canto noble de los antiguos. Oídle,
solemnizando la jura de la Constitución:
"¡Orientales! el fuego que exhalando
Están los corazones,
Para ejem.plo y lección de las naciones
Dure más que el vivir; y reanimando
Nuestra ceniza inerte.
Allá en la obscura estancia de la muerte,
Del patriótico amor que hoy nos inflama,
Fósforo sepulcral, arda la llama!"
Su musa, tal vez, carece del entusiasmo arrebata-
dor, del movidísimo frenesí, que la retórica leyenda
exige á los que ensayan la canción olímpica, el himno
pindárico. Tal vez no tiene la vehemencia, la arden-
tía, la sublimidad que admiramos en los que loaban
á los vencedores de los juegos píticos y ñemeos. Es
muy posible; pero, ¿qué nos importa? Cantó lo nues-
tro como pocos han sabido cantarlo, siendo hijo de
su musa el himno nacional, el himno del terruño, el
himno del país, y siendo su numen el primero que
lloró las lágrimas benditas de la inspiración sobre
la hoguera de nuestras enconadas luchas civiles. He-
roico y elegiaco, su estro nos invita á gemir al com-
pás de su arpa.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 147
"Pues ya el monstruo tremendo
De la discordia aleve,
La viborezna frente sacudiendo.
Sangre vierte feroz, y sangre bebe;
Y á desolar se atreve
El suelo patrio con furor infando.
Ya sus ojos agrestes
Lanzan llama sulfúrica y siniestra;
Ya en su horrorosa diestra
Brilla el puñal del parricida Orestes
Y en sus hombros se mira
La túnica fatal de Dejanira.
Mas ¡ oh bárbaro horror ! Ya á las venganzas
Miro cruzarse fratricidas lanzas;
Oigo el bronce tronar.... ¡Oh ansias fatales!
¡ Todos son orientales
Y van á destrozarse! El torpe acero,
Patriotas, deponed. El bello día
Alumbre placentero
De dulce unión.... Mas ¡ay, oh Musa mía!
¿Quién el abismo cierra
Si á los ecos de paz responde: ¡guerra!"
Nuestro Figueroa sobresale igualmente en la forma
métrica de la letrilla, que cultivó con excepcional
acierto y donaire. Parece, dada la dureza con que la
sátira azota á los vicios, que sus cultores debieran
hallarse enfermos de misantropía. Revilla dice que
la sátira es el resultado del maridaje entre el gracejo
cómico y la austeridad crítica, maridaje que pone de
manifiesto la contraposición que existe entre las rea-
lidades de lo presente y las esperanzas en lo porve-
nir. Sin negar la importancia moral y sociológica
del género satírico, es indudable que en la sátira
148 HISTORIA CRÍTICA
casi siempre se manifiesta algo de maldiciente y algo
de impuro, siendo muy pocos los burlones que sa-
ben aplicar con provecho la máxima antigua, "par-
cere personis, dicere de vitiis." Por rara excepción
el gracejo de Figueroa es inofensivo, siempre agra-
dable y digno de loa, pues censura los errores sin
envenenada malignidad y ataca los pecados sin pon-
zoñosa mojigatería. Oidle:
"Vá el pueblo en una elección
A votar como en barbecho.
Y la astucia y el cohecho
Triunfan en la votación:
Se repite otra ocasión
Y sigue la contradanza.
Buena vá la danza."
¡Alto ahí — dice un figurón
Yo soy la patria y la ley.
Los demás son una grey
De irracional condición;
Mis fueros son el cañón
Y mi derecho la lanza!
Buena vá la danza."
Todas las letrillas de nuestro poeta están capri-
chosa y magistralmente versificadas.
" — Pues que sabe tanto
Diga, mamá mía,
¿Qué cosa sería
Don Código Santo?
En prosa y en canto
No hay quien no le alabe;
Todos le idolatran.
— jEso Dios lo sabe!
DE LA LITERATURA URUGUAYA 149
— ¿Será cosa bella
La patria, mamita?
Pues cada cual grita
¡La vida por ella!
Dichosa su estrella
Es en cuanto cabe
Con novios tan finos;
— j Eso Dios lo sabe!
— De igualdad completa
Nadie hay que no hable,
Los hombres de sable
Y los de chaqueta;
¿Todo se sujeta
A la ley suave
Que á todos iguala?
— Eso Dios lo sabe !
— La ley y el derecho
Guardemos, decían;
¿Dó los guardarían?
¿Adentro del pecho?
Y por más provecho
Debajo de llave
En algún baulito?
— ¡Eso Dios lo sabe!"
Nuestro Figueroa, como epigramático, no tiene des-
perdicio: es burlón, chancero, ocurrente, oportuno y
original.
"Enfermó Gil gravemente
Y Baltasar su heredero,
Gime y siente,
Porque ha sanado el doliente
Con un remedio casero.
150 HISTORIA CRÍTICA
Si el viejo vuelve á enfermar,
Como es fácil que suceda,
Baltasar
Debe á un médico llamar
Y verá que pronto hereda."
Oid este otro:
"A Juanilla, que pujando
No cabe en su miriñaque,
Preguntó con sorna un jaque:
— ¿Ese bulto es contrabando? —
Y ella responde: — i Ah, fisgón!
En mi aduana hilan delgado;
Cuanto aquí llevo, ha pagado
Derechos de introducción. — "
Ciudadano honesto, y poeta para el que la muerte
no fué sino el principio de la inmortalidad, dado
lo fecundo y lo poliforme de su ingenio feliz,
Figueroa aun espera la estatua que le debe la gra-
titud pública. El porvenir pagará la deuda, cuando
ya no se pregunte á los elegidos de la nombradía
el color de la pasión política que los animaba. El
estudio conserva. El trabajo mental vivifica. Larra-
ñaga murió, en su quinta del Miguelete, á la edad de
77 años. — Francisco Acuña de Figueroa había cum-
plido los 72 años, cuando la virgen de los últimos
amores apagó la luz de la lámpara de su cerebro
fuerte. Puede decirse, sin miedo á réplicas, que el
más popular y el más jacarandoso de los poetas de
nuestro país, de nuestro edén nativo, de nuestra dulce
patria, es Francisco Acuña de Figueroa.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 151
IV
Recapitulemos lo que antecede.
La creación del virreinato del Río de la Plata se
remonta á 1776. Cincuenta años antes, en 1609, Fe-
lipe III aprobó las concesiones hechas por el gober-
nador Osorio al Colegio de Córdoba, fundado y di-
rigido, desde los orígenes del siglo decimoséptimo,
por los padres de la renombrada Compañía de Jesús.
A aquel instituto, del que hablan con elogio Lozano
y Funes, vino á unirse, durante la progresista gober-
nación de Vertiz, el Real Colegio de San Carlos, casi
tan famoso como las universidades de Méjico y Lima,
Quito y Chuquisaca, fundada la primera en 155 1 y
fundada la última en 1726. El Real Convictorio Caro-
lino, gala y gloria de Buenos Aires, trató de difundir
todo género de conocimientos útiles, de acuerdo con
las levantadas aspiraciones de don Juan José de Ver-
tiz. Es claro que debió, ser clásica la educación inte-
lectual que allí recibieron los hijos de los colonos
peninsulares, enseñándose la literatura según las re-
glas de Aristóteles y de Horacio. Padecieron los re-
gulares del abuso de la educación de la memoria, en
la que los escolásticos supieron ver al más fuerte de
los apoyos de la inteligencia, — y del demasiado amor
á los principios técnicos, convencidos de la profunda
verdad que entraña el aforismo poético de Boileau:
Pour savoir son métier, il faut l'avoir apris.
¡Fenómeno curioso! Aquel clasicismo, desenvuelto
á la sombra de los claustros ascéticos y los reyes ca-
tólicos, se entretuvo en paganizar sus tropos más finos
y sus visiones más esplendorosas. Casi todas las ama-
das de aquellos poetas se apellidan Filis ó Cloris.
Los dioses ante los que se arrodillan aquellas musas
152 HISTORIA CRITICA
son el pítico Apolo, con la lira á la espalda y la ar-
diente cuadriga lanzada al galope; Venus, que nace
desnuda y sonrosada en el columpio azul de las olas
egeas, entre dulces revuelos de palomas mansísimas
y caprichosos brincos de delfines alborozados; Diana,
la hija de Júpiter y de Latona, la virgen de los bos-
ques en que crece el laurel, la que transforma en cier-
vos á los que la sorprenden en las estivas molicies
del baño, la que habla de amores con Endimión dor-
mido en las profundidades de la gruta de Caria. Con-
siderando al arte como frivolo pasatiempo y no atri-
buyéndole ninguna misión social, metrizar es un sim-
ple juego de ingenio para aquellas melódicas liras
del período clásico, que en lugar de pedir vivificante
oxígeno al pampero que cruza las cumbres de Po-
lanco ó miel de lechiguana á los montes de las cer-
canías de San Gregorio, van á pedir aire de cosas
muertas á las cumbres vetustas del Píreo ó áticos zu-
mos á las abejas de los antiquísimos bosques de The-
salia
No deben confundirse el clasicismo verdadero y el
pseudo clasicismo. El verdadero clasicismo aspiraba
á la perfecta armonía entre el fondo y la forma, al
enlace perfecto de la idea con su vestidura, al per-
fecto connubio del espíritu inmaterial con el mundo
sensible. En la poesía griega lo incorpóreo del espí-
ritu se encierra sin esfuerzo en la claridad serenísima
de la forma, porque, en el mundo helénico, la natu-
raleza es como la prolongación del hombre, que la
enaltece y ia agranda y la personifica prestándole
lo etéreo y lo mejor de sus atributos espirituales. El
verdadero clasicismo era, á la vez, armonía y belleza,
orden y hermosura, elevándose la forma con facili-
dad suma hasta la altitud de los pensamientos, que
jamás pasaron de la altitud del hombre, porque, en
DE LA LITERATURA URUGUAYA 153
el mundo jónico y en el mundo ateniense, los dioses
y los astros y las aves y las plantas y los pedruscos
no eran sino cosas y fuerzas humanizadas. En Grecia,
y por reflejo en Roma, el hombre y la naturaleza se
vinculan estrechísimamente como dos prometidos,
como dos desposados, del mismo modo que armonizan
allí, en la tierra de las estatuas y de las columnas, la
ley y las costumbres, la moral y los actos, el héroe
y el medio. Para cantar al hombre, casi divino, y á la
naturaleza, transformada en espiritual, concibe el arte
clásico los versos dulces como la miel de la lésbica
Erina, las báquicas y eróticas canciones de Alceo, los
tiernísimos y anacreónticos decires de Meleagro, los
agudos y zumbadores epigramas de Marcial, ó las bri-
llantes y voladoras metamorfosis del patético Ovidio.
El arte pseudo clásico, y en especial el arte pseudo
clásico de la centuria decimoctava, aspiró también
al connubio perfecto de la forma y la idea, pero obs-
tinándose absurdamente en paganizar lo que ya no
era de ningún modo paganizable, puesto que ya existía
una profunda contradicción entre el alma incorpórea
y el mundo sensible, entre la ley y el uso, entre lo
sereno de la forma clásica y lo muy conturbado del
núcleo social. El cristianismo, purificando y engran-
deciendo á lo absoluto, desterró á los tritores de las
olas oceánicas y desterró á las ninfas de los bosques
en que se abre la flor al soplo del céfiro, como la de-
mocracia, purificando y engrandeciendo la ley polí-
tica, hizo á los héroes menos divinos y mucho más
humanos. Nuestro clasicismo no quiso convencerse de
estas verdades, y por mantener incorrupta la forma
serena, amenguó el pensamiento y redujo sórdida-
mente la fantasía. No pudiendo levantar lo corpóreo
hasta lo psíquico, rebajó lo psíquico hasta lo corpó-
reo. Así convirtió el arte de cantar emociones pro-
154 HISTORIA CRITICA
fundas y anhelos íntimos, en arte artificioso de hurdir
con destreza los vocablos pulidos en forma de rimas,
tomando por modelos y por mentores á los doctos
artífices de aquella antigüedad que dio luz al pincel
y movimiento al mármol. Esa absurda y visible con-
tradicción entre el ambiente y la poesía, resultaba aun
mucho más visible y mucho más absurda en nuestro
propio medio. Las Filis y las Calateas no cabían en
la ciudad donde los legionarios se despertaban con
el amanecer al son de los obuses de los sitiadores,
como las culteranas Ceres y Flora se hallaron pronto
á disgusto bajo la cúpula de los vírgenes montes
donde enhebran sus himnos el cabecita negra y el
chingólo pequeño. ¿Qué Tantálide, con el cutis un-
gido por ungüento de Siria, era posible que conso-
nara con una sociedad en la que sólo se toleraron
los libros ascéticos, en la que se creía en la expiatoria
aparición de las ánimas, y en la que las gentes se qui-
taban el gacho al resonar la seña del rezo vespertino?
¿Qué Cloris ó qué Leda, fácil como las fáciles nubiles
de Rodia y con los ojos verdes como los verdes ojos
de Palas, era posible que consonase con una sociedad
en que se amortajaba á los muertos con un hábito fran-
ciscano, en que los ataúdes tenían por único adorno
el signo de la cruz, y en que doblaban las campanas
sobre los séquitos que iban, lentamente y á pie y con
trémulas luces en las manos, hacia las iglesias con
olor á ciriales y á mirra? ¿Cómo era posible que sim-
patizasen las nueve hermanas, nacidas en deíficos va-
lles y montes olímpicos, con las cuchillas y los arbo-
lados del jaguar salvaje y la res indómita, el ñandú
ligero y el cardenal purpúreo, el negro con ojotas
y el gaucho con vincha, la vidalita triste y la guitarra
de origen moro? El clasicismo se sintió morir, como
los árboles que deseca el rocío salobre de las aguas
DE LA LITERATURA URUGUAYA 155
del mar. El último de sus levitas y de sus cruzados
fué Figueroa.
No lo fué siempre á la moda del siglo XVIII. No
lo fué en El Dies Irae, ni en el Super flumina Baby-
lonis. No lo fué en sus Toraidas, ni en su composición
El Ajusticiado. Lo fué y de veras, en la mayoría de
sus odas, canciones, letrillas y epigramas. Lo fué en
casi todos sus múltiples é insubstanciales juegos de
ingenio, en los que malamente derrochó el suyo. Lo
fué en sus muy contadas endechas amatorias, y lo
fué en sus apropósitos para días de días. Sólo el mé-
rito de aquel artífice, que por desgracia vino muy
tarde ó vino muy pronto, prolongó la agonía de la
musa clásica, de la musa nacida en montes de laurel
y cerca de las olas de un mar azul. ¿Qué importa?
Gracias á aquel momentáneo reflorecimiento, aun
tiembla el corazón al compás de los lloros de La ma-
dre africana.
Es que el verdadero clasicismo, el clasicismo de la
antigüedad, no es el clasicismo de Figueroa.
El mundo griego, sobrio y sin hábitos de molicie,
libre y soberano en la ciudad libre y soberana, no
tenía otro oficio que los negocios públicos y la gue-
rra cruel. Para ser fuerte, es decir, para ser soldado,
era preciso que el cuerpo se distinguiera por su per-
fección. El gimnasio aspiraba á que el cuerpo del
hombre fuese perfecto como es perfecto el cuerpo
de los olímpicos. Esa adoración por el cuerpo mus-
culoso y activo engendró la adoración de la forma se-
rena y gallarda, que debía ser adorable y sin máculas,
como era adorable y sin máculas el cuerpo de los hé-
roes y las deidades. La forma ño es sino el cuerpo de
las ideas. Manifestar esa belleza exterior de un modo
sensible y poner de relieve esa vigorosa hermosura,
causa permanente de la gloria y de la excelsitud de
156 HISTORIA CRÍTICA
la ciudad, es el fin utilitario del clasicismo griego.
— Cuatro siglos después de su fundación, Roma, obli-
gada á luchar con las artes y las armas helénicas, ven-
ció en las lides, pero cayó de hinojos ante las mara-
villas de mármol y de bronce que encontró en Corinto.
Ella también es guerrera y conquistadora. Ella tam-
bién ama los torsos de piedra como el de Atlas y los
muslos de hierro como los de Pólux. En Sicilia, la
griega, la ateniense, la llena de recuerdos de otras
edades, la que recorre un soplo venido de los balsá-
micos vergeles de Aretusa, la que recita en éxtasis y
de memoria los himnos de Píndaro y las églogas de
Teócrito, se despierta al amor de la forma impecable
el numen que navega en las triunfantes y felices flo-
tas del Lacio. Hasta entonces el genio romano había
podido decir semita nulla pedem stabilihat; pero desde
entonces las romanas musas ascienden á las cumbres
del ritmo y la elegancia, porque es en ese tiempo que
nace y se eleva el numen latino, ó como diríamos en
su propia lengua, simul aureus exoritur sol. — El cla-
sicismo de la centuria decimoctava, en que el león
ibérico ya no conquista, ama á la forma sólo por el de-
leite que produce vencerla, sin ver en esa forma nada
que le recuerde la hermosura física de los olímpicos
y de los gladiadores. Poco le importa el pensamiento
al clasicismo de las letrillas y de los acrósticos. Su
única y constante preocupación es el rimar pulido.
Esa escuela no supo que, como ha dicho Horacio:
Scribendi recte sapere est et principium et fons.
Cuando aparece el romanticismo, el arte clásico no
es ya sino un conjunto de fórmulas estériles. Está
enamorado de las negaciones. Prefiere lo correcto á
lo original, las cobardías de lo prudente á las vitali-
dades de lo rejuvenecedor. Cada género tiene sus in-
violables formas hieráticas. El numen es un indus-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 157
trial, un laborioso, un especiero, que sabe la cantidad
de azúcar y vainilla que exige cada droga. Metrizar
es un pueril ejercicio retórico. Para ser poeta basta
ser versificador rítmico y elegante. Esa escuela, cu-
yos críticos se parecen en un todo á Laharpe, com-
prime y disminuye á Figueroa.
Este usa y abusa de su admirable facilidad. Es ma-
ravillosa su profusión ; pero á fuerza de prodigarse,
cae en lo malo y en lo vulgar. Como epigramático,
abunda en ingeniosos chistes. Como poeta serio, tiene
algunas odas y algunas composiciones sacras que per-
duran. Dada la educación y dado el ambiente, sería
ridículo pedirle otra cosa. Los dominicos y los fran-
ciscanos, que sucedieron en la enseñanza á los jesuítas,
comprendían escolásticamente la retórica. En el si-
glo XVIII se pensaba y se vivía á la francesa. Con
Cadalso se afirma esa tendencia hacia lo extranjero.
Iiiarte y Samaniego, con su prosaísmo, no hacen más
que precipitarla. Meléndez, más feliz, sobresale por su
estilo y su imaginación en los géneros cortos, en los ro-
mances y en las anacreónticas. Cienfuegos es galo por
su filosofía y los vicios de su dicción. Estos son los
maestros peninsulares de nuestros clásicos. Así, en los
albores de la centuria decimonona, aun nos regíamos
por la técnica de Luzán. Esta persistió por algunos
lustros en los colegios de las colonias. La Defensa
hirió con un golpe de muerte al clasicismo. Con la
Defensa viene Echeverría. El influjo de aquel emi-
grado, ó mejor aún de sus imitadores, es poderosí-
simo. De Echeverría dice Pedro Goyena:
"Rompió la tradición clásica á que habían estado
sujetas las generaciones poéticas de la República Ar-
gentina, quitó á nuestra literatura el carácter de cos-
mopolitismo incoloro que había tenido hasta enton-
ces, inspirándose en las peculiaridades de nuestra na-
158 HISTORIA CRÍTICA
turaleza y de nuestra sociedad, é introdujo en la poesía
las audaces franquezas de la expresión, que muestran
con sus verdaderos matices y en todo su vigor los fe-
nómenos del alma humana."
Es innegable la influencia de los emigrados bonae-
renses sobre nuestro espíritu. Basta recordar que en
1844, entre el clamoreo de las guerrillas y el estam-
pido de los cañones, el Instituto Histórico Geográfico
de Montevideo celebró un certamen para cantar el
aniversario del más glorioso de los días de América.
Don Andrés Lamas, al frente entonces de la jefatura
política de la capital, invitó á todos los poetas, que
habitaban en el país, á asistir al concurso en honor
del 25 de Mayo de 1810. Tomaron parte en aquel pa-
cífico encuentro don Esteban Echeverría, don Fran-
cisco Acuña de Figueroa, don José Rivera Indarte,
don Luis L. Domínguez, don Bartolomé Mitre, don
Alejandro Magariños Cervantes y don José María Can-
tilo. Echeverría concurrió, lo mismo que Figueroa,
con dos composiciones. Las del último eran un canto
lírico en variedad de metros y un himno de veintitrés
octavas italianas en versos de seis sílabas. Su valor
es poquísimo. La extensa poesía de Magariños, tam-
bién en variedad de metros, se denominaba Patria,
libertad y gloria. Empieza con diez octavas reales, en
las que el poeta pide raudales de armonía para ha-
cerse digno del hecho que rememora. Sigue después
en romance heroico, que nos pinta la encarnizada lu-
cha de los españoles con los colonos, cuya constancia
y cuyo ardimiento coronó la victoria. Vienen en pos
algunos decasílabos sonoros y flexibles:
"¡Gloria á los días de horrenda lucha
En que sangrienta, pero inmortal,
Sobre tiranos, siervos y tronos
Se alzó triunfante la libertad!"
DE LA LITERATURA URUGUAYA 159
Después Magariños pone á los oribistas como di-
gan dueñas, porque yo no me atrevo, para concluir
saludando, en alejandrinos tamborileantes, al tiempo
que viene. En las composiciones de Figueroa y de
Magariños se revela más el influjo de Rivera Indarte
que la influencia de Echeverría. La musa política de
aquellas horas es la misma musa epiléptica que tur-
bará las noches de Heraclio C. Fajardo. Para llegar
á la poesía torturada por la sed de lo imperecedero
y por el contacto de lo transitorio, á la poesía hu-
mana y personal, es preciso que las reverberaciones
de la flora interna del espíritu se manifiesten en al-
gunas de las estancias de Juan Carlos Gómez. Este
gran torturado, este incansable cazador de esperan-
zas, este orgulloso triste le dice al tiempo, que es el
refugio de todas las vanidades nobles y luminosas:
"Témate ¡oh tiempo! viajador amigo.
Quien no tiene memorias, quien no espera.
Apresura tu rápida carrera:
Aunque tú haces morir, yo te bendigo.
Te llevas en cada hora una tristeza,
Traes en cada minuto una esperanza;
A cada nuevo sol, en lontananza
Una ilusión del porvenir empieza.
Si destroza tu mano bienhechora,
Su destrucción consagra, y en la puerta
De una mansión por el amor desierta.
El serafín de los recuerdos llora.
Tuya es la religión del sentimiento,
Que para siempre al corazón conserva
Una huella de un pie sobre la yerba.
El timbre de una voz hiriendo el viento.
i6o HISTORIA CRITICA
Tuyo es el musgo que á la ruina viste,
La flor nacida en la muralla rota,
La yedra fiel que junto al tronco brota,
El llanto dulce y la sonrisa triste.
La poesía, de tu mano asida.
Va por la tierra consolando el duelo.
Hada gentil, que en su misión del cielo,
Rasga el cendal para vendar la herida.
¡Tiempo, amigo del bien! al alma llena
De un paraíso, en sus melancolías
Tú le presentas los soñados días
Del horizonte en la región serena.
¡Padre de la esperanza! con sus galas
Deja un momento que al dolor encante;
El Edén de la vida está delante:
Llévame al porvenir sobre tus alas."
El arte de rimar, que la llegada del romanticismo
rejuvenecía, pudo decirle á éste, como Elena á Fausto:
— "Me parece haber vivido y revivir ahora refundida
en ti, mi fiel desconocido." — Bien es verdad que,
antes de la aparición del romanticismo, la vida literaria
no existía en ninguna de las dos ciudades platenses.
Pasaron, casi al nacer y como meteoros que no dejan
rastro, el Club de 1810, La Sociedad Literaria de 1812,
La Sociedad Patriótica de 1816 y El Buen Gusto de
1818, tentativas estériles é infecundas para reunir á
los ingenios bonaerenses en un centro común de pro-
tección y estímulo. El primer núcleo literario argen-
tino formóse recién en 1822, realizando un certamen
de índole jurJJica el 25 de Mayo de 1823 y otro cer-
tamen de índole económica el 8 de Junio del mismo
año. No se sabía aún separar lo útil de lo hermoso.
DE LA LITERATURA URUGUAYA i5i
Los poetas se consideraban mentores y augures de la
sociedad surgida del huracán de fuego de la revolu-
ción. Venían vestidos de férreas cotas y brillantes ar-
mas, importándoles el derecho más que la belleza. Las
cítaras sirvieron de lanza y de tizona. La influencia
europea por una parte, y por otra parte el espectáculo
de aquella sociedad profundísimamente perturbada,
hicieron que el primer vagido de la escuela romántica
fuese una elegía. El romanticismo exageró el dolor.
El romanticismo tuvo enfermiza y escéptica la sub-
jetividad, que es el fundamento de sus creaciones más
originales. El romanticismo consideró la tierra como
un sepulcro y la vida como una noche. Teócrito y
Virgilio habían amado la naturaleza, la calma suave
y virgen de los campos en flor. La poesía pagana
adoró en la gran madre, en la madre inmortal, en la
madre bendita que dá alas al gusano, perfumes al cla-
vel, matices á la perla y acordes al jilguero. Sobre
la aurora de las liras románticas, que cubre un flo-
tante y luctuoso crespón, pesa la influencia terrible
de lord Byron. La naturaleza es una madrastra. El
mundo está mal hecho. Es preciso vivir en la duda
y en el desorden como Espronceda, ó asilarse en la
muerte, pidiéndole al suicidio las dichas de la paz,
como Larra y Chatterton. El menor contraste, el más
trivial de los desengaños, una desilusión amorosa ó
política, removía el veneno sutil y misterioso que flo-
taba en la atmósfera del espíritu byroniano de nues-
tros poetas, porque el romanticismo de estos países
fué cunado por Byron antes de que le fortaleciesen
Lamartine y Hugo.
Aquel modo de ser de la romántica poesía estaba
en concordancia con el temperamento de Juan Carlos
Gómez. Éste, siempre triste y descontento siempre,
II. - I.
i62 HISTORIA CRITICA
gannit omni familioe, como dice Plauto. Es un legí-
timo descendiente de Lara y de Manfredo.
De todos modos con el clasicismo se van las letrillas
con erótico sonsonete, los madrigales en que el beso
es abeja y los labios rosas, las canciones en que el
patriotismo apela á la ayuda de las divinidades olím-
picas para decirnos mal lo que siente bien, los acrós-
ticos en forma de lira y de cruz. El clasicismo, sa-
grado por su helénica cuna, terminó su misión con
ios reyes despóticos á cuyos pies quemaba el fino
cinamomo de las endechas de sus tiempos triunfales,
cediendo su corona y su cetro á la musa romántica,
como los reyes cedían su corona y su cetro á las mu-
chedumbres cansadas de sufrir. Es verdad que su tú-
mulo parece un obelisco rememoradcr de grandes
victorias. Es verdad que puede reclamar como suyos,
con todas las voces de las brisas que ríen en las olas
tirrenas, al jónico y alegre Anacreonte, á la ardorosa
y legendaria Safo, al fecundo y multigenérico Simó-
nides, al tumultuoso y célebre Píndaro. Es verdad
que también puede reclamar como suyos, con todas
las voces de las brisas que juegan en las frondas itá-
licas, al dulce Virgilio, al profético Horacio y al rudo
Juvenal ; pero no es menos cierto que se apagó la lám-
para de sus inspiraciones, y que otra lámpara es la
que va á consumir su aceite de nardo sobre el altar
eterno del eterno Apolo. Pasó, para siempre, la edad
de Figueroa. Al mismo tiempo y bajo el mismo in-
flujo que reformaba la poesía, nuestra prosa, que prin-
cipia á expandirse con Larrañaga, se afina con Lamas,
hasta que llega á ser una maravilla de sentimiento, de
frescura, de color, de luz y de poética espontaneidad
en las descripciones de Marcos Sastre.
CAPITULO III
El rocnanticismo de I84O
SUMARIO:
I. — Los cabildos abiertos. — Su oficio y su importancia. — Algu-
nos de ellos. — Los congresos provinciales. — Artigas y la
prensa. — Un discurso de Artigas. — Influencia de la época
sobre el estilo. — La Asamblea Constituyente. — Examen de
sus actas. — La colegialidad del Poder Ejecutivo. — El debate
sobre el papel moneda. — La ínamovílidad ministerial. — La
oración de Ellaurí. — El articulo 5.° — El sistema parlamen-
tario. — El gobierno municipal. — Lo que pensaba Alberdí de
las constituciones. — Algo más sobre la niñez de nuestra ora-
toria. — La soberanía de la Nación y las libertades públicas.
II. — El periodismo desde 1830 hasta 1 85 1. — Eí Uníversa.í. — El
Nacional Y El Iniciador. — Lamas como historiador. — El Defen-
sor de la Independencia. — Don Andrés Lamas y don Eduardo
Acevedo. — El romanticismo. — El culto de lo clásico y la
libertad en eí arte. — Adolfo Berro. — índole de su numen. —
Fragmentos de algunas de sus poesías. — El arte por la idea.
III. — Juan Carlos Gómez. — Los Estados Unidos del Plata. —
Juan Carlos Gómez y la política de fusión. — Juan Carlos
Gómez y el caudillaje. — Juan Carlos Gómez y los gobiernos
de partido. — Heraclio C. Fajardo. — Su escaso valer. — Juan
Carlos Gómez y la guerra del Paraguay. — Juan Carlos Cómez
y el romanticismo. — Examen de sus Poesías selectas. — índole
personal y psicológica de su musa. — El romance Figueredo. —
El canto La Libertad. — Las tristezas de Juan Carlos Gómez.
— Sus últimos años. — Explicación de su modalidad artística.
— El ensueño estético según Souriau. — El himno A la poesía. —
Resumen.
i64 HISTORIA CRÍTICA
En estas andanzas, desde que nuestro poeta des-
pertó á la vida, hasta que su espíritu se perdió en
las luminosas profundidades de nuestro cielo, inten-
samente luminoso y azul, todas las formas de la in-
telectualidad literaria, — desde la didáctica, cuyo
objeto es instruir, hasta la elocuencia, que es el arte
de bien hablar, — habían empezado á desenvolverse
en el edén charrúa, en la tierra del coatí y el tordo
silbador.
Encuéntrase el génesis de nuestra oratoria en los
cabildos abiertos, en aquellos concilios en que las au-
toridades y el vecindario se reunían para deliberar
y resolver sobre los asuntos públicos, — concilios pa-
recidos en su esencia á los concilios de provincia
que el imperio romano concedió á los moradores pe-
ninsulares, para discutir los problemas administrati-
vos y económicos que se relacionaban con su pros-
peridad.
Cuando la trascendencia de algún negocio de ca-
rácter colectivo requería que se le sacase de su ju-
risdicción natural, de la jurisdicción ejecutiva y ju-
diciaria de la corona, los representantes de ésta, los
gobernadores de cuño militar, se reunían en cón-
clave con los delegados elegidos directa y acciden-
talmente por los colonos, de acuerdo con el antiguo
derecho romano que reclamaba, para que el rigor de
las leyes senaduriales fuese legítimo, que esas leyes
contasen con la aquiescencia y el beneplácito de la
multitud.
Eran los cabildos abiertos, cuerpos deliberantes,
convocados por la iniciativa de los ediles ó del ve-
cindario, tratándose generalmente en esas asambleas
DE LA LITERATURA URUGUAYA 165
del monto y de la justicia de los impuestos que gra-
vitaban sobre los colonos. Eran esos cabildos cóncla-
ves deliberantes, en los que el consejo del mayor nú-
mero predominaba, y eran á modo de fortín de la li-
bertad comunal, que no osó desconocer y respetó
siempre el absolutismo de los reyes borbónicos, por
hallarse vinculados á esa libertad los lúgubres y alec-
cionadores recuerdos de la entereza de Lanuza y del
patíbulo de Padilla.
Era un hueso muy duro de roer para los monarcas
peninsulares la institución de los municipios. Roma
había reconocido á las ciudades hespéricas el derecho
de gobernarse de acuerdo con las leyes anteriores á
la conquista, derecho que no desapareció cuando la
ola muslime y la ola germánica se esparcieron sobre
las cumbres y las llanuras del jardín español, A me-
dida que la cruz reconquistadora se impuso á los ára-
bes, las municipalidades se multiplicaron, por ver los
reyes en la concesión de las cartas-pueblas un medio
de restringir los abusos y los avances del poder feu-
dal. Desde el siglo décimo hasta la centuria décima
tercera, fueron muchos los fueros que la corona con-
cedió á las ciudades, resucitándose y extendiéndose
el tipo comunal visigodo con las cartas - pueblas de
Sepúlveda, León, Burgos, Logroño y Castrojeriz.
Enamoradas las ciudades de sus privilegios por la
honda raíz que los mismos tenían y por la libertad
que les aseguraban, los defendieron con tenacidad y
con intrepidez contra los nobles y aun contra los re-
yes, pues si uno de los justicias de Aragón tuvo á
maltraer á Felipe II, á maltraer tuvieron á Carlos V,
no sólo los comuneros de Castilla, sino también las
germanías del reino de Valencia y las juntas de la
isla de Mallorca.
Aun después de promulgadas las Nuevas Leyes de
i66 HISTORIA CRÍTICA
Indias, los cabildos americanos no perdieron del todo
las franquicias de carácter político dadas por los re-
yes á los cabildos peninsulares, siendo las cartas-
pueblas de Méjico y de Lima de la misma índole y
de la misma alcurnia que las cartas-pueblas de León
y de Burgos. Así los municipios americanos, pre-
ocupados siempre del avance material y ético de las
colonias, no redujeron su acción á lo meramente ad-
ministrativo, sino que vigilaban con empeñoso celo
la conducta de los apoderados de la monarquía, im-
poniéndose á la consideración de la multitud por su
mucha probidad en el manejo de las rentas públicas
y por el coraje con que batallaron para mantener en-
teras las franquicias de las ciudades que representa-
ban. Al aproximarse el sol de Mayo de 1810, del seno
de los cabildos salió la chispa revolucionaria, el im-
pulso emancipador, la flecha con que el porvenir
hirió mortalmente al pasado, pues el yugo español
se hubiera mantenido en su adustez despótica, si los
cabildos no hubiesen hecho trizas los hierros colo-
niales con el empuje de sus visiones de democracia
y con el empuje de sus ensueños de independencia.
Merecen mención especialísima, entre los cabildos
abiertos de nuestra historia, el celebrado el 25 de
Setiembre de 1808 y el celebrado el 15 de Julio de
1810. En la primera de estas asambleas populares, —
obedeciendo al mandato de nuestro ardiente instinto
autonómico, — desconocimos á Michelena, nombrado
para gobernarnos por el virrey Liniers, sustituyén-
dole con una junta de gobierno propio, presidida y
encabezada por el célebre Elío. En el segundo de
aquellos cabildos memorables nos inclinamos ante la
legitimidad del consejo de la regencia, — como si adi-
vináramos que nuestra suerte iba á divorciarse de la
suerte argentina, — contra lo decidido y aconsejado
DE LA LITERATURA URUGUAYA 167
por la junta de Buenos Aires, á pesar del ardoroso
empeño con que defendió la causa de la junta el elo-
cuente americanismo de don Juan José Passo.
Si los cabildos abiertos contribuyeron al desarrollo
de nuestra educación cívica, no contribuyeron me-
nos á ella los congresos celebrados durante la epo-
peya, sanguinosa y dura, que preside la imagen del
blandengue heroico. El derecho de las provincias
para intervenir en la formación de la autoridad cen-
tral del Río de la Plata, había sido reconocido con
amplitud á raíz del movimiento de Mayo de 1810. Ese
derecho fué proclamado y fué estatuido por la pri-
mera junta gubernativa de Buenos Aires, por la junta
que presidió y condujo don Cornelio Saavedra. De
acuerdo con esta resolución, el triunvirato de 1812
convocó á las provincias para que eligiesen los di-
putados que debían actuar en la próxima asamblea
constituyente; pero el pueblo oriental no recibió la
convocatoria, negándosele el derecho de intervenir en
aquellos debates, lo que dio motivo para que dudá-
semos de si debíamos obediencia á la asamblea magna,
al concilio de las provincias ya libres de tutela. En-
tonces, por orden del blandengue indomable, se re-
unió el congreso provincial del Peñarol, en el que
se sentaron, además de Larrañaga y de Monterroso,
don Joaquín Suárez y don Miguel Barreiro. Tras
maduro examen, el congreso resolvió unirse á los
trabajos del cónclave federal, siempre que éste acep-
tara los patrióticos y elevadísimos postulados de que
dan cuenta las instrucciones del año 13.
En los primeros días del mes de Diciembre del
mismo año, Rondeau, á impulsos del gobierno de
Buenos Aires, reunió un nuevo congreso provincial
en la chacra del señor Francisco A. Maciel, formando
parte de aquel congreso don Juan José Duran y don
i68 HISTORIA CRITICA
Tomás García de Zúñiga, don Manuel Haedo y don
Juan Francisco Martínez, don Bartolomé Muñoz y
don Juan Manuel Pérez. Si la asamblea constituyente
no aceptó á los diputados elegidos por el congreso
del Peñarol. tampoco los diputados elegidos por el
congreso de la Capilla de Maciel se incorporaron á
la Asamblea de Buenos Aires, pues Artigas vio un
ultraje á su persona y un reto á su autoridad en la
convocatoria y en las resoluciones del congreso de
Diciembre de 1813. El congreso de la Capilla de Ma-
ciel fué, pues, uno de los motivos fundamentales del
rompimiento que sobrevino entre la causa centralista,
encarnada en Rondeau, y la causa autonómica, encar-
nada en Artigas.
Podemos persuadirnos de cómo debió ser nuestra
elocuencia durante la época revolucionaria, estudiando
los documentos oficiales de aquellos días de afán y
de gloria. La imprenta de que carecíamos por falta
de materiales, no pudo dar publicidad alguna á los
debates de nuestros cabildos, siendo la prensa que
vino después antiautonómica y antiartiguista, como
órgano y producto de las aspiraciones de patronato
y de predominio que nos circundaban. No se ocultó
al caudillo de las derrotas resplandecientes lo mucho
que favorecía á sus adversarios esta carencia de me-
dios de publicidad, como lo prueba la nota que el 12
de Diciembre de 1815 dirigió al patriótico Cabildo
de Montevideo: "Pocos y buenos somos bastantes
para defender nuestro suelo del primero que intente
invadirnos. Para mí es muy doloroso que no haya
en Montevideo un solo paisano que, encargado de la
prensa, dé á luz sus ideas, ilustrando á los orientales
y procurando instruirlos en sus deberes." Nos queda,
sin embargo, una parte de la elocución pronunciada
DE LA LITERATURA URUGUAYA 169
por el blandengue en la apertura del congreso del
Peñarol. El discurso del caudillo principia así :
"Ciudadanos: mi autoridad emanó de vosotros, y
ella vive por vuestra presencia soberana; vosotros es-
táis en el pleno goce de vuestros derechos; ved ahí
el fruto de mis ansias y desvelos, y ved ahí también
todo el premio de mi afán.
"Ahora en vosotros está el conservarla; yo tengo
de nuevo la satisfacción hermosa de presentaros mis
sacrificios, si queréis hacerla estable.
"Nuestra historia es la de los héroes.
"El carácter constante y sostenido que habéis os-
tentado en los diferentes lances que ocurrieron, anun-
ció al mundo la época de la grandeza. Sus monumen-
tos majestuosos se hacen conocer desde los muros
de nuestra ciudad hasta las márgenes del Paraná: ce-
nizas, ríos de sangre y desolación, ved ahí el cuadro
de la Banda Oriental, y el precio costoso de su rege-
neración !
"Pero ella es Pueblo libre."
Refiriéndose á los manejos de Sarratea, que jamás
se borraron de su memoria, y á si el congreso debía
reconocer la autoridad de la junta de Buenos Aires,
el blandengue agregaba:
"Paisanos, pensad, meditad, y no cubráis de opro-
bio las glorias, los trabajos de 529 días en que visteis
restar sólo escombros y ruinas por vestigio de vues-
tra opulencia antigua. Traed á la memoria las intri-
gas del Ayuí, el compromiso del Yi, y las transgre-
siones del Paso de la Arena.
"¿A cuál execración será comparable la que ofre-
cen esos cuadros terribles? Corred los campos ensan-
grentados de Belén, Yapeyú, Santo Tomé, Itapeby;
visitad las cenizas de vuestros conciudadanos, para
170 HISTORIA CRÍTICA
que ellos, desde el hondo de sus sepulcros, no nos
amenacen con la venganza de una sangre que vertie-
ron para hacerla servir á vuestra grandeza.
"Preguntaos á vosotros mismos si queréis volver
á ver crecer las aguas del Uruguay con el llanto de
vuestras esposas, y acallar en los bosques el gemido
de vuestros tiernos hijos!. ..."
El estilo arcaico y lleno de hinchazones de este
discurso, se aviene con el carácter bravio y receloso
de aquella época, preñada de riesgos y de angustias
para la libertad. El alma, enardecida por lo injusto
de nuestras desgracias y por la visión luminosa del
porvenir, deformaba los moldes del lenguaje escrito
y del lenguaje hablado, para que el lenguaje estu-
viera de acuerdo con la grandeza trágica de la lucha
á que nos obligaba el culto devotísimo de nuestra
autonomía. Artigas, al pedirle que suspendiera sus
sesiones, le habla en el mismo tono al Congreso que
convoca y preside Rondeau: "El amor á la gloria y
á los intereses de la Provincia es lo que me conduce.
Yo puedo lisonjearme con franqueza de que ella me
mira como su primer apoyo; mi desinterés, mis fati-
gas y mi buena fe, me han labrado esa ventura, y las
invectivas de alguna fracción escandalosa no me pre-
sentarán como ingrato á mi pueblo, á un pueblo cu-
yos esfuerzos he conducido en los días gloriosos que
abrieron la época de su regeneración, y que, aunque
acosado por la envidia y la perfidia, me mira como
á su libertador." Y con la misma dicción patética con
que habla de sus servicios, habla de la intrepidez su-
blime de los montoneros agrupados en torno del es-
tandarte de las tres franjas. — Así le dice, el 7 de
Diciembre de 1812, á la Junta Gubernativa del Para-
guay: "Un puñado de patriotas orientales, cansado
de humillaciones, había decretado ya su libertad en
DE LA LITERATURA URUGUAYA 171
la villa de Mercedes. Llena la medida del sufrimiento
por unos procedimientos los más escandalosos del
déspota que les oprimía, habían librado sólo á sus
brazos el triunfo de la justicia. Y tal vez hasta enton-
ces no era ofrecido al templo del patriotismo un voto
ni más puro, ni más glorioso, ni más arriesgado; en
él se tocaba sin remedio aquella terrible alternativa
de vencer ó morir libres, y para huir ese extremo era
preciso que los puñales de los paisanos pasasen por
encima de las bayonetas veteranas. Así se verificó
prodigiosamente, y la primera voz de los vecinos
Orientales que llegó á Buenos Aires, fué acompa-
ñada de la victoria del veintiocho de Febrero de mil
ochocientos once, día memorable que había señalado
la Providencia para sellar los primeros pasos de la
libertad en este territorio, y día que no podrá recor-
darse sin emoción, cualquiera que sea nuestra suerte."
Y agregaba, más tarde, en la misma nota: "No eran
los paisanos sueltos, ni aquellos que debían su exis-
tencia á su jornal, ó sueldo; los que se movían eran
vecinos establecidos, poseedores de buena suerte, y
de todas las comodidades que ofrece este suelo. Eran
éstos los que se convertían repentinamente en solda-
dos; los que abandonaban sus intereses, sus casas,
sus familias; los que iban acaso, por vez primera, á
presentar su vida á los riesgos de una guerra; los que
dejaban, acompañadas de un triste llanto, á sus mu-
jeres é hijos; en fin, los que sordos á la voz de la
naturaleza, oían sólo la de la patria. Este era el pri-
mer paso para su libertad; y cualesquiera que sean
los sacrificios que ella exige, V. S. conocerá bien el
desprendimiento universal, y la elevación de senti-
mientos poco común que se necesita para tamañas
empresas, y que merece sin duda ocupar un lugar
distinguido en la historia de nuestra revolución."
172 HISTORIA CRÍTICA
La esforzada altitud del estilo corresponde á la
esforzada altitud de la época. La pasión encendía el
lenguaje, hinchándole á veces con su soplo épico, y
cortándolo, á veces con pausas parecidas á silbidos
de proyectil. El orgullo nace de la conciencia de lo
difícil y augusto de la misión que se está cumpliendo
á botes de lanza y saltos de bagual. La elocución se
acera y se aguza, ó se amplía y dilata, según el ca-
rácter de las visiones que cruzan por el fondo de los
espíritus, como las garzas emigradoras por los ver-
des matices que en las cortinas del crepúsculo de la
tarde descubrió la musa soñadora y fantástica de Co-
leridge. Los discursos y las notas del tiempo aquél,
son hijos genuinos del ideal confuso, pero grandioso,
porque batalla la montonera del trabuco de recorta-
dos, la pobre montonera sacrificada con heroísmo en
los altares del porvenir desde 1811 hasta 1828.
Muchos años más tarde de haberse escrito las notas
anteriores, al iniciarse el sitio de Montevideo y á
raíz de los primeros triunfos de los Treinta y Tres,
constituyóse un gobierno provisional por iniciativa
de Lavalleja. Ese gobierno, que el 14 de Junio de
1825 se instaló en la Florida; ese gobierno, del que
formaban parte don Manuel Calleros y don Manuel
Duran, don Francisco Joaquín Gómez y don Juan
José Vázquez, don Loreto Gomensoro y don Gabriel
Antonio Pereyra; ese gobierno, de rápido paso y de
larga memoria, empezó á disponer las elecciones de
diputados para la primera legislatura de nuestro país.
El 24 de Noviembre de 1828 se instaló, en San José,
la asamblea general constituyente y legislativa que
presidía don Silvestre Blanco y en la que se senta-
ban, además de don Gabriel A. Pereyra y don Joa-
quín Suárez, Alejandro Chucarro y Atanasio Lapido,
José Ellauri y Pablo Zufriategui, Lázaro Gadea y
I
DE LA LITERATURA URUGUAYA 173
Luis Bernardo Cavia, Miguel Barreiro y Ramón Ma-
sini, todo aquel núcleo de patriotas de corazón firme
y de vida intachable, cuyo recuerdo perdurará, mien-
tras la patria sea, en el espíritu de las generaciones
que van á florecer. En Diciembre de 1828 las tropas
argentinas y las imperiales abandonaban la ciudad
de Montevideo, y el primero de Mayo de 1829 nues-
tros poderes públicos entraban, jubilosos y emocio-
nados, en la capital, generosa y noble, que había sido
el último de los baluartes de España en América.
Son interesantes los primeros asuntos á que la
asamblea, reunida en San José, dedicó su atención,
siendo de lamentar que no conservemos íntegros los
discursos que nuestros proceres pronunciaron. Las
actas nos dicen que hubo alocuciones que duraron
más de hora y media, siendo empeñosos los debates
á que algunos proyectos dieron lugar, como el pro-
yecto presentado por el señor Gadea sobre la forma
en que iba á constituirse nuestro primer gobierno.
¿El poder ejecutivo debía componerse de una ó dos
personas? De más de una, "dada la diferencia de opi-
niones y el choque de partidos que se sentían en el
país." Creían los señores Gadea y Calleros que el
poder, confiado con igualdad á los jefes de las dos
agrupaciones políticas que se iniciaban, aseguraría
el goce de la quietud á la patria naciente, á la repú-
blica recién emancipada de la tutela de los extran-
jeros. Ellauri, más avisado y menos soñador, man-
tuvo y logró imponer la doctrina de la unidad del
ejecutivo. Pensaba, como Hamilton, que la autoridad
ejecutiva debe estar confiada, para el mejor y más
pronto desempeño de sus funciones, á un magistrado
único. Así también lo entiende la ciencia política de
nuestra edad, de acuerdo en un todo con Montes-
quieu, para quien el poder ejecutivo está mejor ad-
174 HISTORIA CRÍTICA
ministrado por uno que por muchos, al revés de lo
que sucede con el poder legislador, que casi siempre
está mejor ordenado por muchos que por uno solo.
Laboulaye dice: "Es un error funesto creer que se
fortifica la libertad dividiendo el poder ejecutivo.
No hay responsabilidad sino allí donde el poder eje-
cutivo es único. Sin duda el primer magistrado de
una república puede usurpar; pero es bien cierto que
si el poder se confía á cuatro ó cinco personas, la
diferencia de vistas y de voluntades, así como la au-
sencia de toda responsabilidad, conducen fatalmente
á la impotencia, y de la impotencia al desorden no
hay sino un paso." Esmein piensa como Montesquieu
y como Laboulaye. Esmein sostiene que si la forma
de la colegialidad del poder ejecutivo, por garantir
mejor las libertades públicas, está más de acuerdo
con el régimen republicano que la forma del poder
ejecutivo unipersonal, ofrece, en cambio, las desven-
tajas de la lentitud y de la poca fijeza en los rumbos
de que suelen adolecer los cuerpos deliberantes. Por
otra parte, en fin, la historia nos enseña que la rea-
lización de las leyes es más firme y segura bajo un
poder ejecutivo unipersonal, que bajo la forma, ya
desusada, de la colegialidad del poder ejecutivo.
Al trasladarse la asamblea á Canelones, el 2 de Di-
ciembre de 1828, se ocupó con celosa solicitud de las
rentas fiscales, declarando que el ganado vacuno po-
día ser libremente extraído de nuestro territorio, dic-
tando el derecho que se pagaría por esa extracción,
y discutiendo si las oficinas públicas debían recibir,
como moneda de curso legal, el papel argentino, in-
troducido á la fuerza en nuestro país y que nadie
aceptaba por su valor escrito, según dijeron los se-
ñores Barreiro y Gadea. Ya en aquellos debates échase
de ver la preferencia que nuestros economistas tu-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 17S
vieron siempre por la moneda metálica. Estaban en
lo justo. Como dice Block, la diferencia entre el bi-
llete de banco y el papel inconvertible, farsaica simu-
lación de aquél, es fundamental. Esa diferencia estriba
en que mientras el billete de banco es reembolsable á
la vista, el papel se reduce á un signo, á una ficción,
á un valor despreciable, desde que no puede conver-
tirse en valor efectivo siempre que lo desea la volun-
tad de sus tenedores. Así el papel moneda es un ex-
pediente económico muy difícil de recomendar, por-
que el papel, en verdad de verdades, sólo representa
el valor que le dá la confianza pública. Leroy Beau-
lieu nos dice que las especies monetarias no valen
realmente sino por la cantidad de metal en ellas con-
tenida, y como el papel no contiene sino la cantidad
de metal que corresponde á la apreciación que el pú-
blico le otorga, el papel no convertible viene á ser,
en resumen, una falsificación legalizada de la verda-
dera moneda. El valor de los billetes sube, según Le-
roy Beaulieu, cuando el público cree que el gobierno
los retirará gradualmente de la circulación, y baja
cuando el público abriga la sospecha del lanzamiento
de nuevas emisiones, lo que hace que la atmósfera
moral actúe, de una manera rápida y profunda, sobre
la valorización del papel moneda no convertible, que
en el mercado internacional sólo puede crear emba-
razos y dificultades entre el país que lo emite y los
países que fían en su riqueza y en su honradez. La
moneda, cuyo valor legal no es permanente, pierde
su verdadero carácter de moneda, alejando de los mer-
cados á la moneda de buena ley. Dice el doctor
Eduardo Acevedo : "La mala moneda expulsa á la
buena, mientras que la buena moneda no tiene la
virtud de expulsar á la mala. Tal es la ley formulada
por Tomás Gresham. Cuando la ley atribuye igual
176 HISTORIA CRITICA
valor cancelatorio á dos piezas monetarias que tie-
nen distinto valor como mercancía, tiene el comercio
positiva conveniencia en acaparar la mercancía más
valiosa para fundirla ó exportarla y en llenar el mer-
cado de la mercancía depreciada." Por eso Leroy
Beaulieu ha podido afirmar que la rapidez de circu-
lación del papel moneda, que nadie guarda y que á
todos nos quema los dedos, es mucho más grande
que la rapidez de la circulación del oro, siendo esta
misma circulación vivísima una de las causas del des-
mérito del papel moneda. El doctor Acevedo añade
que el billete, tenido por inconvertible, "sufre una
depreciación más ó menos considerable, que es de
gravísimas consecuencias, como que al disminuir el
poder de compra del billete, surge un vacío en la
circulación, exactamente igual al que produciría la
disminución del monto circulante, viéndose obligado
el Estado á realizar nuevas emisiones, que actúan
ellas mismas como causa de depreciación y colocan
al país en la pendiente rápida del empapelamiento
y de los grandes trastornos económicos." Así también
pensaban, insinuándolo sobriamente, los señores Ba-
rreiro y Gadea. Como el señor Giró, encargado en-
tonces del Ministerio de Hacienda, se empeñase en
sostener la legalidad del papel y la conveniencia de
utilizarlo para cumplir los empeños de la Nación, es-
tableciendo una moneda que desterrase á las extran-
jeras, el señor Gadea le respondió que nada se con-
seguiría con convertir al papel en moneda legal, si
el comercio lo resistía y no lo aceptaba por su valor
escrito. Apoyando al señor Barreiro, que sostuvo que
el Gobierno no debía servirse del papel para pagar
los servicios públicos, desde que el valor efectivo de
los billetes no correspondía á su valor nominal, el se-
ñor Gadea agregó que lo aconsejado por el Ministerio
DE LA LITERATURA URUGUAYA 177
engendraría graves confusiones. "Si hoy el Gobierno
recibe en sus oficinas el peso de papel por dos reales,
y si mañana, último de mes, el valor de ese peso baja
á un real, ¿por qué precio lo dará al empleado? Si
por el que lo recibió, lo perjudica, y si por el que
corre, perjudica á la Nación." El señor Gadea dijo
más, pues dijo: "El oro y la plata tienen su valor
intrínseco; no así el cobre y mucho menos el papel,
porque la sociedad toda está bien persuadida que su
valor es nominal ó ideal. De la admisión de la plata
y el oro en las oficinas de recaudación, nada puede
decirse. Tampoco estaré lejos de convenir en que se
admita una pequeña parte de cobre; pero, manifes-
tados ya los perjuicios que resultarían de la admisión
de la moneda papel, creo que convendría más que se
aboliese enteramente, porque de hecho esta moneda
ya se halla abolida." El porvenir dio la razón á los
señores Gadea y Barreiro.
De otras cosas trató aquel cónclave de imperece-
dera memoria, siendo sensible que la mucha brevedad
de sus actas no permita extenderse sobre la forma
oral y el lógico desenvolvimiento de los debates ce-
lebrados en Canelones y San José, Otro tanto puede
decirse acerca de las actas que se relacionan con la
discusión de nuestro código fundamental. El proyecto
de constitución, presentado á aquella misma asamblea
el 6 de Mayo de 1829, fué discutido durante cuatro
meses con empeñosa y sabia solicitud. La comisión
redactora estaba compuesta por los señores Ellauri
y Cavia, Zudáñez y Echeverriarza, Zubillaga y Gar-
cía. La importancia oral de los discursos á que dio
lugar el examen del proyecto de nuestro código
magno, se pierde en la extrema concisión de las ac-
tas, que apenas nos permiten adivinar el fundamento
ideológico de lo estatuido por la asamblea. Sabemos,
12. — I.
178 HISTORIA CRÍTICA
por fortuna, como se discutió el nombre que debía
darse á nuestro país, triunfando la opinión del señor
Gadea, que propuso que se le llamase Estado Oriental
del Uruguay, sobre la opinión del señor Ellauri, que
aconsejaba que se le llamase República de Montevi-
deo. Sabemos también que se discutió con amplitud
el artículo quinto, por el que se establece la índole
de la religión del Estado, pues mientras unos, como
los señores Barreiro y Zudañez, querían que esa de-
claración fuera excluyente y categórica, adoptándose
como culto oficial el culto católico, otros, como el
señor Ellauri, querían que la religión del Estado
fuese la religión santa y pura de Jesucristo, recha-
zando, por antiliberal y por redundante, toda pro-
mesa de protección, pues una vez declarada consti-
tucionalmente la religión oficial del país, los pode-
res públicos contraían el compromiso constitucional
de sostenerla. Sabemos también que, por consejo del
señor Zudáñez, al tratarse de la composición de la
cámara de diputados, se estableció que éstos serían
elegidos por elección directa, contrariando el pro-
yecto de la comisión, que dejaba librados á la ley de
elecciones el modo y la forma de efectuarla, estando
lo resuelto en armonía con el carácter de la cámara
joven y con la doctrina jurídica que sostiene que los
parlamentos son y deben ser siempre el órgano di-
recto de la nación, como dice Jellinek y explica Du-
guit. Sabemos, también, que el señor Ellauri planteó
el problema de la inamovilidad de los ministros, sa-
liéndole al encuentro el señor Vázquez y el señor
Masini. Larga y empeñosa fué la discusión de aquel
inciso del artículo ochenta. El señor Ellauri dijo que
el derecho de destituir á los ministros, que quería
acordarse al Presidente de la República, era un prin-
cipio arbitrario sólo admisible en las monarquías é
DE LA LITERATURA URUGUAYA 179
inadaptable á nuestro sistema representativo. Respon-
dióle el señor Vázquez que en ninguna constitución
se encontraba establecido el sistema de la inamovi-
lidad ministerial, agregando que si en las monarquías
de carácter templado, donde los ministros son res-
ponsables y donde el poder real no es otra cosa que
un poder moderador, el rey puede destituir á los mi-
nistros cuando le place, con más razón podía hacerlo
el primer magistrado de los países donde la respon-
sabilidad gubernativa se divide entre los ministros
y el jefe de los poderes públicos. Añadió que "la
destitución no infería nota ni agravio al ministro,
cuyo crédito y premio dependían exclusivamente de
la opinión y de la historia, y que así como no había
tenido otro derecho para obtener el puesto, que el
concepto ó elección del primer magistrado, así tam-
poco tenía otro para conservarle." Como el señor
Ellauri insistiera sobre lo irritante de una destitu-
ción basada en la simple voluntad presidencial, y
como aludiese á lo estatuido por las constituciones
españolas, el señor Vázquez volvió á hacer uso de la
palabra, apoyándole el señor Masini, que era el más
joven de los miembros de la augusta asamblea, en los
términos siguientes: "Como el prestigio de una pro-
posición falsa, vertida sin contradicción en este lu-
gar, puede influir en la deliberación, no puedo me-
nos que manifestar la falsedad de la aserción que
acabo de oir, — que la Constitución española negaba
al rey el derecho de deponer á los ministros. — Todo
lo contrario : ella dá al rey esta facultad ; y aun al
jefe de una república, que es responsable, creo que
también debe dársele, porque en ello nada se aven-
tura. ¿Y quién querría ocupar el elevado y espinoso
cargo de presidente, si se le liga á no poder remover
los ministros que él elige? Estos son los ojos, los
i8o HISTORIA CRÍTICA
brazos con que él debe ver y obrar. Déjesele, pues,
que él los elija y remueva libremente, porque, de lo
contrario, ¿cómo se podrá exigir que él sea respon-
sable de sus operaciones?" Sabemos, por último, que,
al discutirse la sección correspondiente al gobierno
y administración interior de los departamentos, el
señor Costa pidió y obtuvo que se declarase y esta-
tuyese que para ser jefe político se necesitaba tener
más de treinta años, ejercitar la ciudadanía, y ser ve-
cino, con propiedades, del departamento cuya jefa-
tura se iba á desempeñar, agregándose por el señor
Vázquez, de acuerdo con los principios liberales y
en contra de lo aconsejado por la Comisión redactora
del estatuto, que los jefes políticos no podían pre-
sidir las sesiones de las Juntas Económico Adminis-
trativas.
Este somero examen de las actas del meritorio cón-
clave nos permite darnos una ligera idea del empe-
ñoso celo con que nuestros padres se preocuparon
de las públicas libertades y los públicos intereses.
Si las dotes del orador parlamentario son, como los
retóricos aseguran, el denuedo cívico, la probidad, la
ciencia jurídica, el lenguaje claro y la improvisación
fácil, es justo reconocer que muchos de nuestros cons-
tituyentes las poseyeron con abundancia. Lo conciso
de las actas no nos permite apreciarlos por la rotun-
didad de sus períodos ni por la viveza de sus imá-
genes, siendo de creer, dado lo solemne de las cir-
cunstancias, que no se distinguieron por la incisiva
sátira de sus réplicas; pero lo que no puede ponerse
en duda es que se hicieron dignos de los encomios
del porvenir por lo metódico de su raciocinio, por los
recursos de su saber, por la facilidad de su palabra,
por lo incorruptible de su conciencia, por la hidalguía
de su corazón y por lo inquebrantable de sus patrió-
DE LA LITERATURA URUGUAYA i8i
ticos entusiasmos. Ellos adivinaron, más que supie-
ron, que la elocuencia de la tribuna, que no es otra
cosa que la discusión de los asuntos que interesan al
país, debe ser decorosa y grave, natural y sencilla,
sin perjuicio de ser enérgica y vehemente cuando lo
exige el caso, distinguiéndose y caracterizándose, más
que todas las otras ramas de la elocuencia, por la cla-
ridad de la exposición y por la solidez de los argu-
mentos.
Bastaría leer el discurso pronunciado por el señor
Ellauri, antes de entrar en la discusión general del
magno estatuto, para persuadirnos del modo cómo
obedecían á los dictados de su deber aquellos pro-
ceres, cuya voluntad fué siempre más firme que el
diamante negro, usado victoriosamente por la indus-
tria de las minas en las perforaciones, y cuya cons-
tancia fué mucho más dura que el corindón, piedra
preciosa y piedra alumínica que ocupa y tiene el pen-
último lugar en la escala de la dureza. Después de
haber expuesto, con frase sobria y castiza, que la co-
misión no tenía la vanidad de haber hecho una obra
original, grande ni perfecta, dijo el señor Ellauri :
"En cuanto á los derechos reservados á los ciuda-
danos, ellos se ven diseminados por todo el proyecto.
Entre otros muy apreciables me fijaré solamente, para
no ser difuso, en el de la libertad de imprenta, esa
salvaguardia, centinela, y protectora de todas las otras
libertades: esa garantía la más firme contra los abu-
sos del poder, que pueden ser denunciados inmedia-
tamente ante el tribunal imparcial de la opinión pú-
blica; y en cuyo elogio dice un célebre publicista de
nuestros días que, mientras un pueblo conserve in-
tacta la libertad de la prensa, no es posible reducirlo
á esclavitud: este insigne derecho lo vemos con otros
consignados en nuestra carta Constitución.
i82 HISTORIA CRÍTICA
"La forma de gobierno no ha ofrecido grandes du-
das á la Comisión. Ella se ha dejado arrastrar gus-
tosamente del torrente de la opinión pública, pronun-
ciada desde muchos años atrás por la universalidad
de nuestros conciudadanos de un modo tan uniforme
y franco. Así es que no ha trepidado en proponer se
adopte la de representativo republicano, que se ve en
la sección 3.'' Esta es la de todas las Repúblicas libres
de América, admitida sin esfuerzos y con aplausos,
cual si fuese inspirada por un sentimiento natural."
Y el procer seguía, elocuente y rumbeando bien:
"La división, y reparación de los poderes, el fijar
sus atribuciones, y el modo de desempeñarlas, es lo
que realmente ha exigido á los miembros de la Co-
misión un trabajo muy superior á sus débiles fuer-
zas. Ellos han meditado, han conferenciado, y han
hecho cuanto en sus circunstancias podían hacer para
aproximarse, ya que no pudiesen llegar al acierto. La
delegación del ejercicio de la soberanía de la Nación
en los tres altos poderes, legislativo, ejecutivo y ju-
dicial, se encuentra especificada en el artículo ca-
torce. El I." tiene la voluntad, el 2." la acción, y el
3.0 la aplicación. Aquel se presenta organizado por
dos Cámaras, una de Diputados y otra de Senadores.
Aquí está el principal escollo, que la Comisión se ha
esforzado en evitar. Ha procurado tener á la vista
las Constituciones más liberales, las más modernas,
para tomarlas por modelo en todo aquello que fuese
adaptable á nuestra situación. Ha observado que las
más de ellas se resienten de un cierto espíritu aris-
tocrático en la formación de la Cámara de Senadores,
que han deseado sirva como de cuerpo intermediario
para contener las aspiraciones de los otros Poderes.
La Comisión ha encontrado estos principios algo des-
conformes con los sentimientos más generales de este
DE LA LITERATURA URUGUAYA 183
país, y por lo mismo es que sin dejarle de dar res-
petabilidad y circunspección al Senado, exigiendo las
más exquisitas cualidades en sus miembros, le dá si-
multáneamente más popularidad, circunscribe su du-
ración, y en lo demás apenas le deja el nombre de
esos cuerpos aristocráticos, que establecen otras Cons-
tituciones."
El orador, después de decirnos, con la misma sen-
cillez y la misma pureza, que sin el respeto de las
leyes la existencia de la patria sería tan precaria
como la de un meteoro, agregaba que los autores del
proyecto habían tratado de revestir al poder ejecu-
tivo del vigor necesario para la conservación del or-
den, aunque con las restricciones precisas para que
el abuso de ese poder no pusiese en peligro á la li-
bertad. Lo sincero de las virtudes ciudadanas de nues-
tros padres echó en olvido que poco importan las
restricciones impuestas por la ley, si la multitud no
sabe defender sus derechos, ó si el que ejerce la au-
toridad falsea y estrangula los principios fundamen-
tales de la ley escrita. Es preciso no sólo que una
constitución sea buena; sino que también es preciso,
en primer lugar, que los magistrados no la interpre-
ten conforme á su interés, y en segundo lugar, que
la educación pública nos haga capaces del ejercicio
de la soberanía. Alberdi afirmaba con extrema cor-
dura: "Los sudamericanos creen que son las leyes
escritas las que han hecho libres á los ingleses y á
los norteamericanos, y no los ingleses los que han
hecho á sus libres leyes y á las leyes de sus libres
colonos de América. La ley inglesa es libre, porque
el inglés es libre. ¿Queréis copiar su libertad? No
copiéis su ley; copiad la persona del inglés, es decir,
sus costumbres, su modo de ser, si la vida puede ser
copiada." La libertad estatuida está muy lejos de ser
i84 HISTORIA CRÍTICA
la libertad puesta en obra. El mismo Álberdi agrega:
"Es un error creer que una ley escrita cambia las
cosas. Si así fuera, la obra de civilizar una nación
se reduciría á darle un código, es decir, á unos pocos
meses de trabajo. La civilización no se decreta. Por
haber sancionado constituciones republicanas, ¿tenéis
la verdad de la república? No ciertamente: tenéis la
república escrita, pero no la república práctica. La
ley es un oráculo de palo, que habla por la boca del
juez." Entre nosotros, casi todos los ejecutores de
la ley han sido enemigos de la libertad. Nuestras
presidencias son monarquías, basadas en una especié
de derecho divino. Marte, el dios de la fuerza, sigue
siendo aun el origen y el sustentáculo de su poder.
Ellauri terminó con estas palabras su magistral dis-
curso, que parece el fruto de las meditaciones de
algún insigne orador contemporáneo: "La Asamblea
se halla íntimamente penetrada, no sólo de lo con-
veniente y oportuno, sino hasta de lo importante y
necesario que es ya constituir el Estado. Por expre-
sarme con más propiedad, diré que es ya una obliga-
ción forzosa, de que no podemos desentendernos: nos
ha sido impuesta por una estipulación solemne, que
respetamos, y en la que no fuimos parte á pesar de
ser los más interesados en ella. Apresurémonos, pues,
señores, á cumplir de un modo digno los votos de
nuestros comitentes, llenos de ese fuego sagrado, que
inspira el verdadero amor de la patria; desprendá-
monos de todo sentimiento que no sea el del bien y
felicidad de los pueblos cuyo pacto social vamos á
establecer en su nombre."
¿Hay lagunas ó errores en el código magno? Sí,
los hay, como en todas las obras que cuentan más de
veinte lustros de vida. El artículo 5.", por ejemplo,
nos amarra y no nos satisface á los que creemos que
DE LA LITERATURA URUGUAYA 185
las patrias no deben tener religión alguna, á los ene-
migos del sistema proteccional y á los que ya no ado-
ramos, en el altar de nuestra conciencia, la lacrimosa
y llagada imagen del Cristo. — Estamos lejos de los
días dulcísimos de nuestra niñez, y por grande que
sea nuestra fantasía, ya no nos asalta, cuando llega
Diciembre con sus rosales llenos de flores y con sus
nidos llenos de epitalamios, la visión oriental de aque-
llos reyes que condujo una estrella, flotante é incen-
diada, hacia el rústico establo donde sintió los dolores
benditos, los sagrados dolores, los augustos dolores
del alumbramiento la virgen palidísima de Nazareth.
— Estamos lejos de los días dulcísimos de nuestra
niñez, y por grande que sea nuestra vanidad, ya no
creemos en otras eternidades que en las eternidades
de la materia, que el sepulcro convierte en átomos
dispersos y la mecánica vital transforma en polen de
clavel, en cimbro de palma, en iris de torrente, en
himno de zorzal, en lista de estandarte ó en rayo de
sol. — Una religión protegida oficialmente pone va-
llares á la libertad religiosa con que hace muchos
años sueña nuestro espíritu para todas las patrias,
y es indiscutible que los constituyentes entendieron
que el Estado debía proteger á la religión católica,
como claro lo dijo el señor Ellauri, contestando al
señor Masini, en la sesión del 13 de Mayo del año
29. — El sistema patronímico, que siempre creó y que
creará siempre embarazosos pleitos entre el poder es-
piritual y los poderes temporales de la tierra; el sis-
tema patronímico, que no permite que esos poderes
actúen con libertad absoluta dentro de los dominios
de sus respectivas atribuciones ; el sistema patroní-
mico, que sino decreta el reinado de un culto, fa-
vorece su expansión y ayuda á sostenerlo, no es el
que más conviene á las repúblicas democráticas, en
i86 HISTORIA CRITICA
las que no existe ni puede existir, por razones de his-
toria y de ideal, una armonía perfecta entre el poder
político y el poder eclesiástico, aunque la £e prote-
gida sea la fe del que, triste y ensangrentado y cu-
bierto de espinas, oyó cantar á los vientos de la tarde
el sermón de las misericordias y sintió pasar por los
vientos de la tarde las frescuras del odre de la sa-
maritana, cuando dobló la frente y cerró los ojos so-
bre la sien en sombras del Calvario. — Una religión
autoritaria é infalible no puede ser la religión de un
pueblo progresista y republicano, que se educa en la
práctica del libre examen y que no ignora que lo te-
rrestre está sometido á error. Una democracia sin
violar las conciencias, que son una inalienable pro-
piedad, no puede ni debe contribuir á imponer una
religión, protegiendo un culto y siguiendo las hue-
llas de Teodosio el Grande ó Enrique VIII. La con-
ciencia tiene derechos ilegislables, que sólo se saben
y se sienten garantidos con la absoluta separación
del poder espiritual y del poder civil, con la absoluta
separación de la Iglesia y el Estado.
Tampoco es dudoso que nuestros constituyentes pu-
sieron débiles vallas á la ambición y al nepotismo de
nuestros gobernantes, por más que dijesen, en un me-
morabilísimo manifiesto, que habían encomendado á
la legislatura — "el cuidado de crear los destinos que
demande el servicio público; designarles las dotacio-
nes á que sean acreedores; disminuir ó aumentar en
esta proporción los impuestos que forman la renta
de la Nación; sancionar las leyes que reglen el uso
de vuestras propiedades, de vuestra libertad y segu-
ridad; proteger el goce de vuestros derechos; defen-
deros contra el abuso de la autoridad; velar sobre el
cumplimiento de las leyes, y hacer responsables á
los infractores." — En vano agregaron que — "estas
DE LA LITERATURA URUGUAYA 187
augustas funciones forman la base de las garantías
sociales, y la Nación para conservarlas, sólo necesita
fijar su elección sobre personas que, ligadas íntima-
mente á ella, no sean contenidas por el temor ni pros-
tituidas por el interés. Es en precaución de esto, que
son excluidos de representaros los dependientes á
sueldo del Poder Ejecutivo ; porque debiendo aquéllos
ser guardianes vigilantes del cumplimiento de la Ley,
y rígidos censores de cualquier abuso, necesitan fir-
meza para defenderlos, y que sus intereses no se opon-
gan á los vuestros."
Pronto, muy pronto, el interés y el temor hicieron
nidal en el cuerpo legislativo, lo que necesariamente
debía verificarse en un país de facciones violentas,
de presidentes engolillados, y cuya constitución re-
conoce que permite al que manda — "emplear la fuerza,
ya para contener las aspiraciones individuales, ya
para defenderos contra todo ataque exterior im-
previsto, porque sin esta atribución, vuestra libertad
política y civil quedaría á merced del ambicioso que
intentase destruirla; pero es obligado á dar cuenta
inmediatamente al Cuerpo Legislativo, y á esperar
su resolución, porque este Poder fuerte, que admi-
nistra la Hacienda Nacional, manda la fuerza armada,
distribuye los empleos públicos, y ejerce directamente
su influencia sobre los ciudadanos, no daría garantías
bastantes, si no hubiese de respetar y reconocer la
Ley como única regla de su conducta." — Los graves
privilegios dados á las presidencias para salvaguardar
nuestra libertad política y civil, sólo sirvieron para
acrecer su orgullo y su predominio, sustituyéndose
á la voluntad popular y convirtiéndose en electoras
de los cuerpos formados para contenerlas, gracias al
tesoro de la nación, á la fuerza armada, á los empleos
públicos y á la suma de atribuciones excepcionales de
i88 HISTORIA CRÍTICA
que disponían. El mayor número legislativo, más cui-
dadoso de su bien personal que del bien del país; el
hiayor número legislativo, hechura de aquella volun-
tad electora y cuya suerte dependía de aquella vo-
luntad tiranizante, siempre ó casi siempre estuvo con
el poder, castigándose las rebeliones con el destierro
de las recompensas que el país les debe á los servi-
cios y á las virtudes, á los grandes caracteres y á
grandes hechos. Así, enervada ó muerta la fibra moral,
la democracia fué dictadura y la república una espe-
cie de gobierno sátrapa, unas veces despótico con ar-
tería y otras veces dilapidador hasta la insensatez,
cual lo comprueban todas las páginas de nuestra his-
toria, iluminada por el incendio interminable de nues-
tras muchas revoluciones, como lo está la cima de una
cordillera por la purpúrea lumbre de un intermitente
y furioso volcán.
Es indudable, pues, que no es perfecta la obra rea-
lizada por la Asamblea General Constituyente y Le-
gislativa. Esta se instaló en San José el 24 de No-
viembre de 1828. — Ocho días más tarde estableció
su sede en Canelones. — Un huracán derrumbó la casa
en que se reunía, obligándola á trasladarse á la ca-
pilla de la Aguada, en Febrero de 1829. — El primero
de Mayo de aquel año mismo entró, con el gobierno
y las fuerzas patriotas, en Montevideo. — Entonces,
sólo entonces, principió á discutir el proyecto cons-
titucional; pero, por desventura y como á presagio
de la suerte que nos esperaba, el cónclave ilustre ya
empezó á padecer por los antagonismos lavallejistas
y riveristas. — Con setenta mil pobladores contaba el
país, cuyas rentas anuales apenas ascendían á seiscien-
tos mil pesos; pero, aunque el comercio y la industria
iban prosperando, no eran muy halagüeñas las pers-
pectivas por el recelo de los trastornos á que las am-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 189
biciones de los caudillos nos abocaban. — En su amor
al orden, los congresionales pensaron más en las pre-
rrogativas del ejecutivo que en los privilegios de la
multitud, entonces iletrada y heroica. — Olvidaron
que, como dice Tocqueville, el poder presidencial no
debe ejercerse sino en la esfera de una limitada so-
beranía, porque es bien sabido por la experiencia que
sobrevienen los males del abuso y entran en martirio
las libertades públicas, cuando no son muy circuns-
critos los derechos que se conceden al poder que
manda.
Nuestros constituyentes olvidaron también que la
educación de la vida republicana empieza por el ejer-
cicio de la vida municipal, que ellos estatuyeron como
una promesa, pero no arreglaron como un hecho ac-
tivo. — No hay democracia donde no existen las mu-
nicipalidades autónomas, que son la primera cátedra
donde la realidad nos enseña lo que vale el buen uso
del ejercicio de la soberanía. — Dice Joel Tiffany en
su Derecho Constitucional : "Es un principio de los
gobiernos democráticos realizar, en cuanto es posible,
la idea del gobierno propio. Por eso, en vez de con-
fiar toda la administración interna al gobierno ge-
neral, siempre se ha considerado más propio y con-
veniente confiar al pueblo de cada estado el ejercicio
de la autoridad gubernativa en los asuntos especial-
mente suyos, y jurisdicción al gobierno general en
todos los asuntos que afectan primariamente el bien-
estar del pueblo de la nación. Según el mismo prin-
cipio, el pueblo del estado confía, en cuanto es con-
forme con los intereses generales, el gobierno de las
ciudades y villas á la municipalidad."
Nuestros constituyentes entrevieron, pero no ase-
guraron, la autonomía de las comunas. — No hicieron
bien, porque todos los poderes tiranizadores son ene-
igo HISTORIA CRÍTICA
migos del régimen comunal. Benjamín Constant lo
ha reconocido así, afirmando que los intereses locales
contienen un germen de resistencia que la autoridad
no sufre sino á regañadientes, tratando por todos los
medios de desarraigarla. — No hay despotismos tor-
vos donde prosperan las municipalidades dueñas de
su destino, porque las municipalidades, cuyo origen se
remonta á la edad romana, con sus actos jurisdiccio-
nales ó de competencia y sus actos administrativos
ó de atribución, tan admirablemente descritos y des-
lindados por Fauchet, nos imponen, como dice Blacks-
tcne, reglas y modos de conducta civil, educándonos
en la idea de lo justo y lo injusto dentro de la co-
munidad.
Como asegura Hippert, el porvenir de los pueblos
libres se encuentra y radica en las comunas libres,
administradoras de sus propios asuntos y sin otros
vínculos con el poder central que las relaciones de
suprema ó de última instancia. Así la historia de los
progresos de la nación inglesa no es otra cosa que la
historia de los progresos del régimen municipal bri-
tánico, que es el que ha permitido á aquella sociedad,
educada por las comunas en el ejercicio del gobierno
propio, elevarse progresivamente hasta la plenitud
de una independencia apoyada y sostenida por sus
franquicias incorruptibles y tradicionales. — Leed el
libro de Carlos Valframbert. — Leed la obra monu-
mental de Gneist. — El régimen de los municipios,
la constitución comunal, surgen de aquellas páginas
como una garantía eficaz contra los poderes depri-
midores y como una seguridad robusta para los de-
rechos de los ciudadanos. — Si arrancáis de las manos
del Estado todas las tasas comunales, desde la tasa
de los pobres hasta la tasa de los caminos y desde la
tasa escolar hasta la tasa de justicia y de policía, con
DE LA LITERATURA URUGUAYA 191
todas las voluntades de que se sirve para su organi-
zación y mantenimiento, habréis reducido notable-
mente la fuerza absorbedora del poder central y dado
independencia á las localidades. Eso es lo que soñaron,
pero no supieron hacer nuestros constituyentes. Eso
es, sin duda, lo que hará el porvenir.
No ignoro, no, que nuestros constituyentes se pre-
ocuparon de que las Juntas Económico Administra-
tivas, elegidas por elección directa, estuviesen forma-
das por ciudadanos con residencia y bienes en los
departamentos cuya agricultura debían promover y
por cuya instrucción primaria debían velar, cuidando
asimismo de la conservación de los derechos indivi-
duales de sus pobladores. No ignoro, no, que los cons-
tituyentes, para asegurar á las Juntas su autonomía,
se opusieron á que las presidieran los Jefes Políticos,
como sé también que el señor Chucarro quiso poner
en manos de las mismas los recursos que pide su mi-
sión de cultura, y como sé también que el señor García
quiso ampliar, robusteciéndolas, sus atribuciones. Esto
es innegable ; pero es igualmente innegable que nues-
tra manera de entender el gobierno interior del país
está muy lejos de aquel sistema comunal, con sus bur-
gos y sus parroquias, en el que la raza inglesa ha de-
jado las marcas características de su espíritu y que
ha contribuido de un modo poderoso á la evolución
democrática de un pueblo conservador por natura-
leza, como dice con justicia Mauricio Vauthier.
Sin embargo, dado el balbuceo de nuestra cultura,
digna de aprecio fué la empeñosa labor de nuestros
constituyentes. — Por razones de cercanía y por miedo
al desorden, el centralismo se nos impuso como un
sistema digno de imitación. — La Argentina, desde
Julio hasta Diciembre de 1828, fué el campo de ba-
talla de los partidos de Lavalle y Borrego, siendo las
192 HISTORIA CRÍTICA
ambiciones localistas de los jefes provinciales la
causa del fracaso de la convención constituyente y
federal de Santa Fe. — Desde Diciembre de 1828 hasta
Abril de 1829, la lucha sigue y el caos se agranda,
imperando Bustos en Córdoba, Quiroga en Cuyo é
Ibarra en Santiago, hasta que la reacción unitaria
triunfa y se impone momentáneamente gracias á las
brillantes condiciones del general Paz. — Así el es-
pectáculo de la anarquía y los feudos locales nos llevó
al centralismo de los gobiernos fuertes, porque si es
verdad que el estatuto de la nación chilena de 1828
fué descentralizador y hasta federalista, no es menos
cierto que aquel estatuto quedó profundamente des-
acreditado por los abusos y por las pretensiones de
las desacertadas asambleas provinciales del país de
O'Higgins, lo que dio lugar á la centralización admi-
nistrativa y á la suma de facultades concedidas á la
presidencia por la constitución araucana del año 33.
No es de extrañar, entonces, que no comprendié-
ramos que un presidente que actúa á su capricho du-
rante cuatro años, sin la obligación de escuchar á los
ministros, ni á los legisladores, ni á la opinión pú-
blica, es un poder terrible y casi despótico, muy in-
ferior, dentro del sistema representativo, al régimen
parlamentario de la responsabilidad ministerial, que
Laboulaye encuentra más republicano y menos incó-
modo que el régimen nuestro. — Como dice Carlos
Savary en Le gouvernement constitutionnel, bajo el
verdadero sistema representativo y en presencia del
principio de la soberanía nacional, es preciso que allí
donde el pueblo no puede actuar por sí mismo, la au-
toridad preponderante pertenezca al menos á los man-
datarios elegidos por el país; pero como éstos, á su
vez, no pueden ejercer directamente el poder ejecu-
tivo, es lógico que tengan bajo su mano á los que lo
DE LA LITERATURA URUGUAYA 193
ejercen, gracias al régimen de la responsabilidad mi-
nisterial, en que el ministerio no es otra cosa que una
comisión siempre revocable de la Asamblea."
Nuestros presidentes, que sólo están en contacto
con la legislatura por sus mensajes ó sus favoritos;
nuestros presidentes, cuyos ministerios no necesitan
ser homogéneos y populares, porque sus ministros
nada representan y nada significan ante la opinión;
nuestros presidentes, en la realidad de la realidad,
vienen á ser á modo de monarcas corruptores por el
caudal de mercedes administrativas y presupuestadas
que distribuyen entre sus allegados y sus hechuras. —
Cámaras, cuya reelección depende de la presidencia,
y ministerios formados por hombres que no se han
conocido antes entre sí, que no tienen un pensamiento
común, y que no están designados para gobernar ni
por la opinión parlamentaria ni por la opinión pú-
blica, son cuerpos inútiles, completamente inútiles
para el progresivo desenvolvimiento de la adminis-
tración y de la política, siendo casi un axioma que
en política y en administración lo que es inútil no
está lejos de ser perjudicial. — Pocos oradores, en
nuestro recinto legislativo, pueden decir como Oló-
zaga: — "Yo no sé en qué consiste que mi lengua no
se presta para ensalzar á los poderosos." — Por su
parte son pocos los ministros que tienen el valor de
caer defendiendo principios ó salvando intereses, por-
que esos ministerios y esas legislaturas presidenciales
tan sólo aspiran á reforzar el dominio absorbedor de
la presidencia. — Todo lo aceptan, para coadyuvar al
triunfo del ídolo dispendioso y benefactor, sin de-
cirse jamás como Pacheco decía en 1846 á las resig-
nadas Cortes Españolas: "Si el que conspiran los
enemigos del orden público es una razón para que
no se atienda á la ley, rasguemos la constitución, va-
is. — I.
194 HISTORIA CRÍTICA
yámonos á nuestras casas, y proclamemos el gobierno
absoluto."
Así, por las causas expuestas, por falta de control
y por falta de bridas, el gobierno nuestro, el gobierno
personal, el gobierno de un responsable único y en-
soberbecido, el gobierno de un único y caprichoso
dispensador de bienes, no está en armonía con el ré-
gimen republicano y se halla más cerca del cesa-
rismo que de la democracia, siendo el sistema de la
responsabilidad ministerial el único medio de que los
cuerpos legisladores lleguen á ser más autónomos é
influyentes que nuestros poco libres y muy des-
acreditados cuerpos legislativos.
Reconocemos y confesamos que esto no basta. —
Se necesita el municipio libre para la seguridad de
la nación libre. — El gobierno constitucional y par-
lamentario no es una barrera contra el abuso de las
mayorías apasionadas. Oid á Laboulaye en L'Etat et
ses limites: "Una representación nacional, una prensa
y una tribuna independientes temperan el gobierno
en el interior y le dan el poder necesario para de-
fender el honor nacional contra el enemigo; pero,
por grandes y necesarias que sean estas garantías,
ellas no son bastantes para la protección del indi-
viduo."
En efecto, cuando las pasiones políticas ó religiosas
incendian un país, ¿quién impide á sus cámaras in-
clinarse hacia la violencia ó hacia la injusticia? —
En ese caso los derechos del individuo están á mer-
ced de la administración y de las mayorías políticas.
— Laboulaye encuentra un eficaz lenitivo contra esos
males en la descentralización, en el municipio, en el
gobierno propio, "porque se diría que la centraliza-
ción y la revolución se llaman mutuamente." — Y
Laboulaye añade: "Hoy todos reconocemos que la
DE LA LITERATURA URUGUAYA 195
comuna es la escuela de la libertad. Es allí donde
se forman los espíritus prácticos; es allí donde se
vé de cerca lo que son los negocios; es allí donde se
conocen sus condiciones y sus dificultades. Allí se
vive en consorcio con los conciudadanos, allí uno se
vincula á la patria pequeña, allí se aprende á amar
á la grande, y allí las ambiciones legítimas pueden
satisfacerse con honradez." — Se dice que las comu-
nas libres son manantiales de revolución. — Labou-
laye lo niega, sosteniendo que los países más cen-
tralizados son los más turbulentos, y afirmando que
los más tranquilos son los países en que es más enér-
gica la vida municipal. — Laboulaye niega también
que las comunas autónomas se arruinen ó vivan en
penurias por falta de administración, demostrando
que Holanda, Suiza, Inglaterra y los Estados Unidos,
es decir, los países de las comunas abandonadas á su
propio esfuerzo, son más ricos y valen más que los
gobiernos que carecen de vida municipal como Bi-
zancio, la China y el Egipto.
Como enseña Mauricio Block, en los estados ver-
daderamente libres, "es preciso que los ciudadanos
no abandonen al poder sino los negocios que están
por encima de sus propias fuerzas, ó aquellos que
necesitan ser dirigidos bajo un punto de vista ge-
neral." — Un gobierno, que tutela mucho, es un amo
en excelentes condiciones para oprimir. — No son li-
bres ni los incapaces ni los menores. — Las comunas
autónomas aseguran su dignidad y su independencia
á los ciudadanos. — Carey nos dice, en el tomo ter-
cero de sus Principies of Social Science: "Cada pe-
queña localidad, municipalmente constituida, puede
atender mejor lo que conviene al interés local. Los
municipios de las ciudades, que son como pequeñas
repúblicas independientes, — as little independent re-
196 HISTORIA CRÍTICA
publics, — han sido justamente considerados por Toc-
queville, como formando el principio vital de la liber-
tad americana." — A su vez Woolsey, en el tomo pri-
mero de su Political Science or the State, nos enseña
que la gran ventaja del sistema de los burgos libres
radica no sólo en que esos burgos educan al pueblo
para el ejercicio de sus derechos políticos en todas
las regiones del país, "sino también en que, hasta
cuando el gobierno central es lo más perfecto po-
sible, poca participación le dan á ese gobierno en los
negocios locales de cada villa ó comuna, lo que ase-
gura á éstas la apetecida y necesaria tranquilidad."
— Woolsey añade que "el régimen del gobierno pro-
pio excita ó provoca el sentimiento denominado es-
píritu público ó general mucho más de lo que pueden
hacerlo las comunidades puramente pasivas, porque
el patriotismo es una pasión compleja que hace que
el hombre se identifique con su comarca según el
grado de participación que tiene en sus negocios." —
Y Woolsey concluye por afirmar que, si bien las mu-
nicipalidades no deben pedir poderes que les permi-
tan arruinar su prosperidad futura, deben hallarse
revestidas de todos los que requieren y exigen las
necesidades locales, "lo que hará que se acrecienten
la reflexión y la inteligencia de sus habitantes, no
sólo en lo que con sus asuntos privados se relaciona,
sino también en aquello que atañe al sentimiento de
la responsabilidad, and in a sense oí responsability."
Las constituciones no reforman las costumbres;
pero pueden contribuir, de un modo relativo, á pu-
rificarlas.— Aparisi y Quijarro decía bien cuando de-
cía: "De hombres honrados y de pueblos sobrios y
virtuosos se hacen pueblos libres; pero de hombres
ó pueblos á quienes domina el libertinaje del espíritu
ó el apetito desenfrenado de goces materiales, — ha-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 197
ced las constituciones que queráis, — ^ no haréis más
que pueblos turbulentos y esclavos." — Estamos con-
formes; pero también estamos seguros de que la re-
pública hubiera sido mucho más dichosa, si se hu-
biesen mermado las facultades de la presidencia y
engrandecido los privilegios de las comunas por los
inmortales de la Asamblea del año 29.
Es necesario, pues, crear la autonomía municipal
plena, y convertir nuestros gobiernos unipersonales
en reflexivos gobiernos de gabinete. Es necesario que,
como dice Franqueville, los ministros, de acuerdo con
la ciencia política contemporánea, no sean ya los sim-
ples ejecutores de la voluntad individual del jefe
del Estado, sino que sean sus consejeros solidarios
y responsables, es decir, los jefes efectivos de las
diversas reparticiones públicas. Es necesario, como
quiere Franqueville, que el parlamento imponga al
director de lo ejecutivo la elección de los hombres
encargados de presidir los diversos servicios guber-
namentales, escogiéndolos entre los conductores más
clarovidentes de las asambleas legislativas de origen
popular. Es necesario, como enseña Franqueville, que
los ministros dejen de ser los servidores obedientes
de un poder omnímodo, que los eleva ó destituye sin
más razón ó ley que la ley ó razón de su voluntad,
como acontece en el imperio ruso, para convertirse
en las ruedas más importantes y más activas del me-
canismo gubernamental, como acontece en la presti-
giosa y libre nación británica, en aquella nación que
abriga bajo sus estandartes desde los verdes lagos de
Escocia hasta los criaderos de perlas de Ceilán y
desde las húmedas planicies de Irlanda hasta los co-
diciados terrenos auríferos de Port-Phillip.
Las fuentes de las instituciones inglesas deben bus-
carse, más que en los documentos escritos, en las
198 HISTORIA CRÍTICA
costumbres y en las prácticas constitucionales. Ni lo
pactado entre el rey y el parlamento en 1215, ni lo
pactado entre el monarca y el parlamento en 1688, ni lo
pactado entre la corona y el parlamento en 1701 sub-
sistiría ya, si la costumbre, que es la ley verdadera
de aquel gran país, no hubiese autorizado y hubiese
mantenido el desarrollo de la autoridad de los pode-
res populares, impidiendo que la monarquía traspu-
siese los límites que los pactos y los estatutos asig-
naban á sus privilegios. El mismo gobierno de ga-
binete ó gobierno parlamentario no ha sido creado,
de un solo golpe y con todas sus piezas, por un de-
creto real ó por una sanción legislativa, sino por los
esfuerzos continuos del uso, naciendo de la costumbre
que tenían los antiguos monarcas de pedir y buscar
el aviso secreto de sus familiares en los negocios ar-
duos, lo que dio ocasión, á fines de la centuria dé-
cimasexta, á que los Comunes reclamasen, como uno
de sus derechos más esenciales, el derecho de con-
ducir á los malos consejeros de la corona ante la jus-
ticia de la Cámara de los Lores.
Así el parlamento pudo sobreponerse á los reyes
de la casa de Lancaster, y aunque su prerrogativa
cayó en desuso bajo el dominio de la casa de Tudor,
volvió á reaparecer más amplia y más robusta bajo
los Stuardos, con el juicio público y la condena á
muerte de Strafford. Desde aquel instante el parla-
mento se preocupó de cercenar el poder de los re-
yes, imponiéndoles la elección de sus ministros y de
sus consejos, apenas restaurada la monarquía que de-
rribó Cromwell; pero la lucha es larga, indecisa, du-
dosa en ocasiones, y sólo en 1721 puede decirse que
nace el gobierno parlamentario fuerte y unido con
el gabinete de Roberto Walpole, estableciéndose de-
finitivamente la disciplina interior de los ministerios
DE LA LITERATURA URUGUAYA 199
bajo Guillermo Pitt y quedando el monarca reducido
al papel de simple moderador de sus consejeros des-
pués de la reforma electoral del año de 1832.
Hablando de Inglaterra, dice Dupriez: — "La ca-
rrera parlamentaria es el solo camino que conduce
al ministerio." — "En teoría, los ministros reciben del
rey su título y sus poderes; pero, en realidad, su
nombramiento es el resultado de una complicada elec-
ción, en la que intervienen, en grados desiguales, mu-
chos factores, de los cuales el más influyente es la
Cámara de los Comunes. Al Soberano pertenece el
derecho de escoger; pero no tiene la libertad de la
elección ni puede llamar al ministerio sino á los hom-
bres aceptados por la mayoría de los Comunes." — Y
Dupriez agrega: — "El Gabinete es un cuerpo per-
fecta é íntimamente unido, siendo una su voluntad
como es una su acción. Los hombres que lo componen
pertenecen al mismo partido político, ó cuando menos
á los partidos coaligados: al constituirse el ministe-
rio, se han puesto de acuerdo para la realización de
un programa común de gobierno. Si más tarde sur-
giesen nuevas cuestiones, si la aplicación del pro-
grama adoptado suscita dificultades, se restablece el
acuerdo primitivo al discutirlas en el seno del Ga-
binete. Una vez la decisión tomada, todos deben tra-
bajar para ejecutarla y aun para defenderla, si fuere
necesario, delante del Parlamento." — Y Dupriez con-
cluye: "El Gabinete es el resorte que pone en movi-
miento todas las ruedas del organismo político. No
abarca sólo el poder ejecutivo, sino que juega un pa-
pel importante en materia legislativa: su acción se
extiende á todos los dominios, excepto el judicial, y
ella es ilimitada, aunque no soberana, en la vida pú-
blica de la nación."
Dupriez resume todo lo que antecede diciéndonos
HISTORIA CRÍTICA
que el ministerio, dentro del sistema parlamentario,
"ejerce el poder ejecutivo", siendo éste el campo de
acción en que su autoridad es más incontrastable, di-
recta y segura; "guía y dirige el poder legislador",
por la enormie influencia que dan á sus palabras la
jefatura de la mayoría de la asamblea y su conoci-
miento de las necesidades administrativas, — y "es el
lazo de unión entre el poder que ejecuta y el poder
que legisla", porque allí donde el sistema parlamen-
tario existe, la separación de los poderes legislativo
y ejecutivo no es más que una palabra. ¿Qué le queda,
entonces, al jefe del Estado? Le quedan los tres de-
rechos de que habla Bagehot y cuya eficacia reconoce
Dupriez: el derecho de ser consultado obligadamente
por los ministros, el derecho de estimular á los miem-
bros del gabinete, y el derecho de advertirles de sus
errores cuando el bien público lo reclama. Es verdad
que no puede imponerles su política personal, ni ne-
garles su apoyo, ni sembrar su camino de dificulta-
des, aunque pueda intervenir, como mediador, para
sujetar las pretensiones de la mayoría ó contener la
cólera de los partidos de la llanura.
Este poderío ministerial está limitado por una do-
ble serie de responsabilidades. Como enseña Dicey,
Jos ministros no sólo son responsables ante la legis-
latura, sin cuya confianza no pueden gobernar, sino
que son responsables ante sus jueces de fuero propio
por los actos ilegales que patrocinen, sin que ami-
nore esta responsabilidad la afirmación de que han
obedecido á las órdenes imperiosas del jefe del Es-
tado. Y Dicey añade: "Después de la responsabilidad
parlamentaria está la responsabilidad legal, y los
actos de los ministros no están menos sometidos
al reino de la ley que los actos de los funcio-
DE LA LITERATURA URUGUAYA
narios de orden inferior." — Así el gobierno de ga-
binete, que empieza á surgir de un modo caracterís-
tico en el reinado de Carlos II, es hoy, como nos dice
Wilson, el centro de la Constitución inglesa, ha-
biendo aceptado el principio justiciero y regulador
de la responsabilidad ministerial Bélgica, Italia y
hasta la misma Prusia.
Por su parte Esmein sostiene que la responsabili-
dad ministerial es la pieza esencial del sistema gu-
bernativo francés, siendo esa responsabilidad, según
Duguit, no sólo política solidaria é individualmente,
lo que permite al parlamento ejercer un continuo
control sobre los actos gubernamentales, sino de ín-
dole criminal y civil, cuando un ministro, en el ejer-
cicio de sus funciones, infringe las leyes de la pú-
blica penalidad, ó perjudica al fisco ó á los ciuda-
danos en sus intereses. — ¿Qué pasa en América? —
A pesar de lo que dispone el artículo 86 de nuestra
Constitución, á pesar de lo que dispone el artículo 87
de la Constitución Chilena, y á pesar de lo que dis-
pone el artículo 88 de la Constitución Argentina, en
los países americanos no podemos decir que existe la
responsabilidad ministerial, puesto que los actos de
los ministros no son verdaderos actos ministeriales,
sino actos casi exclusivos del presidente de la Repú-
blica. Donde los ministros nada pueden decidir ó re-
solver por sí solos, donde los ministros no son luces
sino reflejos de una única lámpara central, la res-
ponsabilidad no puede hacerse práctica sin herir al
jefe de la nación, lo que no es muy fácil á su tiempo
debido y sin grandes trastornos, dada la influencia
y los recursos de que dispone. Por eso Saint-Girons
ha podido decir, sin herirnos ni calumniarnos, que
"los Estados Unidos y las diversas repúblicas ame-
HISTORIA CRÍTICA
ricanas nos ofrecen una república presidencial con un
rey electivo, temporario y muy independiente, por
lo común, de las Cámaras Legislativas."
Si el sistema parlamentario no tiene antecedentes
en nuestro suelo, el gobierno municipal no es una
novedad para nosotros. Recordad los anales y las atri-
buciones de los Cabildos. Recordad la importancia
especialísima de aquellas juntas en la constitución
de las colonias. — Instituciones populares elegidas
anualmente por cédulas cerradas; instituciones abier-
tas á los nativos y en cuya elección los gobernadores
no podían intervenir bajo pretexto alguno; institu-
ciones compuestas siempre de vecinos probos y bien
conceptuados, las juntas se reunían, á son de trom-
peta ó á toque de campana, para administrar los in-
tereses comunes de cada ciudad, de cada villa, de cada
pueblo del uruguayo edén. — Eran cuerpos locales;
pero cuerpos autónomos, ejecutivos y legisladores,
con su presidente, sus alcaldes de primer voto y de
segunda vara, su juez de policía y su juez de fiestas,
su alférez real y su síndico procurador. — Ellos guar-
daban las llaves de las villas, cuidaban el archivo de
su jurisdicción, aprontaban á nuestras milicias para
defender los límites del pago, tasaban equitativamente
los artículos de primera necesidad, administraban
casi todas las rentas rurales y urbanas, y esparcían
el bien de la justicia por pueblos y lomas. — Ellos
tenían á su cargo exclusivo proteger á los pobres,
amparar á los huérfanos, perfeccionar las cárceles,
sanear los hospicios, construir las escuelas, ordenar
los festejos, y proveer al abasto, la hermosura, el
aseo y la luz de las poblaciones del país naciente. —
Ellos, en fin, fueron verdaderas democracias con pri-
vilegios económicos y políticos, que reprimían y con-
trarrestaban las exigencias de los gobernadores de
DE LA LITERATURA URUGUAYA 203
cuño militar, sembrando el germen fecundo del sis-
tema representativo, al favorecer el ejercicio del de-
recho de petición, y preparándonos para el adveni-
miento de la república, á pesar de las injurias de
Viana, los destierros de del Pino y las violencias de
Olaguer Feliú.
Su origen es ilustre. Aquellas juntas eran las su-
cesoras y las herederas de las antiguas municipali-
dades romanas, casi regidas por leyes propias y casi
dotadas de gobierno propio, con sus decuriones y
sus duunviros de provinciales fuentes y provinciales
prerrogativas. — Su origen es ilustre. Aquellas jun-
tas eran las sucesoras y las herederas de los munici-
pios rurales del Medio Evo, que, regulando las con-
diciones de la propiedad en su jurisdicción, enfre-
naban los absurdos derechos de las señorías, siendo
personalidades de estructura orgánica, tan ardiente
como batalladora con sus consejos de índole demo-
crática y popular. — Su origen es ilustre. Aquellas
juntas eran las herederas de la flor de los fueros de
Castrojeriz, Escalona, Logroño y Sepúlveda, siendo
igualmente las sucesoras de las esforzadas comuni-
dades de la proba Castilla y de las irreductibles ger-
manías de la feraz Valencia.
No sería, pues, un asombro para nuestras leyes des-
posarse con otras leyes que resucitaran, mejorando
sus líneas, nuestro antiguo y autonómico régimen mu-
nicipal, en lo que nada perdería el país, pues el mu-
nicipio es el origen y la verdadera escuela del go-
bierno del pueblo, como bien dice la mucha ciencia
administrativa de Adolfo Posada. Nuestros constitu-
yentes se lo desearon al porvenir, pero no lo esta-
blecieron para su edad de genésica organización, lo
que es de lamentarse y es de corregirse en holocausto
á nuestras franquicias y á nuestra cultura. No haría-
204 HISTORIA CRÍTICA
mos Otra cosa que seguir, magnificándolo republica-
namente, el general impulso. Sabido es, y Wilson lo
enseña, que el gobierno de las ciudades prusianas es
un ejemplo vivo de gobierno propio, como sabido es,
y Wilson lo enseña, que el municipio helvético es
una corporación jurídica de muy amplias atribucio-
nes. Si siendo colonia realista tuvimos cabildantes
independientes, siendo, república soberana con más
razón debiéramos tener municipios autónomos, para
que nuestra república no sea menos democrática de
lo que lo fueron aquellas monarquías limitadas por
los concelleres de Cataluña, por los justicias de Ara-
gón, por los fueros de Sobrarve, y por la libertad que
había labrado su nido de cóndor en el árbol secular
de Guernica. La autonomía local cabe bien en nues-
tra legislación, porque tiene fuertes raíces en nuestra
historia, empezada á escribir cuando la municipalidad
de Montevideo respondía con acritud á la arrogación
de atribuciones á que se entregó el orgullo bélico de
Zabala, y ceñida de lauros por el regionalismo de los
montoneros cuyo cutis se amorenó en la hoguera de
los refucilos del sol charrúa sobre las homéricas lan-
zas de Latorre. No lo olvidemos. Artigas, nuestro
Artigas, respetó á los Cabildos.
¿Quiere decir, acaso, lo que antecede, que no es
digna de encomio la magna obra del cónclave inmor-
tal?— De ningún modo. — Merecen gratitud y me-
recen aplauso, por todos los siglos, nuestros inolvi-
dables constituyentes del año 30. — Allí, en aquel cón-
clave, fué donde el señor Lamas sostuvo que el go-
bierno no podía vender ningún terreno de propiedad
pública sin la competente autorización legislativa; allí
fué donde el señor Urtubey dijo que "los legisladores
de un pueblo deben ser los espejos sin mancha en
que él se mire"; allí fué donde el señor Llambí afirmó
DE LA LITERATURA URUGUAYA 205
que la facultad del ejecutivo para disponer de la
fuerza armada, no era ni podía ser de tal índole que la
legislatura no pudiese reclamar las garantías que la
nación tiene el derecho de pedir para evitar que se
abuse de esa misma fuerza; allí fué donde, al hacerse
extensiva la libertad de vientres á todos los puntos
del territorio, dijo el señor Diago que "era caer en
una extraña contradicción que en un país donde mo-
rían los hombres por ser libres, naciesen al mismo
tiempo hombres esclavos"; allí fué donde el señor
Masini pidió que se restableciera la biblioteca pú-
blica de Montevideo, fundada por la iniciativa y parte
de los bienes del doctor José Manuel Pérez Caste-
llano; y allí, por último, aquellos hombres, muchos
de los cuales no eran elocuentes, dieron á nuestra
tribuna política la convicción de la verdad, el gusto
de lo honesto, el entusiasmo de la virtud y el he-
roísmo de la patria, todas aquellas condiciones de
que la oratoria, — haciendo al espíritu justo, y á la
razón sana, y viril al denuedo, y querida á la libertad,
— se sirve para convertir en bueno al ciudadano y en
grande á la nación, según las hermosas palabras de
Lamartine.
La asamblea establecida en San José y más tarde
entre los viejos muros del viejo Cabildo, no hizo otra
cosa que ratificar los votos y las aspiraciones de los
congresionales de la Florida, de aquellos que decla-
raban libre al patrio suelo bajo las rojas luces del
sol de Agosto del año 25. Durante la blanda adminis-
tración de don Manuel Calleros esos votos y esas
aspiraciones del patriotismo se fueron transformando
en carne, en verbo, en ley definitiva por los mesenios
lances de Rincón y de Sarandí, por el marítimo cho-
que del Juncal y por la osada conquista de las Mi-
siones. ¡ El corazón aun envía su salve respetuosa á los
2o6 HISTORIA CRITICA
que entregaban al porvenir las democráticas fórmu-
las del código que todos los poblados, y todas las
cumbres, y todos los bosques, y todos los valles, y
todos los ríos del país charrúa juraron acatar y de-
fender el i8 de Julio de 1830!
Después vinieron los días tristes: la revolución de
Julio de 1832, vencida en el encuentro de Tupambay,
y la revolución de Julio de 1836, derrotada en el
choque de Carpintería, triunfante en la brega de Yu-
cutujá, derrotada de nuevo en la acción del Yi, y
triunfante otra vez en la sangrienta batalla del Pal-
mar. El 23 de Octubre de 1838 Oribe renunciaba á
la presidencia, casi á raíz de haberse apoderado la
escuadra francesa del islote roqueño de Martín Gar-
cía, entablándose entonces una guerra á muerte entre
el general Rivera y el general Rosas, venciendo Ri-
vera á Echagüe en Cagancha y siendo vencido Rivera
por Oribe en el rudo entrevero de Arroyo Grande.
La elocuencia parlamentaria desplegó su vuelo en
aquella atmósfera de pasiones embravecidas, en aquel
período de luto y de desolación, en que todos apa-
recen culpables ante la austera musa de la historia,
porque todos sacrificaban el interés público á sus
intereses de hegemonía. Ser capaz de dirigir, equi-
vale á ser capaz de renunciación. En aquellas horas,
más que crueles, ningún caudillo supo sacrificar, en
aras del país, el estéril orgullo de prevalecer contra
viento y marea, el goce impurísimo y antipatriótico
de vengar sus agravios de jefe de pandilla.
Apenas nacidos á la vida independiente, que no es
sinónimo de la vida libre, avanzábamos hacia lo por-
venir bajo la dirección de dos graves errores, de dos
perniciosísimos baqueanos. No nos dimos cuenta de
que, como Alberdi dice, "poner un gobierno, cuya
esencia es poblar, en manos de un hombre de guerra.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 207
cuya naturaleza es pelear, es decir, de despoblación,
es proceder al revés de lo que enseña el sentido co-
mún." Del mismo modo, tampoco adivinamos que,
como enseña Alberdi, "gobernar con su partido, es
hacerse gobierno de un partido, no el gobierno del
país. Cuando un partido es todo el país, deja de ser
un partido. Reconocerse un partido es confesarse
una parte del país, con exclusión de la otra parte en
las funciones del gobierno, que es y debe ser de to-
dos. Un gobierno de partido no puede dejar de ser
un gobierno de guerra, donde las armas son el sólo
medio de resolver los conflictos que, en los países
libres como Inglaterra y los Estados Unidos, sólo se
resuelven por los debates libres en el parlamento y
la prensa."
Pero ¿á qué castigar al pasado si eligió por lazari-
llos á dos errores? Equivaldría, y no es ese nuestro
propósito, á castigar al hoy, porque lo que pensaban
los hombres de 1838 es lo mismo que piensan, á pe-
sar de las duras lecciones de la historia, los hombres
de 191 1. La humanidad es un niño que no escarmienta
nunca. La oratoria política no desapareció en el pe-
ríodo de la Defensa. Montevideo, atacada con bra-
vura, se defendió con heroísmo de los aliados del
poder rosista; pero cayendo en la debilidad de apo-
yarse en el extranjero, y de entrar en combinaciones
con lo no nativo. Alberdi dice: "La independencia
ó libertad exterior de una nación, es el derecho de
gobernarse según su propia voluntad, y no según la
voluntad de los demás." Se engañaban todos los que
creían, desde 1843 hasta 1851, en la eficacia de los
extraños para extinguir el volcán de nuestras dolo-
rosas contiendas de partido. Todas las intervenciones
son condenables, porque todas atentan á la soberanía
de los países intervenidos, sirviendo todas ellas de
2o8 HISTORIA CRÍTICA
acicate al rencor de los bandos en pugna, y siendo
todas ellas gravosas al país que fía en su dudoso des-
interés. En nombre del libre albedrío de los pueblos
convulsionados, la conciencia del mundo las rechaza
con acritud, prohibiéndolas categóricamente el dere-
cho público internacional cuando sólo responden al
propósito de levantar á un partido sobre otro par-
tido, á un matiz sobre otro matiz, á una pasión so-
bre otra pasión. Leed lo que Heffter dice sobre el
derecho de existencia territorial libre é independiente
de los estados. Leed lo afirmado por Merignhac so-
bre lo abusivo de las intervenciones hechas á ruego
de una fracción política ó de una colectividad reli-
giosa. Leed, en fin, lo que Fiore sostiene acerca de
las intervenciones que tienen por objeto suavizar las
rudezas de la guerra civil. No olvidemos nunca que
una nación, cuando se trata de su libertad, debe bas-
tarse á sí misma, prescindiendo, para conquistarla, de
los recursos que la ofenden en su soberanía y ponen
en peligro la unidad nacional. Cuando apelan á la
mediación de lo no nativo, cuando buscan la alianza
de los extranjeros contra lo propio, no estamos con
los hombres de Oribe ni estamos con los hombres
de la Defensa.
La oratoria política se desarrolló vertiginosamente
desde 1835 hasta 1851. No nos cause extrañeza, por-
que las situaciones excepcionales originan cerebros
exacerbados. El lenguaje se caldea hasta el rojo
blanco, cuando sobre el espíritu, que es la fragua
que lo produce, sopla el pampero de la pasión. La
musa del decir mostróse, pues, á menudo en los par-
lamentos y con mucha frecuencia en las calles; pero,
como hija de aquel tiempo batallador fué, por lo ge-
neral, impulsiva y colérica y apasionada. La elocuen-
cia política, que es la más variable en sus asuntos, la
DE LA LITERATURA URUGUAYA 209
más libre en su forma y la que más tolera que la per-
sonalidad del orador se manifieste con amplitud, de-
bía fatalmente crecer de extraordinario modo, como
flor colocada bajo un soplete de oxígeno puro, en
las épocas activas y rudas, enérgicas y tormentosas
á que nos referimos. El tribuno político, que no tiene
más guía que sus pasiones ni más bridaje que el bri-
daje de su razón, se mueve á gusto en días de bo-
rrasca, como las gaviotas en el mar agitado por el
viento bravio, porque el choque de los intereses de
las banderías sobrexcitadas estimula sus facultades,
ofreciéndole la oportunidad de satisfacer su ambi-
ción personal de lucro ó de renombre. Muchos de
los tribunos de aquella época carecían, sin duda, de
los vastos y profundos conocimientos jurídicos é his-
tóricos que requiere la oratoria parlamentaria; pero,
por razones que se deducen del carácter mismo de
la época en que vivieron, tenían el brío, la fogosi-
dad, el entusiasmo y la imprevisión propias de las
asambleas populares, jóvenes, batalladoras, agrias y
divididas en credos afanosos de prepotencia y de fas-
tuosidad. La oratoria política, que requiere firmeza
de espíritu, serenidad de ánimo, posesión del asunto
y tino en el empleo del lenguaje metafórico, mal
podía enarcar del todo sus alas en cónclaves como
aquellos cónclaves donde se sentaron los Bustamante,
los Otero, los Castellanos, los Sagra, y los Herrera y
Obes.
Nuestro pueblo, orgulloso y dominador como el
pueblo romano, amigo de la pompa y de la armonía
de los decires como el pueblo español, fácilmente se
deja embriagar como todos los pueblos de la raza la-
tina, por el vino espumante de las palabras, demos-
trando predilección por los que le hablan de virtud,
de gloria, de consecuencia, de libertades públicas y
J4. - I.
HISTORIA CRÍTICA
de dignidad nacional. Somos muy propensos los sud-
americanos á cambiar el oro de nuestra emotividad
por las cuentas de vidrio de las cláusulas que con-
cluyen con retórica redondez. Del mismo modo, un
pensamiento melancólico ó grave nos hace sonreír,
y la sátira mordaz ó dicharachera nos provoca al
aplauso. Casi nunca le exigimos al orador las cuali-
dades éticas que debe tener. Poco nos significa que
el orador carezca de virtud y de dignidad, si es ga-
llardo de cuerpo y de voz sonora, si es de memoria
firme y de ingenio sutil. ¿Qué importa que sus cos-
tumbres se hallen en discordancia con sus palabras,
si tiene la imaginación arrebatadora de los poetas,
acompañada por lo simpático del acento y la gracia
del ademán de los grandes actores? Nos contentamos
con que sepa fingir, con artística maña, la probidad
y la modestia de que carece. Siempre que halague
nuestras pasiones, tan sólo le pedimos las cualidades
externas exigidas por Cicerón y poco nos importa
que no le cerquen los prestigios morales de que ha-
bla Quintiliano. Por esta enfermedad, de carácter en-
démico en nuestro país; por esta enfermedad de
preferir lo que nos adula y lo que nos seduce á lo
que nos persuade y á lo que nos corrige, Caliópe,
la musa de la oratoria, esgrime casi siempre ante la
multitud el agudo puñal de Medea, mientras se re-
tuercen en torno de su semblante las culebras entre-
lazadas á los cabellos de las Euménides.
A pesar de lo caliginoso de aquellas horas, que
huelen más á salitre que á libro, muchas veces la elo-
cuencia política resplandeció con purísimo fuego
desde 1834 hasta 1851. Así, en la sesión del 21 de
Mayo de 1835, cuando aun no tenía rivales ni con-
tradictores la autoridad de Oribe, don Alejandro
Chucarro, á quien el fantasma de la omnipotencia
DE LA LITERATURA URUGUAYA 211
de los caudillos siempre amargó el sueño, presentó
un proyecto, en uno de cuyos artículos se estatuía
que, para que fuesen legítimas las acciones de cuño
presidencial que necesitan de la intervención de la
legislatura, era preciso que ésta aprobara de un modo
previo, "y no después de haberse ejercido", los actos
del poder que reglamenta y ejecuta las leyes. Sos-
tuvo que su proyecto interpretaba con fidelidad el
espíritu y la forma de las disposiciones constitucio-
nales, porque, dejando al ejecutivo en toda la pleni-
tud de su poder, aseguraba y fortalecía las facultades
que le eran inherentes á la legislatura. Sostuvo que,
como las acciones del ejecutivo debían ser autoriza-
das por el parlamento "antes y no después" de rea-
lizarse, no bastaba ni podía bastar para su validez el
subterfugio de que el gobierno las sometiese, después
de ejercidas, al examen tardío del Cuerpo Legislador
ó de la Comisión Permanente. Sostuvo, en fin, que
eran funestas las dudas y peligrosos los embarazos
á que esa errónea práctica daba lugar, añadiendo que,
en caso de vencimiento, le quedaría la satisfacción
de haber cumplido con uno de los deberes que la
confianza de los electores impuso á su conciencia.
Del mismo modo, en la sesión de 8 de Mayo de 1839,
al discutirse el proyecto de ley autorizando al poder
ejecutivo para admitir un cuerpo de extranjeros que
le ayudara contra la invasión rosista, el señor Neves
se opuso á esa medida, que llamó imprudente, por
entender que la República contaba entonces, como
cuenta hoy, con las fuerzas que necesita para de-
fender sus derechos, sin necesidad de mendigar el
auxilio de los extraños. Agregó que si, según la his-
toria, algunas naciones habían obtenido felices resul-
tados recurriendo al apoyo exterior, "esa misma
historia nos mostraba también cuan funestos habían
HISTORIA CRÍTICA
sido para otras, semejantes auxilios", y terminó ma-
nifestando que jamás se haría responsable de las
consecuencias que la sanción del proyecto podía
traerle á nuestro país. De igual manera, en la sesión
del 2 de Enero de 1844, no bien conoció la legisla-
tura las condiciones que sobre el licénciamiento de
voluntarios quiso imponernos el cónsul general de
Francia, el señor Sagra dijo con viril prontitud: "El
pueblo oriental es idólatra de su libertad, y ha de-
rramado mucha sangre para salvarla y sostener sus
derechos como nación independiente. Los orientales
no reconocen otra autoridad que la de la ley, y no
han podido ver con calma la lectura de esas piezas
oficiales que nos presentan las humillantes deman-
das del Rey de los Franceses." Y concluyó pidiendo
que, "firmes en la justicia que los asistía y oyendo
sólo la voz de la patria", los legisladores aprobasen
la dignidad y la firmeza con que el Poder Ejecutivo,
al rechazar la imposición ajena, había sostenido los
derechos de la República. De este modo, á pesar del
carácter de la época y de lo difícil de las circuns-
tancias, la oratoria política defendió unas veces nues-
tras libertades, valiéndose de espíritus tan probos
como el espíritu del señor Chucarro, y defendió otras
veces la soberanía de nuestro suelo, valiéndose de
corazones tan puros como los corazones del señor
Neves y del señor Sagra. De este modo, á pesar del
carácter de la época y de lo turbulento de las cir-
cunstancias, la oratoria política encontró acentos que
se parecían á los acentos del discurso constituyente
del señor Ellauri, nacido en Montevideo en 1790,
estudiante de la universidad de Chuquisaca, parti-
dario de la revolución de Mayo, adicto á la cruzada
de Lavalleja, secretario de la Comisión redactora de
DE LA LITERATURA URUGUAYA 213
la Constitución y el más ilustre de los ministros que
tuvo el gobierno riverista del año 31.
II
Es digno también de tenerse en cuenta el progreso
alcanzado por nuestro periodismo desde la jura de
la Constitución hasta el final de la Guerra Grande.
Entre las publicaciones de más valía de aquella época
mencionaremos El Universal, que duró desde 1829
hasta 1838, siendo dirigido y redactado por don An-
tonio Díaz, autor de una historia de nuestro país que,
si no sobresale por el estilo, se recomienda por lo mi-
nucioso de la narración, por el interés de los porme-
nores, y por la abundancia de los datos valiosísimos
que contiene. El diario del entonces coronel Díaz
fué el primero de los órganos del partido blanco,
como El Nacional, que surge á la luz en 1835, fué el
primero de los órganos periodísticos del partido co-
lorado. Es en las columnas de El Nacional donde
don Andrés Lamas, diplomático y publicista, dio á
conocer lo grande de su talento y lo culto de su
dicción. Nacido en 1817, jefe político de Montevideo
bajo la Defensa y representante de la Defensa ante
la corte de San Cristóbal, don Andrés Lamas supo
unir los prestigios de la acción á los prestigios del
pensamiento, repartiendo su actividad entre la polí-
tica y la pluma, distinguiéndose sus escritos por lo
variado de los asuntos, por la riqueza de los con-
ceptos y por la sobria elegancia de su lenguaje. Fe-
cundo y castizo, penetra en los dominios del dere-
cho y la historia, la ciencia económica y el arte li-
terario, dejando un reguero de hermosas y eruditas
214 HISTORIA CRÍTICA
páginas esparcido en la heredad de lo porvenir. La
muerte le sorprendió en 1891, lejos de la patria que
ilustró con el brillo de su talento, y sean las que
fueren sus opiniones de bandería y los yerros en que
cayera durante su actuación de los días difíciles, su
nombre está á salvo del olvido glacial, de ese olvido
que venga á los excepcionales de la envidia enve-
nenada de los mediocres, envolviendo á estos últi-
mos en el sudario de los anónimos, en la tétrica no-
che de la fosa común. Lo largo de la lucha, que em-
pezó en 1843 y terminó en 1851, arrojando sobre el
país una deuda de más de cien millones de pesos;
lo largo de la lucha, durante la cual los directores
de la ciudad sitiada tuvieron que lidiar, no sólo con
el enemigo exterior, sino con todo género de disen-
siones intestinas y con todo género de apuros eco-
nómicos, explica, aunque no justifique, el precio á
que compramos el apoyo imperial, que siempre fué
funesto, como todos los apoyos extraños, á la gran-
deza del terruño bendito. Don Andrés Lamas com-
prendió bien lo enorme de la responsabilidad que
asumía ante el juicio austero de lo futuro. En sus
cartas de 1848 le hace saber á don Manuel Herrera
que nada podía llevarse á cabo sino sobre la base del
sacrificio de nuestros límites, y en sus cartas de 1849
le hace saber á don Manuel Herrera que la negocia-
ción, engendradora de la alianza del imperio con la
ciudad, era mala, malísima, causándole disgusto y pe-
sadumbre la firma de aquel convenio cartaginés. El
porvenir, á quien no se oculta lo irreparable de aque-
lla falta, no desconoce el valor intelectual del que
angustiado y confuso la cometió, siendo pruebas cla-
rísimas de aquel valer insigne La legislación de Ri-
vadavia, el Génesis de la Revolución, La patria de
Solis, el Estudio histórico y científico del Banco de
DE LA LITERATURA URUGUAYA 215
la Provincia de Buenos Aires y la colección de Me-
morias y documentos para la historia y geografía del
Río de la Plata.
Don Andrés Lamas representa la invasión del soplo
romántico en la manera de escribir la historia. La
reflorescencia de los estudios históricos coincide con
el advenimiento del romanticismo. La historia clá-
sica fué retórica y racional, dando á sus personajes
la menor dosis de individualidad posible. La historia
clásica, por lo común, es un catálogo científico y re-
gular de los hechos y de las fechas. La historia pseudo
clásica casi nunca investiga las causas de los fenó-
menos que describe, porque esas causas, de origen
providente, no tienen otro objeto que el mayor brillo
de las coronas y la mayor firmeza de los altares. La
índole aristocrática y palaciega del clasicismo no per-
mitía complacerse en la pintura de la verdad exacta,
que es el fin de la historia. El romanticismo, que
coincide con la llegada de las tendencias liberales,
favoreció el gusto de lo pintoresco, poniéndose en
contacto con las muchedumbres, y el historiador pudo
remontarse á las fuentes, estudiar los monumentos,
revivir los usos, valerse de las cartas y las memorias,
dándonos cuenta fiel de lo que descubría ó adivinaba
sin miedo al castigo y sin identificar á la providencia
con la monarquía. Desde entonces la historia fué crí-
tica, filosófica, grave, humana é independiente de
mecénicos tutelajes, aunque no siempre libre de reto-
ricismo y de énfasis oratorio. Guizot, romántico, ge-
neraliza. Mignet, romántico, hace lo que Guizot. Son
jueces cuando estudian. Son moralizadores políticos
y sociales cuando deducen. El romanticismo concluye
con la historia oficial. La nación no es el rey. Los
acontecimientos significan poco. Se debe conden-
sarlos, para descubrir lo que hay de aleccionador,
2i6 HISTORIA CRÍTICA
de humano, de utilizable en el espíritu de un hom-
bre ó de una época. La historia de los clásicos na-
rraba para los reyes. La historia romántica dogmatiza
para las muchedumbres. Esto no excluye la imagina-
ción ni el apasionamiento. Por el contrario. Cada
grupo tira inconscientemente para su escuela, para
su partido, para sus opiniones, tratando de que los
hechos respondan á lo que persiguen las afinidades
éticas ó políticas del historiador. Y la verdad se abre
paso en estos torneos, en estas batallas, en las que
todo puede ponerse en duda, menos el empuje y la
sinceridad de los paladines. Lamas piensa, como Mi-
gnet, que las causas y las consecuencias valen más que
los hechos, que sólo valen por las causas que los ori-
ginan y por las consecuencias que de ellos se dedu-
cen. Lamas no es, como Thiers, un narrador escla-
recido de lo grande y de lo trivial. No es, como Mi-
chelet, un poeta épico, que transforma los hechos en
imágenes y que vive la vida de lo que cuenta. Es un
filósofo, un político, un dogmatizador, un providen-
cialista que cree que lo sucedido debió suceder por
lógica y explicable fatalidad, entendiendo la historia
como la entendieron, en más vasta escala y en otro
ambiente, Mignet y Guizot.
Para esclarecer y para comprobar lo que decimos,
citemos una página de las muchas escritas, sobre
asuntos históricos, por don Andrés Lamas. Habla de
la reconquista de Buenos Aires:
"Este suceso, que tanto brillo reflejó en las armas
del Río de la Plata, fué funesto á la dominación es-
pañola, dando al pueblo el conocimiento de su propia
fuerza, debilitando el prestigio del supremo repre-
sentante del monarca, sometiendo este alto magis-
trado al juicio y á la voluntad popular, é iniciando
al común en el ejercicio del derecho de deponerlo y
DE LA LITERATURA URUGUAYA 217
sustituirlo en el nombre y el interés de la comunidad.
"Todo esto aconteció en un solo instante.
"El 12 de Agosto ensayó el pueblo su fuerza, y el
13 se reunieron los principales vecinos en una junta
de que hacían parte la Audiencia, el Obispo, el Ca-
bildo y demás corporaciones, y conferían el título
de gobernador y comandante de las armas al afor-
tunado Liniers.
"A este acto se siguió la creación de cuerpos cívicos
para la defensa del territorio amenazado de nueva
invasión.
"Organizada militarmente la población, se colocó en
ella la fuerza efectiva.
"El armamento y demás medidas de defensa revis-
tieron formas populares, y la primera corporación
popular, el Cabildo, adquirió la primera importancia."
Pocas fechas; ningún detalle; sólo lo preciso para
que comprendamos que el pueblo se levanta sobre el
representante de la corona.
Y sigue después:
"La corte confirmó á Liniers en el puesto de vi-
rrey y don Fernando Javier de Elío ocupó interina-
mente el gobierno de Montevideo.
"La corte, invistiendo á don Santiago Liniers de la
misma suprema magistratura de que había sido des-
pojado el marqués de Sobremonte, obedecía á una ne-
cesidad, quizás inexorable; pero de cierto que no era
procediendo así que podía restituir á su autoridad,
en estas lejanas regiones, la fuerza moral de que ha-
bía sido desnudada.
"La posición en que se encontró el nuevo virrey era
por extremo delicada y quebradiza.
"Las autoridades locales habían ejercido funciones
soberanas, y engreídas por el suceso, difícil era que,
renunciando al brillante papel que habían asumido, se
2i8 HISTORIA CRITICA
redujeran de buen grado á las extremas atribuciones
normales.
"El pueblo estaba en posición semejante á la de sus
autoridades locales, y sus voluntades se apoyaban
ahora en la fuerza material organizada de que era
depositario.
"Las trepas populares representaban diversos inte-
reses, y desde el origen esa diversidad de interés aso-
maba en la rivalidad entre europeos y americanos.
"A estas dificultades, de suyo graves, acrecieron
otras de mayor cuenta, producidas por el vuelco que,
poco más tarde, sufrió en Aranjuez y Bayona la di-
nastía de los Borbones."
La historia, romántica con Thierry y realista con
Taine y Fustel de Coulanges, es un arte más que una
ciencia en la época en que florece don Andrés La-
mas. Durante ese período la sensibilidad y la imagi-
nación, que reinan como soberanas en la literatura,
influyen sobre el modo de componer de los historia-
dores, impidiéndoles ser impersonales, no sistemati-
zados y absolutamente objetivos. Atentos á la exacti-
tud, pero con retóricas pretensiones y sumisos al in-
terés de una fracción política combatiente, — república
ó fracción de república, — además del cuidado de ser
verdaderos, escriben con el cuidado de justificar la
causa en que militan, favoreciendo así el triunfo de
sus ideas democráticas ó de bandería. La mayor parte
de nuestros cronistas, que no son muchos, no están
aún lo bastante lejos de los sucesos que nos refieren,
para historiarlos con la impasibilidad con que histo-
riarían los viajes de Sebastián Gaboto y las em-
presas de don Pedro de Mendoza. Don Andrés
Lamas, que gusta de los documentos, que es claro y
preciso, que se complace en dogmatizar sobre lo que
narra, no siempre razona sobre nuestras democráticas
DE LA LITERATURA URUGUAYA 219
tempestades como lo haría si razonara sobre las lu-
chas de los patricios y los plebeyos de la antigua
Roma.
Ved sus Apuntes históricos sobre las agresiones del
dictador argentino don Juan Manuel Rosas. Fueron
publicados en 1849. El texto del libro se compone de
147 páginas, á las que siguen 148 de notas y documen-
tos justificativos. Lamas empieza por estudiar la con-
vención celebrada entre la República Argentina y el
Brasil en el año 1828. Aquella convención, al asegu-
rar nuestra independencia, nos convertía en un estado
autónomo y neutro, sumamente útil para el manteni-
miento del equilibrio entre dos poderosos antagonis-
tas. Después de 1828, la Argentina, por miedo á los
tumultos que la desangraban, aspiró á la paz de los
gobiernos opresores y fuertes. Entonces surgió Ro-
sas. Este no funda su poderío ni en la gloria de sus
hazañas, ni en la sabiduría de sus leyes, ni en los
beneficios de la quietud, ni en los progresos económi-
cos, ni en la caballeresca religión del honor, ni en
nada que no sea el fruto de las necesidades de su pro-
pia conservación. ¿Tiene algo á favor suyo? Lamas
cita el hecho; pero no lo reconoce como una cantidad
en el haber de la dictadura. Pertenece al débito. En
Rosas es un signo de barbarie y un arma de dominio
exaltar el sentimiento nacional y americano de los
criollos. Montevideo es amiga de Europa. Rosas ne-
cesita someter á Montevideo. Es preciso que las in-
tervenciones, en caso de bloqueo, no tengan ningún
punto de apoyo en nuestras costas. ¿Rosas pensaba
mal? Para Lamas sí, para nosotros no. Las naciones
del Plata, en caso de conflicto, deben ser para el
Plata. Es una alianza, más aún, es una complicidad
impuesta por sus vinculaciones históricas y sociales.
Así lo han querido nuestras hazañas y nuestras desven-
HISTORIA CRITICA
turas. ¿Siempre y en todo caso? Para nosotros siem-
pre y en todos los casos, mientras que no se trate de
la conservación de la propia soberanía. ¿Atentó á
ésta el vesánico Rosas? Abiertamente no, sí de un
modo oblicuo ó indirecto. En 1829, Montevideo es el
refugio de los amigos políticos de Rosas. Don Juan
Manuel no se queja de la hospitalidad que les conce-
demos. En 1830, Montevideo es el puerto de asilo de
sus adversarios. Rosas reclama y exige su extradición,
Rosas no quiere privarnos de la independencia; pero
la independencia, sin la autonomía, es sólo una pa-
labra. ¿Favorece Rosas á los gobiernos legales del
país oriental? Cuando le ayudan. Si le contrarían ó
permanecen neutros, trata de derribarlos, á pesar de
lo dispuesto en la convención del año 28. Es verdad
que tiene una excusa en su americanismo; pero esa
excusa no le basta al historiador, porque su america-
nismo nos impide consolidarnos como nación libre de
gobierno propio, uniendo la suerte de nuestros par-
tidos á la suerte de los partidos históricos de la otra
banda. ¿Termina la guerra de 1836 con el cambio de
Raña? Rosas se felicita porque hemos conseguido el
bien de la paz. ¿Vencen, en 1838, los revolucionarios?
Rosas se indigna y cierra los puños y enseña los dien-
tes. Eso es lo que quiere don Andrés Lamas decirle
al porvenir.
¿Qué método emplea? El método de la filosofía
y el de las notas. Aclarar documentos y extenderse
con complacencia en las deducciones. Pocos hechos,
los más fundamentales, los que menos se prestan á
dubitación. El alzamiento del coronel Leonardo Ro-
sales en Setiembre de 1830; el motín militar del Du-
razno en Junio de 1832; la ayuda de Rosas al mo-
vimiento iniciado por Lavalleja en Mayo de 1833.
Lamas cita los hechos casi sin relatarlos. Lo que le
DE LA LITERATURA URUGUAYA
importa no es historiar el hecho, sino la idea que lo
motiva y el fin que persigue. A veces se engaña. To-
dos aquellos hombres padecían la obsesión de Rosas.
Cuentan que Lamas, en el retiro de Buenos Aires, te-
nía el retrato del dictador en todas las paredes de
su aposento de la calle de Piedad. Temeroso de ol-
vidar al tirano, quería que su efigie se lo recordara
incesantemente. Aquellos púgiles no sabían abando-
nar la arena. Hubieran resucitado la dictadura, para
poderla combatir de nuevo. A pesar de lo grande de
su saber, consideraban á Rosas como un caso normal,
sin apercibirse de que Rosas, como todos los tiranos
crueles, era un curiosísimo caso patológico. Dionisio,
Calígula, Enrique VIII, Felipe II, son casos de ve-
sania, de neurosis, de histerismo ó de epilepsia. El
mismo Napoleón, que es un supersticioso y que es
un anormal, odia lo negro en los trajes, en los tapices,
en los caballos, en cuanto vé. Lo negro vence y pone
en derrota al triunfador glorioso de Austerlitz y de
Jena.
Historiadores de un tiempo en que no era posible
vivir sin pasiones de bando, sin crispaduras y eriza-
mientos en el espíritu, á los hombres de la Defensa
no puede pedírseles la indiferencia, la sangre fría, la
objetividad de que harán gala los siglos que vienen.
En sus manos nerviosas el libro es un ariete, el dis-
curso una espada, la cita una flecha, porque son hom-
bres y aquello que cuentan es su propia vida, pues
en aquellos lustros no se narra, se vive la historia. No
importa. Aun en aquellos gritos de combate ó deses-
peración que el futuro recogerá por su nobleza y por
su ardentía, cada historiador pone de relieve el mé-
todo que sigue para esculpir la tragedia en que tiene
asignado un papel. Lamas es narrativo en muy pocos
casos. El método de Lamas es siempre el filosófico.
HISTORIA CRÍTICA
En el libro consagrado por la gratitud argentina al
primer centenario del natalicio de Rivadavia, libro
que vio la luz en 1882, cúpole á Léimas la honrosa ta-
rea de escribir el prólogo y la primera parte de la
obra de glorificación tardía y justiciera. En aquel
prólogo, Lamas indica su modo de entender la his-
toria. Dice que su estudio sobre Rivadavia "tuvo por
único objeto precisar bien los hechos, conocer las cir-
cunstancias en que se produjeron, y por un método
á la vez crítico y narrativo, llegar á presentarlos de
manera que resultase, con la mayor claridad que me
fuera posible, la verdad de los hechos mismos, que
es el fin legítimo de estas investigaciones; y las en-
señanzas políticas, las experiencias ó las comproba-
ciones científicas que de ellos pudieran deducirse,
que es en lo que consiste la utilidad de la historia.'*
¿En qué basar los hechos salientes, los que facilitan
el hallazgo de la verdad? Lamas nos dice, y tiene
razón, que "en los documentos más auténticos y en
los testimonios contemporáneos más autorizados."
¿Todos los hechos son dignos de la atención de los
historiadores? Escuchad á Lamas: "Los hombres
siempre son hombres, por grandes que sean; y como
hombres accesibles al error ó á los errores de su
época: sujetos á sus propias pasiones, ó influencia-
dos ó arrastrados por las pasiones de su tiempo: sin
el poder de hacer todo el bien que conciben ó de-
sean, y obligados á resignarse al bien posible y en
la forma en que el bien es hacedero." ¿Cuáles son,
pues, los hechos que perduran? Los actos realizados
y las verdades descubiertas luchando con las pasio-
nes propias y las del medio ambiente, ó sea, los actos
y las verdades que contribuyen al bien de un pueblo
ó de todos los pueblos. Así de los hombres y de las
ideas "sólo sobrevive lo que es intrínsecamente ver-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 223
dadero, bueno, necesario." Y Lamas concluye que los
títulos á vivir en la memoria de las generaciones fu-
turas, "no pueden aquilatarse en los detalles de la
vida de un hombre." Tenemos, en substancia, que los
únicos hechos dignos de la historia son los hechos
que apresuran ó que retardan la ascensión de los pue-
blos ó de los hombres hacia las cúspides de la verdad
y el bien.
¿Qué orden debe seguir el historiador? Lamas si-
gue el orden cronológico. Principia estudiando la apa-
rición de Rivadavia en la vida pública. Rivadavia
empieza ocupando el lugar que dejó vacío la ausencia
de Moreno. Ya en 1812 Rivadavia afirma que "no
hay libertad ni riqueza sin ilustración." Es notable
el juicio de Lamas sobre Moreno. Este era un hom-
bre de gobierno, y lo era porque sabía "que la repre-
sión no funda nada durable ni fecundo sino cuando
el poder que somete las individualidades á la obe-
diencia de la autoridad, es á la vez, simultáneamente,
el poder que las ampara y las tranquiliza, que las ga-
rante en todo lo que tienen derecho á ser garantidas."
Rivadavia pensará lo mismo que Moreno. Rivadavia
tratará de realizar las ideas de éste. Rivadavia será
un civilizador. Como, dada la índole de nuestra obra,
lo que nos interesa es el biógrafo y no el biografiado,
contentémonos con decir que Lamas estudia á Riva-
davia como estadista y como político. Como estadista,
fundará escuelas, reglamentará los estudios universi-
tarios, reformará el ejército, nos dirá que la industria
es un derecho útil y que merece ser defendido, anu-
lará las cargas impuestas á la importación, prohibirá
el enajenamiento de las tierras públicas y hará que
los que vienen hallen dulce el asilo de la tierra ar-
gentina. Como político, comprendiendo que sin la uni-
dad no es posible la victoria de los criollos, es enér-
224 HISTORIA CRÍTICA
gico y centralista en el triunvirato que sacuden y
embarazan las rivalidades de Chiclana y Pueyrredón,
salvando los escollos que pretende oponerle al por-
venir la conjura de Alzaga. Aquel unitario carece de
la inconmovible £e de Moreno. Desesperó de la causa
de la república, como Belgrano y como San Martín.
Creyó que la anarquía, que conspiraba contra la in-
dependencia de estas regiones, sólo era remediable
poniendo estas regiones bajo el dominio señorial de
un príncipe. Eligió, para transformarlo en rey de
los platenses, á Francisco de Paula, hijo adoptivo
de Carlos IV. Rivadavia, que había preparado el fu-
turo, no pudo ser más fuerte que el futuro. Su em-
presa fracasó. Él, que había abolido los fueros per-
sonales; que templó la espada de los soldados de la
libertad, enseñándoles el camino de la gloria con la
regla inflexible de la disciplina; que entregó á los
vientos americanos la enseña de las naves de una
nueva patria, que no quería ser posesión española
ni apéndice europeo, ¿cómo pudo engañarse sobre el
destino de estas regiones? ¿cómo no comprendió que
la democracia era la finalidad última y el instintivo
ensueño de América?
Lamas no se detiene en este combate de aquel gran
hombre con el gran destino á que corría un mundo.
¿Qué importa? Lo venidero callará como Lamas. En
cambio, el estudio que Lamas consagró á Rivadavia
está empedrado de pensamientos. Escojo al azar,
abriendo á la ventura las ochenta primeras páginas
del libro glorificador : — "Los derechos civiles del
hombre son anteriores y superiores á todos los otros,
porque sin que estén garantidos el honor, la vida, la
familia y la propiedad individual, no pueden existir
las libertades y los derechos políticos de los ciuda-
danos. Pueden existir, y existen bajo algunas formas
DE LA LITERATURA URUGUAYA 225
de gobierno, los derechos del hombre sin los del ciu-
dadano ; pero nunca los de éste sin los de aquél." —
"El primer instrumento del progreso humano es el
hombre mismo." — "La estructura y las funciones del
gobierno son determinadas por el estado social. En
las sociedades civilizadas, cuya base es el cambio y
la diversidad de los trabajos, el gobierno es un me-
canismo y una ciencia. En las agrupaciones de hom-
bres atrasados, el gobierno es simple; es el gobierno
unipersonal de los patriarcas ó de los caciques." —
"La ley puede poner á un pueblo en el camino de
adquirir el espíritu y los hábitos que le son necesa-
rios para tener el gobierno propio; pero sólo el tiempo
puede darle ese gobierno, cuya cuna está en el mu-
nicipio. Si no lo tiene y no lo practica allí, no lo ten-
drá ni como provincia ni como nación, cualquiera que
sea la forma institucional de su gobierno."
Dice don José Manuel Estrada que, aparte de las
malas odas y los malos sonetos escritos en honor de
los virreyes, la historia fué la única manifestación
literaria de nuestros viejos padres; pero la historia
reducida á crónicas áridas, sin crítica ni doctrina, obli-
gada á sincerar todos los excesos de los conquista-
dores, difusa en sus relatos y tristemente cínica en
materia moral. Con la independencia, con la libertad,
con la autonomía, con el triunfo, con la expansión,
con la embriaguez del ensueño de lo futuro, nacen
la verdadera historia colombiana y el verdadero nu-
men americano. El libro inspiraba la más profunda
de las desconfianzas á los conquistadores. Sus leyes
prescribían una visita anual á todas las bibliotecas
privadas existentes en las colonias, á pesar de que
los libros destinados á éstas estaban sometidos á dos
censuras, á dos reconocimientos, el primero al salir
de Sevilla y el segundo al entrar en América. El co-
is. — I.
226 HISTORIA CRÍTICA
mercio de las ideas inquietó á los reyes. Esta inquie-
tud es, tal vez, la más fundamental de todas las acu-
saciones en el proceso seguido por las colonias con-
tra la dominación hispano - americana. El Telégrafo
Mercantil, la primera publicación periódica del Río
de la Plata, recién apareció el primero de Abril de
1801. Su propaganda fué monárquica, teológica, es-
pañolísima, de perfecto acuerdo con el modo de ser
de unas universidades en que no se enseñaba sino
una dialéctica de comprensión difícil, más apta para
nublar las inteligencias que para esclarecer y nutrir
los espíritus. Según Coroleu, el virrey don Joaquín
del Pino suprimió autoritariamente el Telégrafo de
Cabello, por un artículo en que atacaba con violencia
á los naturales de la colonia. Sólo en Setiembre de
1802 el Semanario de Juan Hipólito Vieytes se es-
forzó en demostrar que no nos curaríamos del mal
de la holganza y de la pobreza, mientras no abriése-
mos nuestros puertos á la inmigración y nuestras
soledades á la agricultura. Aquello era el principio
de una sociedad nueva y el fin de la sociedad antigua.
Aquello era un chispazo que alumbraba el futuro. Lo
baldío del realengo, es decir, la no exploración de
los terrenos pertenecientes al estado, perpetuaba el
desierto, la vida nómada, la existencia gaucha, todas
las ignorancias del pastoreo imprevisor y semisal-
vaje. Era preciso subdividir la propiedad pública y
privada, colocándola en condiciones de producir y
evitando que se esterilizase por falta de brazos, y era
preciso, además de esto, abrir al excedente de los
frutos de nuestras cosechas el mercado de todos los
pueblos que se enriquecen con la permuta civiliza-
dora de su labor. El Semanario no circuló tanto como
el Telégrafo, á pesar de que participaban de sus ideas
Belgrano y Escalada, Castelli y Moreno. Aquella so-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 227
ciedad sufría de anquilosis, á fuerza de rutina y de
españolismo. Como creció á la sombra de la tutela
del altar y del rey, ignoraba los prodigios y las vir-
tudes de la ayuda propia. Se necesitó la gran sacu-
dida, se necesitó la conquista inglesa, se necesitó que
caducara la soberanía de la corona ante la soberanía
de la multitud, se necesitó que los prisioneros britá-
nicos nos hicieran sentir la augusta sed de la libertad,
para que apareciesen, con los heroísmos por la inde-
pendencia, la historia americana y el arte americano
en los documentos de la revolución y en los fogones
de las huestes nativas, á la sombra del molle de licor
dulce y del chañar de sabrosa fruta, en las praderas
vestidas de pastizales y en los cerrillos donde enver-
dece la copa del ombú.
Más tarde la escuela romántica que, apartándose del
racionalismo cartesiano y del análisis especulativo,
recompone y resucita vivisímamente el cuadro de las
civilizaciones muertas ; la escuela romántica que, ca-
zadora de documentos y costumbres y paisajes, tiene
el culto de lo pintoresco y padece de la fiebre de la
acción ; la escuela romántica, que batalla por el triunfo
de la política liberal, opera en la historia una meta-
morfosis no menos profunda que la que opera en
el arte dramático. En España, durante la hegemonía
del romanticismo, no prosperó la historia. Los maes-
tros de nuestros historiadores fueron los franceses.
Thierry inaugura el método pintoresco, dedicándose
con preferencia á las costumbres, á las pasiones, al
decorado y á las circunstancias que pueden ilustrar
la narración. Con Guizot nace el método filosófico.
Este principia estudiando los hechos; pero se sirve
de los hechos, ordenándolos y agrupándolos lógica-
mente, para generalizar sobre las causas que los pro-
ducen y sobre las consecuencias que de los hechos
228 HISTORIA CRÍTICA
nacen. La civilización obedece á un plan. Descubrir
las líneas generales de ese plan eterno es la verda-
dera misión de la historia. Cada hecho importante
entraña una lección moral ó política que interesa al
futuro. Los hechos que retardan ó apresuran el pro-
greso de las naciones tienen los mismos elementos
constitutivos en todas las edades. El problema está,
pues, en descubrir y poner de relieve esos elementos.
Esa es la misión de la historia. Cada hecho obedece
á una ley progresiva ó retardataria. El hecho poco
significa y vale si no se conoce la ley á que obedece.
Ese principio es el motor del hecho. Esa ley ó con-
junto de leyes es la caldera que pone en movimiento
la máquina de la historia. Del mismo modb piensa don
Andrés Lamas.
Volvamos á contar su paso por la prensa monte-
videana.
Don Andrés Lamas fué desterrado en 1836 por el
gobierno del general Oribe, refugiándose con sus
convicciones en el Brasil. El Nacional cesó; pero el
desterrado, que tenía una profunda fe en las virtu-
des de la propaganda, volvió á la prensa cuando vol-
vió al país, fundando en 1838 El Iniciador, en el que
colaboraron con ardimiento Echeverría, Cañé, Gu-
tiérrez, Mitre, Juan Cruz Várela y casi todo el nú-
cleo de luminosas intelectualidades que hicieron su
nido de cóndores en Montevideo durante el azaroso
período de la Defensa. En el mismo año de 1838 El
Nacional apareció de nuevo redactado por Lamas.
Cañé y Alberdi, sosteniendo ya la bandera unitaria
y antirosista, la misma bandera que debía flamear en
1845 sobre las columnas de El Comercio del Plata,
diario cuyos propósitos combatió, desde 1844 hasta
1855, el órgano de los sitiadores, el órgano que diri-
gieron don Antonio Díaz y don Carlos Villademoros,
DE LA LITERATURA URUGUAYA 229
el Órgano que llevaba por título el título fascinante
de El Defensor de la Independencia Americana. Los
errores se encontraban en una especie de torneo feu-
dal. Don Andrés Lamas aceptó como legítima la in-
tervención europea. Don Eduardo Acevedo, desde las
columnas de El Defensor, se hizo cómplice de la in-
gerencia rosista en el pleito nativo. Fué una terrible
fatalidad la fatalidad que pesaba sobre aquella época
de confusiones y de desventuras. El doctor Acevedo
estuvo encargado durante doce meses de los edito-
riales de El Defensor. Nacido en Montevideo en 1815
y graduado en la carrera de las leyes por la univer-
sidad de Buenos Aires, dejóse envolver por los acon-
tecimientos de 1843, encontrándose entre los que cir-
cundaban á Oribe en el Cerrito. Desde Octubre de
1846 hasta Octubre de 1847, redujo las actividades
de su periodística propaganda á combatir la inter-
vención anglo - francesa y á predicar la paz, compren-
diendo muy pronto lo inútil de prolongar una lucha
en la que nada salía ganando el patriotismo. Su
Proyecto de Código Civil, redactado y concluido
tras largos meses de estudio y de meditación, le
granjeó más tarde la estima y el respeto de sus ad-
versarios, por la rectitud del criterio jurídico y por
la profundidad de los conocimientos que revelaba.
Hecha la paz, fundó en 1852 La Constitución, que
cesó á raíz del movimiento revolucionario del 18 de
Julio de 1853. Nacido más para las tranquilas elucu-
braciones del gabinete que para los debates ardorosos
de la tribuna, el doctor Acevedo trabajó inútilmente
por esparcir la semilla de la concordia desde las co-
lumnas de La Constitución. Aquel diario, culto en
el estilo y lleno de moderaciones en el propósito, que
se distinguía por lo selecto de sus correspondencias
del exterior y por el empeño con que trataba los
230 HISTORIA CRÍTICA
asuntos relacionados con el progreso económico del
país, á nadie satisfizo, porque nadie creía en la sin-
razón de los partidos tradicionales. Jefe y augur de
la mayoría parlamentaria en 1852, don Eduardo Ace-
vedo hizo que triunfara la candidatura presidencial
de don Juan Francisco Giró, viendo en las condi-
ciones del candidato una garantía de progreso y de
paz. Desterrado á consecuencia de los sucesos del
año siguiente, ligó su nombre á la historia del foro
argentino hasta 1860, en que volvió al país y tuvo á
su cargo, durante algunos meses, la más alta de las
carteras ministeriales bajo la proba administración
de don Bernardo Prudencio Berro. Presidente del
Senado en 1862, el doctor Acevedo sintió que la vida
se le escapaba, pidiendo á las benignidades del clima
paraguayo un lenitivo á las dolencias que le afligían;
pero la muerte pudo más que la atmósfera tibia, que
la atmósfera con perfume á naranjos del país amigo,
y el notable jurisconsulto, el ilustre redactor de
nuestro primer Código Civil y de nuestro primer
Código de Comercio, cayó dormido en el regazo de
la madre inmortal y siempre fecunda al declinar
Agosto de 1863.
No es menos laboriosa la vida pública de don An-
drés Lamas. Este nació en Montevideo el 3 de Marzo
de 1817, haciendo sus primeras armas de publicista,
como adversario de la administración de don Manuel
Oribe, en 1836 y en El Nacional de Montevideo. Desde
entonces ocupó un puesto de primera línea, durante
medio siglo, en el escenario político y literario del
Río de la Plata, pues pronto no reconoció émulos ni
rivales por su estilo nervioso y elegante, por la abun-
dancia y la valentía de sus ideas, por la amplitud uni-
versal y generalizadora de su pensamiento. Asistió á
la batalla del Palmar, como secretario del general Ri-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 231
vera, siendo nombrado, después del triunfo, oficial
mayor del ministerio de Gobierno y Relaciones Exte-
riores. En 1839, ya odiando á Rosas, hizo renacer El
Nacional, redactándolo con los argentinos Alberdi y
Cañé, hasta ponerlo en las manos terribles del impe-
tuoso Rivera Indarte. Durante el sitio grande de Mon-
tevideo fué jefe político y de policía de la ciudad
cercada, dando, con su vigor y con su inteligencia,
nervio y recursos á los sitiados. Fué luego ministro
de hacienda bajo la histórica administración de don
Joaquín Suárez, quien viendo en 1851 que la inter-
vención de las potencias europeas no lograba terminar
el trágico conflicto, trató de ganarse la amistad y el
apoyo de Urquiza y el Brasil, enviando á don Benito
Chain para entenderse con Entre Ríos y confiando á
don Andrés Lamas nuestra plenipotenciaria ante la
corte de San Cristóbal.
Don Andrés Lamas contaba con valiosísimas amis-
tades en Río Janeiro, en donde ya estuvo desde 1847
hasta cerca de 1850, negociando un empréstito que
nos costó el sacrificio de nuestros límites y del que
se ocupa dolorosamente en su interesante correspon-
dencia con el doctor Manuel Herrera y Obes. En su
viaje de 1851 logró neutralizar la influencia de la di-
plomacia de Rosas en el Brasil y establecer las con-
diciones fundamentales de la coalición que triunfó
en Caseros. Esas imperiales condescendencias las pagó
el país con los tratados que se hicieron públicos en
1859, y de los que decía Juan Carlos Gómez, en El
Nacional de Buenos Aires, que no eran otra cosa "que
la venta de la dignidad y la independencia oriental,
hecha por el señor Lamas, al gobierno del Brasil."
No carecía de fundamento esta crítica dura. Por
aquellos tratados la nación oriental no podía contraer
alianzas directas ni indirectas con ninguno de los
232 HISTORIA CRÍTICA
estados colindantes, despojándose así de su derecho
soberano de asociarse políticamente con quien más le
pluguiera, — y por aquellos mismos tratados la nación
oriental renunciaba tácitamente á reivindicar la le-
gítima posesión de las mil leguas cuadradas de terri-
torio de que se le había adueñado codicioso el Brasil.
A pesar de eso, el doctor Lamas fué, en 1863, nuestro
agente confidencial en la República Argentina, de-
biéndose á su influencia y á su sabiduría el arreglo
de varias cuestiones enojosas, como la captura del
vapor Villa del Salto, y la detención del vapor General
Artigas. Fué también uno de los comisionados para
negociar, sin éxito feliz y con poderes del presidente
Aguirre, la pacificación de la república en 1864, tra-
tando de demostrar al gobierno uruguayo, desde el
mes de Agosto hasta el mes de Diciembre de aquel
año fatal, que ya era un hecho la alianza entre el Bra-
sil y el general Mitre. Auq, en 1865, Lamas fué nom-
brado ministro plenipotenciario de don Venancio
Flores ante el regio palacio de Petrópolis. Protesta-
ron contra ese nombramiento, por repetidas veces,
El Siglo y La Opinión Nacional. A su vez, La Tri-
buna de Buenos Aires se preguntaba cómo podía re-
presentar á la situación nueva el hombre que, después
de haber servido á la Defensa, sirvió á Pereira y á
Aguirre, llamando conspiración de puñales envene-
nados á la conspiración de 1857. Tampoco carecía de
fundamento aquella censura. De Lamas puede decirse
lo que de O'Donnell decía Manuel del Palacio. Era
jilguero en Bilbao y mirlo en Pamplona. No segui-
remos. Puede afirmarse que hacia aquella época se
clausura el apogeo de la vida pública del doctor La-
mas, quien, establecido definitivamente en Buenos Ai-
res, murió lejos del suelo de una patria sin dichas el
23 de Setiembre de 1891. Tenía ya setenta y cuatro
DE LA LITERATURA URUGUAYA 233
años, y su misión estaba concluida desde mucho antes;
pero había realzado y hecho brillar su nombre como
historiador, diplomático, jurisconsulto, arqueólogo,
economista y crítico, distinguiéndose siempre por lo
constante de sus estudios y por lo enciclopédico de
su erudición. Le tocó actuar en tiempos más que ru-
dos y de dificilísimo pilotaje, lo que explica, aunque
no disculpe, los cambios políticos y las concesiones
hechas al extranjero por el doctor Lamas.
En estos andares de la rueda del tiempo, la intelec-
tualidad del país se había engrandecido prodigiosa-
mente.
La poesía lírica se desenvolvió al mismo tiempo
que la elocuencia y el periodismo, el derecho y la
historia. Al decálogo aristotélico, al culto de las re-
glas á que nos obligaba la imitación de la antigüedad,
al respeto á los modos de la literatura española du-
rante el siglo decimoctavo, siguió el antiretoricismo
de la escuela romántica, apasionadísima de la fór-
mula levantada por Víctor Hugo en el prólogo de
su Hernani. Víctor Hugo decía, en el celebérrimo
prefacio de su primer drama, que el romanticismo
no era sino el liberalismo en literatura, y que la do-
ble bandera bajo cuyos pliegues debía alinearse la
juventud era la bandera de la libertad política y la
libertad en el arte. Del mismo modo que nos había-
mos emancipado de las viejas formas sociales, era
preciso que nos emancipáramos de las viejas formas
poéticas. A un pueblo nuevo corresponde un arte
nuevo. ¡ Calcúlese el efecto que producirían estas
palabras en un mundo que acababa de romper á sa-
blazos los hierros coloniales, arrojando á la monar-
quía de sus dominios y colocándose con soberbia so-
bre la frente el gorro frigio de las repúblicas!
Tocóle ser el iniciador de aquel movimiento á don
234 HISTORIA CRÍTICA
Esteban Echeverría, que era alto de estatura, pálido
de rostro, de agalgado cuerpo, de palabra dogmática
y carácter sencillo. Juan María Gutiérrez nos dice
del poeta de los Consuelos: "Echeverría señala una
nueva época en el gusto poético del Río de la Plata.
El mató la tradición clásica latina; confundió los
géneros, mezcló los ritmos, exageró y afeminó un
tanto la armonía del período. Rasgó el velo que ocul-
taba al público las pasiones y los dolores individua-
les del poeta, salpicando con la atrevida palabra yo,
casi todas sus producciones. Le oímos con extrañeza
hablar de él, de su corazón, de sus hastíos y des-
encantos, y nos trajo ese raudal de lágrimas que
muchos han derramado después, brotadas únicamente
de sus plumas de acero. En una palabra, él levantó
un altar á Lamartine, y deprimió los ídolos de aque-
lla noble escuela que, teniendo por maestros á Ho-
racio y Virgilio, había llegado hasta nosotros en las
páginas de Racine, de Meléndez y de Quintana."
Educado en Francia, donde fué testigo de las pri-
meras victorias de Víctor Hugo, y asilado en Mon-
tevideo, por culpas de la tiranía de don Juan Manuel
de Rosas, Echeverría ejerció la más incontrastable
de las influencias sobre los ingenios platenses de
aquella edad, todos los cuales pudieron decirle como
Adolfo Berro:
"Cuando por vez primera en mis oídos
Sonara melodioso
Tu canto doloroso.
Violento se agitó mi corazón:
En lágrimas ardientes se empapara
Mi pálido semblante,
Y el labio palpitante
Rompió en voces de intensa admiración."
DE LA LITERATURA URUGUAYA 235
Piensa bien don Andrés Lamas cuando piensa que
el arte que sacrificaba el fondo á la forma, que el
arte enamorado de los dioses del paganismo, era in-
compatible con una sociedad que se debatía por re-
hacerse hasta en sus cimientos, estando en pugna sus
marmóreas tranquilidades con la fiebre revoluciona-
ria de aquellas horas de renovación. El arte clásico
era el arte del altar y del trono. Era el arte de Luis
XIV y de Carlos II. Había imperado protegido por
el esplendor de las monarquías, siendo justo que ca-
yese con ellas, puesto que se empeñaba en seguir flo-
reciendo sobre su derrumbe, á modo de ciprés que
esparce el triste brillo de sus verdores sobre una lá-
pida sepulcral. La poesía, considerada hasta enton-
ces como un deleite, como una liza entre el ingenio
de los artífices y las dificultades de la técnica, cam-
bió de carácter y cambió de rumbo, independizándose
del yugo de lo preceptivo y sacrificando lo precep-
tivo unas veces en aras del sentimiento, y otras veces
sobre los augustos altares de la idea. Aunque el cla-
sicismo se defendió con la heroicidad propia de nues-
tro suelo, pues clásico fué don Francisco Acuña de
Figueroa, no pudo resistir á la juventud de su anta-
gonista, más en concordancia con la índole de la
época, con las rebeldes actividades del tiempo aquel,
siendo arrancado del arzón y de los estribos por las
rudas lanzadas de su rival. La nueva escuela, que
abrió un mundo inexplorado á la fantasía, no sólo
permitiendo al poeta explotar los tesoros caballeres-
cos de la edad medioeval, sino valiéndose de la mú-
sica polifórmica de los ritmos para conmovernos con
sus propios pesares; la nueva escuela, que abrió un
mundo inexplorado á la fantasía, porque al alejarse
de la antigüedad, recogió el ruido de las batallas filo-
sóficas y sociales de su tiempo, que no eran otra cosa
236 HISTORIA CRÍTICA
que las dianas de los clarines de la vanguardia de lo
porvenir; la nueva escuela, que desenterraba á la
musa de los lirismos, rompiendo el mármol del se-
pulcro en que la habían emparedado el amor á la
forma tranquilamente pulimentada, y el culto de la
belleza pura y serena como un ensueño platónico,
pero inmóvil y fría en la majestad de su corrección;
la nueva escuela, cuyos arrebatos y cuyas audacias
eran dulces á los arrebatos y á las audacias de toda
especie con que se inicia el prodigio de la centuria
decimonona, pronto clavó su estandarte triunfal so-
bre la última de las cimas del Helicón.
Uno de los espíritus á quienes el movimiento ro-
mántico sedujo y envolvió fué el espíritu suave de
Adolfo Berro, nacido en Montevideo el ii de Agosto
de 1819. Iba á cumplir los diecisiete años cuando
empezó la carrera de la abogacía, familiarizándose
con la práctica de los expedientes en el estudio del
doctor Florencio Várela. Cuatro lustros tenía cuando
vistió la toga que le habilitaba para batirse por los
ofendidos en su derecho, designándosele para ase-
sorar al defensor de esclavos no bien abandonó las
aulas de la universidad, donde supo ganarse los co-
razones con lo vivaz de su inteligencia y con lo recto
de su conducta. Escribía versos, pero los ocultaba,
hasta que uno de los suyos descubrió su afición, em-
peñándose en darlos á la publicidad. Fueron bien re-
cibidos por el perfume que de aquel manojo de flores
se desprendía. Flores de pasionaria, sensitivas mo-
destas parecen las estrofas que produjo su ingenio.
Es exquisita la oleada de sensibilidad con que nos
envuelven aquellos balbuceos de una musa enferma,
aquellos candorosos preludios de una lira que la
muerte se prepara á romper. Diríase que todos los
dolores atraen la compasión de aquel dulce laúd, que
DE LA LITERATURA URUGUAYA 237
se apiada de la suerte del negro africano, de la niña
expósita, del mendigo harapiento, del país que tor-
tura la guerra civil, de las madres cubiertas de cres-
pones de luto. Sus versos parecen niños que lloran,
y niños son por la sencillez de su vestidura, por lo
muy candoroso de sus afectos y de sus imágenes. Es
un arbusto que quiere florecer, mecido por los so-
plos de una primavera naciente; pero arbusto cuyos
botones quemará la escarcha antes de que se rompan
en mirra y en matiz. Su musa es una virgen apenas
esbozada por un pintor místico, virgen clorótica, vir-
gen envuelta en una túnica de color indeciso y con
una tenue aureola de oro sobre los cabellos de un
rubio pálido. Su tiempo le atribuyó perfecciones que
no tenía, aunque algunas de sus endechas las presa-
giaran. Don Andrés Lamas no se equivoca cuando nos
asegura que sus versos "reúnen todas las condiciones
que constituyen la belleza de la forma, claridad, sen-
cillez, unidad simbólica, proporción en las partes y
correspondencia entre el estilo y el asunto." ¿Qué
les falta entonces? Fuerza en los trazos, refucilos
que cieguen en los tropos, lo que sólo la plétora de
la vida y el goce de sentirse vivir dan á la inspira-
ción. No le culpemos por su carencia de robustez.
Murió sin cumplir los veintidós años, en 1841, y en
torno de su tumba pulsaron el salterio de los adioses
últimos Francisco Acuña de Figueroa, José Mármol,
Rivera Indarte, Juan Carlos Gómez, Magariños Cer-
vantes y Bartolomé Mitre.
Las poesías de Adolfo Berro, coleccionadas por vez
primera en 1842 y por segunda vez en 1884, forman
un volumen de más de doscientas páginas. Adolfo
Berro, como Echeverría, es de los que posponen la
forma al pensamiento, el ritmo á la idea. Entiende
que el poeta no es un pájaro cancionero, sino un
238 HISTORIA CRÍTICA
sembrador consciente y activo. Creyó que las musas
deben consagrarse á endulzar los dolores humanos,
como las oceánides consolaron, con la profética voz
de sus coros, el martirio de Prometeo. Dios debe mal-
decir, maldice sin duda,
"Al que vé en el dolor al inocente
Sin enjugar el llanto que derrama."
Así el poeta, fiado en la inocencia de su vida, no
le teme á la noche de los sepulcros. Es natural que
el misterio de la muerte espante á los tiranos, á los
viciosos, á los negros de corazón; pero, aunque la
virgen de los ojos secos y la boca sin carne le per-
siga con saña,
"¿El que inocente vive
Qué mal podrá temer?"
Ello no obsta para que le duela dejar la vida, des-
pedirse del sol y del cielo azul. Ello no obsta para
que le duela caer en los comienzos de la jornada, an-
tes de señalar un rumbo á los que dudan, y antes de
conocer las embriagueces que produce el amor, ese
doloroso engaño de los sentidos.
*'¡ Morir, cuando en redor todo respira,
Cuando todo sonríe en el solaz.
Sin que un ángel de gracia en la agonía
Me dé pasando el ósculo de paz!
¡ Morir, sin que entre el polvo los tiranos
Haya visto en el mundo de Colón,
Demandando al eterno en mis plegarias
Para los abatidos el perdón!
DE LA LITERATURA URUGUAYA 239
¡ Morir, cuando se agita el orbe entero
En pos de esa deseada libertad,
Sin que pueda el camino, arrebatado.
Mostrar á la obcecada humanidad!
¡ Y dejar en el suelo por memoria
El recuerdo fugaz de un ataúd,
Con los truncos acentos arrancados
En horas tribuladas al laúd!"
Adolfo Berro se distingue especialmente en el ma-
nejo del romance octosílabo. El origen de éste se con-
funde con el origen de la lengua castellana. Es el
metro, entonces rudo y poco armonioso, de que se
valió la poesía popular más antigua de la península
para impedir que el olvido se ensañase con sus tra-
diciones milagrosas y caballerescas. Apareció el ro-
mance con la misma estructura con que le vemos hoy,
pues los más antiquísimos están formados por versos
de ocho sílabas, en que los impares se mueven libres,
en tanto que los pares arrullan al oído con una desi-
nencia igual, lo que hace suponer que el romance
español proviene de los versos árabes de dieciséis
sílabas, que rimaban de dos en dos, escribiéndose los
romances, por error ó propósito de novedad, en he-
mistiquios, y llenándose una línea con cada uno de és-
tos, á fin de que la rima apareciese alterna y separada
por un verso blanco. Al principio los asonantes no
eran asonantes, sino consonancias perfectas, que re-
sultaban de una insufrible monotonía, hasta que en
la centuria decimosexta el asonante se dejó ver como
artificio original, precioso y exclusivo de la versifi-
cación castellana, perfeccionándose, hasta convertirse
en joya primorosísima, gracias al teatro de Lope y
de Tirso, de Moreto y de Calderón.
Es el romance útil que no reemplaza ninguna de
240 HISTORIA CRÍTICA
las otras combinaciones métricas para el buen cultivo
de la poesía narrativa ó de la poesía histórica, por
lo extraordinariamente vario de sus cortes, que le
permiten un infinito cambio de tono, y por lo mara-
villoso de su elasticidad, que le permite ser empleado
en los asuntos de todo género. En la energía de su
sencillez, muy aparente para el diálogo, no desdeña
ni lo translaticio, ni lo jacarandoso, ni lo patético,
ni ninguna de las filigranas del arte de escribir. Así
lo comprendió la musa de Berro. Leed el fragmento
titulado El Ombú.
"Venga la blanda guitarra.
Venga, bien mío, y cantemos.
Que ya el Oriente de rojo
Tiñen del Sol los reflejos.
Venga, que en lomas y llanos
Rebrama el toro soberbio,
Y bajo altivos caballos
Retumba herido el potrero."
La maestría que en el manejo del romance octasí-
labo demostró siempre nuestro poeta, se echa de ver
en sus composiciones históricas la Población de Mon-
tevideo y Yandubayú y Liropeya.
Escuchadle en la primera de ellas.
"Ya la mitad de su curso
El Dios del Inca tocaba.
Aun las arenas quemando
Que humedeció la resaca,
Cuando un gran ruido las aves
Hizo volar en bandadas.
Que entre las peñas ocultas
O entre la yerba posaban;
DE LA LITERATURA URUGUAYA 241
Y luego al punto se vieron
Cruzar ligeros la playa,
En poderosos corceles
Que ansiosos el freno tascan,
Bien ordenados guerreros
De cuyas fúlgidas lanzas
Penden airosos listones
Con los colores de España.
Sobre un tostado revuelto
Que en propia espuma se baña,
De aquella alegre cuadrilla
El noble jefe cabalga,
Y en su mirar atrevido
Y en su apostura gallarda
Decir á todos parece:
Don Bruno soy de Zabala,
Recto y noble caballero
Del orden de Calatrava,
A quien el Rey diera el mando
De las provincias del Plata.
Luego que en presta carrera
La leve arena cruzaran,
Clavó el caudillo en la cuesta
El pendón regio de España,
Y con mil flámulas bellas,
Y con mil bélicas salvas,
Le saludaron las naves
Que ya en el puerto le aguardan.
Al viento dieron entonces.
Que mansamente soplaba.
Las no bien regidas velas
De sus perezosas barcas:
En ellas nuevos guerreros
A tierra rápidos bajan,
16. — I.
242 HISTORIA CRÍTICA
Y á los jinetes sudosos
Contra sus pechos abrazan.
Solaz, por breves momentos,
Dióles don Bruno Zabala,
Y al punto ordena que todos
Dejen las lanzas y espadas,
Y den comienzo á la empresa
Que tiene el Rey ordenada.
Poblando aquellos contornos
En buen servicio de España."
Mucho más correcto es el romance que se titula
Yandubayú y Liropeya.
"Siguiendo va por un bosque
Del Paraná renombrado
A Yandubayú, cacique.
El sanguinario Carvallo.
Vuela el indígena, y sólo
Se para así que lejano
De Juan Garay y su tropa
Vé al atrevido cristiano.
Entonces, cual tigre fiero
Que sobre el toro inmediato
Revuelve y la aguda zarpa
Clava en el cuello gallardo,
Él, esquivando la espalda
De furibundo lanzazo,
Ha, con los brazos ñudosos,
A su enemigo aferrado.
Mil veces el indio fiero
Cree ya vencido á Carvallo;
Pero mil veces sin fruto
Le anuda al cuello los brazos.
Rendido, en fin, al esfuerzo
De aquel luchar tan extraño,
DE LA LITERATURA URUGUAYA 243
Víctima ya del cacique
Era el soberbio cristiano,
Cuando del ruido avisada
Que hacen las voces de entrambos,
A despartir la pelea
Vino, con rápido paso,
La muy gentil Liropeya,
India de rostro lozano,
Del Paraná rica perla
Que guarda el bosque callado.
Por ella en castos amores
Se está el cacique abrasando,
Y por haberla, ofreciera
A grave empresa dar cabo;
Cinco terribles guerreros
Tiene á la lucha emplazados.
Pues ofendieron sus deudos
Y él ha jurado vengarlos."
Liropeya, recordando al cacique la lucha en que
debe conquistar su cobriza belleza, logra que el indio
suelte al confuso español.
"Fresca y hermosa es la india,
Bien lo notó el castellano,
Que por falaces deseos
Y torpe saña llevado.
Hunde la espada traidora
En el cacique preclaro.
Que cae sangriento y sin vida
De Liropeya en los brazos.
Como la tórtola blanda
Viendo á su amante llagado,
Por el mortífero plomo
Que le echó al suelo del árbol.
244 HISTORIA CRÍTICA
Con nunca oídas querellas
Asorda bosques y llanos
Aun á piedad las entrañas
Del cazador excitando,
Así con voces sentidas,
Vertiendo fúnebre llanto
Sobre el cadáver que estrecha
Contra su seno torneado,
La hermosa indígena increpa
Al matador inhumano,
Y á su maldito destino
Que á tal desgracia la trajo.
De allí llevarla procura
Con tiernos ruegos Carvallo;
Pero ella airada resiste
Sus seductores halagos.
Al fin, volviendo los ojos
Al desleal castellano,
— Seguirte quiero, le dice,
Si con tus ágiles brazos
Abres la fosa que encierre
Este cadáver helado,
Para que pasto no sea
De los voraces caranchos. —
Lleno de impróvido gozo
Suelta la espada el villano,
Y empieza á abrir el sepulcro
Del que mató descuidado:
En él le arroja, y le cubre
Después con tierra y guijarros,
Y donde está Liropeya
Vuelve contento sus pasos.
Ella del suelo ligera
El fuerte acero ha tomado.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 245
Y al español inclemente
Fiera mirada lanzando,
— Abre otra fosa, le dice,
Oh maldecido cristiano, —
Y con la espada sangrienta
Se pasa el seno angustiado."
Este romance, escrito en 1840, no ha sido superado
aún por ninguno de los romances de nuestro parnaso,
pudiendo considerársele como el modelo de las com-
posiciones de su misma índole por lo indígena del
asunto, la viveza de los afectos, la sencillez de la dic-
ción, lo natural de las comparaciones y la armoniosa
elegancia de la forma métrica. Es fácil, es espontá-
neo, es castizo, es sonoro, es enternecedor y basta
para salvar de la niebla de los olvidos á la musa ado-
lescente y generosa de nuestro Berro.
Cuando Adolfo Berro se hundió en la eternidad,
corría el año de 1841. El Nacional, redactado enton-
ces por Rivera Indarte, era el centro donde se re-
unían los hombres de letras á que dieron asilo los
fortines ciclópeos de Montevideo. Allí Juan Cruz
Várela, Mármol, Gutiérrez y Echeverría, que acababa
de iniciar la escuela romántica con sus composicio-
nes de carácter sugestivo ó de asunto pampeano, ha-
blaban de sus ideales literarios y de sus ideas polí-
ticas con el lenguaje ardiente propio de aquellas
horas de inquietud cruel. Ya lo hemos dicho. Es in-
dudable el interés histórico de las publicaciones pe-
riodísticas del tiempo que venimos analizando, por-
que ellas nos permiten conocer acabadamente la ín-
dole de aquella época, la maravillosa intelectualidad
de aquel período, en que el choque de las armas se
une al choque de las ideas, como si el cansancio de
246 HISTORIA CRITICA
la acción no fuera bastante para aplacar la fiebre de
los espíritus. La política, la historia, el derecho, la
literatura, la ciencia misma, suministraban ocasión y
motivo á aquellos cerebros para entregarse al divino
placer de engarzar ideas en el oro, no siempre puro,
del lenguaje viril de aquellos días. La atmósfera mo-
ral, intensamente caldeada por las pasiones de los
partidos y lo dramático de los sucesos que traían las
horas, explican lo copioso y múltiple de la produc-
ción intelectual desde 1840 hasta 1851. El editorial,
el verso, el discurso, las cartas, el diálogo, todo se
convertía en arma de combate, en saeta y pedruzco
de una catapulta siempre en actividad. Aquellos ri-
madores hicieron bien. El arte por el arte no entrará
jamás en el número de los principios defendidos por
mí. Me explico la pasión de lo hermoso, cuando al
concepto de la hermosura va unido el concepto de la
verdad, de la justicia, de la virtud, del odio al error,
de la misericordia por los que padecen. De no ser
así, el cultivo de las bellas letras sería la más para-
sitaria de las labores, labor propia tan sólo de los
egoísmos inútiles, labor reservada despreciativamente
á las intelectualidades sin sexo y sin finalidad. Está
muy lejos de ser un crimen que el ingenio se asile
en una torre de marfil, para que no se manche con el
contacto de las pedestres aspiraciones de la multitud ;
pero á condición de que esa torre tenga una ventana
que nos deje ver no sólo lo infinito del cielo, sino
también los valles de la tierra, permitiéndonos, cuando
sea preciso, acudir en ayuda de los ideales enaltece-
dores y de los propósitos dignos de alabanza. El arte
por el arte es un juego de niños y de doncellas; pero
no la misión que corresponde á los cerebros fuertes,
á los corazones enrojecidos por el calor de la llama
de un ensueño inmortal. Por eso, es hondamente me-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 247
recedora de respeto y de encomio la vida de los hom-
bres de aquellos lustros viriles y entusiastas. Es in-
dudable que se equivocaron más de una vez. Hasta
el sol tiene manchas y hasta el numen homérico se
extravía. Jove también dormita con el águila acurru-
cada sobre el respaldo de su sitial. Por otra parte,
aun en los hombres políticos más puros caben los odios
apasionados que siente la multitud; pero la pasión
no excluye la sinceridad, ni está reñida con la gran-
deza de los propósitos. Aquellos hombres eran sin-
ceros, como los mártires, y estaban atormentados,
como las sibilas, por el delirio pásthmico de lo por-
venir. Fueron ciudadanos, sin dejar por eso de ser
poetas. Pastores de su pueblo y faros de su época,
jamás los hizo suyos la desaborida y retórica pueri-
lidad del arte por el arte. ¡ Como si la forma se ase-
mejara á un odre primoroso, pero vacío ! ¡ Como si se
pudiera escribir sin exponer ideas ! ¡ Como si el pen-
samiento fuese otra cosa que la sangre oxigenada de
la dicción! ¿Qué son los versos y qué es la prosa? Mo-
dalidades, más ó menos regularmente rítmicas, de la
elocución. Y ¿qué es la elocución? Es la manifesta-
ción de nuestros pensamientos por medio del len-
guaje. Luego no hay elocución sin pensamiento, como
no hay obra literaria sin una serie de raciocinios más
ó menos conformes con la realidad. No se puede es-
cribir sin pensar y el arte por el arte es una niñería
sin significado. Yo puedo proponerme como fin ex-
clusivo conquistar la belleza; pero sólo puedo reali-
zar mi propósito por medio de una serie ordenada
de ideas sublimes ó sencillas, graves ó agudas, va-
lientes ó graciosas, verdaderas ó inverosímiles. Sólo
apoyándose en el pensamiento, príncipe soberano y
vestido con su traje de ceremonia, se llega á las me-
ridianas cumbres de lo hermoso. Maguer las exagera-
248 HISTORIA CRITICA
ciones que dieron á la doctrina del arte por la idea»
tenían razón los hombres de 1841.
III
Juan Carlos Gómez, que era uno de los concurren-
tes á las tertulias de El Nacional, se reveló poeta
junto al sepulcro de Adolfo Berro.
"Deja el guerrero escrita su memoria
En el rastro de sangre de sus huellas;
El poeta en sus lágrimas su historia,
Los que saben llorar la leen en ellas."
Apenas se oyeron los salmos de aquella musa
nueva, cuya característica es lo profundo de la emo-
ción personal, formaron cerco al poeta naciente, que
iba á reemplazar al poeta caído antes de florecer,
reuniéndose todas las noches en su casa de la calle
de Ituzaingó, que se llamaba entonces calle de San
Juan, Carlos María Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi,
José Mármol, Francisco Xavier de Acha, Alejandro
Magariños Cervantes y Enrique de Arrascaeta. De
allí surgió la idea, pronto realizada, de publicar un
órgano político y literario. En las columnas de ese
órgano, que llevaba por título La Gaceta del Comer-
cio, Juan Carlos Gómez dio á conocer su leyenda ro-
mántica Figueredo, compuesta en variedad de metros
y dividida en seis cantos ó partes. Figueredo es un
anciano que sueña con la liberación de su patria opri-
mida. La guitarra, la confidente de los habitantes de
nuestros campos, la lira sexticorde de nuestros gau-
chos, le sirve de vehículo para comunicar á sus hijos
el ansia de emancipación que le devora. El viejo.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 249
cuando ve á su auditorio sugestionado por su canción
guerrera, tira lejos de sí la guzla campesina, y le
dice con majestad:
"Hijos, ayer peleaba con denuedo
Por daros una patria, un porvenir;
Anciano ya, si combatir no puedo,
Si no puedo vencer, sabré morir.
Pesa otra vez sobre las frentes nuestras
Infamante señal de esclavitud,
Y puñales tenéis, y tenéis diestras,
Y rebosáis de vida y juventud.
Es la victoria el premio de los bravos,
El poder lo probó del español....
La noche ahora nos oculta esclavos,
¡Mañana libres nos alumbre el sol!"
Enardecidos por el ejemplo del valor paterno, los
jóvenes dejan, al despuntar el día, la casa en que
corrió gozosa su niñez; pero en el primer combate,
en el primer encuentro con el opresor, el anciano
cae vencido y prisionero á causa de una rodada de
su caballo. Sus hijos luchan inútilmente por liber-
tarle, porque salvarle es preferible á triunfar, desde
que, faltándoles su consejo y su estoicismo,
"La victoria es inútil sin él."
En el canto último, el héroe, salido ya de las pri-
siones brasileñas, prefiere no volver á la patria. ¿Qué
sería en la tierra del tordo y del ombú? ¿Qué se-
ría en la tierra del arrayán y del mainumbí? Un
paria, un extranjero, la sombra errante de un hom-
bre que fué. Es preferible no volver al país de los
toldos charrúas, de los campos de trébol, de las cu-
250 HISTORIA CRÍTICA
chillas en que el espinillo se deshace en perfumes
embriagadores. Y el héroe, como el caudillo de la
magna leyenda artiguista, se resigna á morir lejos de
los que amó, lejos de la plácida sombra de los boscajes
del pago nativo, lejos de los arroyos que retrataron
las criollas gallardías de su corcel de guerra.
Juan Carlos Gómez, nacido en 1820 y muerto en
1884, fué periodista, poeta, tribuno, abogado, minis-
tro y legislador. Envuelto por la vorágine de su
tiempo de antagonismos y de proscripciones, de ti-
ranteces y de montoneras, vivió más en la patria de
los extraños que en su patria propia, dejando, melan-
cólico y á veces iracundo, la huella de su sombra so-
bre los horizontes policromados de Chile, del Bra-
sil y de la Argentina. Gracias al sempiterno choque
de nuestras banderías y á lo azaroso de nuestra exis-
tencia institucional, cometió el gravísimo é imperdo-
nable error de creer que no contábamos con elementos
de vida propia y que seríamos más felices fusionán-
donos con la gigantesca República Argentina para
constituir los Estados Unidos del Plata. Esperemos
que han desaparecido para no volver los temores que
abrigaba aquel grande y amargado espíritu ; y que
nadie hará suyo en lo porvenir la utopía soñada por
el representante del año 52, por el ministro de Es-
tado del 53 y por el proscripto no siempre apacible
de 1857. Sabemos ya que el denuedo de nuestros pa-
dres nos hizo libres, y que no nos impuso el bien de
la independencia la voluntad conjunta de los argen-
tinos y de los brasileños. Sabemos ya que tenemos
elementos de sobra para vivir autónomos, dueños de
nuestra tierra rica en fertilidad y rica en hermosura,
tierra á la que dan sombra muchos boscajes, y tierra
que recorre una gran red de ríos de caudalosas
aguas, tierra adaptable como muy pocas á las labores
DE LA LITERATURA URUGUAYA 2Sx
de la agricultura y la ganadería, y tierra, en fin, seis
veces mayor que el territorio de la libre Bélgica y
mayor cuatro veces que el territorio confederado de
la Suiza. Nuestro pueblo ya no puede reaccionar con-
tra la independencia, porque, dado el enorme des-
arrollo de sus vecinos, anexionarse sería sinónimo de
someterse, y porque, aun después de realizada la in-
corporación, seguiríamos siendo díscolos y batallado-
res, pasando por los mismos períodos de anarquía y
de intranquilidad que delata la historia de las pro-
vincias de San Juan y Corrientes, Santa Fe y Entre
Ríos. El mal no está en nuestra independencia, te-
soro de altísimo é inestimable precio, sino en lo cha-
rrúa de nuestro carácter y en nuestra escasez de
educación política, pues, á pesar de las angustiosas
vorágines que hemos sufrido, nuestro estado social,
nuestras condiciones para ser nación, en nada difie-
ren y en mucho aventajan á las condiciones de las
otras nacionalidades americanas de origen hispano.
El vínculo federal no podría curarnos de nuestras
dolencias, que aventará el futuro, y nos expondría á
que los otros cuerpos conglomerados nos hiciesen
pagar, á sangre y á fuego, nuestra altivez indómita,
nuestras voraces ansias de justicia y virtud. La pa-
tria, grande ó chica, es siempre la patria. ¿Qué im-
porta que la madre no sea dichosa y que no sepa ha-
cer la dicha de sus hijos? Esto no es razón para re-
pudiarla, sino razón para bendecirla y compadecerla,
siendo un crimen suplicarla que abdique de su sobe-
ranía, convirtiéndose de señora absoluta en provin-
cial señora. — ¡Himno, escudo y bandera deben ser
propios, en los valles edénicos que atraviesa el per-
fumado aliento de nuestras tardes al bajar de las
cumbres del Yaguary!
Juan Carlos Gómez no sacrificó ninguna paloma
252 HISTORIA CRÍTICA
blanca ni ningún cabritillo inocente en los altares de
la anexión. Como nunca se le vio poner en remate
su gloria ó su influencia, y como nunca se le vio
cantar alabanzas tras la carroza de ningún vencedor,
fué grande y merecida su autoridad moral. Hombre
de pasiones, hombre de partido, hombre de combate,
fué, sin embargo, probo y sincero, lo que explica que
todas sus palabras y todos sus actos tuvieran la vir-
tud de interesar y de conmover. Cumplía veinte años
cuando publicó sus primeros versos. Militaba, enton-
ces, en el partido blanco; pero pronto se quitó el
cintillo celeste, á causa de una novela de corazón y
por hallar diabólica la mixtura de los oribistas con
el rosismo. Disgustado de todo y en pugna con todos,
menos con sus ideas, abandonó el país y se perdió
en las vastas soledades del mar, ganándose un re-
nombre de polemista excelso en Valparaíso.
Los acontecimientos que clausuraron la guerra que
nos devoró desde el i6 de Febrero de 1843 hasta el
8 de Octubre de 1851, le llevaron de nuevo á las pla-
yas nativas, pasando á Buenos Aires en busca del tí-
tulo de doctor en jurisprudencia el 30 de Agosto de
1852. Corría el mes de Mayo de este año mismo
cuando Juan Carlos Gómez, procedente de Chile,
llegó á Montevideo, donde fundó El Orden, dirigién-
dole y redactándole hasta 1853. Tres meses después
de su vuelta al terruño, apoyado por los prestigios
de Lavalleja y de Melchor Pacheco, entró á formar
parte de la legislatura. El Salto le tuvo por repre-
sentante. Durante los caliginosos debates de aquella
asamblea, se opuso, por creerla contraria á los pre-
ceptos de nuestro estatuto fundamental, á la moción
de los que querían que se declarase la incapacidad
administrativa del ministerio constituido por los se-
ñores Vázquez, Castellanos y Brito del Pino. Y se
DE LA LITERATURA URUGUAYA 253
opuso también á la ley del 4 de Junio de 1853, ley
que reglamenta la ciudadanía legal, sosteniendo que
era una insensatez poner restricciones á la naturali-
zación de los que venían á la tierra charrúa, tierra
que sólo sería grande y feliz cuando se hubiese apro-
piado toda la civilización de que gallardean las na-
ciones de Europa. Hablando de los que hacían gala
de estrecho chauvinismo, dijo con elocuencia: "Ex-
tranjero es el frac con que se visten civilizadamente;
extranjero el charol de la bota que ostentan lustrosa;
extranjero el sombrero con que se cubren de la in-
temperie ; extranjera la construcción de la casa que
habitan; extranjera la lengua que hablan, las nocio-
nes que tienen de la ciencia, las instituciones que ga-
ranten sus derechos, las costumbres de donde proce-
den algunos de sus goces."
Convencido, con causa ó sin causa, de que la polí-
tica de fusión era la mejor política en aquellas horas
de recelos y enconos, Juan Carlos Gómez hizo de su
diario la tribuna y la barricada del partido conser-
vador, defendiendo no sólo las ideas y los principios,
sino la historia y los intereses de los hombres de la
Defensa. No podemos ni queremos seguir paso á paso
la vida pública de nuestro poeta. Bástenos decir que
las brillanteces y los primores de su estilo periodís-
tico no resaltan todo lo que debieran en aquel pe-
ríodo de propaganda firme y tenaz. Como diarista
fué más temible y más inspirado otras veces. Lo que
no callaremos, porque redunda en elogio de nuestro
procer, es que cuando, tras largas vicisitudes, el par-
tido conservador perdió toda influencia gubernativa,
Juan Carlos Gómez no fué partidario de la interven-
ción imperial con que soñaba, al verse sin recursos
y rodeado de dificultades, el presidente Flores. No
le plugo la intervención ni aun bajo el punto de vista
254 HISTORIA CRÍTICA
económico, pensando con patriótico acierto que si nues-
tras discordias, nuestra falta de tino y de cordura,
nuestra ninguna fe en las ideas y nuestro exceso de
fe en las armas, nos habían agriado y empobrecido,
era loco pensar que nos reconciliase y enriqueciese
la intervención humilladora é interesada de un poder
extraño.
Ni en 1854 ni en 1855 varió la situación, cubrién-
dose muchas veces el horizonte con nubes de tor-
menta. Desesperando de todos los ensueños que aca-
riciaba, Juan Carlos Gómez volvió á expatriarse en
1S56. Buenos Aires recibió al poeta con regocijo, con
su acostumbrada y generosa hospitalidad. Allí diri-
gió primero La Tribuna y El Nacional más tarde, allí
volvieron á brillar otra vez las galanuras sin mancha
de su ardiente estilo, y allí, como doquiera que le
llevó la suerte, escribió versos emocionados, versos
que se caracterizan especialmente por la sensibilidad
excepcionalísima que delatan. Pronto volvió al país,
que despoblaba la fiebre amarilla y el vómito negro,
haciéndose cargo de la dirección de El Nacional, fun-
dado en 1835 por don Andrés Lamas. En Buenos Ai-
res había contribuido á la elección presidencial del
doctor Alsina. En Montevideo, firme en sus ideas,
se declaró en contra del caudillaje, retratándolo con
los tintes más negros que encontró en la rica paleta
de su estilo. El caudillaje era, para Juan Carlos Gó-
mez, la negación de toda ley, de toda garantía, de
todo derecho, de toda cultura, de todo principio pro-
gresista y regulador. En su aversión á la lanza y al
poncho, no hubo injusticia en que no cayera ni cali-
ficativo exagerado á que no apelara. Modificadas sus
ideas por el alejamiento y la desventura, ya no pre-
dica la política de fusión, ya no ve en ella el instru-
mento salvador del país. ¿Qué hacer entonces? Desde
DE LA LITERATURA URUGUAYA 255
que no podía suprimirse el antagonismo de los par-
tidos tradicionales, lo cuerdo era educar á esos par-
tidos en las virtudes y en los ideales de la democracia.
Los partidos existían fatalmente, y era necesario
aceptarlos como una fatalidad. La política concilia-
dora, que soñó con volatilizarlos en las retortas de
la fusión, había sido la enfermedad de una época de
esperanzas. Esa enfermedad ya había hecho su lógica
crisis, dejando en los espíritus el convencimiento de
que la política fusionista sólo engendraba gobiernos
que vivían entre inquietudes y vacilaciones. Así aquel
desengañado hacía responsables á las ideas de los
crímenes y las faltas de los hombres, sin comprender
que la subsistencia de los partidos coléricos y exclu-
yentes, de las banderías de montaña y llanura, no
nos aseguraba la paz. Acertaba al decir que los par-
tidos debían permanecer y regenerarse, puesto que na
era posible su eliminación ; pero no acertaba man-
teniendo alzada entre las fracciones la muralla chi-
nesca del absolutismo gubernamental del bando triun-
fador, porque el pandillaje y los pequeños cónclaves
serán en todo tiempo los enemigos de la tolerancia
y los adversarios de la justicia. Es preciso decir no
una, sino muchas veces que la política conciliadora,
la política fusionista, la política sin cintillos embru-
tecedores, será siempre la única política salvadora y
cuerda, porque es la única que puede evitar que el
círculo predomine sobre el país, poniendo un límite
á los desenfrenos del partido en auge y á las violen-
cias del partido en derrota.
Sus contendores, hábiles y crueles, aprovecharon
sus ensueños anexionistas para zaherirle y llenarle
de enconos. Justo es decir que aquellos ensueños eran
compartidos por muy pocos espíritus. Justo es también
que manifestemos que el poeta no pretendía que llega-
255 HISTORIA CRÍTICA
sernos á la anexión por el poder de las bayonetas de
Buenos Aires. La anexión no debía ser tampoco el
resultado de los accidentes ó de las casualidades de
la guerra civil, como un premio otorgado por el ven-
cedor á sus auxiliares del Brasil ó de la República
Argentina. La anexión sólo debía llevarse á cabo
cuando la voluntad de nuestras poblaciones la recla-
mase con insistencia, considerando vejatoria la vida
independiente que nos había impuesto la habilidad
política brasileña, con el único é interesado objeto
de desmembrar y de reducir el poder de las Provin-
cias Unidas del Río de la Plata. Nuestra historia, llena
de turbulencias, y nuestro terruño, pequeño y despo-
blado y empobrecido, demostraban lo irrisorio de
nuestras quijotescas aspiraciones de presentarnos
como nación libre, independiente y constituida en el
armonioso concierto de los pueblos de América. En-
rostrándole su ensueño como un crimen, contestaban
sus antagonistas á Juan Carlos Gómez, cuando Juan
Carlos Gómez decía en 1857, desde las columnas de
El Nacional, que era preciso que nuestros gobiernos
fuesen gobiernos de partido si querían salvar la tran-
quilidad pública de los naufragios de la licencia, por-
que solo los gobiernos de cintillo colorado ó celeste
eran capaces de garantirnos la dicha de la paz. Poco
á poco, enconado con los que le echaban en cara su
porteñismo, la propaganda del poeta se torna agre-
siva, y contestó al insulto con el denuesto, á la in-
juria con el apostrofe denigrante.
Cuando se revisó el tratado de comercio celebrado
en r85r con el Brasil, reemplazándosele con el tratado
de comercio de 1857, Juan Carlos Gómez atacó el
convenio, que también fué rechazado por la Cámara
de Representantes, á pesar de los discursos que pro-
nunciaron y de los esfuerzos que hicieron en su de-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 257
fensa don Joaquín Requena y don José Gabriel Pa-
lomeque. A las doce del día del 30 de Octubre de 1857
quedaban clausuradas, por mandato presidencial, las
sesiones extraordinarias de la legislatura, y el pri-
mero de Noviembre del mismo año, tomando por pre-
texto la exaltación que en los espíritus produjo
aquella medida, apareció un decreto gubernativo pro-
hibiendo una reunión popular que debía celebrarse
en el teatro de San Felipe. Juan Carlos Gómez se le-
vantó contra ese ultraje al derecho, y en las últimas
horas de la tarde de aquel tormentoso día fué detenido
y embarcado violentamente para Buenos Aires. Ocupó
su puesto al frente de El Nacional, Heraclio C. Fa-
jardo, rimador mediocre, poeta con escaso plumaje
en las rémiges, autor de un drama que lleva el título
de Camila O'Gorman, de una leyenda que se denomina
La Cruz de Azabache, y de un libro de versos en que
campan á su sabor las hadas del mal gusto y que res-
ponde al eufónico nombre de Arenas del Uruguay.
Nacido en San Carlos en 1833 y muerto en Buenos
Aires en 1867, Heraclio C. Fajardo exageró el ro-
manticismo que entonces imperaba como rey abso-
luto, en su adoración por Echeverría y por Juan
Carlos Gómez, de cuyo destierro protestó con viril
elocuencia, en lo que hizo muy bien, porque nadie
puede arrancar á un hombre de la sociedad en que
vive y del medio en que nace, olvidando que la ley
ha puesto otras garantías mejores que el destierro
en las manos tuteladoras de los poderes públicos. La
deportación es un crimen hágala quien la haga y
súfrala quien la sufra, un crimen contra la natura-
leza y contra el espíritu de justicia reglada que debe
imperar en todas las repúblicas.
Vino después la revolución y la catástrofe de Quin-
17. — I.
258 HISTORIA CRÍTICA
teros. Juan Carlos Gómez no fué favorable ni á la
campaña que se emprendía ni al plan con que iba á
desenvolverse. No desdeñaba el recurso supremo de
la fuerza; pero, dados sus factores y el modo como
estos iban á actuar, estaba persuadido del fracaso de
la revolución. Aunque esperándola, la sangrienta tra-
gedia del 2 de Febrero de 1858 espantó al poeta, quien,
años más tarde, volvió á brillar en toda la plenitud
de su estilo y de su talento, impugnando los procede-
res de la Triple Alianza en la guerra emprendida con-
tra el Paraguay. Juan Carlos Gómez estuvo con los
vencidos, con aquel pueblo "que se ha dejado exter-
minar hombre por hombre, mujer por mujer, niño por
niño, como se dejan exterminar los pueblos varoniles
que defienden su independencia y sus hogares." Cla-
rovidente, augusto, justiciero decía el 14 de Diciem-
bre de i86g, al iniciar su brillante polémica con el ge-
neral Mitre: "La alianza ha reducido á los pueblos
del Plata á un rol secundario, de meros auxiliares de
la monarquía brasilera. Hemos adulterado la lucha en
el Paraguay, la hemos convertido de guerra á un ti-
rano en guerra á un pueblo, hemos dado al enemigo
una noble bandera para el combate, le hemos engen-
drado espíritu de causa y le hemos creado una gloria
imperecedera, que se levantará siempre contra nos-
otros y que nos herirá con los filos que le hemos la-
brado." ¡ Que en defensa de la soberanía de los pue-
blos débiles ó sin dicha, eternamente resuenen esas
palabras en los oídos de todas las naciones conquista-
doras y de todos los bandos políticos que confían en
la virtud del apoyo ajeno!
Juan Carlos Gómez, en medio de la lucha de cada
día, siguió versificando. Era poeta, si se entiende por
poetas á los agraciados con una sobrexcitación parti-
cular de la sensibilidad y de la fantasía, que hace que
DE LA LITERATURA URUGUAYA 259
se vean las cosas de este mundo como miradas á tra-
vés de un vidrio de aumento. En tanto que dura esa
sobrexcitación física é intelectual, las imágenes y las
ideas acuden en abundancia al cerebro de los agra-
ciados con la triste virtud de deformar las realidades,
siendo más poetas los espíritus más susceptibles de
emocionarse de un modo rápido y de un modo pro-
fundo. Juan Carlos Gómez fué siempre como un trozo
de flexible cera entre las manos de la emoción. En-
tendámonos bien ; no era sólo poeta por esta cualidad,
sino porque unió á ella el difícil talento de identifi-
carnos con lo que sentía. Supo traducir las emociones
que experimentaba, volviendo á vivirlas con la vida
de la memoria, en términos bastante precisos para
hacerlas reconocibles y para que vibrase la lira de
nuestro espíritu con acordes idénticos á los que te-
jiera en el teclado de su maravillosa sensibilidad.
Como en el tiempo en que el poeta vivió el romanti-
cismo predominaba; como el romanticismo fué decla-
matorio y estuvo sin descanso sacudido por accesos
de fiebre; como el romanticismo fué magnifícente en
la forma y exacerbado en la sensación, la poesía lí-
rica de nuestro poeta, de carácter psicológico y per-
sonal, se sirvió de su frase como de un excepciona-
lísimo conductor de emociones. Así, pocos como él
han sabido exprimir, por medio de imágenes, la me-
lancolía de que va acompañada la idea de la separa-
ción y de la muerte.
"¿Es cierto, amiga, es cierto? ¿ya no nos sentaremos
Debajo de los árboles á conversar los dos?
¿Es cierto, hermana, es cierto? ¿nosotros nos daremos
En medio de la vida nuestro postrer adiós?
Después vendrá la noche, la noche del olvido,
La noche de la tierra de indiferencia y paz,
26o HISTORIA CRITICA
Y viviré en la mente de los que me han querido
Y no echarán de menos mi compañía ya.
Vivir así en los otros! como un vestigio incierto.
Como algo que no puede la mente perpetuar;
Reflejo de una tarde serena en el desierto,
Vislumbre de una noche de luna sobre el mar."
La poesía es eso. El verdadero poeta traduce y co-
munica no la emoción, sino el extracto de la emo-
ción, buscando en su memoria los trazos precisos para
reconstruir la imagen sugestionadora que le impre-
sionó, pero embelleciéndola y espiritualizándola al
volverla á vivir. El arte poético de nuestra edad es
esencialmente expresivo. El arte poético de nuestra
edad, sin despreocuparse de la belleza, se preocupa
especialmente de manifestar estados de alma. El arte
poético de nuestra edad traduce emociones, depen-
diendo su fuerza comunicativa de la fuerza con que
el artífice siente y exprime la emoción experimen-
tada. Es indudable, pues, que era poeta, verdadero
poeta Juan Carlos Gómez. Le faltó, como á todos los
bardos de su tiempo, la elocución lírica. El ardiente
verbo, que manejaban, sólo había sido aguzado como
arma de combate. Se resintió, como era natural y ló-
gico, de lo continuo de su contacto con la tribuna y
el periodismo; pero á falta de elocución apropiada
al verso, Juan Carlos Gómez tuvo no sólo excesiva
la sensibilidad, sino firme y muy grande la memoria
de la imaginación. Aquel errabundo siente lo enorme
de su soledad y nos dice:
"Siempre una bella imagen
Deploraré lejana.
Siempre un cariño íntimo
Me faltará mañana,
DE LA LITERATURA URUGUAYA 261
Siempre una sombra fúnebre
Habrá en mi cielo azul.
Las ilusiones últimas
Van á la par ligero
Del alma desprendiéndose,
Que el sol del extranjero
Pronto tiñó de pálido
Mi hermosa juventud."
Aquel solitario conoce toda la deleitosa languidez
del amor. Como es un triste, no sabe hablar del de-
leite sin hablar de la noche que el deleite acorta y
el deleite azula.
"La noche ha tendido su manto y la tierra
Dormida se ha envuelto con él:
La vida se encierra
En las blandas memorias de ayer.
Desciñe el joyante cabello, alma mía;
Con él haz un manto de sueño á mi sien:
Esta noche es más bella que el día;
Tan sólo en tus ojos la luz quiero ver.
No se escucha un gemido del viento.
Ni el crecer de una flor;
Del bosque al aliento
En las auras se duerme el amor.
Las aguas reposan en muelles arenas
Calientes del rayo postrero del sol.
Dame un beso, mi bien. ¡Cuan serenas
Las horas empiezan de amarnos los dos!"
Casi todas las poesías de Juan Carlos Gómez están
selladas con este sello íntimo y personal. El poeta
no conoce otra vida que la vida de sus emociones, y
262 HISTORIA CRITICA
son SUS emociones las que enfloran de nuevo en los
ramajes del jardín de sus rimas. Su musa es triste y
nostálgica y soñadora, porque el corazón del poeta
está colmado constantemente de tristezas y de sue-
ños y de nostalgias. La vida no ha sido dulce con
él, y su numen pinta con matices brumosos y crepus-
culares, es decir, con los matices que la vida vertió
en su paleta. El mayor de los méritos de su musa es
reproducir con fidelidad sus estados de alma. No es
ella la que los crea y los elige. Es la atmósfera moral
de su tiempo y los accidentes de su propia vida los
que le proporcionan los jugos con que labora la tela
columpiante de su dicción. Pocos poetas, en nuestro
parnaso, han sido más íntimos, más sinceros, más
personales, más emocionadores que este poeta, esclavo
agradecido del precepto horaciano si vis me flete,
flere te ipsum. Por eso perdura. Por eso perdurará.
Es un hombre y nos interesa, porque su dolor es un
eco de nuestro dolor, porque sus melancolías son her-
manas de nuestras melancolías, porque sus ensueños
están hechos con las mismas nubes grises ó azules
con que fabricamos nuestros ensueños. Es un hom-
bre que sufre nadando en torno del islote de la rea-
lidad, al que sube á veces y en el que nunca se en-
cuentra bien, lo que hace que de nuevo se entregue
al mar, y porque sabemos que es un hombre que sufre
verdaderamente, le cerca y le acompaña nuestra sim-
patía por el dolor, nuestra misericordia por todos los
que no pueden aprender á vivir. Aquella modalidad
de la musa de Juan Carlos Gómez es un reflejo
del modo de ser de todas las musas políticas y lite-
rarias de su época. Lucía la hora matutinal del pe-
ríodo de la observación exacta. Nos hallábamos en
el confuso génesis del arte positivista y documenta-
rlo. Leed á Fierens-Gevaert. El espíritu del román-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 263
ticismo era esencialmente individualista. Los román-
ticos, al reivindicar la libertad del arte, reivindicaban
la libertad del ser ellos mismos. El ingenio, aun idea-
lizando lo que pinta en sus rimas, se deleita ya des-
cribiendo, con extraordinario relieve psicológico, lo
mismo las bellezas que las fealdades de su ser íntimo,
á semejanza de lo realizado en sus Confesiones por
Juan Jacobo Rousseau. Exagerando la nota dada por
Chateaubriand en su Rene y por Benjamín Constant
en su Adolfo, la musa hace ostentación de todos sus
sentimientos, hasta de sus sentimientos menos con-
fesables. Las estrofas son el retrato de las almas. Mus-
set, Vigny, Byron y Pouchkine, son solitarios, soli-
tarios feroces y desdeñosos de la masa brutal. El ro-
manticismo de Juan Carlos Gómez fué individualista,
como era romántico é individualista el VVerther de
Goethe, como son románticas é individualistas las no-
velas mejores de la Jorge Sand.
Puede decirse de Juan Carlos Gómez lo que Guizot
decía de Chateaubriand, que si era ambicioso como
un jefe de partido, era independiente como un niño
que carece de hogar, y que si estaba enamorado de
todas las cosas grandes, era susceptible hasta el su-
frimiento por las más pequeñas. Su yo es su musa,
dándose el caso de que siendo enorme su indiferen-
tismo por los intereses prácticos de la vida, era enorme
su apasionada preocupación por su persona, su cele-
bridad y sus desilusiones. Am.ó el arte, la libertad, la
belleza en los seres, la luz en los objetos; pero más
que á estas cosas, se apegó á sí mismo, á su lustre,
á su orgullo, á su historia, á su nombradía y á sus
ensueños jamás saciados.
Juan Carlos Gómez se preocupaba muy poco de la
forma de sus rimas y se preocupaba menos aún de
la corrección de lo ya rimado. En una de sus cartas
264 HISTORIA CRÍTICA
le decía á Estanislao del Campo: "Amo la poesía po-
pular, cuanto detesto la poesía académica, ficticia,
perfumada con agua de Lubin." No es de extrañar, en-
tonces, que sus versos pocas veces se impongan por
la perfecta nitidez de su estilo. Es espontáneo y mu-
sical, fiando más que en el aliño de las palabras, en
lo profundo del sentimiento que las ordena y que las
colora. Empezó á escribir en 1841. Sus Poesías Selec-
tas, que forman un volumen de 254 páginas, fueron
coleccionadas en 1906. Su primer poesía, de valor es-
casísimo, llora la muerte prematura de Adolfo Berro.
La segunda de sus composiciones, más burilada, fué
escrita á la memoria de Diego Furriol.
"Leve la tierra á tu descanso sea,
Eterno el mármol que tu nombre guarde,
Purísima oración se alce en la tarde
Ante tu yerta cruz :
Y ya que ves el bien desde tu asiento
Pídelo á Dios para la patria amada,
¡ Pide para mi mente un pensamiento,
Un rayo de su luz!"
La pobreza de nuestro ambiente literario hizo que
se considerasen aquellos balbuceos como joyas riquí-
simas. El nuevo poeta, romántico por el espíritu y
la versificación, fué aplaudido por los rimadores
más sobresalientes con que entonces contábamos. En
aquel mismo año de 1841, trató de responder al pres-
tigio creciente que rodeaba su nombre con el romance
histórico Figueredo. Esa leyenda, como ya hemos di-
cho, se compone de seis cantos escritos en variedad
de metros. Figueredo es un viejo patriota á quien
indigna y subleva la dominación lusitana. En el canto
primero, el poeta nos lo describe cabalgando por las
DE LA LITERATURA URUGUAYA 265
orillas de un cristalino arroyo. El sol se oculta. El
ambiente abrasa. Las nubes, espesas como el aceite,
anuncian que se aproxima una tempestad.
"Corre el potro á la ventura,
Veloz como si quisiera
Buscar un aura más pura.
Respirar en la carrera
Un aire que no hay allí.
Llevan su vuelo las aves
A la orilla del arroyo,
Donde corren auras suaves,
Donde les ofrece apoyo
El flexible sarandí.
Todos procuran asilo.
Que el sol camina á su ocaso:
Indiferente y tranquilo.
Un jinete, paso á paso.
Se dirige á su mansión.
Cual si llevase la carga
A su pesar de la vida.
Cual si su experiencia amarga
No le dejase cabida
Sino á la resignación."
En aquella cabeza, que se dobla bajo el peso de los
recuerdos, bulle incesantemente una idea. Ya que no
puede batallar por la libertad, que fué el culto apa-
sionado de su juventud, puede hacer que sus hijos
combatan por ella, rompiendo los grilletes del terruño
en que se abre la flor del guayacán y en que agita
las plumas de sus alas el hornero madrugador. El be-
licoso anciano, pensando en el proyecto que le obse-
siona y que le fascina,
"Llega al rancho, de su frente
El sudor seca su esposa.
266 HISTORIA CRÍTICA
Sale un hijo y diligente,
Mientras él allí reposa,
Desensilla el alazán.
El le da á besar la mano
Contemplándole con pena.
Porque sólo ve el anciano
En la tierra una cadena,
En el cielo.... el huracán."
En el canto segundo, el viejo descuelga la guitarra
testigo de su gloria, la que le acompañó por valles y
cuchillas cuando el blandengue del poema homérico
luchaba con los leones del escudo español. Cercado
de sus hijos, mientras la lluvia arrecia y el viento silba
en el toldo de paja de su vivienda rústica, el mon-
tonero narra la esclavitud del pago, para entonar des-
pués un himno á lo futuro, á la patria sin grillos del
porvenir.
"Al retemblar del trueno,
Al susurrar del viento.
Lamenta de la patria
La torpe esclavitud;
De su animado rostro.
De su inspirado acento
El entusiasmo brota
De ardiente juventud.
La voz de un padre siempre
Resuena irresistible,
Cuando su imperio halaga
La voz del corazón;
Solemne, cuando en medio
De situación horrible.
Enciende de la gloria
La noble aspiración.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 267
Los jóvenes, que oían
Las voces del anciano,
Sus impresiones pintan
En la encendida faz;
Ya involuntarios llevan
Hacia el puñal la mano,
Ya secan de sus ojos
La lágrima fugaz."
Figueredo los contempla con orgullo. La altivez
de sus hijos es el espejo en que resurge su altivez
de otros días. En aquellos cachorros de jaguar hay
hambres de gloria y de independencia. El viejo, arre-
batado por el entusiasmo y por la emoción, tira la
guitarra, y propone á los mozos enardecidos luchar
hasta morir por la libertad, ó hasta que el pago sea
la tumba del poder de los invasores.
En la tercera parte de la leyenda, el poeta princi-
pia describiéndonos el amanecer. En el confín de los
campos dilatados se perciben los vacilantes reflejos
de la aurora. Los caballos relinchan, la alondra canta
y silba el reptil.
"De las aves peregrinas
Van cruzando las bandadas,
Que parecen ahuyentadas
Por el brillo de la luz;
Y subiendo las colinas
Paso á paso, silencioso,
Camina como orgulloso
De sí mismo el avestruz."
Ha llegado la hora de la despedida. Los quejidos
de la guitarra, que resonó en la noche, flotan aún en
el ambiente crepuscular, recordando á los mozos su ju-
268 HISTORIA CRITICA
ramento. Las mujeres se abrazan llorando á los hé-
roes, que no pueden reprimir un suspiro de pena.
¿Volverán? ¡Dios lo sabe! La muerte, la insaciada
y nunca dormida, nos está acechando de continuo
desde la gruta de nuestra propia sombra, como el
buitre á su presa. Sólo Figueredo, altivo y ceñudo,
ni llora ni suspira. La idea de la patria puede más,
en su espíritu, que la amargura de la separación,
"Montad! les dice imperioso,
Y mudos todos quedaron,
Avergonzadas dejaron
Las lágrimas de correr.
¡ Sufrir, mintiendo reposo,
El dolor que las oprime!
¡ Qué resignación sublime
No le es dada á la mujer!
De pronto, como temiendo
Que los detengan sus voces,
Se precipitan veloces
Ellos, murmurando ¡adiós!
Mas del galope siguiendo
Van las miradas sus giros.
Mientras vuelan los suspiros
De los caballos en pos.
A las pupilas asoma
La lágrima involuntaria,
Al corazón la plegaria
Del que deja lo que amó;
AI fin trasponen la loma.
Ellas se abrazan llorando,
Y el sol, la frente mostrando.
Su dolor iluminó."
En el canto que sigue los montoneros chocan con
una fuerza enemiga. A pesar de ser menores en nú-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 269
mero, atraviesan con brío las falanges pórtugas, es-
parciendo el terror y la muerte con la punta de sus
sables libertadores. De pronto, el alazán del anciano
rueda, y el viejo concolor es hecho prisionero. Sus
hijos, olvidándose de la victoria que ya les sonreía,
luchan por salvarle, tratando de romper la muralla
de aceros que circunda al cautivo; pero el escuadrón
lusitano retrocede en orden, creyendo que aquella
captura es suficiente triunfo, y las hadas de la noche
cuelgan el fanal de los astros sobre las cuchillas en
que el trébol entona la voladora endecha de sus per-
fumes.
En la quinta y en la sexta parte de su romance his-
tórico, el poeta nos pinta las angustias del viejo re-
cluido en uno de los pontones de la ciudad imperial.
¿Dónde están los días de la juventud, los días en que
soñaba con los deliquios del primer amor? ¿Dónde
está la nidada que dormía, á los pálidos rayos de la
luz de la luna, en su nido de halcón? En vez de los
brazos de la esposa fiel y los hijos amantes, el héroe
sólo tiene, para recostar su cabeza dolorida y grisá-
cea, una reja más dura que el mármol de un sepulcro.
En vano se gastó las uñas y los brazos contra las pa-
redes de su calabozo. En vano se revuelve en su maz-
morra como el león del desierto en su jaula. Nada,
nada puede devolverle al pago en que corren los arro-
yos donde se mira el sauce ; al pago en que se alzan
nuestras cuchillas, en las que el gargantillo tañe so-
bre el ombú los salmos del crepúsculo ; al pago en
donde enfloran las enredaderas asidas á los muros de
su cabana, desde cuyos aleros las golondrinas le des-
pertaban con sus diálogos al salir el sol. Ya no vol-
verá al dulce país que le vio nacer, muriendo prisionero
en aquella tierra donde ni el avestruz asciende en
silencio por las barrancas,
370 HISTORIA CRÍTICA
"Ni el chajá las tormentas vaticina
Del viento por las ráfagas mecido."
¿Qué le queda al héroe? ¿Qué le reserva el porve-
nir al mártir y al cautivo?
"Nada.... mas alza su cabeza cana
El noble orgullo que le dan sus glorias,
Porque su nombre vivirá mañana
De una nación unido á las memorias."
Este romance ó leyenda, lleno de incorrecciones y
que más parece improvisación repentina que obra me-
ditada, demuestra, sin embargo, que el numen de nues-
tro poeta se iba afinando y desenvolviendo. Su inspi-
ración está emplumando las alas. En el broche de la
rosa se siente el sordo crecer de los pétalos. En 1842,
su lirismo romántico desborda en octavillas y en ale-
jandrinos. Canta á La Nube. ¿Para qué llorar, sobre
la tierra impura, lágrimas del cielo? La tierra no
merece ese llanto. Los perfumes, los céspedes, las bri-
sas, sólo sirven para encubrir la maldad de los que
hemos nacido en esta sepultura blanqueada por la ilu-
sión. ¡Apiadarse de la tierra es como apiadarse de
un reptil iracundo y ponzoñoso!
"Mas ¡ay! no llores, oh nube.
Que no merece ese llanto;
Déjala con su quebranto,
Déjala con su maldad.
Deja que trague á sus hijos
Esa madre despiadada,
Y los reduzca á la nada
Por toda una eternidad.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 271
Su desnudez cubre el hombre,
Sus fealdades embellece,
Y en recompensa le ofrece
Sólo una tumba no más;
Corrompe con sus miasmas
El aire que aspirar debe.
Enturbia el agua que bebe
Y la envenena quizás.
No llores: déjala, nube.
Que no merece consuelo
La que brindó sólo duelo
Al dar hospitalidad;
La que, mintiendo placeres,
A un término de dolores
Por una senda de flores
Conduce á la humanidad."
No nos fijemos en los ripios, como el ripio quizás,
ni en la pobreza de los consonantes. La calandria en-
saya su vuelo y su canto. Fijémonos, sí, en el arre-
bato lírico, que es una prueba de inspiración. El hom-
bre está en armonía con la tierra. La maldad que pasa,
es digna de la maldad que perdura. Y el poeta le dice
á la nube:
"Huye: sólo para el hombre
Esta morada conviene.
Que sólo como ella tiene
La rabia en el corazón;
El rasgará sus entrañas
Para que ella le sustente.
Con el sudor de su frente
Inundando su extensión.
El cargará sus espaldas
Con torres, palacios, puentes,
272 HISTORIA CRÍTICA
Y secará sus corrientes
Para abrir otras después;
La privará de sus galas,
Escupirá su cabeza,
Y en cuanto tenga belleza
Irá estampando los pies.
Ella de las altas cumbres
Desplomará sus torrentes,
Y torres, palacios, puentes.
Deshechos arrastrará;
Ella abrirá sus volcanes
Y al hombre que la provoca
Con un soplo de su boca
Desaparecer hará."
Al frenesí lírico sucede después la melancolía lí-
rica. La enfermedad romántica, la tristeza, se ha apo-
derado de Gómez. Ya no le abandonará nunca. No
olvidemos que, como dice Fierens - Gevaert, la de-
cepción de su ideal místico y el afán de disecar todas
sus emociones, hicieron que la escuela romántica con-
cluyese en cantar la filosofía de Schopenhaüer con
la lira de Leopardi. Gómez no se diferenció de sus
contemporáneos. La vida, que el poeta empieza á co-
nocer en 1842, se encargará de convertir en un senti-
miento profundo y real aquella literaria pena y aquel
desencanto ficticio de que está impregnada su poesía
La nube,
"Vierte también sobre la frente mía
La benéfica gota de tu llanto.
Porque también á mí me tocó un tanto
Del padecer común;
Porque también aletargarme siento
El vértigo carnal de las pasiones.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 273
Y no quiero perder mis ilusiones
Y mi esperanza aún!
Vierte, y mis ojos cuando leve vayas
Cruzando los espacios presurosa,
Como si fueses mi adorada hermosa
Te seguirán en pos;
Y así pudieras tú, que la existencia
Como yo vas llevando solitaria.
Conducir en tus alas mi plegaria
Hasta los pies de Dios!"
También pertenece al año de 1842, la más extensa
y la más conocida de las composiciones de Juan Car-
los Gómez. Me refiero á su canto La Libertad. El
martilleo de aquellos endecasílabos golpeó fuerte-
mente en los corazones de la generación á que nues-
tro poeta pertenecía. Aquel canto llegó á ser popular
y célebre, y no lo fué por cierto sin motivo, pues al-
gunas de sus estrofas se leen con deleite por varoniles
y musicales. Ellas bastarían para probar que Juan
Carlos Gómez merecía el título de poeta con que le
honró su tiempo, título que los pósteros no le dis-
cuten. Fué poeta, sí. Lo fué muchas veces por su es-
pontaneidad, su armonía, su unción y el sentimiento
que descubren y de que están impregnadas muchas
de sus rimas. Culpa fué de su tiempo, pródigo en vi-
rulencias y en agitaciones; culpa fué de su tiempo,
cuyas ráfagas de tempestad hacían que las musas hu-
yesen espantadas, como aves cancioneras que se gua-
recen en la muda quietud de su nido cuando el viento
silba y el rayo estalla; culpa fué de la escasa cultura
de su época y culpa fué de la vida que le llevó por
otros más espinosos senderos, si no se desangraron
en rojos ramilletes los tropicales broches de su ins-
piración. Hay estrofas dignas de larga vida, por la
18. - I.
274 HISTORIA CRÍTICA
forma y por el pensamiento, en La libertad. Si esas
estrofas hoy nos parecen triviales, por ser nuestro
gusto muy diferente al gusto de entonces, majestuo-
sas en su sonoridad y levantadas en su propósito de-
bieron parecer á los hombres de 1842.
La libertad se anuncia con el decálogo:
"La mano de Dios mismo te colocó en las leyes
Dictadas en la cumbre del alto Sinaí ;
Mas cuando en vez de jueces el pueblo pidió reyes.
En vano yo te busco, tú ya no estás allí.
De Maratón los llanos, los campos de Platea,
Te vieron esplendente las filas recorrer:
La Grecia se alzó tanto durante la pelea
Que el peso de su nombre no pudo sostener."
Atenas no llega á ser verdaderamente libre porque
le falta el sentimiento de la humanidad, porque es
injusta, porque es ingrata, y porque no sabe que si
la igualdad es una ley vital de la democracia, es tam-
bién una ley vital de la democracia la virtud de tratar
á los hombres según el mérito de los actos de cada uno-
"Celosa de sí misma fulmina el ostracismo.
La cárcel es el premio del hijo de Cimón,
Ministra la cicuta su ciego fanatismo,
Y quedan sin sepulcro los huesos de Poción."
Tampoco en Roma hace nido la libertad. El imperio
la pervierte, el gozo la enerva, y la estrangulan los
brazos de hierro de sus legiones. Vivió para la es-
pada y para el placer. El placer y la espada la ani-
quilarán.
"Sentada sobre el trono, brillante, gigantea,
Ceñida de trofeos el tiempo avasalló;
DE LA LITERATURA URUGUAYA 275
Mas Roma sólo es grande durante la pelea,
La libertad en Roma sus huellas no estampó."
Europa, á pesar del cristianismo que es un dogma
de luz, no supo ser libre. La libertad necesita buscar
otra patria donde nacer. América es la cuna de la
libertad, siendo la cuna digna de la diosa que va á
inmortalizarla con su lloro infantil.
"América desploma sus ríos como mares.
Las cumbres de sus montes se ocultan al mortal.
Sus bosques están llenos de místicos cantares
Que acaso son el eco del coro celestial.
América es, sin duda, la tierra prometida,
América la virgen del universo es;
¡ Oh libertad, quien sabe si para darte vida
La mano de Dios mismo no la formó después!"
Washington clava el pendón de la libertad en las
orillas del Missisipí. San Martín desplega el lábaro
celeste de la augusta diosa sobre los hielos de los
ciclópeos Andes. A su vez, el terruño, el pago, la
tierra charrúa esgrime su sable de montonero heroico
en la vanguardia de las legiones de San Martín. Y
el poeta le dice á la valiente patria de Pagóla:
"Los ecos del desierto tu paso repitieron.
Tu brazo levantado mostraban en Maipú,
Los Andes á tus plantas sus moles dividieron
Y al pie del Chimborazo también estabas tú.
No importa si tu nombre no suena en la victoria;
Bastante en la pelea, bastante se escuchó:
No importa, que las páginas brillantes de tu gloria
Del Sarandí se extienden hasta el Ituzaingó."
Abandono al poeta de La Nube y de La Libertad,
para detenerme en el verdadero poeta, en el poeta
276 •, HISTORIA CRÍTICA
íntimo, en el poeta de las profundas é incurables me-
lancolías. Los asuntos épicos, los himnos de combate,
las visiones proféticas, las notas sibilinas, no eran el
campo más apropiado para el numen personalísimo y
sentimental de Juan Carlos Gómez, El espadazo de la
vida le armó poeta. Si no hubiese sufrido, nunca hu-
biera pasado de ser una esperanza, j Nace á la gloria
cuando nace para el dolor!
En el acto primero del drama de la Defensa, de-
seoso de abandonar el palenque de las golillas, partió
para Chile, enardeciéndose y embriagándose con el
cinamomo que allí le tributan. Creció á sus propios
ojos. Se fué sin horizontes, para volver resuelto á
actuar como arbitro y como pontífice. Entonces em-
piezan su suplicio y su excelsitud. Aquel hombre,
polemista violento, y aquel poeta, que había entrado
en la vida como un conquistador, era orgulloso como
el Luzbel de Milton; pero le llevaba la enorme ven-
taja de saber llorar al Luzbel de Núñez de Arce. Ca-
recía del sentido de la realidad, como los peces de
las cavernas del sentido de la vista, y se desesperaba
viendo á la espuma de sus ensueños deshacerse sobre
las rocas del islote de lo práctico, repitiéndonos hasta
el abuso la novela rimada de sus amarguras, de sus
hastíos y de sus derrotas. Aristócrata en una sociedad
olocrática, soberbio hasta el punto de creerse capaz
de rehacerla con la alquimia de sus dogmáticos idea-
les, apasionadísimo de las grandezas del país ajeno
y lleno de desdenes para las bravuras del terruño pro-
pio, vagó por la vida en busca de la felicidad y de la
quietud, como Ulises vagó por los mares en busca de
las costas de Itaca. Un amor propio, mefistofélico y
exacerbado por una larga cadena de desastres, fué su
talón de Aquiles. El yo era su ídolo, porque el yo fué
el ídolo de la escuela literaria que se vanagloria de
DE LA LITERATURA URUGUAYA 277
que le pertenezcan Las noches de Musset y el Man-
iredo de Byron.
Cada escollo, cada caída, cada derrumbe hacía más
iiritable, más delicada su sensibilidad, y entonces es
que su musa encuentra el camino que conduce á la
gloria, porque es entonces que su musa encuentra imá-
genes parecidas á esta dolorosa imagen:
"Envuelto en las tormentas
El pájaro del polo.
Recorre infatigable
La procelosa mar;
Así, sobre las olas
Acongojado y solo.
Sin esperar descanso
Me lleva el huracán."
Entonces es que escribe composiciones tan natu-
rales, tan sencillas, tan bellas y tan impregnadas de
suavidad como el romance que lleva el título de Ida
y vuelta:
"Hija del campo, la luna
Hace en su noche de plata,
Vagar las melancolías
Como visiones de nácar;
Al unisón de la noche
Templa la dulce guitarra,
Y cántame unas endechas
Que salgan tristes del alma!
Yo pasé aquí, cuando niña
En estos sitios jugabas,
Ligera como la brisa.
Risueña como la infancia.
La primavera de flores
Todo el camino alfombraba,
278 HISTORIA CRÍTICA
Acariciando mi frente
Ebrias de aroma sus auras.
El pobre hogar de mis padres
Dejando solo á la espalda,
Iba á pasear por el mundo
Mis pesadumbres sin causa.
Aquí te encuentro de vuelta
Cual genio de esta morada,
No ya como antes risueña.
Sí como nunca gallarda;
Y miro tus pensamientos
En tus inquietas miradas,
Volar hasta el horizonte
De algún suspiro en las alas.
Después de tantos inviernos
Nada ha cambiado aquí, nada;
Verde está el campo, y el cielo
Como hoy entonces brillaba;
¿Por qué te encuentro más triste
Y voy más triste á la patria?"
Acendrado su ingenio por el infortunio, purificada
su musa por el dolor, convertida en real su tristeza
romántica y soñadora, sabe que nunca se llega á la
cumbre donde florece el árbol de los sueños, sin te-
ner llagadas las plantas y llevar un círculo de espinas
sobre la frente:
"¿Te asusta mi existencia, el mar en que navego.
La tempestad continua que asalta mi bajel,
Y por mi vida elevas desconsolado ruego
Perdida la esperanza de que me salve en él?
No temas, tierna amiga, dentro del pecho siento
El corazón más fuerte, más alto que ese mar;
Aunque la barca es frágil, la vela ciño al viento
Y en el timón batido firme la mano va.
I
DE LA LITERATURA URUGUAYA 279
Si el huracán arrecia, y aligerar el leño
Me es fuerza á cada instante para poder vogar,
Iré arrojando al piélago ya una ambición, ya un sueño.
Una afección querida, una esperanza más.
Y he de llegar al puerto, he de pisar la orilla,
Al templo de la patria he de llevar honor:
¿Qué importa que en la playa deje la rota quilla,
Si pongo en sus altares la vela y el timón?"
Es entonces, sólo entonces, cuando pasa sobre su
musa una especie de soplo esquiliano, una racha del
viento de la fatalidad:
"Adiós, hermana, adiós! Tiendo la vela
Otra vez á la mar embravecida;
No deben las tormentas de mi vida
Azotar las paredes de tu hogar!
Postrado de tristeza y de fatiga,
Quise buscar en la familia asilo,
Y sólo vine de tu hogar tranquilo
A perturbar la solitaria paz!
Vuelvo, hermana, á lámar! Dios no lo quiere!
Me niega un día de descanso, un día!
Fuerza es seguir la dolorosa vía,
A mi calvario con la cruz llegar!
Deja cumplir la voluntad del cielo.
Vuelve á tus hijos y á tu padre anciano;
¿Oyes bramar furioso el Océano?
¡Está impaciente porque tardo ya!"
Al fin, abandonó la patria por última vez, asilán-
dose en Buenos Aires. Obtuvo una cátedra. Valen
muy poco las escasas lecciones que en ella dio sobre
Filosofía del Derecho. Tratan de Grecia. Son resú-
menes analíticos, no siempre exactos, de las escuelas
28o HISTORIA CRITICA
morales que predominaron en la antigüedad. Pronto
el poeta abandonó aquel recurso supremo, dejándose
arrastrar por el oleaje de su desesperación. La tris-
teza, la soledad y la escasez, cuando marchan uni-
das, concluyen por hacerse sospechosas. La gente, que
había empezado compadeciendo, terminó esquivando.
Era el peor de los momentos para el abandono. La ve-
jez avanzaba, las fuerzas se iban, y se hizo la noche.
El gladiador cayó desangrado y vencido sobre su es-
pada rota y su escudo en pedazos. Ya era tiempo de
desaparecer. El pan escaseaba. El albergue se debía
á la piedad ajena más que al esfuerzo propio. Gómez
pudo decir como Timón : — He vivido demasiado. La
muerte extendió sus alas de sombra sobre aquel de-
sastre y el espíritu del poeta se perdió en el seno de
la luz increada el 25 de Mayo de 1884.
La poesía, como dice Souriau, es una cosa ideal y
psicológica, que no podemos percibir fuera de nos-
otros, sino solamente en nosotros y en lo más pro-
fundo de nuestro ser. Por eso, agrega Souriau, los
poetas son finos analistas, tan ejercitados como los
psicólogos profesionales en la observación y en la
descripción de los estados de conciencia. Ellos sa-
ben que, para que seamos susceptibles de experi-
mentar ó de traducir una impresión poética, es ab-
solutamente preciso que nos encontremos en cierta
disposición intelectual. Esa disposición, según Sou-
riau, se designa con el nombre de estado de ensueño,
que es un estado entre la reflexión, ó sea la plena
lucidez del espíritu, y esa relativa é inconsciente
actividad cerebral que se observa en el acto de dor-
mir, en el sueño propiamente dicho. En la reflexión
reconstruímos integralmente los hechos que recorda-
mos, siendo las imágenes de que hacemos uso como
DE LA LITERATURA URUGUAYA 281
copias fieles de la realidad, como exactas reminiscen-
cias de las cosas vistas. En el ensueño, por el con-
trario, la imaginación se emancipa de sus recuerdos,
y no reconstruye exactamente el cuadro de lo que
fué, complaciéndose en dramatizar lo visto y lo sen-
tido ; pero, como no hemos perdido del todo el sen-
timiento de la realidad, nos dam.os cuenta aún del
carácter ideal de las representaciones que elaboramos.
Así, poeta y muy poeta, Juan Carlos Gómez sueña
su vida, pero deformando sus incidentes y esparciendo
sobre sus vicisitudes un barniz elegiaco. No nos ex-
trañe desde que podemos afirmar, con Souriau, que
el modo de actividad intelectual que corresponde á
la poesía es esencialmente un estado de ensueño, sin
que esto signifique que todos los estados de ensueño
fabrican ó traducen emociones poéticas. Para que esto
suceda es absolutamente preciso que el estado de en-
sueño provoque en nosotros el sentimiento de la be-
lleza moral, del placer calológico, que es, sin duda,
lo que experimentaba al revivir las horas de su vida
Juan Carlos Gómez. La poesía interior, ó lo que es
lo mismo el más espontáneo de los estados de ensueño
descritos por Souriau, será majestuoso ó trivial, pa-
tético ó alegre, según sean augustas ó triviales, dra-
máticas ó frivolas las cosas que nos representamos,
dependiendo también la índole de la representación,
de nuestro carácter, de nuestra edad, de las circuns-
tancias de nuestra vida, y de la atmósfera moral que
nos circunda como el éter al astro que atraviesa los
velos de la noche. Las vicisitudes de su existencia, su
excesivo orgullo, la escuela literaria á que perteneció,
y lo dramático de la época en que le tocó nacer, ex-
plican acabadamente la idiosincrasia de la poesía, per-
sonal y psicológica, de Juan Carlos Gómez.
282 HISTORIA CRITICA
La poesía le engrandeció, endulzando sus penas,
siendo naturalísimo que la dijese, arrodillándose con
emoción y con gratitud ante sus altares:
"¿Qué fuera el mundo
Sin tu presencia?
Yermo infecundo,
De indiferencia
Triste mansión.
Todo lo bello
De lo creado
Tiene tu sello,
De tí ha alcanzado
Consagración.
Un vago acento
Llena el vacío:
¿Se queja al viento
La voz del río
De tanto andar?
¿La selva oscura
Llora una pena?
¿Himnos murmura
Sobre la arena
La ola del mar?
¿Las secas hojas
Hablan al llano
De sus congojas?
¿Le hacen en vano
Palidecer?
¿Así el desierto
Sentir podría
Vital concierto?
¿Viva armonía
Las cosas ser?
DE LA LITERATURA URUGUAYA 283
No ; un mundo inerte
No siente y piensa,
Ni así convierte
En arpa inmensa
La creación.
Un alma en ella
Late y suspira,
Y su querella
Suena en la lira
Del corazón."
Y concluye, arrullando con ternura á la diosa gentil
que le orea la frente con el abanico de sus alas blan-
quísimas:
"Si el Iodo humano
Toca mi planta,
Siento su mano
Que me levanta
Del fango vil;
Cuando á abatirme
Van los pesares,
A sonreirme
Viene á más lares,
Hada gentil.
Trae á mis años
De sinsabores.
Los mil engaños,
Las frescas flores
De juventud;
Tal vez por ella
Deje memoria.
Porque es mi estrella,
Y amo á la gloria
Y á la virtud."
284 HISTORIA CRITICA
Y no mentía, amaba á la gloria con frenético afán,
y amaba á la virtud con caballeresco desinterés, aquel
hombre que tuvo el valor de no enriquecerse, cuando le
era fácil hacerlo, y que tuvo el valor de manifestarse
leal á sus principios, cuando nada podía esperar de
su consecuencia. Estamos muy lejos de pensar en todo
lo mismo que él pensaba; pero ¿qué importa si, en el
fondo de aquel corazón dolorido, lucía un rayo de la
hidalga locura de Don Quijote?
Hablando de la edad en que floreció Pope dice
Adolfo William Ward que "hacia esa época la li-
teratura puede considerarse bajo dos aspectos: como
un instrumento político y como un estímulo intelec-
tual, as a political instrument as an intellectual sti-
mulant." — Lo mismo puede decirse de la edad en que
florece Juan Carlos Gómez ; pero el haber convertido
el verso en arma de combate y el haber transformado
á la literatura en útil educativo de la sustancia gris,
no basta para explicar el carácter de los ingenios de
la edad romántica, que no hubieran sido ni la sombra
de lo que fueron sin la influencia omnímoda de lord
Byron. — Es forzoso agregar, á la índole civil y per-
feccionadora de sus rimas, el desconcierto de los es-
píritus, el tedio de la vida, la duda de las almas, la
sed de lo ideal, el abuso de la pasión, todo lo íntimo
y todo lo grisáceo que bulle en las arterias de la musa
romántica, esencialmente subjetiva y sin cesar ator-
mentada por el orgullo de su desbordante personali-
dad.— Esa personalidad, que sueña con ser libre y
que se siente esclava del ambiente que la circunda;
esa personalidad, vencida por el contraste entre el
hombre agitado y la siempre impasible naturaleza;
esa personalidad se hunde en la melancolía sin fin,
en el amargor sin fondo y sin bordes, en el orgullo
rebelde y desdeñoso que se observa en todos los ro-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 285
mánticos de vuelo altísimo. — Alfonso Seché ya nos
ha revelado, con suma justicia y perspicacia extrema,
las semejanzas existentes entre los ingenios de By-
ron, Poé, Musset y Heine. — Gómez, por la claridad
de su pensamiento y por el aire negligente de su ins-
piración, perteneció á esa familia ilustre y nunca ol-
vidada. — Sufrió, como lord Byron, del instinto de
la traslación y del mal de vivir; tuvo, como Alian
Poé, la frente dominadora y el culto devotísimo de
la mujer; fué impertinente y voluntarioso como En-
rique Heine, y luchó con la musa de la tragedia, asi-
lada en el fondo de su corazón, como el lírico insigne
de Portia y de Rolla. — Por desgracia, Juan Carlos
Gómez desdeñó la forma. — Olvidó ó no supo que,
como ha dicho Brunetiére, "nada vive y nada dura
sino por la perfección de la forma, y por preciosa
que una materia sea, lo único que el tiempo respeta
en la misma es lo que el arte ha sabido agregarla." —
De todas las poesías de Gómez tal vez las más cortas
y las menos trascendentales son las mejor escritas. —
El descuido reina en aquel florilegio, que hubiera me-
recido más atención, pues no son ciertamente modelos
perdurables de buen rimar ni el himno á La libertad,
ni las sextillas de Gotas de llanto, ni la leyenda de
Figueredo.
Los poetas aurórales de nuestro romanticismo, cu-
yas rimas son estéticamente flojas y desmayadas, lo
que menos se preocupan es de la perfección de su
poesía. — Su arte no tiene la timidez de aquellos
ensayadores pájaros, de los que dice el verso de
Thomson,
Stir the faint note, and but attempt to sing.
Para nuestros románticos el ritmo es lo de menos.
— El ritmo es un medio casi despreciable de que se
286 HISTORIA CRÍTICA
sirven para hacerse admirar y entender. — Lo que im-
porta es la esencia, y la esencia es el dolor para Juan
Carlos Gómez. — Abrid su libro, el libro editado en
1906 por don Antonio Barreiro y Ramos. — No hay
ni una nota alegre en aquellas páginas. — El poeta,
á cada instante, grita contra su soledad y contra su
destino. — Cuando habla al viento de la noche es para
decirle que la luz del amanecer, la que ahuyenta los
sueños, sólo deposita pesares sobre su ventana. — Si
nos cuenta el desposorio de una verde palma con un
cedro altivo, es para narrarnos que la palma se amus-
tia y el cedro queda solo. — Aquella lira es una eterna
y fatigosa lamentación. — Oidla una vez más:
"Tengo del peregrino el santo voto,
La trabajosa vida, el fin incierto
En el viaje remoto.
El hambre y sed en árido desierto;
Como él, á toda hora.
Pendiente de un cabello
Está amenazadora
La cimitarra infiel sobre mi cuello."
Repitámoslo hasta la saciedad: la poesía, que se
empeña en hablar prosaicamente, no es poesía. Al-
berto del Bois está en lo cierto cuando nos dice que
"cada categoría de operaciones intelectuales posee un
medio propio de expresión; y la literatura lleva la
huella de este doble instinto universal y original en
la división de las formas del discurso, en verso y
prosa, ó, mejor dicho, en lengua rimada y no rimada.
Esta última es la lengua de la voluntad y de la razón.
Sirve para explicar y definir, para manifestar un de-
seo, narrar una aventura, consignar un hecho. La len-
gua rimada es la del sentimiento. La lengua no ri-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 287
mada es esencialmente objetiva, y está hecha para
hablar á otras almas. La rimada es subjetiva, y la ha-
bla uno para sí. Tenemos que vivir y pensar para los
demás, como debemos vivir y pensar para nosotros.
En el primer caso, lo que deseamos, sobre todo, es
ser claros, precisos, exactos; en el segundo, lo que
deseamos es ser armoniosos, elegantes, bellos. La ten-
dencia á rimar la expresión de ciertos sentimientos,
es tan natural, que el carácter de cada pueblo se en-
cuentra en su prosodia tanto como en su lengua."
Si la lengua rimada es la del sentimiento ennoble-
cido por la visión platónica de la belleza última y sin
afeites, claro es que la lengua rimada tiene el deber
imperioso de ser hermosa, desde que las visiones á
que debe la vida, por tristes que sean, están envueltas
en el velo de los sueños dulcísimos, en el velo de los
sueños más enaltecedores y delicados, en el velo azul
y casi impalpable de la reina Mab. La lengua rimada
ha de tener todas las condiciones de perfección, de
soltura y de casticidad que la crítica le exige á la
prosa; pero ha de diferenciarse de la prosa por el
modo especial, cantable, indefinible é íntimo de ele-
gir y agrupar los vocablos. No nos engañaba, pues,
Alberto del Bois cuando sostenía en La Revue Bleue:
"No se debe escribir en verso sino lo que se ha
pensado y sentido antes en verso. El verso no es una
lengua de arte. La palabra rimada, la forma poética
es tan natural, tan espontánea como cualquiera otra.
El hecho de arreglar ciertas palabras conforme á un
ritmo que las hace más fáciles de cantar; el hecho
de prestar á estas palabras color y fuerza por medio
de repeticiones, alteraciones ó asonancias, es insepa-
rable de la expresión de ciertos sentimientos. El verso
debe expresarse con la misma claridad, sobriedad, sen-
cillez, precisión y limpieza que la prosa. El verso debe
288 HISTORIA CRÍTICA
ser semejante á la prosa, salvo en ese no se qué de
armonioso, de fuerte, de luminoso, de vehemente, de
acariciador, de ligero, de alado que lo sostiene, lo
eleva y lo penetra."
Esa cualidad indefinible, pero necesaria, no la tu-
vieron nuestros románticos. Les faltó, casi siempre,
el sentimiento de la armonía. Su oído se hizo duro
y su lenguaje se aplebeyó en la práctica de la tribuna
política, la prensa diaria y la labor forense. Este de-
fecto no debe atribuirse sólo á la escuela literaria á
que pertenecieron, sino más bien al carácter civil y
de agria tormenta de la edad en que se desarrolla-
ron. Yo, como Amadeo Boyer, no creo en las escue-
las. — "Una escuela es siempre inferior á su iniciador.
Está formada por un núcleo que sigue los éxitos del
que la inició, que ha surgido espontáneamente y sin
intención previa. Todos los genios, por lo general,
crean una escuela. Las escuelas, en sí, nada son y nada
edifican. La evolución de los siglos es, en realidad,
la que prepara el arte."
Los caracteres diferenciales de las escuelas son más
caracteres retóricos que de substancia. Lo propio en
lo íntimo de cada autor es suyo, y no de la modalidad
calológica en que milita. La escuela no influyó sino
de reflejo sobre el temperamento de Juan Carlos Gó-
mez, que fué romántico porque romántica era su com-
plexión espiritual, como romántica era la complexión
del tiempo en que florece su atribulado numen. Es
bravio y es quijotesco, como su edad es atávica y ba-
talladora. Oidle: — "Lo mismo se muere de una pu-
ñalada que de la fiebre amarilla, y las causas que vi-
ven son aquellas por las cuales se muere." — Es sen-
sitivo, es ilusionado, es soñador y es melancólico como
su edad es impulsiva, crédula, visionaria y triste. Es-
cuchadle:
DE LA LITERATURA URUGUAYA 289
"Regalóme una vez mi madre, cuando era yo niño,
un libro con grabados ingleses, en que había una fi-
gura de Julieta, que se estereotipó en mi memoria.
Años después, niño todavía, me encaminaba á mi co-
legio con mi gramática latina debajo del brazo, y tro-
pecé en mi camino con la vera efigie de ese tipo bu-
rilado. Esa niña, á quien encontraba siempre en m.i
paso, á quien no hablé nunca, á quien no he vuelto á
ver en la vida, desde mi niñez, y cuya imagen solía
aparecerse á mi memoria, come un angiolo celeste di
virtude consiglier, en los amargos días de la existen-
cia, es hoy viuda de un general de Rosas, y mis de-
beres de ciudadano me han obligado á herirla en su
sensibilidad y en su infortunio.
"Había sacrificado todo á la política, mis hábitos
y mis gustos tranquilos de literato, las dulzuras de
los afectos del hombre sensible, felicidades que no
hay en California y Australia oro suficiente para pa-
garlas. Tenía un rincón ignorado en que asilaba y
consolaba á mi alma de los desengaños del mundo, y
era la época tranquila é inolvidable de mi infancia.
Allí mismo ha ido á perseguirme la política, allí ha
ido á arrancar las últimas flores que perfumaban to-
davía mi vida, para arrojármelas al rostro deshojadas,
como se arrojaría
au íront de l'homme heureux,
son bonheur en debris." —
En estas líneas está todo el corazón de aquel ex-
cepcional; pero ya volveremos sobre este supliciado
dantesco.
De Juan Carlos Gómez ha dicho Miguel Cañé: —
"Juan Carlos Gómez era un alma vibrante, con con-
vicciones profundas y enamorado de sus ideas. Tenía
19. - L
290 HISTORIA CRITICA
el espíritu artístico y la imaginación esplendorosa.
Nacido, criado, desenvuelto en la oposición, en la lu-
cha contra el régimen bárbaro que encontró á su frente
al llegar á hombre, nunca tuvo sobre el flamear de
sus ideas aquel apagador que se llama la responsabi-
lidad del poder. Era el noble poeta nacido para cantar
todo lo que es bello en la naturaleza humana, sin fle-
xibilidades para explicar ó atenuar la acción fatal de
lia miseria de la especie. Quería la libertad en el he-
cho, cuando la veía en sueños, y legitimaba todas las
locuras, los delirios de los pueblos si la causa inicial
era justa, sin balancear jamás el mal presente con el
perjuicio del esfuerzo. No era un político; era uno
de esos hombres necesarios en toda agrupación, por-
que mantienen vivo el sentimiento de la dignidad hu-
mana, y aguijonean los espíritus predispuestos al
cómodo escepticismo de la vida indolente. Su exis-
tencia fué pura y brillante. Amó las artes, las letras,
las mujeres hermosas, los grandes caracteres y murió
en la pobreza, rodeado del cariño y el respeto de dos
naciones."
CAPITULO IV
Lra Hegemonía de los románticos
SUMARIO: '
I. — Don Bernardo Prudencio Berro. — Su vida pública. — Carác-
ter clásico de su numen. — La Epístols. á Doricio. — índole y
condiciones del género bucólico. — Fragmentos de la Epístola..
— Don Melchor Pacheco y Obes. — Su vida política. — Su
romanticismo. — El cementerio de Alégrete. ■ — Disonancias entre
la realidad y el ensueño romántico. — Oriental. — Don Pedro
P. Bermúdez. — El drama histórico El Charrúa. — Exposición
del argumento. — Algunas muestras de su versificación. —
Amazampo.
II. — Don Enrique de Arrascaeta. — La poesía y la imaginación
verbaL — Superioridad de la poesía sobre las otras artes. — La
prosa y el verso. — Prosaísmo de las composiciones de Arras-
caeta. — Su himno á la Esperanza. — Don Francisco Xavier
de Acha. — Su labor periodística y su labor poética. — El libro
Flores silvestres. — Fragmentos del libro. — La labor dramá-
tica de Acha. — Breve análisis de Como empieza acaba. — Don
Heraclio C. Fajardo. — El drama Camila O'Gorman. — El
teatro y la verdad histórica. — Argumento del drama de Fa-
jardo. — Algunas muestras de su versificación. — Graves defec-
tos de la musa política de Fajardo. — Estudio de su poema La
cruz de azabache. — Fragmentos del poema. — Arenas del
Uruguay, — Trozos de la poesía Art\érica y Colón. — Síntesis
de lo expuesto sobre Fajardo. — Sus últimos versos.
III. — Breves palabras acerca de don Ramón de Santiago. — Su
balada La loca de Bequeló. — Don Fermín Ferreira y Artigas.
— Carácter de su vida y de su ingenio. — Su libro Páginas
sueltas. — La dificil facilidad de Ferreira. — No hay arte sin
estudio y sin reglas. — Defectos de la elocución romántica. —
La melancolía de los románticos. — Los alejandrinos á Rosa.
293 HISTORIA CRITICA
— Rápido análisis del asunto y la versificación del proverbio
Donde las dan las toman. — De la crítica literaria.
IV. — Literatura jurídica. — Su estilo y sus fuentes. — De la ley y
los códigos. — El proyecto de Código Civil. — Causas que lo
inspiraron. — Dificultades con que tropieza su sanción. — Su
aplazamiento definitivo. — El Código de Comercio. — Su im-
portancia y sus orígenes. — Labor de cada uno de sus redacto-
res ilustres. — El Código Civil del doctor Narvaja. — Su inte-
rés práctico. — El derecho latino. — Mérito de las labores
codificadoras del doctor Acevedo y el doctor Narvaja. — Con-
clusión.
Era igualmente un rimador donoso don Bernardo
Prudencio Berro, nacido en 1803 y muerto en 1868.
Fué ministro, senador y presidente de la República
en horas de angustia y en horas de borrasca, pues es
bien sabido que también la musa de la tragedia tiene
por costumbre descender á las calles para intervenir
en las obras que trama la realidad. Larrañaga, el sabio
y el virtuoso, educó la inteligencia y formó el espí-
ritu de aquel gran ciudadano, viéndosele figurar en
el grupo de los que defendían á la legalidad en los
sangrientos choques de 1836 y de 1837. Estuvo sin
mancharse con las salpicaduras de ningún atentado,
como el codificador don Eduardo Acevedo, en las
oribistas carpas del Cerrito durante los monótonos y
aleccionadores años de la Defensa, entrando á formar
parte de la legislatura constituida á raíz de la paz del
8 de Octubre de 1851. Ministro de Gobierno bajo la
presidencia de don Juan Francisco Giró, fué uno de
los más agraviados por el motín del 18 de Julio de
1853, subiendo con aplauso á regir los destinos de la
nación el primero de Marzo de 1860. Ya era conocido
por sus ideas sobre la urgente necesidad de transfor-
mar el modo de ser de nuestros viejos bandos tradi-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 293
cionales. Ya había dicho, en 1854, que los dos tienen
iguales principios políticos en sus estatutos, y que
sólo se diferencian en que, ávidamente anhelosos de
predominio, la elevación del uno trae envuelta la des-
gracia sin término del otro. Ya había dicho, en 1854,
que mientras el país estuviese dividido en dos faccio-
nes irreconciliables, el país sería la víctima expiatoria
del desorden y de la tiranía. Ya había dicho, en 1854,
que el partido blanco debía depurar su estandarte,
declarando que ninguna agrupación tiene privilegios
de casta sobre las demás, que todas ellas están some-
tidas á la misma igualitaria y justiciera ley, que el
interés nacional se halla más alto que los intereses
de las banderías, y que nuestros duros encuentros á
lanza no habían dividido á la nación en una trailla de
perdidosos y en un ejército de vencedores.
Proba y correcta fué la labor administrativa de
don Bernardo Prudencio Berro, tan correcta y tan
proba como la que más, pues encauzó las reclama-
ciones contra el Estado, siempre que estas recla-
maciones estuviesen fundadas en los perjuicios que
ocasiona la guerra civil, negándose á reconocer el
interés mensual que los ministros anglofranceses nos
exigían sobre el monto de los créditos de sus sub-
ditos, por no haberse estipulado esta obligación en
el convenio de 1857. Otro tanto hizo con los in-
numerables y abusivos y siempre crecientes recla-
mos brasileños, negándose á practicar otras liquida-
ciones que las emanadas del tratado de 12 de Oc-
tubre de 1851, tratado que nos impuso la dura ley de
la necesidad y que era muy altamente beneficioso para
el Brasil. Bajo aquella administración sabiamente hon-
rada, díctase un generoso proyecto de amnistía, se
crean nuevos barrios en la capital y se fundan nuevas
villas en la frontera, se amortigua la deuda pública
294 HISTORIA CRITICA
en más de dos millones de pesos oro, y se declaran
libres de todo derecho de importación á muchos ar-
tículos de uso común; pero el país ha padecido siem-
pre del incurable mal de posponer su bien á la pasión
política, y el 19 de Abril de 1863, alzando como lábaro
de libertad una querella entre las autoridades ecle-
siásticas y el Poder Ejecutivo, el general Flores in-
vadió el terruño, venciendo su bravura á la bravura
de las huestes presidenciales en Coquimbo y Las Ca-
ñas. Al poco tiempo, batidos los revolucionarios en
El Peñarol, la guerra se convierte en guerra de acam-
padas y de persecuciones infructuosas, hasta la dis-
cutida elección del señor Atanasio C. Aguirre, que
tuvo lugar en 1864.
Viene después el período iluminado por la heroi-
cidad mésenla de nuestro Paysandú, defendida hasta
la muerte por Lucas Píriz y santamente glorificada
por el martirio de Leandro Gómez. Tras largas an-
gustias, el 20 de Febrero de 1865, se firmó el convenio
de paz entre el representante diplomático del Brasil,
el general Flores y don Tomás Villalba, á cargo en-
tonces del Poder Ejecutivo, declarándose que nadie
podía ser acriminado, juzgado, ni perseguido por sus
hechos ni por sus opiniones durante la guerra que
acababa de terminar. Establecióse, en virtud de aquel
pacto, un gobierno provisorio presidido y encabezado
por el segundo de los firmantes, empezándose con
premura la guerra del Paraguay, que fué de conquista
y de desolación, que nos impuso considerables é inú-
tiles sacrificios de dinero y de vidas, y que no aplau-
dieron ni el saber de Alberdi ni la noble imparcia-
lidad de Carlos María Ramírez. Caminábamos de tris-
teza en tristeza, de drama en drama, hasta que el 19
de Febrero de 1868, convulsos los agravios y ciegos
los odios. Berro caía asesinado sobre las losas de la
DE LA LITERATURA URUGUAYA 295
casa de Gobierno y Flores caía asesinado sobre las
piedras de la calle de Rincón. Al segundo el poder le
cuesta la vida, y al primero le cuesta la vida el afán
revolucionario, porque nuestros partidos no saben
otra cosa que desangrarse sobre las aras de la revo-
lución ó gozar del poder tiránicamente. La revuelta
sin fin nace de los abusos sin fin de la autoridad,
como los gusanos nacen de la podredumbre. ¡ De esa
mianera los ambiciosos sin aptitudes, con lo infecundo
de sus impaciencias, y" los gobiernos de cintillo y de
chuza, con sus malas tramoyas electorales, han con-
seguido que el país no crea ni en la virtud del voto
ni en la eficacia del apostolado !
Véase como el señor Juan Thompson, Encargado
de Negocios de la República Argentina en Montevi-
deo, relataba al ministro Elizalde la doble tragedia
del 19 de Febrero de 1868:
"A las dos de la tarde del día de ayer, don Bernardo
Berro, á la cabeza de un grupo armado, se presentó en
la Casa de Gobierno dando los gritos de: ¡Viva el Pa-
raguay!, muera la Alianza!, muera el Gobierno! Como
al pronto creyera encontrar resistencia en uno de los
jóvenes oficiales que mandaban el corto piquete de in-
fantería, de guardia á la sazón, descargó su revólver
sobre él, dirigiéndose á paso rápido con los suyos al
despacho del gobernador señor don Pedro Várela.
"Este alto funcionario, á cuyo oído habían llegado
las voces del tumulto, pudo evadirse milagrosamente
por una salida reservada del edificio y encaminarse al
Cabildo con varios empleados de la administración,
enviando inmediatamente aviso al general Flores, que
se hallaba en su casa á aquella hora un tanto indis-
puesto y en compañía de sus antiguos ministros los
señores Flangini y Márquez.
"Don Bernardo Berro permaneció breve tiempo en
296 HISTORIA CRÍTICA
la Casa de Gobierno esperando el batallón Constitu-
ción, antes Libertad, contaminado por el oro de los
conjurados.
"Mientras esto sucedía en la morada del Gobierno,
el general Flores salía de su casa, en un carruaje, junto
con los señores Flangini, Márquez y Errecart, arma-
dos todos de revólver. Al poco andar, y ya á la vuelta
de su casa, en la calle del Rincón, oyéronse tiros. Era
un grupo de asesinos vestidos con poncho. Hicieron
éstos una primera descarga sobre el coche. El general
Flores y los susodichos ciudadanos, que le acompa-
ñaban con sus armas, ordenaron al propio tiempo al
cochero, Juan Bergés, francés de nacionalidad, que
castigase los caballos para salvar aquel paso, mas
apenas hubo andado el carruaje el espacio de una
cuadra, cuando otro grupo más certero por desgracia
que el primero, derribó de un balazo al cochero, mató
un caballo, y se precipitó pistola y puñal en mano
hacia la portezuela del coche.
"El general Flores se arrojó el primero á la calle
y tras él don Alberto Flangini y los demás. El ge-
neral cayó al punto examine, con una herida mortal
de bala y seis puñaladas. Los señores Flangini y Erre-
cart salieron ambos heridos con arma blanca, sin gra-
vedad felizmente: el primero en la espalda y el se-
gundo en el cuello. El señor Márquez quedó ileso,
salvándose en medio de la confusión.
"Mientras sucedía tan lúgubre escena casi en el
extremo Este de la ciudad, en la del Oeste, cerca del
mar, ocurría otra, si no tan lamentable, siempre por-
fiada y decisiva. Los sargentos mayores don Agustín
de Aldecoa, jefe de la artillería y don Eduardo Olave,
del batallón Constitución, sostenían al gobierno. El
segundo con un corto número de hombres hizo frente,
en los primeros momentos, á más de sesenta revolu-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 297
cionarios que acudieron veloces al cuartel de Drago-
nes, no dudando que merced á los trabajos anteriores
y al grito de ¡viva el Paraguay! el batallón Constitu-
ción sería suyo por hallarse alistados en él soldados
paraguayos. El mayor Olave con notable entereza y
un valor sereno, no sólo consiguió repeler á la fuerza
enemiga matando al jefe, sino que dominó todo el
batallón, hasta entonces tibio y vacilante. Incorpóre-
sele la artillería, y ambas fuerzas emprendieron la
marcha hacia el Fuerte.
"Don Bernardo Berro viéndose burlado en sus es-
peranzas ó en sus cálculos, abandonó su puesto pre-
cipitadamente, no sin dejar tras sí algunos de los
suyos que fueron hechos prisioneros por las citadas
fuerzas del Gobierno.
"La revolución estaba dominada. La autoridad era
dueña de la solución. Muchos ciudadanos acudían al
Cabildo á ofrecer sus servicios. Don Bernardo Berro,
visto y aprehendido por un pequeño grupo de los
defensores del Gobierno en la calle de Sarandí, no
pudo librar de sus iras, pagando con la vida su injus-
tificable actitud en aquel día."
También el señor Thompson opinaba, pública y ofi-
cialmente, en cosas que debió referir sin ningún gé-
nero de comentarios. — ¿Para qué exasperar á la
hidra de los odios? — ¡ Como si, sobre aquellas dos en-
sangrentadas tumbas, los vientos de la patria no arras-
trasen el mismo funeral susurro de ciprés! — Re-
conozcamos que fué justo el decreto que declaró día
de luto nacional el día ig de Febrero; porque si en
ese aniversario luctuosísimo los colorados lloran la
muerte de don Venancio Flores, también en ese ani-
versario más que luctuosísimo los nacionalistas llo-
ran la muerte de don Bernardo Prudencio Berro.
A pesar de la brillantez cegadora de sus oropeles,
298 HISTORIA CRÍTICA
el romanticismo no cautivó á la musa de don Bernardo
Prudencio Berro. Su numen fué clásico, como el nu-
men de Araucho y como el numen de Figueroa. En
todas y en cada una de sus composiciones se echa de
ver el soberano influjo de la educación recibida de
Larrañaga. Clásico es en su letrilla centra los pro-
yectos de don Lucas Obes, y clásico es en las estan-
cias de su oda A la Providencia.
"j Oh Providencia suma!
¡ Vida del Universo y su sustento !
Hasta que se consuma
Mi prostrimer aliento
En tí yo confiaré, de duda exento.
En medio á la tormenta
Tú serás mi consuelo y mi esperanza,
Y á tus brazos contenta,
Con entera confianza.
Mi alma se arrojará en cualquier mudanza.
Y mientras en sus males
De ti blasfeman con furor ingrato
Los míseros mortales,
Y en su impío arrebato
Te niegan y maldicen sin recato,
Yo adoraré rendido
Las dignas obras de tu juicio santo,
Y á tu amparo acogido.
Enjugando mi llanto
Alzaré en tu loor sonoro canto."
Su Epístola á Doricio puede considerarse como
gala y joya de nuestro Parnaso. Muchos de los poetas
españoles de la edad de oro no describieron con tanto
DE LA LITERATURA URUGUAYA 299
primor, con tanta naturalidad y con tan castizo de-
cir, como nuestro poeta, las campestres hermosuras
que arroban al ánimo contemplativo con el murmullo
de sus fuentes, el canto de sus aves, el óleo de sus
flores y la apacible sombra de sus arboledas. El gé-
nero bucólico, cuyo objeto es la pintura de la virtud
y la simplicidad de las costumbres de los pastores,
para inspirarnos un amor sin mancha á lo que tiene
de poético y de agradable la naturaleza; el género
bucólico, que está tan lejos del prosaísmo y de la
grosería como de la elevación pomposa y la cultura
afectada; el género bucólico, que puede reclamar
como suyos los poemas descriptivos que han inmor-
talizado el nombre de Delille en Francia y el nombre
de Thomson en Inglaterra; el género bucólico, que
cultivaron Moscho y Bion entre el susurro de los
viñedos en donde resonaba la flauta de Baco, se aviene
bien con la índole de la musa clásica y pensadora de
don Bernardo Prudencio Berro.
¿Qué condiciones debe tener la poesía descriptiva
de origen bucólico? Todas las que resaltan en los
tercetos de la labor de nuestro poeta. La musa de los
céimpos debe pintar las bellezas del mundo natural y
las impresiones que su contemplación produce en el
espíritu, con numen sosegado, con pinceles veraces,
con tierno sentir, con sugestivos tropos y con sonora
versificación. La musa de los campos es una paloma
dulce y pacífica como un cordero, que quiere persua-
dirnos de que la dicha está en los fecundos trabajos
de la siega, en los variados trances de la caza, en las
relaciones del hombre con el incienso de los aromos,
y la música de los manantiales, y la paz de las puestas
del sol en los trigos, poniendo en uso para lograrlo
las gravedades éticas de Rioja y los geórgicos arpe-
gios de Meléndez. La inspiración que nos revela los
3QO HISTORIA CRÍTICA
suaves hechizos de la vida rústica, no es una pastora
erudita y cultiparlada. El genio de la poesía bucólica,
que es el genio del idilio y la égloga, en nada se pa-
rece á un zagal romancesco y almibarado. Fiel en sus
pinturas, moral en sus ideas, noble en sus afectos,
gracioso en sus discursos, espontáneo en el orgullo
de su deleite y naturalísimo en todas sus imágenes,
el género bucólico, — lírico y épico como descripción
de la naturaleza vista á través de un temperamento
personalísimo, — no es indigno de la gran preferencia
que le manifestaba el retórico Blair.
Es fácil convencerse, leyendo algunos de sus frag-
mentos, de que no hay arbitraria exageración en los
elogios que tributo á la Epístola á Doricio. Oid como
describe los poéticos paisajes de Casupá:
"Vense á un lado montañas estupendas
De hacinados peñascos, do ferinas
Bestias moran en hórridas viviendas;
Y al otro unas bellísimas colinas.
Revestidas de flores y verdura.
Se extienden por las tierras más vecinas.
Por entre éstas y aquéllas, su agua pura
En sesgo curso Casupá derrama.
Llenando sus riberas de frescura.
Que ya la alfombra de tejida grama.
Ya el bosque ostentan, cuyo toldo espeso
Jamás penetra la febea llama.
No aquí del arte el monótono exceso
Sus simétricas calles manifiesta,
De natura estragando el embeleso.
De diferentes árboles compuesta.
Los varios grupos desigual levanta
En hermoso desorden la floresta.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 301
El grueso lauro de soberbia planta,
El duro molle, el canelón frondoso,
La excelsa palma que la vista encanta,
Enlazados en vínculo amistoso
Mezclan sus copas, cobijando el suelo
Húmedo con sombrío delicioso.
Aquí mil avecillas, sin recelo
De flecha, ó lazo, ó escopeta fiera.
Cruzan de rama en rama el libre vuelo.
Aquí gime la tórtola arrullera.
Aquí sus tonos la calandria agita,
Aquí canta la dulce ratonera
Música suave que en el alma excita
Plácido disvariar, y blandamente
A leves sueños halagüeña invita.
Ni menos embeleso halla la mente
En la alta loma, y el florido prado,
Y en el cerro riscoso y eminente.
Por éste con ligero pie el venado
Trepa, llevando en su gentil cabeza
El ganchoso cornaje enarbolado;
Y en aquéllos, do Flora su riqueza
Entre el verde tapiz vario y hermoso
Derramara con pródiga largueza,
El hato mugidor el perezoso
Paso mueve, paciendo la crecida
Yerba con diente rígido y goloso.
¡ Cuan sencilla, cuan bella, cuan lucida
Se muestra aquí natura, no viciada
Por la mano del hombre corrompida!"
Todos los tercetos tienen la misma ternura, el mis-
mo sabor, la misma académica y cincelada forma. Lo
cierto es que los románticos de la época que sigue á
3Ó2 HISTORIA CRÍTICA
la época en que esta composición se escribía, — aun-
que hayan sabido llorar exquisitamente sus pesadum-
bres y conquistarnos el bien de la libertad en el arte,
— jamás imaginaron ni compusieron estrofas tan poé-
ticas y apacibles como estos tercetos, donde la verdad
de los epítetos y la cadencia de las consonancias y
lo puro del lenguaje brillan y resaltan como rayos
de sol primaveral en una fronda virgen y embalsamada
por bermejos capullos.
Oid aún cómo, después de hablar de los múltiples
lances de la caza, la musa refiere el monótono y ador-
mecedor goce de la pesca:
"La pesca descansada y agradable.
Del imaginativo pensamiento
Callada compañera inseparable;
La pesca en fin filósofa, fomento
Al hondo meditar, también seranos
De igual, sino mayor divertimento.
¡ Oh qué gusto será mirar ufanos
Colgado el pez de la flexible caña.
Haciendo por soltarse esfuerzos vanos!
No le libertara de nuestra maña
Ni el bosque marginal del arroj'uelo,
Ni su tupida juncia y espadaña.
Que al dulce cebo de falaz anzuelo,
De sus húmidas cuevas atraído
Vendrá al fatal engaño sin recelo."
El relato, que terceto á terceto multiplica sus ricos
tonos y sus decires de sabor arcaico, concluye con la
rápida descripción de una gruta de alcobas tan bellas
como extrañas, donde ríen el suspiro del céfiro va-
garoso y el bullir del caudal de cristales azules. Allí,
ante la naturaleza, que yace en languidez y reposa en
calma, la musa se engrandece poseída por una inde-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 303
cible emoción, sintiéndose capaz de caridad y afecto
para con todo y para con todos, bajo el silencio au-
gusto del bosque plácido y secular.
La Epístola á Doricio, escrita en 1832, es una de
las notas más altas que nos ha dejado la escuela á
que perteneció don Francisco Acuña de Figueroa.
A pesar del acre estruendo de las batallas y del
clamor continuo de las polémicas, otros muchos in-
genios, merecedores de encomio y de recordación, se
dedicaron al apacible cultivo de las musas desde 1830
hasta 1865. La actividad poética no encontraba un obs-
táculo, sino un acicate en la actividad política, siendo
el trípode deifico á modo de Sinaí y á modo de Tabor.
En aquellos lustros de algaradas ideológicas y mar-
ciales torneos, no fueron pocos los que, como don
Melchor Pacheco y Obes, entretenían sus ocios y sus
pesares rimando girondinas quimeras y amargas de-
cepciones. Nacido en Buenos Aires el 20 de Enero
de 1809 y muerto en Buenos Aires el 21 de Mayo de
1851, pero bien enlazado por su vida y por su corazón
al corazón y á la vida de nuestro terruño, fué don
Melchor Pacheco un tribuno ardoroso y un soldado
viril, haciendo lujo de estoicismos laconios y bravuras
romanas en la época que ilumina la luz de Ituzaingó.
Los acontecimientos de 1842 le encontraron al frente
de la comandancia militar de Soriano, desde donde,
no pudiendo resistir á la invasión de las fuerzas alia-
das con Rosas, vino á engrosar la hueste de los encas-
tillados tras los ciclópeos muros de Montevideo. Uni-
tario y antioribista desde las primeras horas de la
Defensa, fué el alma y el acero de la ciudad sitiada,
en la que dispuso y ordenó á su antojo, no reparando
en medios para adquirir recursos y sostener el brío
de sus legiones. Bajo su férula, que pecó en ocasiones
de dura y de bravia, les fué preciso á todos aceptar
304 HISTORIA CRITICA
el impuesto de sangre ó de fortuna que les marcó su
voluntad inquebrantable y dominadora. Representante
del gobierno de la Defensa en Francia, permaneció
largo tiempo en París, siendo su vida como un ro-
mance complicadísimo, pues conoció el destierro con
sus estrecheces, la diplomacia con sus intrigas, la
tribuna con sus efervescencias, la popularidad con sus
veleidades y sus abandonos, haciéndose tiempo para
escribir opúsculos y enhebrar estrofas que selló con
su sello la musa romántica. Como Juan Carlos Gó-
mez, como Fermín Ferreira, como Fajardo, se lanzó
tras las huellas de Echeverría, siendo la más sentida
y la más celebrada de sus composiciones la que lleva
por título El cementerio de Alégrete.
"Los que en las dichas de la vida ufanos
Corréis jugando su azarosa senda.
Ceñidos de fortuna con la venda
Que os muestra eternos sus favores vanos;
Los que de risas y venturas llenos,
Orlada en flores la altanera frente,
Cruzáis por esa rápida corriente
Que en barca de dolor surcan los buenos;
Los que libáis en la nectarea copa
De los placeres sus delicias suaves.
Como los trinos de doradas aves,
Como los besos de una linda boca:
Volved la espalda á la suntuosa sala
De orgullo y oro y corrupción vestida,
Venid á este salón á que os convida
La muerte orlada de su eterna gala.
Venid á este salón, á cuya puerta
Malgrado tocaréis en algún día;
Aquí de los vapores de la orgía
Vuestra alma libre se verá despierta.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 305
Y es bueno conocer una posada
A que hemos de llegar precisamente,
Ya se marche en carroza refulgente.
Ya arrastrando entre zarzas la pisada.
Y es útil levantar esas cortinas
Que la heredad envuelven más preciosa
Y del que planta solamente rosa
Y del que coge solamente espinas!
Y es justo contemplar lo que nos queda
De todos los regalos que da el mundo,
A los que estamos en dolor profundo
Y á los que ensalza la voluble rueda!"
En el mismo tono melancólico y grave se des-
envuelve el resto de la composición. Los dichosos de
la tierra no debieran olvidar nunca que todo concluye,
que todo muere, que todo se olvida.
"Sí, que en dolor el alma desgarrada
Al reino de la muerte nos llegamos,
Y en su espejo infalible divisamos
Que gloria, pena, dicha, todo es nada!
Sí, que en este lugar se os vé temblando
Palidecer entre congoja y miedo,
Y del manto del tiempo el viejo ruedo
Con mano desperada asegurando,
Quisierais detenerle en su carrera
Que os arrastra tranquila y majestuosa,
Y al batir de su pie sobre la fosa
Que inevitable al término os espera!"
Si el ataúd llega á la última morada precedido de
regia pompa, es que el mundo engañoso nos arroja
de sí con engañoso estrépito. Nuestros despojos no
son sino lecciones que no sabe aprovechar la pru-
20. - I.
3o6 HISTORIA CRÍTICA
dencia humana, y que le dicen elocuentemente que
nuestra soberbia es un montón de lodo.
¿Lo dudáis? Preguntad al procer fiero
Que entre mármol y bronce allí reposa,
Al Creso que recubre aquella losa,
Al bravo que allí duerme con su acero,
¿A dónde está el poder, dónde la gloria
Que tanto de la tierra era preciada,
Dó la opulencia que brilló envidiada,
A dónde el himno audaz de la victoria?"
Todo del fango viene y en fango se deshace. Todo
pasa y se pierde, como nube de humo que el viento
disipa. La musa, que lo sabe, se ríe de los favoritos
del poder y la felicidad, recostada en las tumbas
cubiertas de hiedra.
Lo esmerado de la educación recibida en los cole-
gios de Buenos Aires y de Río Janeiro, salvó al poeta
de los abultamientos de que se vanagloriaba el fe-
briciente lirismo de sus contemporáneos. Por desgra-
cia no le salvó de sus incorrecciones rítmicas, como
fácilmente se echa de ver leyendo las cuartetas en-
decasílabas de su ¡Adiós! ó las octavillas italianas
de su Ella y el clavel. Tampoco pudo salvarle del
doloroso engaño de mirar la existencia á través de
los vidrios de aumento de su fantasía. El romanti-
cismo consiguió que la imaginación se impusiese á
la lógica lo mismo en métrica que en política, y como
la realidad nunca responde al ensueño, los reveses
siguieron á los reveses y las decepciones á las decep-
ciones, justificando los lacrimosos ayes de aquellas
dispépticas y misántropas liras. Volvieron derrotados
y tristes de su viaje á las playas del ideal, conside-
rando el mundo como un manojo de sombras movido
DE LA LITERATURA URUGUAYA 307
y removido por las pamperadas de la fatalidad. El
crucero de la vida es un terrible naufragio para aque-
llos soñadores empedernidos, como fué un terrible
naufragio para la nerviosa exasperación de Juan Car-
los Gómez.
Pero mucho más de lo que nosotros pudiéramos de-
cir sobre la fantasía y la versificación de Melchor
Pacheco, dicen las estrofas que van á leerse y que
constituyen la más acabada muestra de lo que fué
nuestra romántica modalidad:
"Y dijo un día el fabuloso Oriente:
— Yo tengo aromas que mi Arabia dá,
Y le forman las hadas de sus risas
Cuando al Edén descienden en solaz.
Tengo diamantes cual la luz sin tacha;
Los guarda cuidadoso mi Ceilán,
Y nacen de la lágrima amorosa
De las hurís que en mi paraíso están.
Tengo perlas en nácar escondidas;
Se forman de las gotas de cristal
Que vierten mis mañanas, y recogen
Mis ninfas en su seno virginal.
Tengo también entre mi mar extenso,
Vestido de carmín, rico coral ;
Sangre pura que suele á mis sirenas
La punta de las rocas arrancar. —
Y yo le respondí: — Del labio de ella
El ámbar prueba que sonriendo dá;
Y dime, ¿cuál aroma de tu Arabia
No quisieras por él luego cambiar?
Mira la luz que vierte de sus ojos
Y que el dulce pudor viene á velar;
Y dime si ves luz en los diamantes
Con que se enorgullece tu Ceilán.
3\>8 HISTORIA CRÍTICA
Mira la pura lágrima que envía
De su pecho la angélica piedad;
Y dime lo que valen esas perlas
Que se cambian con vidas en tu mar.
Ve en su linda mejilla los colores
Con que suele á la rosa embelesar,
Y quiebra entre tus rocas los corales
Que pálidos y pobres ya verás.
¿Para dar á tus joyas más valía
Maravillas me vienes á contar?
Para hacer que te admires de mi joya
Ahí la tienes en toda su verdad!
De tus hadas la vara misteriosa,
Sus dorados palacios de marfil;
La beldad que escondida en mirra y flores
Amorosas ofrecen tus hurís;
Tus sirenas de cantos melodiosos
Con diademas de perlas y rubí ;
Y tus ninfas que arrastra en carros de oro
Sobre mares azules el delfín:
¡Oh! que vengan con todos sus encantos,
A contemplarla en su beldad gentil,
Y perderás Oriente fabuloso
Las ilusiones que adorar te vi!
Si prescindimos de la monótona cadencia de estas
estrofas, monotonía explicada por el empleo de los
asonantes agudos, ¿puede la imaginación desear un
festín más sabroso, más oriental, más poéticamente
ornamentado? Nuestro romanticismo, como roman-
ticismo, nada tiene que le caracterice con tanta pro-
piedad como esta calurosa página métrica de la musa
de don Melchor Pacheco y Obes.
Sobresale también, entre los ingenios de aquella
época, el coronel don Pedro P. Bermúdez, nacido en
DE LA LITERATURA URUGUAYA 309
1816 y muerto en 1860. Colocado entre la agonía del
clasicismo y el apogeo de la excentricidad romántica,
tiene por lo común la perfección con que se reviste
la primera de estas modalidades retóricas, sin carecer
de los líricos fantaseos propios de la segunda. Es-
cribió algunas composiciones sueltas y un drama his-
tórico en cinco actos, cuya representación fué un
triunfo y que lleva por título El Charrúa. En verso
está escrito todo el trágico drama, hasta la dedica-
toria y el prólogo, siendo este último uno de los me-
jores romances octasílabos que poseemos, no sólo por
la casticidad de su dicción, sino también por los fieles
tiazos con que reconstruye el tipo y los usos de la
ra^a charrúa, de aquella raza invencible é indómita
que, según el poeta,
"Iba en el crinado potro
Recorriendo la campaña.
Cruzando ríos y arroyos,
Y bosques y hondas quebradas,
Y pantanos y chircales,
Y lagunas y montañas....
Siempre respirando bríos,
Siempre vomitando saña,
Siempre blandiendo su pica,
Siempre soñando venganza."
El diálogo de la obra, que es un poema escénico
más que un verdadero drama, no se distingue por la
naturalidad y la animación, pues el poeta abusa con
frecuencia de los parlamentos que le permiten lucir
sus dotes de versificador armonioso é imaginativo.
Como describe bien y rima con una maestría poco
común en aquellos lustros en que la política y la li-
teratura eran como un febriciente tanteo, sus líricas
310 HISTORIA CRÍTICA
tiradas nos producen deleite y nos fatigan menos de
lo que hace esperar su mucha inexperiencia en cosas
de teatro.
La acción del drama se desenvuelve en 1573, inter-
viniendo en ella Juan Ortiz de Zarate, el capitán Car-
vallo, y los charrúas Zapicán, Lirompeya, Abayubá,
Magaluna y Urambía. Abayubá adora en Lirompeya,
que paga bien los quereres del indio heroico, el que
la dice á la sombra de nuestros ceibos, donde levanta
sus cavatinas el cardenal :
"Un beso tuyo, Lirompeya mía.
Es más dulce que miel, y tus amores
Más bellos para mí que lo es al día
El luminar de inmensos resplandores."
Zapicán, padre de Lirompeya, le concederá la mano
de la virgen salvaje al charrúa valiente, cuando hayan
conseguido arrojar á los españoles del patrio suelo,
y la sangre del mozo hierve irritada por la impacien-
cia, mientras su mano aguza las saetas de su carcax,
"Cuando pienso, mi bien, que está lejano
El instante que dichas me asegura;
Cuando pienso, mi bien, que de un tirano
Y su exterminio pende mi ventura."
Abayubá, movido por Zapicán, negocia un convenio
con las otras tribus guerreras del pago, á fin de ex-
pulsar á los peninsulares de nuestras costas, cele-
brando los caciques una gran asamblea para resol-
ver el instante y el modo de llevar á la práctica sus
planes de vindicta libertadora. Las opiniones están
divididas. Zapicán quiere que se apresure el momento
de la liberación; pero Urambía. ciego y anciano, cree
DE LA LITERATURA URUGUAYA 311
que no ha llegado la oportunidad de oponer el dardo
al mosquete y la pica á la espada, porque ni todas
las tribus están reunidas para el combate, ni se ha
dormido aún la cautelosa desconfianza de los intru-
sos. Zapicán insiste y Urambía trata de conmover su
paternal ternura, pintándole los peligros á que la
derrota expondría á Lirompeya:
"Concédeme también que te recuerde
Tu hija querida, pura como el alba:
La pierdes con la patria, si se pierde;
La salvas con la patria, si se salva."
Magaluna está inquieto. No cree en el triunfo. Ha
tenido un sueño que le desazona y que cubre su cuerpo
de atleta con un sudor frío. Cuenta su pesadilla, pro-
nóstico de desastres y de esclavitud, para reforzar el
piudente discurso del anciano Urambía. Vio que so-
bre una loma, extensa y desprovista de toda vegeta-
ción, su tribu se batía con los extranjeros, siendo te-
rriblemente vencida y apacentándose los caranchos
con cadáveres indios. Allí, junto á los suyos, lívido
el rostro y polvoso el labio, pero aun reteniendo la
tronzada lanza en su mano heroica, yacía Zapicán. Y
Magaluna dice á los caciques:
"Tornando en vuestro acuerdo, no imprudentes
Despreciéis los avisos que dá el cielo
A las dormidas gentes."
Zapicán se obstina. Un augurio feliz puede contra-
rrestar el triste augurio de la siniestra visión de Ma-
galuna. Toma una flecha de su carcax, la coloca en
su arco, y la dispara como si pretendiese herir á las
nubes. La flecha asciende girando por los aires, y
31(1 HISTORIA CRITICA
vuelve á desce,nder clavándose silbadora sobre la es-
cena. Ya está vencida la mala suerte. Abayubá, que
comparte las impaciencias de Zapicán, se pone de pie
y grita con ardimiento:
"¿La veis, la veis, amigos? Hay quien duda
De la victoria ahora? Sin tardanza
Embrazad vuestras armas, y bizarros
Corramos á la lid y á la venganza!"
El acto tercero concluye con la despedida de Li-
rompeya y Abayubá. Este la dice:
"Llegó, Lirompeya amada,
El instante torvo y fiero
En que el labio del guerrero,
Sofocando su ay! de amor,
Entone con habla airada
El audaz canto de guerra.
Que hace tremer á la sierra
Y agitar el corazón."
La virgen de los toldos, no queriendo ser menos,
le responde con esta otra octavilla italiana:
"¡Otra lid! Dame tus brazos.
En ellos encadenada
El alma á tí consagrada
Ahogue, talvez, su dolor.
Y es verdad? Aquestos lazos
Que unen mi vida á tu vida,
Va tu funesta partida
A desanudarlos hoy."
En el acto siguiente, en tanto que los charrúas se
preparan á la matanza que ha de asegurarles la sobe-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 313
ranía de nuestras costas, donde las juncaleras se me-
cen á los soplos del aliento estival, el capitán Car-
vallo, valiéndose de Ontiveros, un desertor de la es-
cuadra española, hace llevar un cartel de desafío al
brioso Abayubá. El cacique no rehusa el combate, y
adelantándose hasta las empalizadas del fortín, dice
con voz serena estos octasílabos, que podrían figurar
entre los mejores del antiguo romancero español:
"Guardias que dentro esos muros
Asilando vuestra audacia
Esquiváis de los charrúas
La certeza y alta lanza,
Id, y á Carvallo el infame
Que aquí, escondido, os comanda.
Decidle que el que emplazó
Ya está en abierta campaña
Esperándolo, deseoso
De verlo jugar sus armas
Para ver si corresponden
Las obras á las palabras.
Decidle que viene solo,
, Aunque trae en su compaña
El desnudo pecho osado,
Su no mentida arrogancia,
Su valor, su aguda pica
Y su anhelo de venganza."
Y el charrúa, cada vez más altivo, termina así:
"Decidle que deje el lecho
Si es que, acaso, en él descansa.
Que vista tejida cota.
Que cale espesa celada,
Que embrace fuerte rodela,
Que empuñe filosa espada.
3Í4 HISTORIA CRÍTICA
Y me traiga su cabeza,
Tanto tiempo aquí esperada,
Y juróle por mi vida
Que al frente de sus murallas
Le será por este brazo
Y con sus armas cortada."
Carvallo hace que sus ballesteros se apoderen del
indio, y aprisiona también á la amada de éste, atraída
al campo de la lucha por un ardid mañoso. Al verla
entre sus redes, Carvallo codicia la hermosura de la
grácil indiana, como el milano codicia á la paloma
de plumaje azul; pero Lirompeya, aunque cautiva en-
tre los muros del fortín hespérico, resiste á la lujuria
del capitán, quien se goza anunciándole el pronto su-
plicio del cacique que supo robarle el corazón. En
el acto quinto, Lirompeya, en uno de los coloquios
que ponen á prueba su amor y su virtud, roba su pu-
fíal al jefe de los peninsulares, pensando con amarga
alegría que los muertos son libres. Poco después, Aba-
yubá, ya cerca de la hora de su martirio, medita, ante
el calabozo de su adorada, en lo engañoso de sus
visiones de triunfo y de ventura. Pasaron para siem-
pre, como el camalote que las olas del río arrastran
hacia el mar.
"Pasaron, sí, pasaron los ensueños
De guerra, de victoria y de venganza,
Con que bajo mi toldo el Grande Espíritu
En horas de reposo me halagaba.
Parto al país de los justos: un pie mío
Toca el linde feliz de esa morada.
Mis ojos van á ver dentro de poco
No esta cadena vil y estas murallas.
Sino los verdes y quebrados campos
Donde mi padre y mis abuelos vagan
DE LA LITERATURA URUGUAYA 315
Tras el venado y avestruz ligeros,
Gozando de la paz y de la caza.
Yo con ellos allí.... Yo! solo! y ella!
¡Ella del blanco aquí mísera esclava!....
¿Ella esclava del blanco? ¡Lirompeya,
Ven conmigo á la patria de las almas!"
La joven, al escuchar la voz de su adorado, fuerza
el cerrojo de su prisión, y sigue una escena de amor
que es una de las más hermosas escenas del drama.
"Abayubá. — ¿Es posible? ¡ En mis brazos ! ¡Lirompeya!
¿Oíste cuando al labio te llamó?
Era que ansiaba verte, estar contigo,
Rodear tu cuello y escuchar tu voz.
El indio no era un hombre en ese instante.
Era la frágil caña seca ya
Que en pie se tiene, mas que vuela en piezas
Si á su paso la toca el huracán.
Sintiéndome f laquear, — perdón, — tu nombre
Yo escondí aprisa aquí en el corazón,
Y volví á ser charrúa, mi ser todo
Transpiró fuego y bríos y valor.
Lirompeya, (mostrándole el puñal). —
Lo ves? Hagamos juntos el gran viaje.
Nos esperan tu padre y Zapicán;
No vaciles, partamos, si demoras
Dentro un momento será tarde ya.
Abayubá. — ¡Y yo he de ver tu sangre gota á gota
Salpicando la lóbrega prisión
Que levantara en nuestra libre tierra
El odiado poder del español!
3i6 HISTORIA CRÍTICA
Lirompeya. — Si el rayo tronza el corpulento ceibo
Que se asoma al torrente bullidor,
La alta copa, rodando en la corriente,
La blanca flor del aire lleva en pos.
Y así, como nosotros, enlazados
De risco en risco despeñados van,
Y al cauce llegan del arroyo, y siguen
Del lago al río y desde el río al mar."
Lirompeya, después de este diálogo riquísimo en
imágenes, se hiere con el puñal que robó á su ver-
dugo, alargándole, al espirar, el ensangrentado acero
á su prometido. Éste á su vez, se mata sobre el ca-
dáver de la virgen india, mientras los charrúas asal-
tan el fuerte, apoderándose de Carvallo.
Tal es el asunto y tal es la versificación del drama
histórico de Bermúdez.
También en pleno romanticismo, en 1848, escribióse
un drama trágico en siete cuadros y en correcta prosa.
Ese drama se titula Amazampo. Su autor era oriental
y no debió ser lerdo, sino muy avisado; pero ocultó
su nombre con modesta é incomprensible solicitud.
La obra cautiva por su lenguaje y por su grandeza.
La acción es viva y rápida; el diálogo es fácil y elo-
cuente; el asunto es escénico y original. La acción
del drama se desarrolla en Lima y sus alrededores
hacia el año de 1636. El primer cuadro representa el
interior de una vasta caverna, en cuyo fondo se abre
la negra boca de un precipicio donde grita un to-
rrente. Amazampo, el cazador nervudo y terrible de
conquistadores, aparece en la gruta brumosa y sel-
vática, circundado de indios que le miran con tris-
teza y respeto. Por orden del caudillo, los indios se
alejan en busca de tigres y en busca de hispanos, para
apagar con sangre de extranjeros y fieras la sed del
DE LA LITERATURA URUGUAYA 317
territorio que ultrajan implacables la zarpa y el mos-
quete. Amazampo se queda á solas con Zorés. Éste le
pregunta la causa de la inercia, de la melancolía, del
desaliento en que yace el caudillo, que poco antes era
terror de los extraños y orgullo de su raza. Ama-
zampo responde que está cansado de vivir, Maida, su
estrella, la virgen de los bosques, la hermana de Zo-
rés, ha dejado de amarle ó no le amó jamás. Lo siente.
Lo adivina. Se lo dicen á gritos el cielo y la tierra.
Lo sabe por el ave que pasa y la flor que se rompe.
Todo se lo asegura á su corazón. Y el caudillo no
miente. Maida, la indígena de ojos de paloma y talle
de junco, está apasionadísima de Fernando, heredero
del conde de Chacón, virrey del Perú. Poco después
Amazampo sorprende una cita de los amantes, des-
arma á su rival y va á darle muerte, cuando Maida
interviene y dice entre sollozos:
"Maida. — Piedad, piedad para mí . . . . yo le amo.
Amazampo. — Precisamente porque tú le amas, debe
morir.
Maida, (junto al abismo). — Hiere si quieres que
Maida muera."
En ese instante los indios se acercan. El caudillo,
cuyo amor se sublima con el desengaño, protege la
fuga del mozo y la niña, exclamando con noble des-
prendimiento :
"Amazampo. — Maida, sé dichosa sin mí; si eres
desgraciada, llámame."
El cuadro segundo representa un subterráneo. Allí
están los sepulcros de los antiguos reyes del Perú.
El fuego sagrado brilla sobre un altar. Outougamés,
el último descendiente de la familia incásica, habita
el subterráneo. Es un anciano ciego, pero que aun
sueña con las glorias y el triunfo de su estirpe. En
ese subterráneo se oculta Maida. En ese subterráneo,
3í8 HISTORIA CRÍTICA
Ataliba, Zorés, Ossani, Adasio y Amazampo traman
el modo de aniquilar al conquistador. Amazampo ha
descubierto que un árbol salvaje, el árbol de la muerte,
un árbol tenido por venenoso, es un árbol de vida. El
zumo de ese árbol cura la fiebre que despuebla el
país. Los indios cuidarán de que el secreto benefac-
tor no sea conocido por los españoles. El árbol de
la selva sólo debe ser útil á los naturales. El extran-
jero seguirá considerando su zumo como una pon-
zoña. Así la fiebre acabará con la raza maldita. Maida
sale de su escondite para decirles que el real sarcó-
fago ya no es un refugio para los indígenas. Don Juan
de Alvarado conoce el secreto de aquel asilo, que
pronto invadirán los conquistadores. Outougamés se
mata, haciendo jurar á la virgen india que no revelará
las ocultas virtudes del árbol de la muerte. Amazampo
favorece de nuevo la fuga de Maida, enseñándole una
salida que pone al subterráneo en comunicación con
el palacio del virrey del Perú. Luego incita á los in-
dios á batallar sin tregua con los españoles.
"Amazampo. — Jurad disputarles brazo á brazo, uno
contra mil, los altares de la patria. ... y si somos
vencidos, si sobrevivimos, juremos, americanos, que no
vencerán nuestro odio. — Que no nos arrancarán una
súplica. . . . que si no podemos combatir como leones,
nos arrastraremos como serpientes hasta devorarles
las entrañas!"
Los indios juran, en el mismo momento en que
aparece Alvarado y grita á los suyos: — ¡Derribad ese
altar!
En el cuadro tercero Amazampo, Ataliba, Zorés y
Ossani están prisioneros. Maida, á quien desprecian,
les dice que Fernando ha prometido interceder por
ellos y salvarles la vida. Son acusados de rebeldes y
de envenenadores. Los extranjeros atribuyen la fie-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 319
bre á una ponzoña que la astucia de los indios les su-
ministra de un modo incomprensible. Al saber Ama-
zampo la promesa de su rival, dice con desconsolado
desdén : — ¡ Prefiero morir ! — La madre de Fernando,
la virreina Teodora, cuando el tribunal condena á
los caciques al suplicio del fuego, ordena la suspen-
sión del fallo cruel hasta que el conde de Chacón,
que anda explorando tierras, regrese á Lima. El pue-
blo insiste en que el fallo se cumpla y cuando el tu-
multo se convierte en borrasca amenazadora, Chacón
aparece declarando que la fiebre es una enfermedad
y no un maleficio. En ese instante la virreina vacila.
El médico declara que ha sido atacada por el mal te-
rrible. Maida se ofrece á cuidar á la enferma y Ama-
zampo se angustia pensando en el contagio á que se
expone Maida. En el cuadro que sigue, Amazampo
da á Maida un pomo conteniendo el zumo salvador
del árbol de la muerte. Teodora, expirante, arranca
á Fernando la promesa de regresar á España después
de su muerte, para casarse allí con la noble y hermosa
Inés de Sandoval. Maida medita que si la virreina re-
cobra la salud, su Fernando no partirá. Cuando va á
mezclar con la medicina de la virreina el contenido
del pomo que le entregó Amazampo, la sorprenden
y acusan de atentar á los días de su bienhechora.
Maida no puede defenderse sin traicionar el jura-
mento que hizo en el subterráneo al inca moribundo.
Calla y es condenada á muerte. Fernando se aparta
con horror de ella, á quien conducen los guardias del
virrey al fuerte de Lima. La enferma queda sola.
Amazampo aparece por el camino secreto que va al
subterráneo y la obliga á beber el zumo salvador.
Sorprendido á su vez manifiesta que la intención de
Maida fué salvar á la enferma, y se ofrece á quedar
en rehenes hasta que la virreina recobre la salud. El
3ao HISTORIA CRÍTICA
milagro es sólo cuestión de horas. En el cuadro úl-
timo Alvarado quiere apresurar el suplicio de Maida;
pero al fin se sabe que ésta es inocente, que aspiró á
la vida de la virreina y le devuelven la libertad. Zo-
rés, al saber que Amazampo traicionó el secreto del
árbol indígena, mata al cacique por perjuro á sus dio-
ses y traidor á su tierra, — y Amazampo muere con
sus manos convulsas entre las manos de Fernando y
de Maida.
Si el drama seduce por la rapidez de la acción, lo
romántico de la trama y la hermosura de la fraseolo-
gía, el drama deja mucho que desear como labor his-
tórica. El virrey del Perú, en la década que va desde
fines de 1828 hasta fines de 1839, no tenía el título
de Chicón. Fué catalán y conde de Chinchón, llamán-
dose Luis Jerónimo Fernández de Cabrera. En cam-
bio es cierto el episodio del árbol de la muerte que
se transforma en manantial de vida, pues la quina fué
descubierta bajo el reinado del tercero de los explo-
radores del Amazonas. Lo que no es cierto es que
los indios suministraran ese remedio á los conquista-
dores. Cuando en 1628 la virreina se sintió fuerte-
mente atacada de unas tercianas, el célebre medica-
mento le fué suministrado no por un indígena, sino
por el rector de los jesuítas, que recibió la magná-
nima droga de un misionero errabundo y civilizador.
Lo que no podemos poner en duda es que el virrey
era tan ingenioso como justiciero, y tan prudente
como aguerrido, principiando en su época, aunque no
por su culpa, la decadencia de las famosas minas del
Potosí. Maguer lo común de algunos incidentes y
maguer las mentiras con que el autor desfigura la
verdad histórica, la labor del drama es labor artística
y el drama vale la pena de ser leído. Hay elocuente
naturalidad en sus diálogos, calor en el movimiento
DE LA LITERATURA URUGUAYA 321
de SUS pasiones, vida espiritual en sus personajes y
hondo conflicto en la batalla de sus deberes. Es una
nota de feliz augurio en los orígenes de nuestro tea-
tro. No sé si el drama fué impreso por su autor ; pero
conozco su manuscrito, que se encuentra en la Biblio-
teca Nacional de Buenos Aires.
II
Poco nuevo podemos decir al estudiar á don En-
rique de Arrascaeta. Fué jurisconsulto, legislador y
ministro de Estado, manifestándose su ingenio en
toda su plenitud desde 1844 hasta 1847. — Coleccionó
en un libro sus principales composiciones en 1850, y
publicó una antología de poetas americanos en 188 1.
Cuando nosotros le conocimos, ya los años encorva-
ban su no muy elevada estatura. Era de decir correcto
y doctrinal, sin ninguna de las condiciones externas
que la musa romántica se gozó en imponer á los for-
jadores de madrigales y serventesios. Sin larga me-
lena, ni pálido rostro, ni ojos hundidos, ni ademanes
trágicos, era lo que deben ser un hombre de talento
y un ciudadano probo. Como á todos los bardos de
su tiempo, le faltó la imaginación verbal. Su len-
guaje era menos fogoso y menos encumbrado que sus
ideas. Oídle hablar de la mujer en La flor del desierto.
"Rica planta que ciegos despreciamos,
Cuyo inmenso valor no conocemos,
Y con nuestro abandono la secamos
Sin verla florecer,
Como el hombre educada ella sería
Del hombre el más riquísimo tesoro....
A su mágico hechizo reuniría
Su genio y su saber.
2í. - I.
3aa HISTORIA CRITICA
Entonces todo para el hombre fuera:
Esposa casta, deliciosa amiga,
En su incierto vivir lo dirigiera
Cual prudente mentor.
Amante fuera su ilusión, su encanto,
Y madre fiel, remedo de María,
Fuera en fin, como dice el libro santo.
Su tesoro mayor."
Oidle ahora dirigirse á la divinidad en su Alabanza
al Señor:
"Heme, Señor, en tu sagrado templo.
Aquí vine de tí solo inspirado.
Desde mi hogar tranquilo y olvidado,
A alabarte en tu inmensa excelsitud.
Heme, Señor, aquí ; ante tus aras
Del profeta la voz presente tengo,
Y con su unción á tu santuario vengo,
Si no pulso su armónico laúd.
Heme solo. Señor, en tu presencia;
Familia, esposa, amigos y afecciones,
Intereses mundanos y pasiones
A las puertas del templo las dejé.
Allá quedan, también, mi vana ciencia,
Rota y sin cuerdas la profana lira;
Del mundo, y su egoísmo, y su mentira,
Para llegar á tí me despojé."
Correcta casi siempre, pero siempre fría, poco in-
flujo ejerce sobre nuestro espíritu la musa de don
Enrique de Arrascaeta. Es que le faltaba, como he-
mos dicho, la imaginación verbal, ó sea el poder de
caldear las frases en el horno de la fantasía, eligiendo
y ordenando las voces poéticas hasta que su enlace
DE LA LITERATURA URUGUAYA 383
resulte la copia fiel y sugestionadora de lo que mira,
siente y piensa el ingenio que las elige y que las
agrupa. Casi todos nuestros románticos carecieron de
ese precioso é instintivo poder, que obra sobre nues-
tras facultades anímicas como el hipnotizador obra
sobre la voluntad del que se somete á sus experien-
cias. La poesía no es otra cosa que la expresión de la
belleza ideal por medio de la palabra. La inspiración
es la chispa que salta del choque de las fuerzas que
componen la actividad del genio, así como el genio
es el don de concebir y de ejecutar la belleza de un
modo tan nuevo como sorprendente y hechizador. La
poesía aventaja á las otras artes, sin excluir á la mú-
sica misma, en que, al servirse de la palabra, puede de-
signar lo que las otras artes no lograrían por sus medios
simbólicamente representativos, pues la palabra tra-
duce sin esfuerzo ni ayuda todos los fenómenos de
la naturaleza física y todos los fenómenos originados
en el mundo de nuestro espíritu, desde los más tri-
viales hasta los más sublimes. Las aventaja también
en lo completo de la exposición, pues no necesita de
preámbulos explicativos, como la música, obligada á
echar mano de accesorios y de alianzas que determi-
nen su sentido real, ó como la arquitectura, que exige
una clave para la inteligencia de su simbolismo gó-
tico ó arábigo. Como el primero de los fines de la
poesía es deleitar, reproduciendo la belleza por medio
de la palabra, el lenguaje poético debe ser apropiado
al primero de los fines que persigue la poesía. Por
eso, además de servirse del verso, — ó sea, del ritmo,
el número, la medida y la repetición ordenada de los
mismos sonidos, — el lenguaje poético se diferencia
del lenguaje prosaico en que al primero le es lícito
el uso de inversiones gramaticales que no serían acep-
tadas en prosa, así como también en que á la poesía
334 HISTORIA CRITICA
le es lícito el uso más frecuente y atrevido de las
metáforas, la perífrasis y las prosopopeyas, porque la
poesía no sólo las busca con solicitud, sino que se
complace cuando las halla y se enorgullece cuando
las emplea. El lenguaje poético, además de tener á
su alcance todas y cada una de las voces útiles á la
prosa, tiene otras muchas voces exclusivamente su-
yas, como los arcaísmos, gozando del privilegio de
quitar ó añadir letras á ciertos vocablos, y gozando
de la libertad de dar á ciertas expresiones un sentido
de que carecen en el lenguaje común. La poesía lí-
rica, que es la que canta los gozos y las penas, los
sentimientos y los ideales, todo lo que constituye el
mundo interior del espíritu del artífice, está obligada
más que otra alguna á ser noble y ardiente en sus
ideas y en su dicción. El carácter impersonal de la
poesía épica, y la índole representativa de la poesía
dramática admiten que cada héroe hable su lenguaje
propio, sea este lenguaje pintoresco ó no; pero la
poesía lírica, producto de un alma que traduce lo que
tiene de más íntimo y verdadero, debe ser siempre
inspirada y fascinadora, hasta cuando se cubre con
las brumas, negras ó grises, de la desesperación y la
melancolía. En su profundo desprecio por la forma,
nuestros románticos olvidaron que la poesía tiene y
debe tener su especialísima elocución. A la prosa le
bastan el estudio y la práctica. El poeta necesita, ade-
más de la práctica y del estudio, del instinto que le
permite transformar las palabras en colores y los vo-
cablos en sentimientos. Ese instinto le faltaba á don
Enrique de Arrascaeta. Lo que dio de sí su romántica
musa, diralo mejor que nuestras palabras la poesía
que reproducimos á continuación y que lleva por tí-
tulo el hermoso título de Esperanza.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 325
"Tras largos años de discordia impía
Debe el poeta su laúd pulsar,
Hoy que ve puro el cielo de la patria
Y brilla en él el astro de la paz.
Que esas sombras que nublaron
Nuestro cielo ya pasaron,
Quizás para no volver,
Bien lo dicen elocuentes
Esos rostros sonrientes
Dó se viera el duelo ayer.
La madre al hijo querido.
Que á sus caricias dormido
Ve en el halda maternal,
¡Ay! no mire más sin vida
Por el plomo fratricida
Sobre el desierto erial.
Tiempo es ya que cese el llanto
Que causara duelo tanto.
Basta ya de destrucción.
Cruel y largo fué el martirio.
Fruto amargo del delirio
De política pasión.
El hombre probo, el noble ciudadano
La mujer forma en el materno hogar.
Si al hijo enseña, que es del hombre hermano.
Amar la patria, al compatriota amar.
Decid, pues, á vuestros niños
Que Dios en su libro ha escrito
Que es el más grande delito
Al propio hermano matar,
Y no hay acto más hermoso
Entre los actos humanos
Que ver en paz los hermanos
La misma patria habitar.
336 HISTORIA CRÍTICA
Que hay una lid para el hombre
Que Dios bendice aquí abajo,
Y esa es la lid del trabajo.
Donde no hay sangre ni horror;
^ Que hay otra lid para el hombre
Que engrandece su existencia,
Y esa es la lid de la ciencia.
Que le dá dicha y honor.
Sin cesar á vuestros niños.
Con suavísimos acentos.
Esos nobles sentimientos
En sus almas imprimid,
Y nunca más vuestros hijos
Irán, madres orientales,
A esas luchas fraternales,
A esa maldecida lid.
Bajarán á la pelea
En el campo de la idea
Donde no hay sangre ni horror,
Realizando su destino
Del progreso en el camino
En pacífica labor.
En medio entonce á tan serenos días
Veréis al vate su laúd pulsar,
Y bajo el puro cielo de la patria
De paz y libertad el himno alzar."
El prosaísmo de la dicción quita realce y vuelo á las
ideas. Como casi todos los rimadores de aquel tiempo
son periodistas y son tribunos, la poesía de aquella
edad tiene un carácter profundamente civil, un ca-
rácter de discurso ó de editorial poco en consonan-
cia con la verdadera índole y con el fin verdadero
DE LA LITERATURA URUGUAYA 327
de la poesía. En la mayor parte de sus composiciones,
la musa de Arrascaeta se dirige más al cerebro que
á la fantasía. Tiene talento; pero carece en absoluto
de inspiración. Ovidio afirmaba:
"Est Deus in nobis; agitante calescimus illo;
Sedibus cethereis spiritus Ule venit."
Poco también podemos decir de Rafael Ximénez,
cuya musa sana y religiosa, pero incorrecta, se parece
en un todo á la musa de sus contemporáneos. Nacido
en 1825 y muerto en 1904, después de una vida laboriosa
y larga, ni como lírico ni como dramaturgo, deja obra
de valer y de duración. No sucede lo mismo con don
Francisco Xavier de Acha, despertado á la vida en
1828, que se impuso no sólo en el campo de las románti-
cas hipocondrías, sino que también mostró condiciones
excepcionales para el cultivo del género epigramático
y jacarandoso. Redactó La República en 1860, dirigió
El País en 1862, y publicó en 1868 un periódico satí-
rico, muy lleno de agudeza, que respondía al nombre
de El Molinillo. Su ingenio nos legó un libro de
poesías que consta de 350 páginas y que se titula
Flores silvestres. — Es romántico hasta la médula de
los huesos por la dicción y por el melancólico dejo
de sus estrofas ; pero ni abundan los colores en su
paleta, ni puede citársele como modelo de decir cas-
tellano.
"Mentira sois, ilusiones,
Que halagáis los corazones
Al pasar ;
Quimera de un mundo extraño,
Que amargáis del alma el daño
Sin cesar.
328 HISTORIA CRITICA
Un tiempo fué que dichoso
Vuestro prestigio amoroso
Yo invoqué ;
Pasó leve el sueño mío
Y en pos desierto y sombrío
Todo hallé."
De Francisco Xavier de Acha puede decirse que es
un poeta irregular, variable, dado á las octavillas y al
alejandrino; pero sonoro, entusiasta, poliforme y edu-
cador. Adora la soledad del campo, conoce que el
amor maternal es á modo de vaso sin heces agrias,
protesta contra las crueldades de la guerra civil, en-
vidia la paz del espíritu de que gozan los justos, le
angustian la mendicidad de los niños y la pena de
muerte, pregona la libertad de la prensa y cae de hi-
nojos ante la bandera de Sarandí.
"De libertad naciente la tricolor bandera
El símbolo sagrado de nuestras glorias es!
Para ostentarse ufana, con arrogancia fiera
Necesitó esa enseña los héroes Treinta y Tres!
Cual lábaro bendito flameaba en el combate
Por ellos conducida, con santa abnegación.
En esa lucha heroica á cuyo rudo embate
Surgió para la patria la ansiada redención!
Patriotas denodados, de brío heroico y fuerte,
La enseña tremolaron venciendo al opresor,
Que en ella escrito habían — O libertad ó muerte, —
Y es ley que un pueblo libre no tenga amo y señor!
¡ Salud á esos girones de la inmortal bandera.
Que en su cruzada alzaron los héroes Treinta y Tres!
¡Salud á esos girones, herencia de una Era
Que el símbolo más alto de nuestras glorias es!
El labio del patriota, entusiasmado, ardiente,
Besar debe esa enseña con gran veneración,
DE LA LITERATURA URUGUAYA 329
Como reliquia hermosa de libertad naciente,
Cual lábaro bendito de santa redención,
¡ Salud á los girones de la primer bandera
Sin manchas que la empañen, con gloria sin igual,
Y lauros en la tumba á la constancia fiera
De los que libertaron al gran pueblo oriental!"
Como se ve, la dicción no es mucho más poética ni
más escogida en Francisco Xavier de Acha que en
Adolfo Berro ó que en Enrique de Arrascaeta. Sus
estancias patrióticas le sobreviven sólo por el entu-
siasmo que late en ellas, como la luz en el ópalo y en
el rubí; pero, fuera de la ardentía de que están im-
pregnadas, su vuelo es débil y su verba pobre, como
es débil el vuelo y pobre la verba de todos los rima-
dos deliquios de Flores Silvestres.
Ricas en sentimiento noble, aquellas páginas care-
cen de brillo por el prosaísmo del lenguaje y la ca-
rencia de educación de la fantasía. Oid, sin embargo,
como llora ante la suerte de la patria caballeresca de
los polacos y como se indigna ante la indiferencia
con que los reyes europeos asisten al reparto sacri-
lego de la nación vencida:
"¡Polonia, noble mártir, su libertad defiende!
Polonia, sus derechos reclama al expirar!
Y ¡oh Dios! la diplomacia de Europa no comprende
Que para Europa expira también la libertad!
¿Dó están los bríos heroicos de la arrogante Francia?
¿Dó está el orgullo altivo de la potente Albión?
¿De Italia el fiero arrojo, de España la arrogancia?
¿Murió para esos pueblos la santa abnegación?
Y ¿cómo no responde la Europa, ni levanta
La humanitaria enseña de civilización?
¿No escucha ella ese grito que al Universo espanta,
Y va de polo á polo cundiendo con horror?
330 HISTORIA CRITICA
¿No es harto el infortunio, no es harta la matanza,
De niños y mujeres y débil senectud?
¿No habrá para Polonia un rayo de esperanza?
¿No basta de martirio, horror y esclavitud?"
Don Francisco Xavier de Acha escribió téuubién
un juguete cómico que se titula Bromas caseras, y
un drama en verso que se denomina Una víctima de
Rosas. El juguete cómico, en tres actos y en prosa,
pinta con verídicas pinceladas la pasión de los celos,
siendo á mi entender más teatral, si se atiende al len-
guaje y al movimiento, que el drama histórico cuyos
héroes usan y abusan, en sus largos monólogos, de
las octavillas y de los endecasílabos aconsonantados.
En el juguete cómico, el carácter más propio y más
sostenido es el carácter de Elena. Elena está enamo-
rada de Carlos. Es, en cierto modo, la hermana menor
de la gran amorosa descrita sobre la escena por Porto
Riche. Elena, idolatrándole, desespera y martiriza á
su marido. Le cuenta las horas, hasta los minutos
que está fuera de su casa. Hace el arqueo más escru-
puloso de sus bolsillos, para saber cuanto llevó al
salir y cuanto gastó durante su ausencia. Si ella quiere
corretear por calles ó tiendas, él debe acompañarla sin
manifestaciones de desagrado. Como sus celos ven
sombras chinescas en todas partes, espía sus mira-
das, registra su escritorio y abre sus cartas, llamando
vejeces á las lecciones de morigeración que le pre-
dica su tío don Tomás. Francisco Xavier de Acha
escribió también un apropósito titulado La cárcel y
la penitenciaría, y un drama en cuatro actos. La fu-
sión, para festejar la jubilosa paz de 185 1. Este drama,
publicado casi al final del año siguiente, estaba es-
crito en prosa y en verso. Algunas de las rimas de
la escena final fueron trazadas por la clásica pluma
DE LA LITERATURA URUGUAYA 331
de Figueroa. Es la historia de dos amigos, distancia-
dos por el antagonismo de sus pareceres durante toda
la guerra civil, á los que la paz reconcilia y vincula
de nuevo, facilitando el enlace nupcial del hijo de
uno de ellos con la hija del otro. Es inútil decir que
los jóvenes no participan del sectarismo que separa,
como un infranqueable muro de piedra, á sus proge-
nitores exacerbados, é inútil agregar que el drama está
repleto de discursos patrióticos preconizando la con-
cordia y maldiciendo los estragos que causa la lucha
intestina. Sin que valga mucho se adapta mejor á las
necesidades de la escena, el drama en tres actos y en
prosa, Como empieza acaba, representado á la luz de
las candilejas de San Felipe en 1877. Fernando, co-
merciante y padre tiernísimo de Magdalena, tiene
por socio y por consejero á Federico, tío de Carlos.
Federico pide á su socio la mano de Magdalena, que
le sorbió el seso ; pero como sabe que Carlos y Mag-
dalena se quieren, busca un pretexto para levantar
entre los dos apasionados jóvenes el muro de la au-
sencia. Los socios han comprado un cargamento de
carnes y fletado un buque con destino á la Habana.
Carlos es pobre. Federico le ofrece el empleo de so-
brecargo y una buena comisión. Carlos duda. Magda-
lena está cerca, y las Antillas están muy lejos. Al fin
se decide, pensando para tranquilizarse: — "¿Qué
arriesgo? ¿no voy á ganar lo que no tengo? ¿no me fa-
cilita esto el camino para la realización de mis sue-
ños?" Entre tanto, Magdalena está absorta y preocu-
pada. En vano una de sus amigas trata de sosegar su
instintiva inquietud. Ella le responde: — "Me siento
entristecida; se me oprime el corazón como si qui-
siera presagiarme algún mal." — Fernando, que no
quiere contrariar á su hija, trata de sondearla, cuando
Federico le pide la mano de la joven; pero antes de
333 HISTORIA CRÍTICA
que ésta se resuelva á confesarle su amor y sus rece-
los, Federico les comunica el viaje de Carlos. En el
intervalo que separa al acto primero del acto segundo,
Federico hace creer á Magdalena que Carlos ha muer-
to, logrando así que la joven le acompañe al altar
coronada de azahares y vestida de blanco, conside-
rándose muerta para la vida ante el cadáver de su
primera y dulce ilusión. Al empezar la jornada se-
gunda, el padre de Magdalena recibe una carta, que
le irrita y confunde. Carlos no ha muerto. Federico
se burló de su confianza, conquistando á traición la
belleza y las virtudes de la virgen entristecida. El
padre irritado busca al mentiroso, reprochándole con
amarga acritud su proceder, y cuando pasa del re-
proche al insulto, Magdalena aparece atraída por las
voces del iracundo viejo, descubriendo el engaño de
que fué víctima, aquel engaño que enluta y que des-
troza para siempre su corazón. En el acto que sigue,
en el acto último, Fernando trata de que su hija se
separe de Federico. El buitre no tiene derecho á su
presa. La paloma puede y debe salir de la jaula en
que pérfidamente se la encarceló. Magdalena resiste.
Peor para ella si no supo amortajarse en los recuerdos
de su primer amor; si creyó que la muerte le desli-
gaba de sus juramentos de eterna fidelidad; si aceptó,
casi sin resistir, el nombre y el tálamo de Federico.
En estos andares, Carlos vuelve y se entrevista con
Magdalena. En vano ésta quiere disculpar su olvido.
Carlos reclama el cumplimiento de sus promesas. El
amor de Magdalena y la traición de Federico, justi-
ficarán á los ojos del mundo y á los ojos del cielo
todas las caídas á que les arrastre la fatalidad. Mag-
dalena lucha y le dice: — "Os he amado mucho, os
amo aún con toda mi alma, ¿para qué ocultarlo? pero
nuestro destino ha levantado entre los dos una ba-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 333
rrera que no podemos salvar, yo sin deshonrarme y
vos sin degradaros." — Carlos se encrespa, la obs-
tiga, la injuria y Magdalena cae casi desvanecida á
los pies del colérico galán. Federico aparece. Carlos
le insulta y le abofetea, aprovechándose de su asom-
bro y de su confusión. Federico y Carlos salen para
batirse. El primero muere, y el vencedor retorna ju-
biloso á su amada, que ya es libre, que ya está en con-
diciones de ser dichosa y de hacerle feliz; pero Mag-
dalena le rechaza diciéndole, con gravedad descon-
soladora, que su amor ha muerto, y que — "esta mujer
infortunada de hoy más no os conocerá sino como
al asesino de su esposo." — El drama gustó, á pesar
de lo pobre de su lenguaje, lo infantil de la trama
y la falsedad de los caracteres. En aquella época, el
público sollozaba aun escuchando los versos de la
Flor de un día.
Heraclio C. Fajardo milita también entre los soste-
nedores de la escuela romántica. Nace en 1833 y muere
en 1867. Sustituye á Juan Carlos Gómez en la direc-
ción de El Nacional; es rematador público, después,
en Buenos Aires; y enriquece la escena con un
drama titulado Camila O'Gorman. Del mismo modo
que los románticos franceses desfiguraron á Torque-
mada, los románticos de estos países dieron vicios
que no tenía al célebre Rosas. La musa histórica le
supone casto; la musa unitaria lo describe lascivo.
La musa de los unitarios, romántica y política, con-
sideró como un bárbaro crimen el execrable fusila-
miento de Camila y Gutiérrez. Hizo bien. En el patio
interior de los Santos Lugares, donde la primera fué
ajusticiada; entre la maleza, donde se posaron los
pies de su banquillo, casi á raíz de la ejecución, la
piedad de los cielos hizo que los abrojos se transfor-
masen en margaritas de color nevado y de color pur-
3á4 HISTORIA CRITICA
púreo. ¿Cómo extrañar que los hombres se conmo-
vieran ante un suplicio que ensombreció la frente de
Dios? Es bueno, sin embargo, advertir que el drama
histórico, fundado en la historia real de los pueblos
modernos, no permite á su autor falsear ni los hechos
ni los personajes, debiendo presentarlos del mismo
modo que la crónica los retrata y presenta. La única
libertad que tienen los autores es la libertad de mez-
clar personajes imaginarios y hechos ficticios á los
personajes y á los hechos de la época de que se sir-
ven ; pero no les es lícito adulterar la verdad de la
historia, aunque esa verdad perjudique al interés y
al propósito de la acción dramática. La obra teatral
de Fajardo, aunque no se sujeta al precepto anterior,
obsesiona y conmueve por lo real y trágico del asunto.
Se representó en 1856. Está dividida en seis cuadros
y escrita en verso. La acción empieza en casa de Ca-
mila. Lázaro, su amigo de la infancia, conoce que la
joven le oculta una pena. La interroga, para conso-
larla, con tierna solicitud, sin dejarse vencer por las
negativas de la atormentada. Camila, al fin, le con-
fiesa que adora en un hombre parecido á un arcángel
que ha visto en sueños. El amor que le tiene es como
el perfume vital de su corazón. Ese amor es la raíz
de su vida, el alma de su alma, la luz que colora y
enflorece su porvenir.
"Camila. — Escucha: un día en este sitio mismo
Apareció un mancebo: á su mirada
Yo sentí que me helaba un parasismo. . . .
Yo sentí, en fin, que estaba enamorada.
Bello era el joven, y su frente pura
De inteligencia y de nobleza sello.
Su mirar de simpática dulzura.
Sedoso y renegrido su cabello.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 335
Si se entreabría para hablar su boca
Era un raudal de gracia y elocuencia. . . .
¡ Capaz seria de volverse loca
La más fría mujer en su presencia!
Yo sentí que mi pecho alborozaba
Un sentimiento raro, delicioso, v,
Porque humanado en aquel ser hallaba
De mi visión al querubín hermoso.
Y desde entonces invadióme el alma
La divina emoción en que me inflamo. . . .
Y desde entonces zozobró mi calma. . . .
Y desde entonces á Gutiérrez amo!"
Lázaio se asombra. Aquel amor le asusta. El ado-
rado tan ardientemente es un sacerdote. ¿Qué puede
esperarse de una ternura reprobada y sacrilega? An-
drés Gañón, un esbirro que se asemeja al diabólico
esbirro de Gioconda, ha escuchado, sin que le vean,
la terrible confesión de Camila. Gañón está enamo-
rado de ésta, como el policía Vibert de Julia Vidal
en uno de las más célebres novelas de Belot. Gañón
abandona la escena apresuradamente, mientras Camila
trata de convencer á Lázaro de que su amor es puro
y castísimo. En estos andares, Eusebio, tenido por
loco, aparece ceñudo y melancólico, se aproxima á Ca-
mila y le anuncia que un huracán se está formando
sobre su cabeza.
"Camila. — ¿Qué dice?
Lázaro. — ¡Vive Dios!
Eusebio. — ¡ Ave del cielo
No luzcas en este ámbito tus galas.
Porque ya tiende el gavilán su vuelo
Y con sus uñas tronzará tus alas!
¡Cautela, pues, cautela!"
336 HISTORIA CRÍTICA
Eusebio desaparece después de este misterioso
aviso. Camila, espantada, pregunta á Lázaro:
"Camila. — ¿^^^ hombre es éste?
Lázaro. — Es un loco, Camila, no hagas caso....
¿No notaste el desorden de su veste?
Es el loco de Rosas, su payaso."
Camila vuelve á hablar de sus amores. Gutiérrez es
su profesor de piano. No se le oculta el romántico
extravío de la doncella. Al fin, cautivaao por su ju-
ventud y por su ternura, la declara que comparte su
afán ; pero que es preciso, buscando un refugio en el
decoro y en el honor, hacer que el cariño se convierta
en ensueño, en poesía, en éxtasis platónico.
"Camila. — Ya ves, 'Lázaro, el hombre á quien adoro!
Modelo de evangélica entereza,
Su hermoso corazón es un tesoro
Cuya virtud escuda mi pureza.
Con amor ideal nos adoramos,
Y eternamente así nos amaremos,
Porque en ese cariño disfrutamos
Cuanto goce moral apetecemos.
Lázaro. — Oh! quiera el cielo conservar ileso
Ese noble cariño ! . . . .
Camila. — No lo dudes,
Pues le garante del menor exceso
Un tesoro de sólidas virtudes."
Cuando Lázaro se retira, Gañón reaparece. Embo-
zado en una capa, para que Camila no le conozca, en-
trega un papel á la joven, aconsejándole que vaya á
Palermo si quiere salvar la vida de Lázaro, que acaba
de ser aprehendido como cómplice de los enemigos
de Rosas. Camila duda. Uladislao Gutiérrez trata de
DE LA LITERATURA URUGUAYA 337
convencerla de que es un peligro confiar en la mi-
sericordia del dictador orgulloso y cruel; pero la
amistad puede más que el recelo, y la joven, en com-
pañía del sacerdote, parte para pedir al déspota la
libertad y la vida de Lázaro.
En el acto segundo el autor nos traslada á los San-
tos Lugares. Uladislao, sombrío, y Camila, encubierta
por un largo velo, tratan de enternecer el corazón de
Rosas. Este galantea á Camila. Quiere quitarle el velo
que la cubre. La dulzura de su voz y la gracia de su
ademán le hablan de su belleza. El tigre se enardece,
ambicionando poseer las curvas de aquel talle y sir-
viendo el tul, que le esconde sus labios frescos y ro-
jos, de narcótico á su conciencia y de látigo á su
deseo. Camila le contiene y le rechaza, hasta que
rabioso, despechado, herido, esclavo de un capricho
que él llama calumniosamente amor, el déspota manda
al sacerdote que se retire, dejándole solo con la pedi-
güeña velada y gentil. Como Camila se niega á que
Gutiérrez salga de la habitación, Rosas, iracundo é
irónico, quiere que Ensebio decida de la suerte de
Lázaro. El pobre bufón no sabe qué hacer. Eusebio
pertenece á la casta de los personajes de Víctor Hugo.
Bajo su juglaresco disfraz palpita la encarnadura de
un hombre de bien. Su espíritu es la antítesis de su
cuerpo. Su demencia no es sino una máscara. El co-
razón de aquel loco fingido es un noble y piadoso
corazón. Camila, al verle enrojecer y titubear, elige
á Manuelita, la hija de Rosas, por juez de su causa.
— Manuelita, hasta para los unitarios, es el ángel
bueno, el ángel de luz de don Juan Manuel. Manue-
lita promete salvar á Lázaro, y quedándose á solas
con Gutiérrez, le dice que sólo la fuga podrá escudar
la virtud de Camila, si, como ella supone, la gracia
de la virgen ha despertado la lujuria de Rosas. Ma-
22. — I.
338 HISTORIA CRÍTICA
nuelita hace más. Abre por entero su corazón al cura
enamorado, refiriéndole que turban la paz de su sueño,
las quejas y los ayes de las víctimas inmoladas ante
el altar del despótico poder de su padre, y cuando
Gutiérrez trata de consolarla, mientras ella agrade-
cida le estrecha las manos, Gañón aparece por el foro,
enseñando á Camila, el grupo que forman Gutiérrez
y Manuela. Camila siente en sus oídos el agudo silbar
del áspid de los celos; pero desprecia el asqueroso
desquite que la lascivia de Gañón trata de ofrecerla,
irritando al esbirro, que jura vengarse de su desdén.
En el cuadro siguiente, asistimos á una reunión de
unitarios que conspiran contra Rosas. Gutiérrez, Lá-
zaro, Camila y Gañón asisten á la asamblea. Denun-
ciados por el último, la mazorca sorprende á los cons-
piradores. Lázaro y Gutiérrez logran salvarse á fa-
vor del tumulto; pero cuando Gañón se apodera de
Camila, Eusebio interviene reclamándosela en nom-
bre del dictador, que la odia, pero la desea con deseo
invencible. Trasportada Camila á los Santos Lugares,
Manuelita, avisada por Gutiérrez, salva por segunda
vez á la pobre paloma de las uñas voraces del gavilán.
En tanto que Manuela moraliza á Rosas, Camila huye
con Uladislao. Se refugian en Goya. Allí el amor
platónico cede su puesto al amor que prefiere las rea-
lidades á los suspiros. El sacerdote falta á sus votos
y la enamorada siente palpitar en su seno al hijo de
la culpa. Gañón descubre el nido, y encarcela á los
pájaros ebrios de deleite y de libertad. En vano Ma-
nuelita trata de salvarles. En vano obtiene una orden
en que Rosas ordena que limen los hierros de la jaula
de los palomos acongojados. Rosas es un hipócrita.
Rosas es un traidor. Rosas es un perjuro. Rosas se
parece á Tiberio. Rosas es más cruel que Calígula.
Cuando Camila quiere hacer efectiva la orden que le
DE LA LITERATURA URUGUAYA 339
trajo Manuela, el comandante de la prisión le presenta
una nueva orden de Rosas, mandándole fusilar inme-
diatamente al sacerdote apóstata y á la mujer liviana.
¿Qué le importa al dramaturgo que la historia nos
diga que nadie intercedió por los dos infelices aman-
tes? Sublimar á Manuela conviene al unitario y al
autor escénico. De este modo, la figura de Rosas se
ennegrece más. Ya los tiradores están formados so-
bie la alfombra de malezas del patio interior del for-
tín sombrío. Camila y Gutiérrez se encuentran y ha-
blan por última vez, Oid á Camila.
"Camila. — Gutiérrez ! dueño mío ! nuestro horóscopo
Lo quiere así ! ... . muramos resignados !
Gutiérrez. — Morir!... morir!... pero esto es horroroso!
Camila. — No Gutiérrez : es bello ! Ya lo sabes :
Nuestra unión era ilícita á los ojos
Del mundo en que vivimos: por lo tanto
La dicha nuestra aquí para nosotros!
Gutiérrez. — Camila. ... y nuestro hijo? . . . .
Camila. — Bautizado
Será dentro mi seno antes que el plomo ....
Gutiérrez. — Horror ! horror !
Camila. — Nos seguirá á la gloria
Para ser ángel del celeste coro....
Sí, Gutiérrez, y es justo que muramos
Porque la muerte logrará tan sólo
Redimir nuestra culpa, y que el Eterno
Bendiga nuestra unión desde su solio!
¿Y qué importa morir si nuestras almas
Van á exhalarse á un tiempo de nosotros?
Ánimo, pues! la dicha nos espera
Más allá de este trámite mortuorio!....
¡Vamos, vamos, Gutiérrez!.... ¿Por qué lloras?
Mírame.... ¿ves?.... sonrío de alborozo....
340 HISTORIA CRITICA
¡Morir juntos!.... ¡oh dicha inesperada!....
¡ Vamos, vamos, Gutiérrez I . . . . ¡ vamos pronto !" —
Este es el drama. Interesante y teatral por el asunto,
lleno de incidentes y bien conducido. Sus versos son
dulces y armoniosos. Tiene, como se dice en lenguaje
vulgar, mucha afinación, mucho oído, mucha caden-
cia. Son simpáticos los tipos de Camila, Manuela, Lá-
zaro y Eusebio. — Uladislao Gutiérrez, el cura pálido,
melancólico, lascivo, perjuro y ladrón de las alhajas
del templo confiado á su custodia, está bosquejado
sin mucha firmeza. Camila, la joven sentimental, ar-
tista, soñadora y enamorada, vale más que su seduc-
tor. Rosas y Gañón son repulsivos, verdaderos mal-
vados de folletín. En resumen, la obra histórica es
deliberadamente falsa y de una dudosa moralidad;
pero la obra escénica se impone y subyuga por el po-
der sinfónico del ritmo, por el romántico fuego de
las pasiones, por el novelesco interés de los episodios
y por el relieve con que están dibujados algunos de
los personajes del trágico drama.
Como poeta lírico, en Fajardo se nota la influencia
poderosísima de José Mármol; pero mentiríamos si no
dijéramos que la fantasía y la elocución del poeta
argentino son superiores á la fantasía y á la elocución
del poeta nuestro. La musa política de Fajardo es una
musa epiléptica, de frenéticos arrebatos y furiosos
transportes, que usa hasta el abuso del epíteto acre
y callejero. Su rabioso humor, mal dirigido por un de-
plorable gusto literario, no es la indignación noble
que despierta en nosotros el espectáculo del crimen
triunfante y el bien en derrota, sino un arma que es-
grime sin discernimiento contra los adversarios de
sus ideas, apelando al apostrofe que se hincha y se
deforma como el bactracio de la fábula de Lafontaine.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 341
Sus yambos no hacen que cruce por el fondo de nues-
tro espíritu la imagen heroica de Tirteo, ni el soplo
que caldea las sátiras de Juvenal enrojece los ritmos
de las composiciones en que estigmatiza á Oribe y á
Pereira. Fajardo es un Mármol empequeñecido. El
mal gusto y la exageración extrema constituyen los
rasgos característicos de su numen político. No mal-
dice tan bien y con tanta sugestionadora eficacia, aun-
que maldiga más y con la misma virulencia, como el
autor famosísimo del canto A Rosas.
Fajardo publicó, en Buenos Aires y en 1860, el
poema de 112 páginas que se titula La Cruz de Aza-
bache. Helio, el poeta, nos dice en sus primeras es-
trofas :
"El Uruguay en conjunción del Plata
Meció mi cuna con sonoro arrullo,
Y abrió al encanto de su esfera grata
La flor de mi existencia su capullo.
Bebí en las auras de sus ricas selvas,
Que pasan antes de invadir las lomas
Por cortinas de orientes madreselvas
Y por doradas sábanas de aromas.
Bebí en las cumbres de sus altos montes
Y en los declives de sus hondas quiebras,
Ya en los prismas de varios horizontes,
Ya del torrente en las plateadas hebras;
Ya en los diurnos conciertos de las aves.
Ya en los silencios de la noche umbría,
La hambrienta fiebre de deleites suaves,
Del corazón la fértil poesía!
Bebí la sed, el insaciable anhelo
De un amor ideal, de una ventura
Que en la luz y en las sombras de aquel cielo
Voz insinuante sin cesar murmura.
342 . HISTORIA CRITICA
Y me lancé con vértigo amoroso
En pos de mi ideal, — una mujer, —
Sin que prestaran á mi afán reposo
Las infinitas gradas del placer,"
Esa misma falta de bridaje en la fantasía y en la
dicción se notan en todo el poema de Heraclio C. Fa-
jardo. Ana, una hermosa que une su juventud á las
frialdades de un decrépito anciano, inicia al poeta en
la ciencia del amor. Después su afán se muda y quiere
á María; pero, al volver tras unos meses de ausen-
cia, sufre y solloza al hallarla cambiada é indife-
rente. Entonces el poeta se dirige á Yola; pero la ser-
piente de la lascivia pronto turba la paz de su risueño
edén. Tropieza, al fin, con la suave Vitalia, en cuyas
glandes pupilas el cielo ha escrito, como una pro-
mesa de redención y de felicidad, la palabra fé; pero
tiene que ausentarse, por deberes patrióticos, y por
ensueños cívicos, de su nuevo amor, llevándose, en
recuerdo y como cadena, una cruz de azabache que
la virgen lucía pendiente de su cuello de cisne. Helio
dice á esa cruz:
"Ven á mis labios, adorada prenda,
Y con mis labios en estrecha unión,
Recibe por bautismo y por ofrenda
La savia de mi amante corazón.
Ven á mis labios, que el amor consume.
Impregnada en el fluido de su ser,
En el suave y magnético perfume
Con que baña el ambiente la mujer.
De ellos serás constante compañera,
Ora dos veces adorada cruz,
Símbolo sacrosanto del que espera
La dicha humana y la celeste luz.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 343
De ellos serás inseparable amiga,
Confidente también de mi pasión,
Reliquia que mis ósculos bendiga
Y derrame en mi ser mística unción.
De ellos serás depósito sagrado.
Custodia, tabernáculo y altar,
Donde sólo un afecto acrisolado
Pueda dignas ofrendas consagrar.
Tú de mi fé retemplarás el fuego
En el bello futuro en que soñé.
Cuando sus labios con sentido ruego
A mis oídos murmuraron: ¡Fé!"
Durante las largas noches de la ausencia, el poeta
no hace sino soñar con la que dejó triste y lacrimosa,
diciéndole á la imagen de su adorada:
"Lo que amo en tí, vida mía,
No son las fragantes rosas
De tu púber lozanía,
Ni la perfecta armonía
De tus facciones hermosas.
No es tu sedoso cabello,
Ni tus ojos de gacela,
Ni tu árabe tipo bello,
Ni el contorno de tu cuello
Que diestro buril revela.
No es la grieta de coral
Que muestra en el fondo perlas.
Cuando su astuta rival,
Tu sonrisa celestial,
Permite á mis ojos verlas.
No tu delgada cintura,
Ni ese tu seno gentil
Donde anida mi ventura,
344 HISTORIA CRÍTICA
Ni de tu mano la hechura,
Ni tu breve pie infantil.
Lo que amo en tí, vida mía.
Es lo que dicen tus ojos
En tácita melodía,
Y de tu voz la armonía,
Y tus púdicos sonrojos.
Es el interior reflejo
Que exhibe tu faz divina
Como claro y fiel espejo ;
Es ese olímpico dejo
Que en tu sonrisa fascina.
Es tu amoroso transporte,
Y tu lánguido abandono;
Es ese tu regio porte
Y esos tus aires de corte
Que te hacen digna de un trono.
Es ese profundo arcano
Que se llama no sé qué
En el ruin lenguaje humano ;
Es la presión de tu mano
Y la gracia de tu pie.
Lo que amo en tí, dueño hermoso.
No es tu hechicero semblante,
El cuerpo esbelto y donoso ;
No es el engarce precioso,
Sino el alma, su brillante."
Pronto el poeta cede su puesto al batallador, y la
poesía íntima se transforma en poesía civil. Helio
se dirige á Víctor Hugo, explicándole, en octavas rea-
les, las angustias de su alma y la manera como enten-
demos la república en estos deliciosos países ameri-
canos.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 345
"La nieve de los años aun no cubre
El fúnebre crespón de mi cabello,
Y mi semblante, que el dolor descubre.
Aun se conserva, por sarcasmo, bello;
Aun está por lucir el sol de octubre
Que sazone mi edad con viril sello,
Y aun no ha girado para mí la esfera
Veinte y seis veces en su anual carrera.
Y ya el dolor con acerada púa
Sangró mi corazón mil y mil veces!
Y ya la horrible duda se insinúa
Del desencanto en las amargas heces!
Y ya débil mi espíritu fluctúa
En la expansión de mis cristianas preces,
Que el cielo sólo con afanes premia
Cual si fueran irónica blasfemia!"
Por combatir y odiar á los tiranos, ¿qué ha conse-
guido? El destierro, la ausencia, la soledad. Sufre
y padece porque cambió la cítara por el acero para
defender y salvar á la ley atropellada.
"Si sufrir es vivir, y si los años
Por sus cuitas el ánimo computa.
Yo he bebido hasta el fondo la cicuta
Del cáliz del dolor;
Y abrumado de acerbos desengaños
Mis tristes días por mis ayes cuento,
Y ya, cual tú, decrépito me siento.
Cansado y sin vigor!
¿Qué importa el porvenir para el que mira
Lo mejor de su vida ya agotado.
Cuando el crespón del fúnebre pasado
Enluta el porvenir?
34« HISTORIA CRÍTICA
Para el que tedio y sinsabor respira
De la existencia apenas en el limen,
Y cuyos labios solamente exprimen
Las heces del vivir?
¿Qué importa el porvenir para el que sabe
Que son gloria y saber falaces nombres,
Y que tienen por premio entre los hombres
El tósigo y la cruz?
¿Qué no hay ventura que el dolor no acabe,
Ni misión sin fatídico sudario?
¿Qué á la cicuta sucedió el calvario,
Y á Sócrates, Jesús?"
Sólo le queda una esperanza, un deleite, un oasis,
una creencia, un cielo: el amor de Vitalia. Y la se-
gunda parte del poema concluye con el anuncio de
una batalla, en la que, si no conquista la libertad para
su país, la muerte ha de encontrarle con la cruz de
su adorada puesta sobre los labios. Aquel aire, que
no es el aire que ella respira, y aquel cielo, que no
es el cielo que á ella la cubre, cansan al poeta. Sin
la victoria, no es posible volver á la patria, desde cu-
yas orillas ella le tiende los amantes brazos, como una
promesa de larga y embriagadora felicidad. Luchará
hasta morir, y si no puede vencer al destino, entrará
en la noche besando con ternura desesperada la cruz
de azabache, que por ser cruz y que por ser de negro
color, parece símbolo de su vida y augurio de su
muerte. Morirá como trovador y como caballero, por
su fé y por su dama, por una tierna sonrisa de su país
y por un dulce beso de su señora.
En la tercera parte del poema Vitalia recibe una
carta de Yola. En ella le refiere que Helio la aban-
donó y la amenaza con que no verá abrirse la flor de
la dicha en su alcoba nupcial. Creer en Helio es creer
DE LA LITERATURA URUGUAYA 347
en el engaño, en la mentira, en que son eternas las
ansias sensuales. Ella tuvo fe en Helio, y esa fe será
su perdición terrena y divina.
"Yo también le creí, porque su boca
Con tanto halago miente,
Que en hipócrita red, crédula y loca,
Prendióme fácilmente !
Y abrí mi pecho, de ternura lleno
A su falaz ternura;
Y le di goces, y gusté en su seno,
Antes que tú, ventura!
Y cuando hubo libado todo el jugo
Secando la corola.
Todas las dichas que arrancar le plugo
Al corazón de Yola,
El pérfido partió ! . . . . partió dejando
En mi alma negras sañas,
Y el triste fruto de su amor nefando
Prendido á mis entrañas !
Si, Vitalia, su casta prometida,
La del hermoso nombre:
Conoce, al fin, el crimen de su vida,
Conoce, al fin, á ese hombre!
Por él soy madre, aunque no soy esposa
Ni en mí el infame piensa!. . . .
Por él desciendo á prematura fosa
Cubierta de vergüenza!
Por él mis labios, por su labio enjutos.
Veneno apuran lento!
Por él seré dentro de diez minutos
Cadáver macilento."
Este poema, lleno de lirismo y de incorrecciones,
es un rincón de la vida. Este es su mérito y en esto
348 HISTORIA CRÍTICA
reside su virtud sugestionadora. Vale porque es un
tiozo de realidad lo que nos canta en los variados
caprichos de su métrica, que vá desde el soneto hasta
la seguidilla. El poema concluye con la muerte de
Vitalia, atenaceada por la visión del campo de ba-
talla, en el que las aves de rapiña graznan en torno
del cadáver de Helio. Aunque deshilvanado, aunque
lleno de descuidos y de hinchazones, La Cruz de Aza-
bache nos cautiva y perdura por la viveza de imagi-
nación, por la fuerza de sentimiento y por el lujo en
el metrizar que nos revela y nos descubre su román-
tico artífice. No debemos olvidar, sin embargo, que
Nulla sit ingenio quam non libaverit artem.
El libro de versos de 320 páginas, publicado en 1862
y que se titula Arenas del Uruguay, tiene los mismos
aciertos y las mismas imperfecciones que La Cruz
de Azabache. La fantasía es vivaz y hondo el senti-
miento; pero el gusto es poco delicado y es poco ele-
gante la versificación. Canta á Montevideo, á la ba-
talla de Ituzaingó, á las glorias de Mayo, al triunfo
de Cepeda, y á Garibaldi. Cuando la musa desciende
atraída por cosas menos épicas, es la misma musa
lacrimosa é hipocondríaca que preside y distrae los
insomnios de todos los campeones del romanticismo.
Le dice á una joven:
"Yo te quise preservar
De la atmósfera viciada
Que amagaba inficcionar
Tu existencia delicada.
Pobre flor!
Y en vano intenté ponerte
De mi cariño al amparo,
Porque no quiso la suerte.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 349
Mi destino atroz y avaro
Que fuera eficaz mi amor!"
La sociedad es una ramera anciana y pecaminosa,
que se complace en la seducción para divertir su in-
curable hastío :
"Tú ignoras, tal vez ignoras
Que expuesta á sus golpes recios,
Las risas que hoy atesoras
Mañana serán desprecios
Y baldón!
Y que pasado el encanto
Que ante tus ojos hoy brilla.
No hallarás quien seque el llanto
Con que riegue tu mejilla
Tu angustiado corazón !"
La más inspirada y la más pulida de las composi-
ciones de Heraclio C. Fajardo es la que lleva por tí-
tulo América y Colón. Esta composición fué pre-
miada, con una medalla de oro, el 13 de Octubre de
1858, en el certamen del Liceo Literario de Buenos
Aires. Se divide en cuatro partes ó capítulos rítmicos,
y pertenece al género épico, del que decía Horacio:
Res gestee regumque ducumque, et tristia bella.
América y Colón, á pesar de sus cortas dimensio-
nes, puede incluirse en el número de los poemas que
los preceptistas llaman históricos ó heroicos, y que
no son, en verdad de verdades, . sino poemas épicos
que se ajustan á la fidelidad de la historia y en los
que no se admite el empleo de lo maravilloso. Estos
poemas, por el estilo y por la forma, poco difieren
de la epopeya, que no es otra cosa que la relación
350 HISTORIA CRÍTICA
versificada y dividida en cantos de una acción ínte-
gra y grandiosa, en la que lo fabuloso interviene como
parte esencial de la obra misma, debiendo el relato
de la obra épica estar lleno de profundo interés para
la especie humana ó para un pueblo dado. El estilo
del poema épico, histórico ó no, requiere una eleva-
ción constante y una lentitud llena de majestad en el
sencillo desenvolvimiento del asunto, siendo la oc-
tava real, por lo regular de su forma y la amplitud
de sus períodos musicales, el metro más apropiado
á la índole objetiva y al carácter elevadísimo de la
epopeya. Fajardo comenzó en octavas reales su cé-
lebre canto; pero tardó muy poco en abandonarlas,
para variar de metro en cada uno de los capítulos de
su composición. En el primero nos pinta al genovés
ilustre frente á Granada, la ciudad de Boabdil, asis-
tiendo indiferente á los lances de la conquista que
va á sellar la gloria de los Reyes Católicos.
"Ese hombre, en cuya encanecida frente,
En cuyo rostro pensativo y bello,
El resplandor de la divina mente
Impreso estaba con profundo sello;
Cuya mirada juvenil y ardiente,
Contrastando la nieve del cabello,
De ciencia y genio semejaba el foco....
Era tenido por un pobre loco!
Y la risa, la mofa y el desprecio
Su paso acompañaban por doquiera,
Que el vendabal del infortunio recio
Su alma probaba con angustia fiera!
Y sin embargo, y aunque el vulgo necio
Lo reputaba insensatez, quimera.
Tras las brumas del piélago profundo
Ese hombre había adivinado un mundo!
DE LA LITERATURA URUGUAYA 351
¿Pero cómo vencer la envidia, el dolo,
Remoras cenagosas de la idea,
Para encontrar de un polo al otro polo
Un potentado que en tal mundo crea?
El corazón de una mujer tan sólo
Comprenderá la empresa gigantea,
Que siempre en la mujer hay una fibra
Donde lo grande y portentoso vibra!
Y el mundo de Colón, la empresa santa
Que realizar su genio concibiera,
Tanto á la ciencia de aquel tiempo espanta,
Tanto tiene de absurdo y de quimera,
Que era preciso el alma de una santa,
La fe profunda de Isabel primera,
Para lograr, como logró, en su abono
Hasta las joyas del ibero trono."
En el canto segundo, el poeta nos presenta á Cris-
tóbal Colón en medio del Océano. Ya se acerca al fin
de su viaje. Ya quedó atrás el archipiélago de las
Afortunadas. Ya surcó el mar tenebroso durante lar-
gos días, resistiendo á los ruegos y á las amenazas
de los tripulantes estremecidos, apoyado por la au-
dacia viril y por la náutica experiencia de Pinzón.
Ya una arrullera tórtola vino á caer sobre una de sus
naves, y ya una de sus nayes tropezó con la rama de
hojiacanto florido de que habla Lamartine. Ya sueña
con las costas que le anunció su genio y en las que
no creían los sabios de la junta de Talavera. Ya van á
vestirse de color rosáceo las nubes aurórales del 12
de Octubre de 1492. Y el poeta dice, después de se-
guir al nauta imperecedero en su inolvidable pere-
grinación por los tumbos del mar desconocido:
**En medio de estos sueños de ventura
Que rasgan de los tiempos el capuz.
353 HISTORIA CRÍTICA
Entre las sombras de la noche obscura
Hiere su vista repentina luz.
Era un vivo destello de topacio
Flotando de las aguas al nivel,
Como estrella caída del espacio
Para alumbrar la ruta del bajel.
¡ Aquella luz que su retina hería
Turbó el alma gigante de Colón,
Como debió turbar la luz del día,
Al despertar del caos, la creación!
j Era la luz de una verdad que él solo
Pudo entrever en óptica genial,
Y cuyo paso interceptara el dolo,
La ignorancia con toga magistral!
Era la luz del mundo escarnecido
Hasta allí cual quimérica ilusión!
¡ Era la luz del triunfo conseguido
Sobre todos los hombres por Colón!
¡De rodillas, coloso, de rodillas!
¡No se engañan tus ojos, — ahí está!
¡ Ahí están, á tus pies, las maravillas
Que ni aun tu mente concibió quizá!
Humilla la cerviz, y de tu pecho
Eleva un himno tácito al Señor....
Tú las hallas. Él es quien las ha hecho:
¡No eres más que instrumento del Creador!"
Siguen luego la pintura del mundo americano y
la apoteosis de Colón. En el comienzo del primero
de estos dos últimos cantos, el poeta derrochó todos
los colores de su fantasía. Leed algunas de aquellas
quintillas alejandrinas, que hablan bien de la musa
de Heraclio C. Fajardo.
"Los ámbitos brillaron con fosforencias de oro,
El piélago tiñeron cambiantes de arrebol,
DE LA LITERATURA URUGUAYA 353
Y cual lejanos ecos de misterioso coro,
El himno de las aves del trópico, sonoro,
Vibró en el occidente, — y en el oriente el sol!
¡ Dignísimos preludios del magistral concierto
Que arrebatar debía el alma de Colón!
¡ Dignísima lumbrera del hemisferio incierto
A cuya luz había, como un Edén, abierto
Su vasto panorama la incógnita región!
¡ Colón la contemplaba de pie, sobre la popa,
Cruzados ambos brazos, radiante de altivez;
Y en torno de rodillas, la miserable tropa.
Que ayer volver quisiera las quillas hacia Europa,
Hoy, muda de entusiasmo, prosternase á sus pies!
¡La vista del marino con embriaguez se fija
En la región que inunda de súbito la luz,
Y no hay portento, nada que su ambición exija
Que no halle en ese suelo, que espléndida cobija
La bóveda cerúlea del célico capuz!
Embalsamadas auras, arroyos cristalinos,
Magníficos estuarios, vegetación feraz ;
Ejércitos alados de melodiosos trinos.
Riquezas minerales, veneros diamantinos,
Y cúspides y valles de deliciosa paz.
Rugientes cataratas, enmarañados montes,
Volcanes que vomitan el oro en profusión.
Hermosas perspectivas, sombríos horizontes.
Cuadrúpedos diversos, gigantes mastodontes...,
¡Sublimidad doquiera, doquiera animación!
Y sobre las colinas, ó en la risueña falda
Cubierta de palmeras que grata sombra dan.
Teniendo por techumbre sus copas de esmeralda.
Arroyos por alfombra, montañas por espalda,
t)e indígenas mil tribus que viven sin afán....
¡Soberbio panorama! magnífico hemisferio
Que enamorada besa del trópico la luz,
23. — I.
354 HISTORIA CRÍTICA
Y ejerce sobre el alma, bañado de misterio,
La mágica influencia y el poderoso imperio
De un sueño iluminado por bíblico trasluz.
Colón lo contemplaba: su corazón se henchía
Con toda la grandeza de aquella creación!
Su pensamiento osado los siglos trasponía,
Y en lúcidas visiones el porvenir veía
Que al hombre deparaba la fúlgida región:
La luz del Evangelio, las ciencias y las artes,
La industria y el comercio, só el reino de la ley.
Alzar con ufanía sus libres estandartes,
Y el sello del progreso llevar á todas partes
La humanidad, reunida en una sola grey.
Y envuelta en los efluvios del alto firmamento.
Teniendo por alfombra la rica inmensidad.
El Plata y Amazonas por brazos, por asiento
La cumbre de los Andes, y el férvido concento
Del Niágara por himno, — surgir la Libertad!"
Hemos hecho esta larga transcripción porque ella
nos permite conocer acabadamente la índole del in-
genio de nuestro poeta. Ese ingenio es una extraña
mixtura de altitud y de vulgaridad, de visiones gran-
diosas y prosaicos decires. Abultado con mucha fre-
cuencia y con mucha frecuencia incorrecto, ese in-
genio es el ingenio de un poeta noble, á quien el me-
dio en que vive no le permite conocer las finuras de
su arte, que es, más que nada, arte de elocución y
arte de buen gusto. A pesar de eso, en el templo de
la literatura de nuestro país, el cinamomo humeará
siempre y siempre habrá encendida una lámpara ante
el altar de la musa belicosa y romántica de Heraclio
C. Fajardo.
A veces tuvo perfección musical y verdadero nu-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 355
men, aunque amargado siempre por sus irascibles en-
conos políticos. Leed estos versos, que escribió á la
memoria de Antonio Lenzi:
"Meteoro fulgentísimo,
Del almo Ser destello,
Como fugaz luciérnaga
Su espíritu brilló;
Y en su semblante pálido,
Con funerario sello,
Su brillantez efímera
Fatídico estampó.
Quince años, y ya lóbrega
Con su glacial sudario
La noche del sarcófago
Bajó sobre su sien!
Quince años! cuando el pórtico
Del terrenal santuario
A nuestros pasos ábrese
De par en par recién!
Quince años! cuando fúlgida
La estrella de la vida
En matinal crepúsculo
Y entre ópalo y zafir,
Hacia el cénit encúmbrase
Deslumbradora, henchida
Con las promesas mágicas
De dicha y porvenir!
Quince años! cuando el éxtasis
El labio apenas prueba
En el sabroso cálice
Del néctar ilusión;
356 HISTORIA CRÍTICA
Cuando el amor, prismático.
En cada instante lleva
A la cabeza un vértigo
Y al pecho una fruición!
Murió: como relámpago
Se vio brillar tan sólo
Su intelectual aureola,
Su gracia juvenil;
Murió como los párvulos
Ajeno al mal y al dolo,
Mas no al sagrado estímulo
De la ambición febril.
Ya en vértigos habíale
El hada de la gloria
Hecho entrever la cúspide
Do asienta su dosel ;
Y en una hermosa página
De la patricia historia
Su nombre con espléndida
Corona de laurel.
-Mas, ay ! . . . . al espectáculo
De la natal ribera
En manos de vandálica
Jauría criminal.
De muerte hirió su espíritu
La decepción primera,
Y prefirió á la histórica
La gloria celestial."
En el año de 1867, cuando iba á doblegarse en el
regazo de la sombra sin fin, resplandeció con fulgo-
res de juventud el alma del poeta de La Cruz de Aza-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 357
bache. — La tragedia de Querétaro exaltó su numen,
lo mismo que exaltó el numen de Lapuente. Heraclio
C. Fajardo le dijo á Juárez :
"Del nuevo César las marciales greyes
Lanzáronse hacia Méjico, engreídas,
Hollando fueros, conculcando leyes,
A suplantar por vastagos de reyes,
Oh Libertad, tus mieses bendecidas.
La traición, la ignorancia, el fanatismo,
Dieron su mano al pérfido Tiberio:
E hízose el caos, y abortó el abismo,
Y vimos como odioso anacronismo
Levantarse en América un Imperio!
Los viejos Andes su nevada cresta
Indignados y tristes sacudieron,
Y el golfo, el mar, el valle y la floresta
Con el grito de unánime protesta
La conciencia del mundo estremecieron.
Un lustro transcurrió. — Liberticida,
Cerró la usurpación su vil cadena;
Y de aquel pueblo la robusta vida
Vimos ¡ay! extinguiéndose á medida
Que circulaba la imperial gangrena.
Pero trepando cúspides y montes,
De Anahuac por la adusta cordillera.
Atravesando rudos horizontes,
Rodeado de selváticos bisontes,
Seguido por el tigre y la pantera.
Un hombre en tanto va de cima en cima
Llevando en brazos los patricios lares;
3^ HISTORIA CRÍTICA
Ríe al peligro, al enemigo, al clima,
Porque á su lado Libertad le anima
Con heroico tesón.... y ese hombre es Juárez!
Escoltado de un puño de valientes,
Corona, Ortega, Díaz, Escobedo,
Sabe probar á entrambos continentes
Que en pechos de demócratas conscientes
No entran soborno, lasitud ni miedo!
Y en pos de un lustro de constancia austera,
Ese indomable y fiel republicano.
Dando á la historia una lección severa.
Vuelve á enastar la liberal bandera
Triunfante sobre el suelo mejicano!
¿Adonde están las engreídas greyes
Que ayer vinieron de arrogancia henchidas
Hollando fueros, conculcando leyes,
A suplantar por vastagos de reyes,
Oh Libertad, tus mieses bendecidas?
Ante la lanza que en su espalda embotas,
En fuga vil, oh Méjico, las veo
A sus naos volver deshechas, rotas:
Pues ya en tu golfo no se queman flotas
De heroica decisión como trofeo!
Y en Querétaro en fin doblar la frente
Por tu supremo esfuerzo anonadadas!
Que en todo tu talado continente
La Democracia en fin surge fulgente
Con las sienes de lauro coronadas!
¡Oh invencible pujanza del derecho!
i Oh incontrastable fuerza de la idea!
DE LA LITERATURA URUGUAYA 359
Mientras libre alentáis un solo pecho
No hay fuerza bruta ni homicida acecho
Que suficiente á derribaros sea!
Y ese pecho de libre que ha salvado,
Oh Méjico, tus dioses tutelares;
Ese patriota, de virtud dechado,
Ese digno demócrata esforzado,
Es un azteca y se apellida Juárez!"
Aquellos valientes versos terminan así:
"De los tronos la exótica simiente,
Ya lo veis, en América no medra. ...
¡Atrás, Conquista imbécil é insolente!
Para alzar diques á tu audaz torrente,
i Tenemos brazos y nos sobra piedra!
No por ser más en bélico elemento
Triunfos y glorias fáciles celebres:
Si hombres y naves nó, nos sobra aliento!
Y enemigos te son el clima, el viento,
Los caimanes, el vómito y las fiebres!
La Libertad en fin te arroja el guante
En el cadáver de tu regia hechura:
Si la habida lección no te es bastante.
Manda á otro emperador que lo levante,
Y otra lección tendrás tanto y más dura!"
Sabido es como concluyó la aventura de Méjico.
El príncipe Fernando Maximiliano, archiduque de
Austria, después de no pocas dudas y de muchos
apremios, aceptó la corona que le ofrecía una dipu-
tación, de origen azteca, el 10 de Abril de 1864. Su-
36d HISTORIA CRITICA
bido al trono, no pudo granjearse la confianza del
núcleo liberal, á pesar de que reconoció la libertad
de cultos, ni pudo someter á las fuerzas republicanas,
á pesar de que sus tropas las persiguieron hasta la
ciudad fronteriza de Chihuahua. Ante lo enérgico de
la actitud de los Estados Unidos y viendo que su in-
tervención en las cosas de Méjico no agradaba á la
Francia, Napoleón hizo que Bazaine dejase al archi-
duque á solas con sus cuitas en 1867. En vano el pobre
rey, que fió en las promesas de otro monarca, pidió
que se cumpliera el tratado de Miramar. Napoleón
le negó los hombres y el dinero que le exigía. En
vano la emperatriz Carlota mendigó espadas y ayudas
en Roma y en Viena. El Pontífice recordaba las com-
placencias liberales del archiduque. Francisco José
recordaba que Maximiliano se querelló con él en los
preludios de su elevación al trono de Méjico. En
vano, en fin, aquella esposa desoladísima celebró una
entrevista, larga y violenta con Napoleón. Todo fué
inútil. La suerte había fallado ya. Contra la suerte
no hay tribunales de última instancia. Sitiado, ven-
cido y hecho prisionero en Querétaro, Maximiliano
fué pasado por las armas, junto con los generales Mi-
ramón y Mejía, el 19 de Junio de 1867. Entonces la
locura se apoderó de Carlota, cuyos gritos de pena
repiten aún los vientos que pasan por el castillo de
Miramar.
Fajardo escribió sobre el suplicio de Maximiliano:
"Del águila rapaz que anida el Sena
Propiciatoria víctima tú fuiste,
Y un pueblo ataste con servil cadena
Que rota en pos por ese pueblo viste.
La púrpura imperial vino en tu daño
A ofuscar tu conciencia y tu mirada. . . .
DE LA LITERATURA URUGUAYA 361
Te apercibiste tarde del engaño,
Y la ley del talión te fué aplicada!
Fuiste cruel como príncipe ; como hombre,
Fuiste grande al morir, Maximiliano!
¡ Maldito sea, emperador, tu nombre !
¡Bendito sea tu martirio, hermano!"
III
Carlos A. Fajardo, hermano y émulo del autor de
La Cruz de Azabache, es más correcto, aunque menos
emotivo y fecundo, que el que cantó los tristes amores
de Helio y Vitalia. Más que éste vale, por su mejor
gusto y su mayor conocimiento del idioma, don Ra-
món de Santiago, nacido en 1833 y dedicado á las
luchas de la prensa desde 1854, ^^ ^^^ ingresó en
la redacción de El Orden, para pasar después por las
columnas editoriales de La Libertad, El Plata, La Re-
pública y El Correo. Fué romántico desde su inicia-
ción en la vida de las letras; pero romántico sin ve-
sánicas sacudidas ni ridículos tropos. Sonetista exce-
lente, vencedor de las dificultades de la oda, dueño
de los tonos apasionados y tiernos de la elegía, de-
dicó todas las horas de su vida honrada y humilde
á perfeccionarse en las sutilezas del decir poético,
sin esperar y sin obtener los halagos de la fortuna
ni los favores de la multitud. Su composición de más
aliento, la más digna de estudio, es la composición
en versos libres que se titula La cindadela de Mon-
tevideo.
Como yo soy enemigo del verso libre, que se me fi-
gura prosa mal hecha, quiero ahorrarme el trabajo
de transcribir algunos fragmentos de esta larga y.
36a HISTORIA CRITICA
para mí, monótona poesía, prefiriendo que mis lec-
tores conozcan la sentidísima balada que se titula La
Joca de Bequeló. Es la más popular y la más román-
tica de las composiciones de Ramón de Santiago:
"En la enramada de un rancho viejo,
Nido de gauchos cerca del Yi,
Guitarra antigua tierna cantaba,
Más bien, lloraba
La triste historia que escribo aquí.
— ¿Sabéis, paisanos, por qué ando errante
Bajo estos bosques de Bequeló?
Me llaman loca, pero es mentira;
Es que no tengo ya corazón
Venid, paisanos, venid conmigo;
Diré mi historia junto al fogón.
Veis mis cabellos? Eran muy negros.
Más que las alas del cuervo, más:
Están muy secos, tan blancos. . . . blancos. . . .
Como las flores del arrayán.
¿Veis estos ojos? ¿No tienen vida?
Pues antes puros como el cristal,
Fueron dos luces que se encendieron
En una aurora del Uruguay.
Tristes mis labios son amarillos
Como el pellejo del butyhá; '
¡Ay! los tenía rojos y alegres
Como el penacho del cardenal.
Allá en la loma, como un calvario
Veréis ruinas y un triste ombú;
Fueron mi cuna, fueron mi estancia,
Fueron mi nido verde y azul.
Cuando yo muera clavad, paisanos.
Bajo aquel árbol mi triste cruz.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 363
Que allí murieron mis dichas todas,
Allí he perdido mi juventud.
Tenía un esposo que ardiente amaba,
Y un hijo bello que era mi Dios.
j Ah, qué contenta perdiera el cielo
Si yo pudiera ver á los dos!
Una mañana.... ¡maldita sea!
Cuando esta guerra se pronunció.
Mi esposo tierno me dio un abrazo,
Llorando mucho su hijo besó.
Pálido el rostro tomó su lanza,
Montó á caballo triste, y partió.
Aún me parece lo ven mis ojos
De lejas lomas haciendo ¡ adiós I
¡Ay, mis paisanos, en ese día
Perdí un pedazo del corazón ! . . . .
Pasaron meses, pasaron años
Llorando siempre, siempre peor.
Cuando una tarde que al hijo amado
De mis entrañas contaba yo
Del pobre padre, que no volvía,
La ausencia larga, ^u último adiós.
Cruzando el campo llegó un sargento,
De su caballo se desmontó,
Y al sólo rayo de mi esperanza
Estas palabras le dirigió:
— ¿Ves esta lanza? Fué de tu padre;
Por su divisa bravo murió:
Tómala y vamos, no te demores
Que en las cuchillas se duerme el sol. —
Llorando mi hijo me dio un abrazo.
Montó á caballo triste, y partió.
¡Ay, mis paisanos, en esa tarde
Quedó mi pecho sin corazón!
364 HISTORIA CRÍTICA
Ya van dos veces que las torcaces
Dulces arrullan en el sauzal,
Y los boyeros, cantando alegres,
Cuelgan sus nidos del ñandubay;
Pero no he visto más á mi hijo
Desde esa tarde negra y fatal.
Allá en la loma como un calvario
Veréis ruinas y un triste ombú.
Cuando yo muera clavad, paisanos.
Bajo aquel árbol mi humilde cruz.
Esta es la historia que una guitarra
De un rancho viejo triste lloró.
¡ Ay, cuantas locas habrá en mi patria
Como la loca de Bequeló!"
Señalen otros sobras de melodía y faltas de forma.
Lo nativo del cuadro y lo profundo del sentimiento
harán imperecedera esta composición. ¡ Ojalá siempre
se presentase con esa belleza, limpia de coquetería
y limpia de artificio, la buena y noble musa de Ra-
món de Santiago !
Fermín Ferreira y Artigas pertenece también á los
mejores tiempos de la época romántica. Nacido en
1837 y muerto en 1872, fué periodista y se sentó en
las bancas de la legislatura; pero, bohemio y desorde-
nado, buscó en la embriaguez las dichas del ensueño
y del olvido. Es un poeta ligero, espontáneo, sin
grandes pretensiones y cuya característica era la flui-
dez. La mayor parte de sus composiciones, por lo
común en variedad de metros, parecen inconclusas
y pecan de breves, como escritas de golpe, de un solo
trazo, ó como producto de una inspiración que se
complace en traducirse por refucilos. Canta á la pa-
tria y á la amistad con el mismo descuido con que
canta á la rosa y á la madreselva. Sus poesías, que
DE LA LITERATURA URUGUAYA 365
forman un volumen de cerca de cien hojas, fueron
coleccionadas, en el mismo año de su fallecimiento,
bajo el título de Páginas sueltas. Agradan por el
asunto, sin entusiasmar á causa de su lirismo pobre
y su dicción prosaica, las dedicadas al sol de Julio,
al sol de Mayo y á los Treinta y Tres. Fermín Fe-
rreira sabe hacer versos, lo que no es poco ; pero mal-
gasta su difícil facilidad y sólo por excepción apro-
vecha las citas que le dá su musa. Esta debió retirarse
humillada y dolorida, más de una vez, de aquellos
momentáneos y poco ardientes coloquios de amor.
Si se pasasen por el tamiz de la crítica regañona, es-
casos granos de oro dejarían en él los versos más pu-
lidos de Fermín Ferreira y Artigas.
Como tenía ingenio y facilidad, acertó algunas ve-
ces. Dio estrofas que seducen aún, como el campo
dá flores que embalsaman ; pero, por lo común, sus
himnos se pierden sin levantar un eco en nuestro
corazón, como, por lo común, las flores campesinas
huelen á musgo ó son inodoras. El talento, aun en
poesía, difícilmente llega á su plenitud cuando los
claustros salamanquinos no ayudan á la naturaleza,
no faltando ocasiones en que lo que la naturaleza
negó. Salamanca lo dá. Quien dice labor artística dice
labor reglamentada, porque no hay arte sin método
y sin reglas, siendo siempre más fácil aplicar una re-
gla que se conoce, que descubrir instintivamente un
conjunto de reglas que se ignoran. El orgulloso des-
dén con que miraron reglas y modelos perjudicó á
los artífices del romanticismo, como había perjudi-
cado á los autores clásicos la admiración servil que
les inspiraba todo lo que engendró la musa grecola-
tina. Por miedo de parecerse á los insulsos cultipar-
listas de la centuria décimaséptima, nuestros román-
ticos no se preocuparon de enriquecer ni de puli-
366 HISTORIA CRITICA
mentar su elocución, usando en sus estrofas de más
alto vuelo los mismos decires que usaban en sus con-
versaciones, en sus discursos y en sus editoriales. Los
modos de decir inanimados y faltos de rapidez, las
licencias usadas sin discernimiento y sin parsimonia,
la frecuente enumeración de nimiedades desprovistas
de toda hermosura, el empleo de los epítetos vagos
y comunes y poco propios, la inoportuna é inarmó-
nica mezcla de agudos y de graves, ó de asonancias
y consonancias, son defectos que afean y deslustran
y prosaizan la labor poética de casi todos nuestros
románticos. Estos ignoraban que el lenguaje vulgar
ó afectado, es decir, el lenguaje que no se caldea na-
turalmente en el horno de lo pintoresco, no es el len-
guaje que hablan y difunden las musas. La poesía
tiene su lenguaje propio, como el derecho y las ma-
temáticas tienen el suyo, porque cada modalidad de la
inteligencia requiere signos ó modos especiales para
traducirse. Por ignorarlo ó desconocerlo, produjo
poco de duración larga nuestro romanticismo del año
40. No está nunca de sobra traducir á Horacio ó con-
versar con Blair.
¿Quiere decir esto que Fermín Ferreira no debe
figurar en una antología de autores uruguayos? De
ningún modo, desde que ya hemos sostenido que so-
bresale por la espontaneidad y por la fluidez de su
inspiración. Oídle como canta á La mariposa:
"Cual la niebla vaporosa.
Como la brisa sutil.
La ligera mariposa
Va vagando en el pensil.
Y desde el jazmín al lirio,
Desde la rosa al clavel.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 367
Liba en su loco delirio
De una flor y otra la miel.
Y al formar con sus volidos
Circos y líneas en cruz.
Sus mil colores lucidos
Tornasolan con la luz.
Gira inquieta y ni un instante
Te detengas á posar,
Que así imitas lo inconstante
De la vida terrenal."
Después cambia de metro, ya caldeada la fantasía,
para decirle á la flor con alas de seda:
"Vuela del heliotropo á los jazmines,
Desde el rojo clavel hasta la rosa,
Y vaga por los prados y jardines
Fugaz, inquieta, alegre y revoltosa.
¿Qué importa que te tachen de liviana
Esos que habitan este impuro suelo?
¿Piensas acaso que en la vida humana
Hay más constancia que en tu raudo vuelo?
¿Piensas que el mundo encierra realidades?
¿Piensas que de ellas gozarán los hombres?
¿Piensas que aquí podrás hallar verdades?
¡Cuánto te engañas! Sólo existen nombres. , . .
Cifras que el hombre en su fatal demencia
Dijo — con ellas dura mi memoria, —
Y á una llama opinión, á otra creencia,
Fortuna, honor, reputación y gloria.
Pero todo es fugaz y pasajero.
Todo lo borra el tiempo y lo arrebata.
Como lleva las nubes el Pampero
Que el cielo nublan del hermoso Plata."
368 HISTORIA CRÍTICA
La musa romántica es una musa enferma. ¿Cuál
es su enfermedad? La melancolía. Es una melancolía
literaria, sin que por eso deje de ser una melancolía
real. Hay algo en ella de las dudas del Hamlet de
Shakespeare y del enfermo imaginario de Moliere.
Ha soñado mucho, y vuelve del mundo de los sueños
con las alas rotas, al ver que su ideal místico y ca-
balleresco es una dulce, pero una irrealizable qui-
mera. Bohemios y apasionados por instinto ó por os-
tentación literaria, aquellos soñadores ingenios suc-
tan, como la mariposa de nuestro bardo, el néctar del
placer en todos los cálices del jardín de la vida; pero
como no todos los cálices tienen azucarado el jugo
y como el tedio está en el fondo de todas las locuras
sensuales, su hastío concluye por creer que no existe
la dicha serena, que no es la dicha que ellos buscaron
y apetecieron. Entonces hacen de su tristeza una ele-
gancia y una costumbre, sin advertir que la vida es
un cuadro donde lo róseo y lo azul, lo gris y lo negro
están esparcidos en capas iguales, superpuestas y que
aparecen sucesivamente según el modo como hiere al
cuadro la luz diurna. No nos angustiemos, porque en
el fondo de la tristeza de los románticos vaga una
sonrisa tranquilizadora. ¿Cómo han de estar tristes
hasta la muerte aquellos campeones y aquellos aman-
tes de la gloria inmortal y de la belleza soñada por
Platón? Por otra parte, la imaginación se acostumbra
á las penas, acabando por saborearlas como á un dulce
manjar. El dolor también tiene sus voluptuosidades
hechizadoras.
¿Se quiere una prueba de lo que afirmamos? Pues
óigase á la misma musa que nos decía que la creencia,
el honor, la verdad y la gloria no son sino nombres,
sostener en otra de sus rimas más populares:
DE LA LITERATURA URUGUAYA 369
"El hombre nació al mundo inteligente,
Para emplear en el bien su inteligencia,
Para legar á la futura gente
Un recuerdo inmortal de su existencia.
El que 3U vida terrenal no sella
Con actos que ennoblezcan su memoria,
El que no deja tras de sí una huella
De valor, de virtud, talento ó gloria,
Desaparece de la humana vida
Cual la hoja que arrastra la cascada,
Y su losa entre tantas confundida
Del viajero no alcanza una mirada.
Virtud, valor, talento! que de un nombre
Hacéis un timbre de eternal ejemplo.
Vosotros eleváis triunfante al hombre.
De la inmortalidad al sacro templo!
Bendito del que al polvo ha descendido
Con alma grande, exenta de vileza;
¡Bendito del que á tiempo ha comprendido
Que la existencia en el sepulcro empieza!"
Esa variabilidad de la musa se debe á la variabili-
dad de sus impresiones. Como nuestro romántico era
un verdadero poeta, cada impresión le creaba un nuevo
estado de espíritu, que necesitaba traducirse y per-
petuarse por medio del verso. Las impresiones obran
sobre la mayoría de los espíritus sin hacerles sen-
tir la necesidad de comunicarlas, reviviéndolas dra-
mática ó estéticamente en estado de ensueño; pero
esa necesidad es tan imperiosa como una necesidad
física para los aquejados por la fiebre poética, por
el delirio de la creación. Lo mismo sucede con la ra-
diación solar en la naturaleza. Hay sustancias sólidas
y transparentes, como el vidrio de urano, que sólo
24.
370 HISTORIA CRÍTICA
se iluminan hasta cierta profundidad cuando se las
expone á los rayos solares, desapareciendo su brillan-
tez cuando desaparece la acción de la luz incidente,
como los espíritus que sólo vibran mientras dura el
momento real de sus emociones. Hay, en cambio, otros
cuerpos, como los sulfuros de calcio y de bario, que
quedan durante un tiempo fosforescentes y luminosos,
después de haber sido expuestos á la luz y retirados de
ésta, como hay espíritus en los que la emoción perdura
y necesita manifestarse aun mucho después de haber
cesado la actividad de la causa emocionadora. Sumi-
sos á esa inapagable sed de traducir y de perpetuar
todas sus impresiones, los poetas se encargan de de-
latarnos la contradicción que suele existir entre sus
múltiples y policromos estados de alma, siendo más
universales y más sugestionadores los que tienen más
profunda, más sinfónica, más exaltada y más comu-
nicativa la sensibilidad.
Dicho lo que antecede, y para que se pueda apreciar
en todo su valor el numen de Fermín Ferreira y Ar-
tigas, transcribiremos la más inspirada de sus com-
posiciones, la composición que atenúa, aunque no jus-
tifique, los viciosos desórdenes que la fama le atri-
buye al poeta. Oid los alejandrinos que su musa dejó
en el álbum de Rosa:
"Al pronunciar tu nombre, se agolpa á mi memoria
Tristísimo un recuerdo de mi perdido amor;
Yo te contara, hermosa, tan peregrina historia,
Mas temo herir en tu alma la fibra del dolor.
También ella era joven, espiritual, hermosa;
Era la flor más pura y esbelta del pensil;
Reinaba entre las flores y la llamaron Rosa,
jLa tempestad un día la marchitó en su Abril!
DE LA LITERATURA URUGUAYA 371
Con ella concluyeron mis célicas visiones,
Los mágicos ensueños de amor y juventud;
En llanto se trocaron mis blancas ilusiones,
Y hallé en lugar de un ara, su fúnebre ataúd.
Desde tan cruel instante, sin brújula ni estrella.
Yo me lancé del mundo por el revuelto mar;
O atravesé el desierto para dejar mi huella
Sobre movible arena, que el tiempo ha de borrar.
Sin fe, ¿qué puedo hablarte de dicha y de esperanza?
Mi estrella está en su ocaso, sin luz mi porvenir,
Pasó ya la tormenta, más vino la bonanza.
Remedo de la calma siniestra del morir.
Así nada le queda ya al pobre peregrino,
Sino reminiscencias de su primera edad;
Sus rosas deshojaron las brisas del destino;
No tiene ni una sola que dar á tu beldad.
Perdón, si en vez de un canto radiante de alegría.
No exhalo, niña hermosa, sino ecos de dolor ;
Marchita la flor bella de la esperanza mía.
Se destempló en mi lira la cuerda del amor."
De todo lo dicho puede deducirse que nuestro poeta
se distinguió por la espontaneidad, la sencillez y el
sentimiento, aunque quiten no poco valor á su obra
el prosaísmo de la dicción y la falta de poder en el
vuelo de las ideas. Escribió, además de sus compo-
siciones líricas, un proverbio en un acto. Donde las
dan las toman, estrenado en la noche del 6 de Octu-
bre de 1860 en el teatro Solís.
La acción del proverbio se desarrolla durante un
aristocrático baile en la señorial morada de doña Rita,
tía y tutora de la joven Adela. Carlos está enamorado
de Adela; pero Alejandro, que también codicia la
hermosura de la candida virgen, trata de convencer
372 HISTORIA CRITICA
á SU amigo y rival de que el amor no es sino una ilu-
sión, un capricho que pasa rápidamente,
"Una luz que reverbera
Y que un soplo hace morir."
Don Sisebuto, un bondadoso anciano miope hasta
el exceso y que abusa sin compasión de los refranes,
pone en conocimiento de Carlos la intrigante maldad
de su amigo; pero al notar que el joven, arrebatado
por los celos y por el dolor, habla de desembarazarse
á tiros ó á estocadas de su antagonista, procura cal-
marle, persuadiéndole de que la maña es preferible
á la fuerza, porque, en intrigas de amor, vale más un
ardid oportuno que una extemporánea heroicidad, pues
es bien sabido que, en el mercado del corazón,
"No siempre el que va primero
Se lleva la mejor ganga."
Después don Sisebuto, viendo venir á Adela del
brazo de Alejandro, consigue que Carlos se oculte
tras la cortina de una de las puertas de la sala en que
el acto se desarrolla, desde donde podrá escuchar el
coloquio de su adorada con el rival odioso. Sólo, en-
tonces, se hallará en posesión de los antecedentes que
necesita para proceder con tino y con cordura, sin
escándalo y con esperanza de éxito feliz, porque,
"Ya sabéis que perro viejo
No gruñe antes de morder."
Alejandro principia á requebrar á la sensible Adela,
que quiere á Carlos, pero á la que la timidez de Carlos
se le antoja desvío, hasta que Carlos sale iracundo
DE LA LITERATURA URUGUAYA 373
de SU escondite, confiesa su pasión y jura vengarse
de la perfidia de su rival. Este responde al insulto
con el insulto, y á poco andar se concierta un duelo
entre los dos antiguos camaradas; pero don Sisebuto
da cuenta á doña Rita de lo que ocurre, conviniéndose
que los enamorados renunciarán á jugarse la vida,
siempre que Adela se decida á elegir á uno de los dos
para dueño y esposo. Adela se turba; pero al fin se
decide, diciéndole á Alejandro con graciosa ironía:
"Adela. — Casi se puede tener
Vanidad de vuestro amor,
Porque es muy rara la flor
Que os bajáis á recoger.
Os ofrezco.... mi amistad
Y que la guardéis os pido;
Mas lo que es para marido
No os merezco, perdonad.
Lleváis de galán la palma.
Alejandro. — ¿Qué escucho? j Viven los cielos!
Adela. — Yo temo que me deis celos
Y estimo la paz del alma.
Talvez cometa un desliz
No cediendo á vuestro encanto;
Quiero que no valga tanto
Mi esposo, y me haga feliz."
Carlos se hiergue gozoso y triunfador, teniendo en-
tre las suyas las manos de Adela; doña Rita consagra
con su autoridad la elección de la joven ; y se hume-
decen regocijados los ojos de miope de don Sisebuto.
El vencido sonríe con desdén y se retira encogiéndose
de hombros.
"Alejandro. — Afligirse uno es tontera.
Que con su pan se lo coman.
374 HISTORIA CRÍTICA
Don Sisebuto. — Así sabrás, calavera,
Que donde las dan las toman."
Así acaba el proverbio. El asunto es vulgar, pero
resulta interesante por lo bien llevado; los caracte-
res, aunque comunes, son propios y sostenidos; el diá-
logo es vivo y lleno de animación, aunque afectado
no pocas veces; las redondillas enamoran por su flui-
dez y su sonoridad; el desenlace, aunque previsto,
no carece de lógica ni de enseñanza, atrayéndose la
simpatía de los espectadores por lo justiciero y lo
moral de la elección de Adela. Después de leer ese
lindo juguete, parécenos que tenía más aptitudes para
la escena cómica que para el vuelo lírico nuestro Fer-
mín Ferreira y Artigas.
En resumen, á pesar de su sensibilidad y á causa
del prosaísmo de su lenguaje, nuestros románticos no
siempre son poetas. ¿Por qué? Léssing dice que el
poeta debe siempre pintar, y agrega: "El poeta no
sólo pretende hacerse inteligible. No basta que sus
concepciones estén expresadas de una manera clara
y precisa. Esto sólo satisface al prosista. El poeta
quiere hacer tan vivas las ideas que despierta en nos-
otros, que nos figuremos en nuestro entusiasmo sen-
tir de primer momento las verdaderas impresiones
de los objetos mismos, y que, en el momento de la
ilusión, cesemos de tener conciencia del medio de
que se vale para obtener su resultado, á saber, de las
palabras." Tribunos ardorosos y periodistas batalla-
dores, nuestros románticos utilizan el mismo len-
guaje en sus artículos, en sus discursos y en sus poe-
sías. No saben hacer, del idioma, un pincel y una pa-
leta. Ese fué su error, y su debilidad. En su desprecio
por la forma, no quisieron ver que la poesía es una
r.ucesión de sentimientos que se manifiestan por me-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 375
dio de imágenes. No es poeta el que, careciendo de
esa imaginación verbal, no esculpe y no colora sus en-
sueños y sus ideas por la virtud sugestiva y tiránica
de su dicción. — ¿Lo dudáis? — Leed á Homero, leed
á Dante, y sobre todo leed á Shakespeare.
¿Qué decir, ahora, de nuestra crítica literaria?
Durante las dos primeras edades de nuestro roman-
ticismo, la censura se deja extraviar por los desen-
frenos de la pasión política. ¿Queréis convenceros?
Leed, por ejemplo, El azote literario. Es un folleto
de 60 páginas, llenas de insulseces, publicadas por El
demócrata, un crítico á la violeta, á raíz de la apari-
ción de las Arenas del Uruguay de Heraclio C. Fa-
jardo. Es un desahogo político más que una literaria
elucubración. El aristarco acusa al poeta de usar ex-
presiones tan prosaicas como envuelta en pañales; de
aconsonantar ripiosa y mecánicamente esquife con
arrecife y suplicio con vicio; de no dividir en dos síla-
bas los vocablos veía y creía; de su afición á los puntos
suspensivos y de tratar sin ceremonias á Víctor Hugo.
Así critican, por lo común, los que son incapaces de
hacer. Así se criticaba, cuando se criticaba, en aquel
entonces. Las minucias se convertían en cordilleras.
Se juzgaba al ingenio por un verso cojo, un adjetivo
mal aplicado, ó una imagen descabellada. El tiempo
ha enfrenado á los infecundos que ladran á la luna
y que niegan que el sol es un globo adorable, bajo el
pretexto de que el sol tiene manchas. ¿Qué importa
la divisa de los que crean? ¿Qué importa que dormi-
ten ó desacierten de tarde en tarde? La perfección
sin máculas no puede existir. En el mundo del arte
no hay luz sin humo ni incendio sin cenizas. Homero
y Shakespeare, tal vez más por sus defectos que por
sus virtudes, son Homero y Shakespeare. Suprimid
la antítesis, las paradojas, los tropos con melena de
3f6 HISTORIA CRITICA
león y pico de águila, y habréis suprimido lo mejor
de la obra de Víctor Hugo.
En la edad clásica los censores más duchos son cen-
sores retóricos y gramaticales á lo Hermosilla. La
inflexibilidad de las reglas, la rigidez de la parte
preceptiva de las bellas artes, no se discute. Saben
distinguir entre la crítica estética, que juzga de la
belleza, y la crítica histórica, que juzga de la verdad;
pero no saben diferenciar el juicio ético del juicio
calológico. Olvidan que no todas las obras obedecen
á la ley de buscar lo bello dentro de lo bueno. Ved
sino los dramas trágicos de Calderón y algunas de
las más celebradas comedias de Shakespeare.
Así los críticos clásicos poseen el conocimiento teó-
rico, la doctrina técnica del arte de componer; pero
el respeto á ese tecnicismo los extravía, como los alu-
ciña su constante afán de correr sólo en busca de las
fruiciones estéticas más generosas. La censura ro-
mántica, que abomina las reglas y que transforma en
licencia la libertad á que tiene derecho el numen
creador, también estima las obras literarias confun-
diendo la bondad con la hermosura, el juicio de ín-
dole calológica con el juicio de índole moral. La no
admisión de una diferencia posible entre los dos jui-
cios se observa hasta en las disquisiciones literarias
de don Andrés Lamas y de Juan Carlos Gómez.
Horacio y Boileau presiden por entero el cónclave
clásico. El arte consiste en imitar á los antiguos y
apoyarse en las reglas, sin ultrapasar nunca las leyes
del sentido común. La doctrina ortodoxa no admite
cismáticos. La crítica no tiene miramientos piadosos
con los rebeldes. Es verdad que los franceses ya han
librado batallas contra esa tiranía. Perrault en 1687
y Fontenelle en 1688 han proclamado el amor de la
novedad, diciendo que si la ciencia progresa incesan-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 377
temente desde los días de Thales de Mileto, no es
justo ni lógico que la literatura sea lo que fué en los
días de Plauto y de Virgilio. Esta tímida resistencia
es á modo de nube que se encargan de disolver suce-
sivamente Voltaire con lo agudo de sus burlas, Mar-
montel con la elegancia de sus artículos, y Geoffroy
con lo terco de su muy fastidiosa escolástica. ¿Qué
sabíamos nosotros de aquellos combates? Nada, por-
que bueno es decir que, casi siempre, citábamos por
reflejo ó referencia las máximas de Horacio y de
Boileau.
Los románticos, que desdeñan olímpicamente las
reglamentaciones más útiles, ¿qué es lo que hacen'
Su crítica se reduce á darnos algunos datos sobre la
vida de los autores, sin estudiarla, y á presentarnos el
esqueleto de la obra en examen, sin penetrar en el
espíritu de la misma. Les basta y les sobra con que
haya rebeldías, algunas imágenes y un pequeño barniz
de color local. Nada saben de los métodos críticos
maa en boga. El método histórico, empleado por Vi-
llemain en 1828 y por Nisard en 1834; el método psi-
cológico y fisiológico, empleado por Sainte Beuve y
por Víctor Cousin desde 1840 hasta 1869; el método
científico, empleado más tarde por Taine y Brune-
tiére, Schérer y Montagut; todos los métodos de que
nos habla en un opúsculo, tan docto como interesante,
el normalista León Levrault, no llegan hasta nosotros
ó son mal comprendidos por nuestros ingenios. Leed
las críticas hechas á Fajardo por Carlos L. Paz, en
La Tribuna de Buenos Aires durante el mes de Abril
de 1859. Leed igualmente lo escrito por don Alejan-
dro Magariños Cervantes, uno de nuestros mentores
más ilustrados y más influyentes, sobre Francisco
Acuña de Figueroa, sobre Adolfo Berro y sobre Mar-
cos Sastre. Defiende al primero con timidez; no sabe
378 HISTORIA CRÍTICA
que el segundo es un poeta, porque es un enfermo;
y vé en la obra del último casi una obra de utilidad
práctica, casi un tratado de didáctica pastoril, dete-
niéndose poco en la labor verbal del artífice eximio
que ya á los ocho años entendía lo que cantan las
aves y sueñan las flores de las islas paradisíacas del
Paraná.
Nuestra crítica nace después de muerto el roman-
ticismo. Blixén le infundirá la escéptica dulzura de
sus misericordias iluminadas, Ferreira le prestará el
sereno atractivo de su tersa y armoniosa dicción, y
Víctor Pérez Petit le dará profundores que no cono-
cíamos, hasta que Rodó la vista con el manto de prín-
cipe de su lenguaje y la fecunde con la abundancia
de su saber estético.
IV
Ocupémonos del avance de nuestra literatura jurí-
dica, cuyo estudio tiene que distinguirse por su bre-
vedad, porque sólo por accidente se relaciona con la
historia de nuestras letras, aunque mucho se relacione
con la historia de nuestra cultura.
El estilo forense, que es una de las varias modali-
dades del estilo técnico, se caracteriza de un modo
cspecialísimo por su método riguroso, su claridad se-
vera y su mucho sabor doctrinal.
La fuente y la síntesis de la literatura jurídica se
encuentra en los códigos. Éstos, al tratar de armoni-
zarse con el progreso de las costumbres, se mejoran
por la observación y se completan por el estudio com-
parativo con otros códigos.
La literatura codificadora no es una literatura pro-
piamente inventiva, sino que es una literatura de apli-
cación sensata y de análisis ilustrado.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 379
Un código puede definirse como una colección de
leyes ó de constituciones, la cual toma su nombre del
gobierno que la mandó hacer, del autor que la hizo, ó
de la materia de que se trata.
No nos detendremos en inquirir y explicar la esen-
cia de la ley, contentándonos con decir, como el pri-
mero de los oradores romanos, que los fundamentos
del derecho no deben buscarse en la opinión, sino en
la naturaleza, — ñeque opinione, sed natura constitu-
tum esse jus, — y que las leyes deben ser las inter-
pretadoras fidelísimas de aquello que es justo y con-
forme al derecho, — interpretando inesse vim et sen-
tentiam justi, et juris legendi.
No diremos, como Montesquieu, que las leyes son
las relaciones que necesariamente se derivan de la
naturaleza de las cosas, ó en otros términos, las rela-
ciones que existen entre la razón primitiva y los di-
versos seres creados, así como también las relaciones
de estos diversos seres entre sí. — No diremos tam-
poco, como el célebre filósofo francés, que la ley en
general es la razón humana, desde que todos los pue-
blos de la tierra se someten al dominio de la ley, de
lo que se deduce que las leyes políticas y civiles de
cada estado no deben ser sino los casos particulares
en que aquella razón se aplica. — Ni tampoco diremos,
como el mismo autor, que las leyes deben estar ar-
mónicamente relacionadas con el clima, el terreno, la
religión, la cultura, la riqueza, el comercio, el número,
las costumbres y las inclinaciones de cada patria y
de los habitantes de cada país. — Ni diremos en fin,
siempre como Montesquieu, que las leyes no forman,
pero sí contribuyen á formar los hábitos y el carácter
de las naciones, porque desde que la ley es la razón
humana puesta en ejercicio, es lógico que la ley eduque
á la sociedad en el ejercicio de la razón.
38o HISTORIA CRÍTICA
Lo que sí diremos es que nuestros códigos no exis-
tieron desde el comienzo de nuestra vida libre. En
aquel entonces las leyes peninsulares eran las leyes
de la patria heroica y en perpetuo incendio, comple-
tamente preocupada del difícil problema de nuestra
organización política.
El primero de nuestros codificadores, el primero
que trató de reunir en un cuerpo ordenado las leyes
y estatutos de la nación, fué el ilustre y sapiente don
Eduardo Acevedo.
El doctor Acevedo, del que ya hemos hablado en
otra oportunidad, terminó el preámbulo de su pro-
yecto de Código Civil, remate de una obra laboriosí-
sima, al empezar Setiembre de 1851. Ayudáronle á
concluirla satisfactoriamente, con sus observaciones
y sus consejos, José Solano Antuña, Antonio L. Pe-
reira y don Joaquín Requena, á cuya amable sabiduría
no escatimó su tributo de gratitud el doctor Eduardo
Acevedo.
Tratábase, con aquella obra, de salvar la confusión,
los vacíos y las incoherencias que se notaban en nues-
tras leyes, por ser muy amplia la legislación espa-
ñola de que se servían nuestros jurisconsultos, y por
ser no pocos los obstáculos con que tropezábamos para
fallar con sana rectitud, — "por carecer de una legis-
lación propia, homogénea y en armonía con nuestra
forma de gobierno, nuestras costumbres y las nece-
sidades de la época."
Para llevar á cabo obra tan nueva y de tanta im-
portancia, el autor espigó no sólo en las Instituía
de Justiniano, sino también en las compilaciones de
Fuero Juzgo y Las Siete Partidas del rey Alfonso;
pero mucho más, y más especialmente, en las obras
francesas de Domat. Pothier, Merlin y Troplong.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 381
Aquella tentativa se derivaba de una imperiosa ne-
cesidad.
A medida que se fueron perdiendo los añejos usos;
á medida que los contratos tuvieron que escribirse ;
á medida que la buena fe, en pugna con la malicia
de los codiciosos, precisó de la ayuda del poder so-
cial; á medida que los pleitos se extendieron y mul-
tiplicaron, echóse de ver la pronta conveniencia de
reformar los códigos que habíamos heredado de la
península, por ser muy obscuras y contradictorias las
leyes emanadas de esos mismos códigos.
Por otra parte, y como bien manifestaba el autor
en el preámbulo de su obra, ni siquiera estábamos de
acuerdo sobre los códigos que nos regían, siendo cu-
riosísimo que mientras la península iba desprendién-
dose de sus viejas leyes, nosotros nos obstináramos en
dilucidar la validez ó la falta de jurídico fundamento
de las ordenanzas del Fuero Juzgo ó del Fuero Real,
cuando ya contaban con una codificación propia y
homogénea Chile y Bolivia.
El proyecto no fué elevado á la legislatura hasta
el mes de Mayo de 1853, pasando á estudio de una
comisión especial, entre cuyos miembros figuraban
Juan Carlos Gómez, Cándido Joanicó y Ambrosio
Velazco. — Estos no presentaron dictamen alguno,
por cuyo motivo el gobierno del general Flores, en
Abril de. 1854, nombró una nueva comisión compuesta
de quince miembros para el pronto examen de la im-
portantísima labor codificadora. — En esta comisión
de profesores de derecho, según la justa frase de El
Comercio del Plata, se sentaron Manuel Herrera y
Obes, Joaquín Requena, Florentino Castellanos, Adol-
fo Pedralbes y Solano Antuña, amén de otros no me-
nos expertos y sapientes en ciencia jurídica como
38a HISTORIA CRÍTICA
Jaime Estrázulas y Carlos Santurio, Ramón Vilar-
debó y Antonio de las Carreras.
Transcurrido un mes y después de aprobados al-
gunos artículos del código en examen, la comisión
cortó sus trabajos por falta de asistencia y por sobra
de lentitud, hasta que en 1856 la Cámara de Diputados
resucitó el proyecto, sancionándole casi por entero
después de dos sesiones de debate ruidoso. Sólo el
capítulo referente al matrimonio civil, que el código
imponía como una obligación, quedó en suspenso
hasta mayor estudio, provocando las alarmas y resis-
tencias que ya había previsto en el preámbulo de su
obra el liberal instinto del doctor Acevedo.
Nos habíamos educado en el fervor de la religión
católica, y nos costaba lo que no es decible despren-
dernos del seno ya enjuto de aquella secular nodriza.
— Tal vez por esta causa, pues lógicamente no se
concibe otra, el notable proyecto del doctor Acevedo
quedó sepultado, entre nuestros papeles senaturiales,
en Mayo de 1857.
Entre tanto y desde Julio de 1856, por disposición
del gobierno de la provincia de Buenos Aires, el doc-
tor Acevedo, en compañía del doctor Dalmacio Vélez
Sársfield, ocupábase de redactar un Código de Co-
mercio.
Según Thaller, tanto el derecho civil como el co-
mercial no son sino dependencias ó desdoblamientos
del derecho privado. El primero estatuye y gobierna
las relaciones de familia ó propiedad entre los parti-
culares. El segundo es la rama jurídica que estatuye
y gobierna la circulación mercantil de los productos,
el dinero y los títulos fiduciarios.
Cuando el doctor Acevedo inició su obra, las tran-
sacciones comerciales platenses se regían por las an-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 383
tiguas ordenanzas de Bilbao. Sin embargo, á falta de
leyes expresas, los tribunales aceptaban la jurispru-
dencia emanada del Código Mercantil de Francia. —
Así los autores del nuevo estatuto ó constitución se
basaron, para redactarla, en ese último código; pero
mejorado y reformado por las leyes comerciales de
Portugal, Holanda, Wurtemberg y el imperio del
Brasil, así como también por el estudio de los usos
y costumbres establecidos en las transacciones del
comercio de Buenos Aires.
Los elementos principales del código francés se
encuentran ya en las dos célebres ordenanzas que so-
bre el comercio terrestre y marítimo dictó Luis XIV
en 1673 y en 1681. En 1673 el imperio británico y el
imperio alemán se alian contra Francia. Luis XIV
pide recursos al genio de Colbert, y Colbert regla-
menta el comercio terrestre. En 1681 Luis XIV de-
rrumba Versalles y le reedifica, rejuvenecido por las
locuras de la Fontanges. Luis XIV pide de nuevo
recursos á Colbert, y Colbert reglamenta el comercio
marítimo. Más tarde. Napoleón I, necesitando reno-
var todo lo estatuido sobre las quiebras, ordena la
redacción metódica de un nuevo código mercantil;
pero ese código, — en que no brilla el orden y que
no es completo, como dice Alauzet, — ofrecía una me-
diocre pauta á los doctores Eduardo Acevedo y Dal-
macio Vélez Sársfield.
Así, en lo referente á las letras de cambio, el nuevo
estatuto abandonaba la vieja doctrina, la doctrina
francesa, de que esos papeles se formaban y se trans-
mitían por los contratos conocidos en el derecho ro-
mano, para aceptar la doctrina novísima de que las
letras de cambio son una especie de papel moneda ó
títulos de crédito, de acuerdo con las disposiciones
384 HISTORIA CRÍTIC^
vigentes en Inglaterra, los Estados Unidos y la ley
general que sobre esta materia sancionó la Alemania
de 1848.
El Código de Comercio, aceptado por el congreso
argentino en Setiembre de 1862, entró á formar parte
de nuestra legislación en Mayo de 1865 y bajo el go-
bierno provisorio del general Flores. Así empezábase
á realizar uno de los anhelos perpetuamente acaricia-
dos por las dos repúblicas del Río de la Plata: el
anhelo de codificar, dándoles unidad y coherencia,
todos los ramos de su legislación positiva. Ya el es-
tado de Buenos Aires, por decreto del 20 de Agosto
de 1824, dispuso y ordenó la redacción de un código
mercantil, confiándola á una comisión de jurisconsul-
tos presidida por el doctor Manuel José García, que
tuvo á su cargo el ministerio de la hacienda pública
bajo el gobierno del general Las Heras. La comisión ni
siquiera llegó á reunirse para deliberar, por lo que en
Junio de 1832, el gobierno de Rosas renovó el decreto
de 1824, entregando la reforma de la jurisprudencia
comercial argentina á una nueva comisión formada
por los señores Vicente López, Nicolás Anchorena y
Francisco Lezica, los que á nada arribaron y nada
hicieron, como nada hicieron las comisiones designa-
das en 1852, bajo el directoriado de Urquiza, para
armonizar y rejuvenecer toda la codificación del país
vecino. Sólo en 1862 se cumple una parte del propó-
sito perseguido por más de ocho lustros con la obra
realizada por los doctores Eduardo Acevedo y Dal-
macio Vélez Sársfield, la que, con ligerísimas modi-
ficaciones de detalle, entró á formar parte de nuestra
legislación positiva en 1865.
El doctor Acevedo, — de quien el doctor Vélez
Sársfield decía que era hombre de mucho estudio,
muy capaz, muy hábil y de una laboriosidad extrema, —
DE LA LITERATURA URUGUAYA 385
tomó á su cargo el estudio de la jurisprudencia com-
parada y la redacción de los títulos de la obra, cabién-
dole á su ilustre colaborador la tarea de censurar y
corregir los capítulos ya redactados, treinta de los
cuales no ofrecieron motivo alguno de censura ó en-
mienda. Improba y difícil era la labor escogida por
nuestro compatriota, dado lo extenso y lo complicado
que resulta el examen metódico de la legislación com-
parada, pues, como decía el doctor Vélez Sársfield,
"sólo el que se consagre á este género de estudios
puede medir el tamaño de las dificultades que en él
se encuentran para conocer en cada capítulo las leyes
de diversas naciones, porque los títulos en los códigos
no siempre se corresponden, ó están esparcidas en di-
versos lugares, y parten las más de las veces de un
antecedente que puede quedar inadvertido."
El Código de Comercio, tan notable por la armónica
unidad de su organismo jurídico como por el reparto
y la disposición de sus materias, es una obra que puede
considerarse como un alto y durable modelo de cien-
cia jurídica, aunque sólo valiera al principal y más
laborioso de sus ledactores quebrantos de salud é in-
justos olvidos.
Dos años después, en Enero de 1868, el gobierno
provisorio del general Flores declaró incorporado á
nuestra legislación el Código Civil, redactado y com-
puesto por el doctor don Tristán Narvaja.
El Código había sido sometido al examen de una
comisión constituida por los señores Florentino Cas-
tellanos, Manuel Herrera y Obes, Antonio Rodríguez
Caballero y Joaquín Requena. Esa comisión, de la
que también formaba parte principalísima don Tris-
tán Narvaja, quedó acéfala por el sentido fallecimiento
del doctor Castellanos. — Apaciguado el duelo, la co-
misión, de acuerdo con el autor del código, se dedicó
586 HISTORIA CRITICA
con especialidad á conseguir que aquel nuevo é im-
portante cuerpo de leyes estuviese en concordancia
y en armonía con las disposiciones de nuestro Código
de Comercio.
Según afirma Baudry - Lacantinerie, el derecho ci-
vil, tomado en su sentido largo y usual, es un sinó-
nimo del derecho privado. Tomado en su sentido doc-
trinal y estricto, el derecho civil es una de las ramas
del derecho nacional privado que disciplina las rela-
ciones de las personas como miembros de la familia
y como sujetos del patrimonio, según la poco com-
plicada definición de Loris.
La comisión decía en su informe: "Los Códigos de
Europa, los de América y con especialidad el justa-
mente elogiado de Chile, los más sabios comentadores
del código Napoleón, el proyecto del doctor Acevedo,
el del señor Goyena, el del señor Freitas, y el del
doctor Vélez Sársfield han sido los antecedentes so-
bre los que se ha elaborado la obra que hemos revi-
sado, discutido y aprobado."
La comisión decía también que ningún código le
había servido de norma; pero que los había utilizado
todos, tomando de cada uno de ellos las disposiciones
más adaptables á nuestro país y las más en confor-
midad con la lógica del sistema que el autor se im-
puso. Como ya hemos dicho, también el doctor Ace-
vedo se había preocupado, muchos años antes, de nues-
tra confusa legislación civil. Su proyecto, terminado
en 1851, fracasó en 1857; pero muchos de los princi-
pios sustentados en aquella tentativa infortunada, tu-
vieron que sostenerse y aceptarse por el redactor del
código nuevo. En lo referente al matrimonio, el doc-
tor Acevedo había sostenido que el contrato civil y
el sacramento eran dos cosas distintas, debiendo el
primero ser protegido y registrado por los poderes
DE LA LITERATURA URUGUAYA 387
públicos de la nación, aunque el segundo correspon-
diese de derecho á la iglesia. El nuevo código
desechó esta verdad, en lo que no hizo bien ; pero
desechó en cambio, con réizón justísima, otras dispo-
siciones del proyecto, disposiciones de anticuado pe-
ninsularismo y que no estaban en armonía con las
necesidades de la época.
La antigua legislación española, base muy principal
de la difícil labor del doctor Acevedo, se nutrió en
las fuentes de la legislación romana justinianesca. —
Justiniano con su voluptuosidad, sus vejámenes, sus
rapiñas, sus profusiones, su afán de monumentos y
su sed de reformas, es un monarca incómodo y duro.
— Fué un político detestable. — Montesquieu dice :
"Justiniano, que favoreció á los azules y rehusó toda
justicia á los verdes, agrió á las dos facciones, y,
por consecuencia, las robusteció. Ellas llegaron hasta
aniquilar la autoridad de los magistrados. Los azules
dejaron de temer á las leyes, porque el emperador
los protegía contra ellas, y los verdes cesaron de res-
petarlas, porque ellas no podían defenderles ya." —
Aquel déspota y aquel lascivo, pretendió unificar to-
das las opiniones en un solo culto y reunir la suma
de todas las jurisprudencias en sus cuatro códigos
memorables. — Así el Digesto es una larga compila-
ción de fragmentos extraídos de las obras jurídicas
anteriores á la sexta centuria, del mismo modo que el
Codex es una compilación de las leyes imperiales an-
teriores al mes de Abril del año 529. — Las Instituía
y las Novelice forman el verdadero derecho justinia-
nesco y están destinadas á la exposición de los prin-
cipios elementales en que se basaba el propio empe-
rador, de acuerdo unas veces con las observaciones
de su sapiente ministro Triboniano, y de acuerdo otras
veces con lo estatuido por el célebre Gayo, juris-
^88 HISTORIA CRÍTICA
consulto que floreció en la época de los Antoninos.
Justiniano permitió y hasta ordenó que se inter-
polase en aquellos códigos todo lo que el derecho
práctico encontrara de útil á la índole de su tiempo,
lo que se hizo con abundancia, según Pietro Bon-
fante, en las instituciones de Gayo, las sentencias de
Paolo, las reglas de Ulpiano y el códice de Teodosio,
interpolaciones á las que se unieron, durante la edad
media, las exigidas por el derecho canónico y por
los jurisconsultos de la escuela de Boloña. — Así
aquella codificación, variable y selvática, pasó á for-
mar parte del derecho originado por el uso y la
costumbre, derecho que sólo debe su autoridad al con-
sentimiento tácito con que lo amparan las subsiguien-
tes legislaciones, según afirma y según enseña Bau-
dry-Lacantinerie. Aun en tiempos posteriores al tiempo
bolones, el derecho romano, como dice Mourlon, no
era tenido en cuenta sino por su índole de razón es-
crita, y las leyes romanas, como dice Laurent, tenían
más que un carácter obligatorio, un carácter de leyes
derivadas de la costumbre, lo que permitió corregir-
las y suavizarlas, según los usos, á Pothier y á Domat.
Eso demuestra, lógicamente, que cada país debe bus-
car su tradición jurídica en sus propios hábitos, y
no en el Digesto ó en las Instituciones.
Si se atiende á que el derecho, como todas las otras
manifestaciones de la vida popular, es un producto
de la conciencia social que varía según los usos y la
cultura de cada país, claro está que el derecho ro-
mano, como el antiguo derecho español y como el
moderno derecho francés, nunca pudo aspirar á ser
inmutable y universal, pues no hay derecho que pueda
ser aplicado del mismo modo y con las mismas rigi-
deces en todas las patrias. El Fuero Juzgo y las Leyes
de Indias ya habían hecho su tiempo antes de los
DE LA LITERATURA URUGUAYA 389
albores de la centuria decimonona. El derecho, como
los hábitos y las artes y las ciencias, es evolutivo,
de donde se deduce que la obra redactada en el año
46 por el doctor Acevedo no podía aceptarse sin cier-
tas correcciones y supresiones en 1868, cuando el doc-
tor Narvaja concluyó de formar su Código Civil.
El doctor Acevedo, que fué muy poco tradiciona-
lista y muy tolerante con los errores de los partidos;
que combatió los privilegios y el pasaporte ; que quiso
que se ampliasen las rentas y las prerrogativas de los
cabildos ; que predicó el fomento de la instrucción
primaria y el fomento de nuestra ya valiosa ganade-
ría; que luchó por la importación de brazos y de ca-
pitales; que sostuvo que el ciudadano naturalizado
tiene y debe tener los mismísimos fueros que el ciu-
dadano natural; que llamó injusticia á las confisca-
ciones y escuela de sucia inmoralidad á las cárceles
en que se aglomeraban todos los delitos, — no desco-
noció ni podía desconocer el carácter evolutivo de
la legislación, que su código perfeccionaba, pues si la
ley civil, en su sentido lato, comprende todos los de-
rechos que se ejercitan de particular á particular,
claro está que la ley civil se amplía y corrige, á me-
dida que esos derechos mejoran y aumentan con el
progreso de las costumbres y con el desarrollo de las
necesidades.
Sin embargo, es bueno advertir que un mismo mé-
todo y un mismo plan, un mismo sistema y casi una
misma lógica informan los dos códigos que nos ocu-
pan, aunque ambos se separen fundamentalmente en
lo que se relaciona con el matrimonio, la protutela,
los bienes reservables y todo lo estatuido para el
derecho sucesorio por la antigua jurisprudencia pe-
ninsular. — Así mientras el doctor Acevedo había es-
tatuido que el matrimonio civil era una obligación
390 HISTORIA CRÍTICA
que á todos alcanzaba, el doctor Narvaja, por respeto
á las creencias católicas, sólo lo imponía como un
deber á los individuos congregados en torno de los
cultos disidentes, dejando á los párrocos de las igle-
sias su carácter de oficiales del estado civil. Del
mismo modo, en tanto que el doctor Acevedo había
mantenido las reservaciones de bienes para el viudo
ó viuda que pasara á segundas nupcias, el doctor Nar-
vaja desechaba con brío ese anticuado precepto, por
creerle adversario de la familia é incompatible con
los principios fundamentales de las leyes patrias.
Igualmente se diferenciaban los dos proyectos en lo
relacionado con la legitimación de los hijos natura-
les, rechazando el doctor Narvaja la legitimación por
cédula legislativa y exigiendo de un modo categórico
que el reconocimiento del hijo natural, no producido
por el subsiguiente matrimonio de los padres, se hi-
ciera por testamento ó escritura pública. ¿A qué se-
guir este somero y poco entretenido examen? Bás-
tanos decir que eran dignas de aplauso muchas de
las reformas patrocinadas é introducidas por el nuevo
estatuto, en cuyo informe decía con verdad la comi-
sión que, al reducir los preceptos de la ley á un solo
volumen de posible estudio y de comprensión fácil, se
cooperaba mucho á la labor segura y tranquila de los
magistrados, "mientras que en el día hay muchos ca-
sos en que no cabe quedar satisfechos respecto del
acierto, porque es menester recurrir por motivos de-
terminantes á una docena de códigos que, aparte el
mérito de algunos, adolecen de todos los defectos de
la época en que se dieron y de las contradicciones y
omisiones que todos conocen." — Narvaja tenía, como
Acevedo, la facultad sintética del científico unida al
instinto lógico del jurista, y aunque en algunas de
sus presci'ipciones fué menos audaz que su antecesor,
DE LA LITERATURA URUGUAYA 391
pudo, gracias á los adelantos de la época, corregir el
exceso de españolismo que había adoptado, para dar
á su obra un carácter nacional y de raza, el doctor
Acevedo. De todos modos la infructuosa tentativa de
1857 y el afortunado esfuerzo de 1868 nos dieron la
unidad de la legislación de nuestro derecho privado,
al darnos la unidad y la congruencia que se advierten
en nuestro claro, sucinto, armónico y muy estimable
Código Civil.
CAPITULO V
Lra oratoria política
SUMARIO:
I. — Una novela de Díckens. — Nuestros diarios desde 1855 hasta
Í870. — Carácter de la oratoria en aquel periodo. — La pasión
partidaria. — Cicerón y los Diálogos del orador. — La tribuna
en Roma. — Los conocimientos que requiere el arte de hablar,
— La retórica y la elocuencia.
n. — La cámara de 1858. — El debate sobre la guardia nacional.
— La oratoria del Dr. Palomeque. — La réplica de Vázquez
Sagastume. — El proyecto concediendo honores excepcionales
al presidente Pereyra. — Discusión sobre lo poco democrático
del proyecto aquél. — La dificultosa situación de Aguírre. — El
poder de las circunstancias. — La tenacidad tribunicia de Palo-
meque. — Una cita de la Revolución Francesa.
in. — El modo de decir de Vázquez Sagastume. — Don Enrique
de Arrascaeta. — El influjo de don Cándido Joanícó. — Su
universalidad. — Las modificaciones al tratado de comercio con
el Brasil. — El convenio entre don Andrés Lamas y el barón
de Mauá. — El proyecto de neutralización de la República. —
Fragmentos de los discursos de Joanicó. — Joanícó y Cavia. —
El partidarismo de los hombres de 1860.
IV. — Cicerón y la mejor manera de decir. — La oratoria y la
sabiduría. — Los tres estilos ciceronianos. — Caracteres de cada
uno. — La invención, la distribución y la elocución. — El pro-
blema del lenguaje. — El gesto, la voz y el ademán. — Las
reglas retóricas. — Un discurso de Vergniaud. — La legislatura
desde I86I hasta 1863. — Fragmentos de los discursos de Ca-
rreras y Vázquez Sagastume. — Errores cometidos por la ora-
toria de aquellos días. — El proyecto de amnistía. — La liber-
tad de la prensa. — Conclusión.
394 HISTORIA CRÍTICA
Abandonemos por un instante, para evitar la mo-
notonía, al sagrado escuadrón de los rimadores.
Mientras éstos soñaban, el periodismo y la oratoria
política se habían desenvuelto y desarrollado. El pacto
del 10 de Octubre de 1851 no satisfizo á todos. Ol-
vidando que los hombres de la Defensa estuvieron
divididos en varias y ardorosas facciones, gracias á
las cuales el bajel de la ciudad navegó, de continuo
y con angustia, entre los escollos del tumulto y la
anarquía; olvidando que todos los recursos rentísti-
cos de aquella situación, belicosa y contrariada, es-
taban ya secos, viviendo entre penurias y sinsabores
de un subsidio francés, dado con la peor y con la más
variadiza de las voluntades; olvidando, en fin, que
los intereses de la política brasileña y de la política
unitaria pugnaban en favor de una paz que iba á con-
cluir con el poder de Rosas, el pacto de 1851 valió
severos cargos y no pocos disgustos, obligándole á
refugiarse en las dulces quietudes de la vida privada,
al desengañadísimo don Manuel Herrera y Obes.
Ni los de afuera ni los de adentro creían en las
virtudes de la igualdad y de la tolerancia. Era di-
fícil la mansedumbre, dado lo largo y lo fuerte del
viento que encrespó las olas. Pronto volvieron los
giupos tradicionales, los nacidos al nacer nuestra his-
toria de nación libre, á vivir y á pensar como viven
y piensan los azules y los amarillos de las Aventuras
de Mister Pickwich. Según la satírica é inmortal no-
vela de Dickens, todo lo que los azules dicen y pro-
yectan disgusta de tal modo á los amarillos, que la
faz de los amarillos está siempre azulada por el des-
pecho y la indignación, de la misma suerte que todo
DE LA LITERATURA URUGUAYA 395
lo que los amarillos dicen y proyectan disgusta de
tal modo á los azules, que el despecho y la indigna-
ción amarillean incesantemente la faz de los azules,
como si los azules estuviesen por todos los siglos en-
fermos de ictericia. Así, discutiendo y falseando los
pactos de paz, que les impone de década en década
la guerra civil, se pasan la vida nuestros amarillos
y nuestros azules, que necesitan de órganos y tribu-
nos que ulceren su pleito, como necesitan órganos y
tribunos que agrien sus debates, los azules y los ama-
rillos de la turbulenta ciudad de Eatanswill. A El
Orden, fundado por Juan Carlos Gómez, y á La Cons-
titución, redactada por Eduardo Acevedo, pronto si-
guieron, desde 1855 hasta 1862, La Nación, La Repú-
blica y El País, como siguen á éstos, desde 1862 hasta
1870, El Siglo, La Reforma Pacífica, La Tribuna y
El Ferrocarril, el popular diario de la tarde de don
José María Rósete. No faltaban á sus redactores ni
patriotismo, ni ciencia, ni probidad; pero cada uno
de los principales de aquellos órganos arrojó, sin bus-
carlo ni pretenderlo, montones de astillas en la ho-
guera de nuestros enconos, olvidándose, á veces, de
que su fin no debía ni podía ser otro que combatir
por las libertades públicas, resolver nuestros múlti-
ples problemas económicos, y acrecentar el grado de
nuestra cultura con la cultura esparcida por sus in-
formaciones de carácter universal. No sólo por sus
adelantos tipográficos, sino también por la variedad
y amplitud de sus noticias, los diarios de 1862 valen
más que los de 1843, como los de 1843 valían más que
los de 1838. También valieron más, indudablemente,
por su labor escrita, y no podía ser de otro modo si
se tiene en cuenta que, desde 1863 hasta 1871, apa-
recen y pasan por las columnas de nuestros diarios
Carlos María Ramírez, Julio Herrera y Obes, Pablo
396. HISTORIA CRITICA
De-María y José Cándido Bustamante. En el mundo
moral, como en el mundo físico, todo obedece á la ley
de la evolución. El proceso evolutivo de los seres or-
gánicos empieza en la gelatina aforma, concluyendo
en el hombre del aereoplano y del submarino. El pro-
ceso evolutivo de nuestra prensa, desde 1829 hasta
1862, principia en las ediciones trisemanales de El
Universal y concluye en la máquina de retiración de
El Siglo. Cada diario llevaba el sello de sus redac-
tores. Así, nuestra prensa, en aquel período, fué ática
con Herrera, doctoral con De-María, valiente y briosa
con Bustamante, llena de retoricismos y brillazones
con Carlos Ramírez. Si calentáis el carburo de calcio,
éste no produce absolutamente nada; pero si le añadís
un cuerpo que le proporcione oxígeno, como el clo-
rato potásico, el carburo reacciona violentamente y
su calefacción llega á la incandescencia. La prensa,
colocada en manos de la mediocridad, de muy poco
sirve; pero si la ponéis en manos que sepan oxige-
narla, esparciendo ideas y agitando pasiones, llega á
obtener un crédito igual al crédito que obtuvo El Si-
glo, y un interés igual al interés que despertaban los
nerviosos editoriales de La Tribuna.
La oratoria política siguió el mismo proceso. Fué
más sabihonda, más erudita, más fácil y más fecunda
en galas; pero tuvo también resabios de secta, des-
haciéndose en cóleras, apostrofes y ditirambos, como
oratoria de partido ó de grupo más que de asamblea
ecuánime y nacional, es decir, tuteladora del interés
de todas las clases y de todos los credos. El pueblo,
el instrumento que debía servir para la construcción
del edificio de una sociedad nueva, era un pueblo na-
ciente é ineducado, que seguía el impulso de sus cau-
dillos y de sus tribunos como el mar el impulso que
le imprimen los vientos, pagándose de los programas
DE LA LITERATURA URUGUAYA 397
partidarios más que de los mismos hechos progresis-
tas, esto es, de los hechos tendientes á emancipar á
las multitudes de la aristocracia hegemónica de las
fracciones en que está dividido el país. Así, entonces
como ahora, las personalidades más altas, las más ca-
paces, las más probas y las más útiles se hallaban en-
carceladas dentro del triple muro que forman á los
hombres políticos sus ambiciosos y vulgares compa-
ñeros de bandería, para quienes el triunfo se reduce
al éxito electoral y á la vida parasitaria que el poder
asegura á los nulos, á los egoístas, á los cobardes, á
los que se venden y á los demagogos de baja ralea,
que dejan de ser demócratas y republicanos al día
siguiente de la victoria. Aquellos hombres vivían des-
contentos de la política de círculo y comedero, por-
que eran demasiado inteligentes para no comprender
lo bastardo y lo efímero de las maniobras de la am-
bición vulgar; pero carecían del valor necesario para
retirarse de los negocios en plena juventud, ebrios
con las adulaciones de los que se enlodan con tal que
el triunfo de su partido les ponga á cubierto de las
necesidades de cada día, y de esta suerte, los óptimos
y los malos, los hábiles y los ineptos, los doctos y los
faltos de luz, aceptaban las prédicas basadas en el
odio y hasta el innoble pillaje de las urnas en los
días efervescentes del escrutinio.
La oratoria era el reflejo fiel de la enfermedad que
carcomía los cerebros y los corazones. ¿Qué es, ó me-
jor aún, qué debe ser la oratoria política? De todas
las obras que Cicerón escribió sobre el arte de hablar,
la más completa es la que se titula Diálogos del ora-
dor. Ocúpase en ella de la elocuencia aplicada á los
combates del foro y la tribuna pública, siguiendo
las trazas de los dos filósofos más ilustres de la an-
tigüedad, pues si por las ideas se parece á Aristóte-
39S HISTORIA CRITICA
les, por el estilo se aproxima á Platón. La lectura
de los Diálogos nos interesa no sólo bajo el punto
de vista literario, sino también bajo el punto de vista
histórico, por ser los personajes, que en ellos inter-
vienen, personajes de gran valía y de no poca cele-
bridad en la época en que se disputaban el cetro del
mundo el aristocrático Sila y el demócrata Mario. —
¿Recordáis, no es verdad, á los interlocutores de los
coloquios de Cicerón? — Crasso murió, poco después
de aquellas académicas conversaciones, pronunciando
una arenga vehementísima y defendiendo la autonomía
del senado en contra de un cónsul que se obstinaba
en deprimir su autoridad. Cátulo, que se distinguió
combatiendo á los cimbros, es aquel que se asiló en
la muerte para huir del destierro, salvándose, por su
propia mano, de la enemistad y de las persecuciones
del dictador demócrata, porque ya entonces, lo mismo
que ahora, la extrema dictadura utilizaba, á modo de
disfraz, la blanca túnica y el gorro frigio de la de-
mocracia extrema. Antonio, á su vez, cayó bajo el
puñal de los sicarios de un colérico victorioso, que
hizo cortar la cabeza y las manos de su cadáver, ex-
poniéndolas y enclavándolas en la tribuna de las
arengas. Más de un siglo duró aquella época de crí-
menes, de barbaries y de enconos sectarios; pero no
olvidemos que las horribles reacciones de los parti-
dos, cuyas sangrientas rencillas se encadenan como
los aros de un collar de granates, favorecieron el des-
arrollo de la elocuencia. El orador no era, en la ciudad
romana, lo que es en nuestros días; entonces, un gran
orador podía equipararse á un gran general; las vic-
torias del sable no eran más decisivas ni más ruidosas
que los triunfos de la palabra. La ambición y el ta-
lento, utilizando las acusaciones públicas en benefi-
cio del grupo en que militaban, podían entonces, con
DE LA LITERATURA URUGUAYA 399
un solo discurso pronunciado ante el pueblo, adue-
ñarse de la fortuna, del honor y hasta de la vida de
sus adversarios. La oratoria era un poder terrible y
absoluto, del que dependían el destino lúgubre ó fe-
liz de los reyes, de las comunas, de las naciones libres,
de todo el universo conocido en aquella edad. Así
era lógico que lo primero que se enseñase, en las
academias, fuese el arte de conmover y persuadir á
las multitudes. Adquirir el talento de la palabra era
adquirirlo todo : gloria, fortuna, amigos, placeres, adu-
ladores, cargos y autoridad. Nuestras costumbres, para
dicha nuestra, no son las mismas. Los intereses pri-
vados y los crímenes de baja extracción forman la
materia de nuestros tribunales. Los jueces y los juris
no son ya asambleas movibles y apasionadas que obe-
decen á la imagen de lo patético y al encanto de lo
pictórico. La retórica trata de persuadir y convencer
con palabras escritas, con fríos alegatos y citas de
código, lo que, si no habla en favor de nuestro culto
por la belleza, pone de relieve, lo que ya es bastante,
nuestro culto por la justicia y por la verdad. Hasta
en nuestras mismas asambleas deliberantes de carác-
ter político, se prefieren los argumentos á las figu-
ras, lo que hallaríamos digno de imitación y enco-
mio, si no se cayese por lo común en el extremo opues-
to, impidiendo la aparición de verdaderos oradores,
que sepan apoderarse de los espíritus y atraer la mi-
rada de las muchedumbres hacia los asuntos de interés
nacional, uniendo las hermosuras de la forma á las
excelsitudes de la idea como lo hicieron Demóstenes
y Mirabeau.
Los Diálogos del orador no tienen la precisión y el
método que se admiran en la retórica de Aristóteles;
pero tienen, en cambio, una elegancia, una viveza y
una brillantez que es inútil buscar en las obras di-
400. HISTORIA CRITICA
dácticas del sabio macedónico. Cicerón se repite, se
interrumpe, divaga, no se somete jamás á las formas
precisas de un tratado, pudiendo afirmarse que en-
seña la oratoria al mismo tiempo que la practica, di-
sertando agradablemente sobre todos y cada uno de
los géneros de composición literaria. Cicerón, en es-
tos coloquios, como en la inmensa mayoría de sus
múltiples obras, regit dictis ánimos et pectora mulcet.
Cicerón empieza su primer diálogo considerando
que los hombres más dichosos son aquellos que viven
en una república floreciente, lo que les permite gozar
de la gloria de sus acciones, viendo como transcurren
sus días ut vel in negotio sine periculo, vel in otio
cum dignitate. Esta actividad sin riesgo y este ocio
con dignidad se desean cuando las sienes principian
á emblanquecer; pero son difíciles de conseguir en
medio de las inquietudes que agitan al hombre supe-
rior y encerrado en un ambiente removido por el hu-
racán de las calamidades públicas, como el ambiente
en que se movieron nuestros tribunos desde 1832 hasta
1870. Sin embargo de considerar que la atmósfera de
su tiempo no es propicia al estudio tranquilo. Ci-
cerón agrega que se propone escribir sobre los asun-
tos que cautivaron su infancia, dedicando á ellos todo
el tiempo que le dejen libre la perfidia de sus adver-
sarios, la defensa de sus amigos y sus deberes para
con la república. Lo primero de que se ocupará, con
amorosa solicitud, es del arte de la palabra. No com-
parte la opinión de los que sostienen que la elocuen-
cia no necesita del auxilio eficaz de una sabiduría
extensa y variada, pues juzga que cierta inclinación
natural y el ejercicio constante de sus dotes no bas-
tan ni pueden satisfacer al orador. Cicerón cree, por
el contrario, que la elocuencia debe pertrecharse y
debe servirse de los conocimientos almacenados por
DE LA LITERATURA URUGUAYA 401
los hombres más esclarecidos. Roma, sólo después de
adueñarse del universo y sólo después de escuchar
las lecciones de los retóricos griegos, se entregó con
apasionado afán al estudio de las artes del buen de-
cir. A pesar de eso, á pesar de la utilidad de los pre-
ceptos y de lo continuado de los ejercicios, el número
de los grandes oradores romanos es insignificante.
¿Cómo se explica que siendo innumerables los discí-
pulos, muchos los maestros, no pocas las disposiciones
de la raza, é importantísimos los premios concedidos
á los victoriosos, sean tan raros los oradores célebres
en la ciudad ilustre? Cicerón dice que esa escasez se
explica por las dificultades que entraña el estudio y
la práctica de la elocuencia. El arte de hablar bien
requiere no sólo conocimientos generales, abundancia
de verba y tino supremo para servirse de esa abun-
dancia, sino que requiere de la misma manera conocer
á fondo todas las pasiones, todas las inquietudes, to-
dos los instintos de que es susceptible el espíritu hu-
mano, desde que el objeto del orador no es otro que
el de aquietar ó embravecer á los que le oyen, siendo
preciso unir, por otra parte, á lo que antecede, no sólo
cierta gracia ligera y trivial, sino el don de la ré-
plica pronta y concisa. El tribuno debe servirse de
la historia para utilizar el poder fascinante de sus
ejemplos; de las leyes, para aplicar ó discutir clara
y oportunamente la que se proyecta y la que está en
debate; de la lógica, de la que nace el orden armo-
nioso y evolutivo de las cláusulas; de la ética, que
le permite subir hasta el trono de la moral sin velos;
de la acción, que abarca los movimientos del cuerpo
y las expresiones de la fisonomía; de los tonos de
la voz, equiparables á la música sinfónica del discurso,
y del entusiasmo sin frenesí, que parece prenda de
sinceridad y de buena fe, debiendo el que habla, á
26. — I.
4p2 HISTORIA CRÍTICA
los cónclaves y á las multitudes, poseer la ciencia
acabada de todos y de cada uno de estos saberes y
requisitos. Y ¿qué decir acerca de la memoria, el ma-
yor de los tesoros de la elocuencia, porque es el jo-
yero donde conservamos el fruto de nuestras medi-
taciones, de nuestras vigilias, de nuestras lecturas, y
hasta de las palabras con que traducimos nuestro pen-
samiento? — La memoria es el más brillante de todos
los dones concedidos al orador. Y Cicerón agrega:
"Un orador, según mi entender, no llegará jamás á
la perfección, si no posee todo género de conocimien-
tos y si estos conocimientos no son del orden más
elevado." Así, para Cicerón, es la sabiduría la que
nos proporciona las palabras en abundancia y la que
nos dirige en la acertada elección de las voces, de-
generando el discurso en vano palabreo si no le sos-
tiene un fondo de saber real y positivo. Mucho vale
hablar con elegancia y facilidad; pero el discurso
crece en valía si unimos el saber á la elegancia de la
dicción. La palabra, cuando es así, gobierna las vo-
luntades y encanta los espíritus, mentes allicere et
voluntates impeliere. No hay poder que iguale al po-
der que somete á la voz de un hombre solo los mo-
vimientos de un pueblo, la religión de los jueces y
la dignidad del senado. No hay nada más útil ni más
generoso que socorrer á los suplicantes y levantar
á los abatidos, asegurando á los hombres su libertad
y su vida en la patria. Sin embargo, el arte de hablar
con elegancia no es prueba de hablar con conoci-
miento. Por encontrar audaces é ignaros á los tri-
bunos más célebres de su tiempo, Platón y Diodoro,
los jefes de la escuela socrática y de la peripatética,
pensaban que debía alejarse á los oradores de com-
plicado y difícil manejo de la cosa pública. El ora-
dor, pues, no sólo necesita de una elocución meto-
I
DE LA LITERATURA URUGUAYA 403
dica, elegante, pulida con cuidado y ligada con arti-
ficio, sino que necesita también conocer por completo
el asunto que constituye el fondo de su arenga. De
lo contrario su discurso no es sino un ruido de pala-
bras inútiles, á las que falta lo principal, el pensa-
miento. El primer talento del orador es agitar, en el
alma de sus oyentes, el odio ó la cólera, la compasión
ó la simpatía. ¿Cómo, si desconoce lo que es el es-
píritu humano y nada sabe del poder de nuestros
instintos, encontrará los medios de enardecer ó apaci-
guar las almas? Los hombres, las naciones, lo supra-
sensible, el derecho en general, pertenecen al domi-
nio de la filosofía más que al de la oratoria; pero
compete al orador, más que al filósofo, la ciencia de
desenvolver, eríérgicamente y de un modo que en-
cante, lo que el último estudia y expone con fría se-
quedad. ¿Cómo hablar á favor ó en contra de una
ley nueva, si no se conoce la ciencia del derecho?
¿Cómo hablar de lo que requiere el gobierno de la
república, si no se conoce el arte de la política?
¿Cómo dominar los espíritus hasta convertirse en
guía de las pasiones del auditorio, si no se conoce
lo que los filósofos nos enseñan acerca de la natu-
raleza, los apetitos y las costumbres del linaje hu-
mano? No creamos, á pesar de eso, que Sócrates acer-
taba cuando decía que siempre se habla bien, de lo
que bien se sabe. Cicerón asegura que esto es incierto.
No todos poseen la ciencia de decir bien lo que sa-
ben mejor, y el que no tenga las condiciones que
exige la tribuna, el que carezca de memoria y de ele-
gancia verbal y de nobleza en los movimientos, por
mucho y bien que sepa una cosa, corre peligro de
decirla pésimamente. Puede asegurarse que, sin el
conocimiento de la filosofía, el orador no podrá su-
bir á las cumbres de la elocuencia; pero puede ase-
404 HISTORIA CRÍTICA
gurarse, del mismo modo, que el conocimiento de la
filosofía no basta para hacer oradores. Es necesario,
sin duda alguna, saber hablar elocuentemente; pero no
puede hablarse elocuentemente sino sobre aquello que
no se ignora. Tratemos, pues, de no asemejarnos á
Sertorio Galba, cuya elocuencia pudo parecer divina,
pero que ignoraba las instituciones antiguas y las
leyes civiles, siendo la belleza de su lenguaje igual
á su desconocimiento de las artes que se relacionan
con los públicos intereses.
Es bueno, pues, no sólo adquirir muchos y muy
variados conocimientos, sino también adiestrarse en
los medios de que se han servido todos los oradores
ilustres, como un esgrimista se adiestra en la prác-
tica del florete y del sable. La retórica no engendra
las dotes naturales, las que más necesita el orador;
pero puede adiestrarnos en el modo de servirse de
ellas. El hombre sólo es elocuente cuando está do-
tado de un alma ardorosa, de una imaginación viva,
de una sagacidad que le ayude á escoger lo que debe
decir, y de una dicción tan fácil como abundosa,
de una dicción que le permita desenvolver con mé-
todo y ornamentar con arte todos sus sentimientos
y sus ideas. Crasso y Antonio, según Cicerón, no
habían desdeñado nada de lo que puede adquirirse
á fuerza de genio, de estudio, de teoría y de práctica.
El orador debe saber, por lo menos, todo lo que con-
cierne á las costumbres y derechos de sus conciuda-
danos, á los grandes intereses de la república, sin
ignorar tampoco nada de lo que atañe á la naturaleza
y á las inclinaciones de la especie humana. Es claro
que no debe conocer lo que antecede para ocuparse
de ello á la manera de los filósofos, sino para sacar,
de lo estudiado y de lo aprendido, argumentos y re-
flexiones adaptables á sus discursos y de utilidad
(
DE LA LITERATURA URUGUAYA 405
para sus arengas. Las costumbres, las libertades y los
intereses de la sociedad civil en que vive, deben ser
tratados por el orador como los tratarían los que han
fundado el derecho positivo, es decir, de una manera
noble y sencilla, sin perderse en distinciones de vana
sutileza y en estériles disputas de vocablos, et sine
jejuna concertatione verborum.
II
El último bagaje, exigido á los oradores por la
retórica ciceroniana, justo es decir que lo poseían los
tribunos más altos de la edad de oro del romanticismo.
Tanto es así que la mayor parte de sus discursos no
versan sino sobre las libertades y los intereses de la
nación, que acababa de dejar sus pañales y en la que
latían todos los hervores de la mocedad. No era me-
nor su conocimiento de la humana naturaleza, pues,
dadas las inquietudes del medio en que se habían
desarrollado y en que habían hecho el aprendizaje
de la política, empezaban á sentir náuseas por la
turba de medianías que explotaba el encono de las
banderolas, por esa turba siempre dispuesta al en-
juague y al abandono, á la injusticia y al parasi-
tismo. Unas veces victimados por el poder, y otras
veces convertidos en unidad sencilla dentro del re-
baño de las exaltaciones sin ilustración ; unas veces
transformados en cómplices y en voceros de las ira-
cundias, cuando su partido triunfaba en las lides, y
otras veces transformados en siervos y en desposeí-
dos, cuando les ocurría estar en la llanura, bueno es
decir que aquellos hombres carecieron del tiempo y
del reposo que se necesitan para los difíciles y em-
peñosos combates de la oratoria. ¿Queréis daros
4ofe HISTORIA CRÍTICA
cuenta de lo que fueron aquellos cónclaves? Estu-
diad el del año 1858.
La cámara joven celebra su primera sesión pre-
paratoria á mediados del mes de Febrero. Toman
asiento en ella Octavio Lapido, Cándido Joanicó,
Atanasio C. Aguirre y Juan José de Herrera, en re-
presentación de los departamentos del Salto, Monte-
video, Paysandú y Canelones. Al lado de éstos nos
encontramos con José Vázquez Sagastume y con José
Gabriel Palomeque, elegidos por los sufragantes de
Montevideo y de Tacuarembó. Han renunciado, por
razones diversas, Andrés Lamas, Antonino Costa,
Juan José Duran, Eduardo Acevedo, Joaquín Suá-
rez, Francisco Hordeñana y Juan P. Caravia, así
como también don Jacinto Vera, vicario de la pa-
rroquia de Guadalupe, y don Juan Manresa, cura de
la iglesia de Maldonado. Se siente aún el eco de la
fusilería de Quinteros, en donde las ordenanzas es-
pañolas han sido aplicadas desatinadamente y sin
compasión por los vencedores. Eso explica muchos
retraimientos. Se considera brutal el castigo y cruel
la vindicta, por más que don José Vázquez Sagas-
tume manifieste, sin coro de aplausos de ninguna
clase, en la sesión del 21 de Abril :- "Considero que
un mal gobierno es preferible á una buena revolu-
ción."
El peso de los debates lo soportarán Joanicó, Agui-
rre, Lapido. Palomeque y Vázquez Sagastume. Casi
todas las cuestiones de trascendencia serán encaradas,
discutidas y resueltas por ellos. El 21 de Abril, el
mismo día citado antes, el vuelo oratorio extiende
la malla de sus curvas sobre un proyecto creando y
organizando la guardia nacional. El doctor Palome-
que combate el proyecto. "El país ha pasado por una
guerra desastrosa, cruel, bárbara, que no sólo ha diez-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 407
mado á sus hijos, sino que ha hecho desaparecer las
fortunas. Así, pues, creo que la primera obligación
del legislador, como del administrador, es dar ensan-
che á los habitantes para que vayan á reparar los res-
tos de las fortunas quebrantadas por los extravíos de
todos. No se puede hacer esto movilizando al país,
como se pretende por este proyecto." Si el proyecto
se convierte en ley, el labrador tendrá que abandonar
su trabajo personal y el estanciero la atención de sus
bienes, quedando las familias y las propiedades "á
merced del vago ; del que comúnmente llamamos gau-
cho; del hombre sin hogar, sin oficio, y sin patria."
Después, el orador desmenuza el proyecto. "Por otra
parte, el proyecto tiene algunos inconvenientes. La
obligación que impone á los hombres del foro, es abu-
siva; la que impone á los estudiantes y practicantes,
es puramente de retroceso ; la que establece para los
empleados civiles y escribanos, es injusta; las ex-
cepciones que se encuentran en el proyecto, son odio-
sas; y la facultad, señor presidente, que dá la ley
para nombrar un jefe militar para ponerse á la ca-
beza de los ciudadanos, es muy inconveniente." Los
abogados deben ser excluidos del servicio de guar-
dias nacionales. En una sociedad en la que escasean
los hombres ilustrados, los hombres de toga son los
que ocupan los puestos de sacrificio, las fiscalías, los
ministerios, las bancas de la representación nacional.
Cuando descienden después de veinte años de abne-
gación sin recompensa, descienden aborrecidos por
las tres cuartas partes de la sociedad. El orador
agrega con amargura: "El hombre público desciende
siempre con más enemigos que amigos." Sólo, cuando
la patria se encuentra en peligro, el abogado debe
tomar un fusil.
Habla, en seguida, de los estudiantes. El proyecto.
498 HISTORIA CRITICA
en un país necesitado de luces, es una traba puesta
á la instrucción: "No hay paz, no hay patria posible,
no hay libertad, si no hay instrucción, si no hay cien-
cia, y la ciencia no se va á buscar, señor presidente,
en los ejercicios doctrinales, en las marchas y con-
tramarchas, en las filas de la formación de un cuadro
muy lindo, en el despliegue de una línea de batalla,
en el destaque de una guerrilla." Debe imitarse á
Francia. Esta nación, donde tuvo origen la guardia
nacional, salva á los estudiantes de las fatigas que
impone el servicio armado, aunque los enrola para
que, cuando la patria los necesite, abandonen, para
formar un cuerpo de juventud decidida y viril, las
universidades y los colegios. Sigue el orador, y se
ocupa de los empleados públicos. Los empleados pú-
blicos, por el hecho de serlo, ya sirven á la nación.
Con las obligaciones que va á imponerles la guardia
nacional, tendrán un solo sueldo y un doble servicio.
Esto es injusto, porque á ningún ciudadano se le
pueden exigir dos deberes. También son injustas las
excepciones de que el proyecto trata, siendo inadmi-
sible, por otra parte, que el jefe de la guardia na-
cional sea un jefe de línea, en primer lugar, por las
severidades que nacen de la costumbre de mandar
soldados, y en segundo lugar porque poner un hom-
bre de espada á la cabeza de las milicias populares,
es movilizarlas veteranamente, quitándoles la inde-
pendencia que pueden y deben tener, en días de quie-
tud, las milicias compuestas de ciudadanos.
El doctor Palomeque era un orador enfiebrado,
nervioso, poco académico. No improvisa sus ideas,
pero sí sus voces, y como escribe con desaliño, tra-
duce sus pensamientos sin elegancia. Recordemos el
precepto de Cicerón. Para perorar con atildada elo-
cuencia, es preciso escribir mucho y escribir bien.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 409
Palomeque era copioso, fluido, tenaz, insistente, dís-
cutidor. Desalojado de una trinchera, se acoge á otra.
Resistido en una carga, vuelve al combate con ma-
yores bríos. Le tendéis en el suelo, y se levanta sin
que sepáis cómo. De vez en cuando, el calor del de-
bate y su visión interna le proporcionan una frase
feliz, un párrafo á cincel, un período que se des-
envuelve con correcta y hermosa maestría. El que le
sale al encuentro es su antítesis, es Vázquez Sagas-
tume, más diplomático y con mayores conocimientos
sobre la forma, más ducho en la ciencia del decir
retórico y más diestro en el arte de mover las pa-
siones. Replica con destreza; pero sin desmenuzar
ninguno de los argumentos de su contradictor. Elige
todos los que le placen y se olvida de todos los que
le estorban. Tiene algo de ateniense. Prepara á su
auditorio. Principia por la alabanza de la guardia
nacional. "La organización de los cuerpos de guar-
dias nacionales ha sido siempre un elemento de or-
den, de paz y de seguridad. Jamás ha sido el pedestal
del despotismo, ni la vanguardia de la demagogia.
El ciudadano armado, en las filas de guardias nacio-
nales, es el defensor más ardiente de las instituciones
y de las libertades del pueblo, es el más interesado
en el respeto y en la conservación de sus derechos,
y es, por consiguiente, la garantía más efectiva del
bienestar y la quietud social. Si las legislaturas pa-
sadas hubieran sancionado una ley semejante á la que
ahora se presenta en discusión, tengo la seguridad,
señor Presidente, de que el país no hubiera tenido
la necesidad de lamentar tantas víctimas y tantas des-
gracias. Los ciudadanos dispersos, sin un centro de
acción, sin dirección, sin espíritu de cuerpo, sin esa
organización militar que hace fructíferos sus servi-
cios al país, son un elemento inútil para la defensa
4Í0 HISTORIA CRÍTICA
de la Constitución y de las Leyes." Preparado el am-
biente, sabiendo que la impresión que buscaba está
producida por el recuerdo de lo pasado y por el elo-
gio de la guardia nacional, el orador en dos párrafos,
en dos breves párrafos, sostiene que el servicio de
las armas, tal como se proyecta, ni dificulta la labor
de los abogados, ni dobla las obligaciones de los que
sirven á la nación, ni aparta á los estudiantes de sus
aulas y de sus libros. Es preciso que las obligaciones
derivadas de la ciudadanía sean repartidas, equitativa
y justicieramente, sobre todas las clases de la socie-
dad. Ni los miembros de la legislatura deben hallarse
libres de esas obligaciones; "porque, si bien puede
llegar el caso en que sea necesario que, en momentos
de conflicto, el cuerpo legislativo se ocupe de dictar
leyes convenientes, considero también que está en el
deber de todos los representantes el ir, con su fusil
al hombro, á colocarse en las filas de la Guardia Na-
cional." La barra aplaude y los diputados apoyan.
Hacen bien; pero es casi seguro que el orador tenía
descontado el aplauso y muy prevista la aprobación.
Confiaba en los golpes de efecto, porque su discurso
no es un discurso de ideas, sino de impresiones. Le
bastan las ideas corrientes, las dominantes, las más
comunes, las que más responden al concepto que de
la igualdad tiene la multitud. Le bastan y sobran, por-
que está convencido de que son sus aliados el miedo
á la anarquía, el odio á la revolución, la memoria de
lo que acaba de suceder, todos los recelos y todas las
inquietudes del núcleo social. Sin embargo, el doctor
Palomeque vuelve á la arena. Confía en sus músculos
de luchador. El estudiante debe ser excluido de las
paradas y de los destaques. El estudiante no necesita
que le enseñemos el mecanismo de nuestros fusiles.
"Cuando esta tierra pasaba por una guerra de ven-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 411
ganza; cuando, por desgracia, nos bayoneteábamos á
veinte cuadras de distancia de donde estamos en este
momento ; cuando las bombas cruzaban por encima
de los edificios, el preceptor y el estudiante estaban
firmes en su aula. Si esto se puede hacer en la gue-
rra, si esta necesidad se reconocía entonces, ¿cómo
no se ha de reconocer, señor Presidente, en plena
paz?" El orador toma el proyecto, lo estruja entre
sus manos, lo agita en el aire, y señala el capítulo de
las excepciones. Al presidente del Superior Tribunal
de Justicia se le excepciona, y no se excepciona al
juez de lo civil. Se excepciona al catedrático, y á los
discípulos no se les excepciona. ¿Para qué sirve el
catedrático sin los discípulos? ¿Para qué sirve, sin
el juez, el presidente del Tribunal? O todos ó nin-
guno. Si se establece una excepción, es preciso esta-
blecer las excepciones que exige y reclama la socie-
dad. Don Juan José de Herrera le responde. Es pre-
ciso, para asegurar la paz, que todos conozcan como
se maneja un fusil. Réplica inútil, porque como ya
hemos dicho, Palomeque es un orador incorrecto y
nervioso, pero tenaz y duro, casi siempre impulsivo,
y que, cuando se encrespa, perturba el ambiente de
la legislatura. Reconoce que la paz es el primero de
todos los bienes, y agrega, ulcerando el debate: "Pero,
¿es la guardia nacional la que va á conservar la paz?
¿Quién hizo la revolución de Agosto, señor Presi-
dente? Los hombres de la guardia nacional. ¿Quién
hizo la revolución de Noviembre, señor Presidente?
Los soldados de la guardia nacional." Una parte de
la barra aplaude. Otra parte de la barra prorrumpe
en silbidos. La Mesa quiere hacer cumplir el regla-
mento, y el orador se opone, diciendo con desprecia-
tivo sarcasmo: "Pobre barra! ¿Para qué? Dejadla que
se divierta." Vázquez Sagastume vuelve á entrar en
4ía HISTORIA CRÍTICA
la liza. Es correcto, frío, elegante, sin arrebatos, siem-
pre retórico, siempre flexible, y no se detiene en
los puntos espinosos que tocó Palomeque. Devuelve
al debate su calma habitual, concluyendo sin sacudi-
das ni desentonos: "Se desprestigia hoy la guardia
nacional, dejando impune la desatención con que se
mira el mandato de la autoridad: se prestigia, por el
contrario, llenando cada ciudadano el deber que tiene
de concurrir. El pueblo no está bien educado, y no
comprende bien cuales son sus derechos y sus debe-
res. ¡Fatalidad de la situación y de las luchas! Per-
fectamente de acuerdo con el señor diputado por Ta-
cuarembó en que lo que conviene al país son leyes
que traigan recursos, que protejan al comercio, que
aumenten el bienestar; pero todas esas leyes son con-
secuencias de la paz, y para establecer la paz es pre-
ciso que haya una garantía que la dé, y ésta no se en-
cuentra sino en la guardia nacional." De este modo
chocaron sin reconciliarse, la libertad, no siempre
bien entendida, y la consolidación del orden, no bien
interpretada, el 21 de Abril de 1858. La fuerza es
un cordel para el derecho y no una garantía para las
leyes, debió decirle el doctor Palomeque á Vázquez
Sagastume.
Al empezar la legislatura de 1858, el doctor Palo-
meque cometió el error de presentar un proyecto por
el que se acordaba al presidente de la República, don
Gabriel A. Pereyra, el título de Gran Ciudadano Be-
nemérito de la Patria. El presidente tuvo el buen tino
de dirigirse á la legislatura declinando aquel honor
excepcional. El 29 de Mayo, la Comisión en mayoría
presentó una minuta de decreto aconsejando que aquel
asunto se postergase hasta la terminación de la pre-
sidencia del señor Pereira. Reconocía la justicia del
homenaje; pero deteniéndose ante la idea de que no
DE LA LITERATURA URUGUAYA 413
sientan bien los honores conferidos á un magistrado
mientras éste subsiste en el gobierno. La minoría de
la Comisión, compuesta por los señores José Gabriel
Palomeque y Hermegildo Solsona, presentó otro dic-
tamen, aconsejando que se promoviera al empleo de
brigadier general de la República al señor Pereira.
Fundaba su consejo, primero, en que era atributivo
de la asamblea crear empleos á cambio de servicios,
y después en que era público, notorio, no discutible,
que el presidente de la república, sofocando la re-
volución, había prestado un enorme servicio al país.
El doctor Palomeque, que no quería que se presti-
giase á la guardia nacional, recelosa á muchos por
los movimientos subversivos de Agosto y Noviembre,
quería en cambio que se prestigiase al Poder Ejecu-
tivo, receloso á muchos por la severidad con que
ajustició á los rebeldes del lance de Quinteros, olvi-
dando que son las virtudes, y no los títulos, los que
ennoblecen, prestigian y enamoran. El señor Aguirre
sostuvo su dictamen, por entender que este consul-
taba los principios republicanos y la moral altísima
que debe dirigir, en todos los tiempos, las resolucio-
nes de la legislatura. El doctor Palomeque no se dio
por vencido. Puso en aprietos á la Comisión. "El di-
lema es este: ó merece ó no merece el presidente de
la república un título. Si lo merece, es preciso dár-
selo; si no lo merece, es preciso negárselo." El señor
Aguirre palideció. Dijo que el homenaje, que se pre-
tendía, no era circunspecto, aunque no fuese incon-
dicional, á lo que Palomeque replicó con soltura que
era preciso destruir el efecto de ciertos cargos y de
ciertas cartas, demostrando á las claras que el poder
que ejecuta contaba con el apoyo del poder que le-
gisla. El señor Aguirre se encuentra incómodo, está
sobre brasas, el terreno es rebaladizo, y habla sin en-
414 HISTORIA CRÍTICA
tusiasmo. Dada la situación y dado el ambiente, el
homenaje rechazado puede servir de arma á los ene-
migos del poder público; pero, en cambio, aceptar el
homenaje, mientras dura la presidencia del ensalzado,
es herir mortalmente á la democracia y es hacer acto
de torpe cortesanía. El señor Aguirre lo siente y sabe
que está en lo justo; pero no puede decirlo por miedo
é las interpretaciones que la mala fé dará á sus pa-
labras. El doctor Enrique de Arrascaeta interviene
en su ayuda. La Constitución no admite títulos per-
sonales. Nuestro primer código se refiere á otros tí-
tulos y trata de otros premios. No fué una distinción
legislativa la que concedió el título de justo al ate-
niense Arístides. No fué un decreto senadurial el que
concedió á Cicerón, después de la derrota de Catilina,
el precioso título de padre de la patria.
Lo ingrato del momento pesaba sobre los hombros
de aquellos hombres. ¿Qué hacer? La moción en de-
bate no es sólo antidemocrática, es también impolí-
tica, como sería impolítico resistirla con tenaz acri-
tud. El señor Lerena está conforme con que se con-
ceda el título, con tal que no se entregue hasta des-
pués de la conclusión de la presidencia. ¡ Escrúpulos
de monja! ¡Tiranía de las circunstancias! ¡Quiere
salvarse el principio; pero se delinque contra el prin-
cipio, porque lo antidemocrático está en la concesión
del grado más que en la misma entrega del título!
El doctor Palomeque ha metido á la legislatura en
un tembladeral Todos comprenden que están come-
tiendo un error; pero todos, y especialmente los más
avisados, no saben como salir del atolladero. Al fin
se difiere la entrega del título; pero se vota la con-
cesión del grado.
En todo este debate largo, dificultoso, sin inciden-
tes, lleno de sofismas, no hay un solo momento de
DE LA LITERATURA URUGUAYA 415
brillantez, y ninguno de aquellos hombres es orador.
¿Cómo se explica que titubeen hasta los más exper-
tos? ¿Cómo se explica que haya incoherencia hasta
en los dotados de mayor lógica? Se explica por un
principio oratorio. Se explica porque la primera de
las condiciones de la elocuencia es la sinceridad, la
fé, el entusiasmo, la autosugestión, y aquellos hom-
bres no están convencidos de que deben hacer lo que
están haciendo. Es indiscutible que se necesita pres-
tigiar la acción gubernamental. Es indudable que, una
vez entrados en el terreno de las recompensas, no
puede rehuírselas sin graves riesgos. Es indudable
que las circunstancias, ó si se quiere lo inopor-
tuno de la moción, pesa sobre aquellos hombres más
que una montaña. Todo eso es cierto ; pero no
es menos cierto que una asamblea legislativa, popu-
lar, democrática, independiente, proba, no decreta ho-
nores ni acuerda títulos al poder que ejecuta y que
acaba de obtener un triunfo por medio de las armas.
El señor Palomeque es así. Conoce los prodigios
de que es capaz la virtud de la perseverancia. Enamo-
rado de sus ideas, se bate por sus ideas de sol á sol,
con extremo coraje y en todos los campos. Su tena-
cidad nos recuerda la lucha de la ola y el risco. La
ola es desmenuzada cincuenta veces ; pero, como se
rehace cincuenta veces, la piedra se cansa y la ola la
pulveriza. El amor propio, la decisión impertérrita
de no cejar, la confianza en sí mismo, hacen que aquel
orador sea un terrible adversario ; pero ese amor, esa
decisión y esa confianza, que son muy dignas de en-
comio cuando aciertan, son acremente censurables
cuando se extravían. El orador tiene el talento dúctil,
la réplica fácil, la palabra suelta, la cita oportuna y
ardoroso el espíritu, lo que explica los triunfos que
consigue y el respeto que impone. El 19 de Junio se
4i6 HISTORIA CRÍTICA
trata de autorizar al Ejecutivo para que lleve á cabo
todos los arreglos que reclama la deuda pública. El
señor Palomeque es partidario de esa autorización.
Le responde el señor Errasquin que es facultad ex-
clusiva de la legislatura consolidar la deuda, desig-
nando las garantías de que gozará. El Ejecutivo lo
único que puede es iniciar arreglos, proponiéndolos
á la sanción de los legisladores; pero no puede lle-
varlos á cabo sin sanción alguna y por su propia
cuenta. El señor Palomeque le responde que la legis-
latura nada tiene que hacer con la consolidación de
la deuda, desde que ésta ya está completamente re-
glamentada por la ley de 1854. ^^ ^o único que se
trata es de facultar al Ejecutivo para que verifique
y ejecute arreglos sin apartarse de las disposiciones
de las leyes vigentes. "Al Poder Ejecutivo se le dice:
le faculto á usted para que haga reducciones dentro
de las cifras del presupuesto actual. Y ¿qué dice la
Constitución, señor Presidente? ¿No dice que es al
Cuerpo Legislativo á quien toca sancionar la ley del
presupuesto, aumentar y disminuir los empleos? ¿No
dice eso la Constitución? Pero, ¿cómo se hace, se-
ñores, cuando no se puede marchar, cuando el país
está en peligro? Se obra salvando á la patria. Si me
es permitido, señor Presidente, yo citaré en este re-
cinto, en apoyo de mis palabras, las de un orador
ilustre. En la revolución francesa se discutía, en las
Cámaras, un proyecto de finanzas remitido por el
ministro del ramo. La mayoría de la Cámara estaba
en oposición. Se entabló una discusión acaloradísima,
y cuando parecía que no se encontraba solución al
asunto, subió á la tribuna el célebre Mirabeau y dijo
allí: — ¿Sabéis, señores, lo que el emperador Ale-
jandro contestó al pueblo romano, cuando le pre-
guntó si había cumplido la ley? Su contestación fué:
DE LA LITERATURA URUGUAYA 417
¡He salvado la patria! ¡Pues, los representantes fran-
ceses voten la ley de finanzas y la patria se ha sal-
vado!— Esto es lo que se hace en todos los casos y
lo que está haciendo el Cuerpo Legislativo. Puede
ser, señor Presidente, que mi defensa sea mal inter-
pretada; pero debo declarar que yo no soy comer-
ciante y que no tengo deuda pública absolutamente.
Mi único interés es el crédito de la administración
del primero de Marzo. Quiero que el gobierno del
primero de Marzo nos saque del caos en que otros
gobiernos nos han dejado. Eso es lo que yo quiero,
eso es lo que yo deseo, porque de eso vendrá la fe-
licidad de la patria, y de la felicidad de la patria
vendrá la individual, vendrá la mía; pero con el des-
crédito de la nación, no puede haber patria, no puede
haber felicidad, no puede haber honor para ningún
gobierno."
¿Comprendéis el ardid? El orador se atreve á con-
fesar que la ley no vale más que la salvación pública:
pero como este principio no es un principio, sino un
sofisma lleno de riesgos, el orador trata de encegue-
cer á los que le oyen asegurándoles que no obedece
á ningún propósito mezquino, enterneciéndoles con el
cuadro futuro de la felicidad general y presentando
a su imaginación una cita parlamentaria pintoresca,
brillante y sugestionadora como todas las citas en
que interviene el nombre de Mirabeau.
III
Vázquez Sagastume es correcto, elegante, retórico,
modelo de cortesía, y de afluente decir. Vale más
por su forma que por sus ideas. Se distingue por lo
claro y escogido de la elocución. Tiene lo rotundo
4i8 HISTORIA CRÍTICA
de los períodos de Alcalá Galiano y la frase galana
de Martínez de la Rosa.
Este orador habla despacio, separa las palabras, dis-
tingue los sonidos, sostiene los finales, hace alto en
los puntos, toma los alientos con maestría, y enamora
por la variedad de la pronunciación. Es natural la
postura de su cabeza, dilatada su frente, brillantes sus
ojos, proporcionados sus movimientos y armoniosa
su voz, conservando, en todos los lances y en todos los
asuntos, el pleno dominio de su voluntad. Se diría
que ha educado su espíritu para la elocuencia en la
asidua lectura de las prescripciones de Jovellanos.
Don Enrique de Arrascaeta es más doctoral y me-
nos tribuno, siendo siempre decoroso y preciso; pero
de más destreza en los modos de convencer que en
las «rtes de agradar. Parece más apto para la aplica-
ción que para la formación de las leyes y dá mas im-
portancia á las pruebas que á las figuras, mostrán-
dose por lo común más severo, más prosaico y menos
ardoroso de lo que suele requerir la oratoria política.
Lo mismo puede decirse de Lapido, de Aguirre, de
Cavia, de Errasquin y de Lerena. La historia, que es
el principal ornamento del decir tribunicio, y la ima-
ginación, que unas veces excita, con sus pinturas, los
sentimientos gratos, y otras veces encrespa, con sus
tropos, las más vehementes pasiones, casi nunca apa-
recen en los discursos legislativos de nuestra edad ro-
mántica. A pesar de lo duro de los tiempos y de lo
dramático de las circunstancias, sólo por excepción
tropezamos, en las sesiones de aquel período de más
de dos décadas, con la frase breve, profunda, reco-
mendada por la magia del estilo y seductora por la
pureza republicana, que nos atrae y que nos seduce
en las arengas de Aparisi Guijarro.
El más sobresaliente de aquellos oradores es don
DE LA LITERATURA URUGUAYA 419
Cándido Joanicó. Vive en un caserón. Idolatra en los
libros. Habla con gravedad. Viste con elegancia. Sabe
servirse del acento y del ademán. Posee los vastos
conocimientos teóricos, los conocimientos sociales y
administrativos que requiere la elocuencia parlamen-
taria. Conoce de memoria versos de Lamartine y pá-
rrafos musicalísimos de Castelar.
Joanicó interviene en todas las cuestiones. Le agra-
dan las difíciles y mira sin desdén á las triviales. Se
le sigue con interés. Se le escucha con complacencia.
Se le interrumpe poco. Oficia de augur. Es el dic-
cionario enciclopédico de la legislatura. En menos
de dos meses, toma parte principalísima en los debates
sobre el nombramiento de los secretarios, sobre el nú-
mero de las comisiones permanentes, sobre el cómo
y el cuándo deben admitirse los dictámenes de las co-
misiones en minoría, sobre el delito de abigeato, sobre
la mejor forma de administrar justicia, sobre el arre-
glo de tierras públicas, sobre nuestro sistema de afo-
ros aduaneros, sobre la protocolización de las escritu-
ras hipotecarias y sobre las obligaciones á que está
sujeta la guardia nacional, mostrándose, en todos es-
tos variados asuntos, erudito y ecuánime, correcto y
fácil en el decir.
Aquel orador es una potencia. Los ministros se cre-
cen cuando los apoya. Los diputados se turban cuando
los contradice. Tiene la facundia de Arguelles, la ló-
gica de Ingaunzo, la dicción de Toreno, y, en ocasio-
nes algo de la viril vehemencia de Ríos Rosas, aun-
que le falten el vuelo imaginativo de López y la
galana sublimidad de Donoso Cortés.
El primero de Julio de 1858, al discutirse las mo-
dificaciones al tratado de comercio con el Brasil, Joa-
nicó llena todo el escenario legislativo. Después de
haber descrito, á grandes pinceladas, los perjuicios
420 HISTORIA CRÍTICA
que aquel convenio ocasionó á nuestra incipiente ga-
nadería; después de habernos dicho que, por aquel
convenio de triste memoria, el territorio de la repú-
blica quedó convertido en el campo de pastoreo de
los vacunos que utilizaba la industria imperial, el ora-
dor se detiene en el análisis de los ensueños conquis-
tadores y de las ansias de absorción de la familia
pórtuga. j Cuánto no le costó á la ceñuda Hesperia
reprimir la ambiciosa política de la raza inmortal de
los Albuquerques y de los Camoens!
"Esa es la política, repito, bien conocida, y repito
también, que el último sello de esa política está
puesto en los Tratados del año 51 : la política del mar-
qués del Paraná; y desgraciadamente, esa política
tiene herederos en el Brasil. — ¡ Gracias á su monarca,
hombre ilustrado; gracias á su monarca, que no ha
permitido dejar aparecer, en sus consecuencias in-
mediatas, esas tendencias! — ¡Gracias á su monarca,
bajo cuyos auspicios se inicia un tratado de una na-
turaleza ya completamente distinta!
"Cuando en el año 52, se presentaron, en la Cá-
mara, los tratados del año 51, la minoría de aquella
legislatura no pudo sino indicar un deseo, un voto :
el de ulteriores modificaciones. Y cuando esa oposi-
ción apareció, se encontró, de cierto, impropia, ridi-
cula; fué calificado de enigma inexplicable ese pen-
samiento de ulteriores modificaciones, y sin embargo,
llenaba un alto concepto: era el de que había otro
medio, otra base de relaciones posibles entre la Re-
pública y el Brasil.
"Ese medio está indicado en la naturaleza, en la
posición de los territorios recíprocos, en la posición
geográfica que cada uno de ellos tiene, y en la natu-
raleza de los productos que de esa posición geográfica
tiene que sugerirse necesariamente. — El imperio del
DE LA LITERATURA URUGUAYA 421
Brasil, ó el territorio que le pertenece, produce ma-
terias tropicales. — El territorio de la República, pro-
duce las materias que corresponden á la zona tem-
plada. — Basta para un hombre pensador, al meditar
sobre un mapa geográfico, considerar las consecuen-
cias naturales que de este primer hecho deben se-
guirse, para sacar la consecuencia de que el territorio
del Brasil y el territorio de la República son dos
países de tal manera situados que los productos del
uno tienen su natural consumidor en el otro, y re-
cíprocamente.
"Si prescindiendo de los hechos á que antes he he-
cho referencia, en cuanto á la historia, echamos la
vista hacia el porvenir, y suponemos que algún día
el territorio del Brasil, tan magno, y el nuestro, que
no lo es menos, han de formar estados prósperos y
ricos, no puede menos de reconocerse, de preverse de
antemano, como consecuencia completamente infali-
ble, que el mercado de la República ha de estar allí
donde está el territorio brasilero, sea quien fuere el
que lo posea, y que el mercado del Brasil ha de ser
la República. En otros términos: que son mercados
recíprocos. — Este es un hecho marcado por la na-
turaleza misma; por la nHino de Dios que lo ha im-
puesto en las obras de su naturaleza."
En el mismo tono se desenvuelve todo el largo dis-
curso. Nuestro orgullo no sufre y nuestra descon-
fianza no tiene razón de ser con el convenio nuevo.
El pensamiento, origen del nuevo tratado, no es bra-
sileño, como muchos creen. El pensamiento, origen
del nuevo tratado, es oriental. El nuevo tratado no
es una nueva red en que quiere envolvernos la habi-
lidosa política de una nación extraña. El nuevo tra-
tado nos servirá para desenvolver nuestro comercio
y para dar ensanche á nuestra industria, sustituyendo
433 HISTORIA CRÍTICA
la política económica á la política de predominio en
que estaban basadas las relaciones de la República
con el Brasil.
No debe resistirse á ese cambio de política. Y el
orador agrega:
"El hecho es cierto, él está ahí ; es preciso estar
ciego; es preciso estar dominado por prevenciones
sólo hijas de la pasión ó de la ignorancia, para des-
conocer que la situación del Imperio y la situación
de la República han de traer consigo, necesariamente,
una relación comercial íntima, grandísima, de primer
orden.
"¿Seremos tan míseros que no hayamos de ser dig-
nos de lo que la mano de Dios nos dá; que no seamos
nosotros los que hayamos de aprovechar lo que la
naturaleza nos brinda? ¿Por qué? Por esas ciegas
prevenciones. — Fijémonos en la naturaleza misma de
las cosas; en ese poder tan grande del interés, que
es superior á las combinaciones de la política, que
domina todas las tendencias de los gobiernos. — El
día que el hombre, que el industrial, que el particular,
que cualquier jornalero de esta República y del Bra-
sil, vea su interés en la paz, en las relaciones mercan-
tiles, se acabó.... no tenemos nada que temer del
Brasil.
"Juzgar de otro modo, es juzgar como niños ó como
locos. — Sobre todo, vuelvo á decir, la situación ac-
tual está en optar entre los tratados del 51 y la polí-
tica que ellos representan, ó en el ensayo de una
política completamente nueva. Esta es la cuestión. —
¿Tememos las tendencias del Brasil? — El medio de
arrostrarlas es hacernos ricos, poderosos, y no perma-
necer débiles y miserables. — En la miseria de los
pueblos no hemos de encontrar los medios de recu-
perar los derechos perdidos; no iremos sino de más
DE LA LITERATURA URUGUAYA 423
en más decayendo hasta perder nuestra nacionalidad
tal vez, por grandes esfuerzos, por heroicos que sean
los esfuerzos que se hicieren en contra."
Grande es también el influjo ejercido por Joanicó
al discutirse, en 1859, el contrato celebrado entre el
barón de Mauá y nuestro ministro plenipotenciario
en Río Janeiro. Seis sesiones duró aquel ardiente y
empeñoso debate. En todas ellas Joanicó habla con
amplitud y con elevación. No quiere que los produc-
tos brasileños sean beneficiados de un modo exclusivo.
"Para mí particularmente, la población española y
los intereses españoles, todo lo que hace relación á
la España entre nosotros, es de suma importancia;
lo expresé en ocasión anterior.
"Por más que se diga sobre civilización, sobre ade-
lantos, etc., siempre daré yo la preferencia á la inmi-
gración española, porque es de la que debem.os es-
perar el desenvolvimiento del espíritu nacional que,
de ninguna manera, puede existir relativamente á pue-
blos de distintos sistemas, de distinto origen, de dis-
tinto idioma y hasta de distintos intereses."
No le place la importancia que se concede al título
y á la fortuna del representante de nuestros acree-
dores.
"El barón de Mauá, ya no la masa de acreedores,
es la aristocracia mercantil.
"La aristocracia nobiliaria tiene su exclusivismo,
tiene gravísimos defectos, y, sin embargo, tiene sus
méritos en el país donde ella existe: más de una vez
ha sido la salvación de los Estados. Lo que yo no
reconozco con esos méritos, ni creo que nadie en ma-
teria política, son esos aristócratas mercantiles....
" — Dije ya, la aristocracia nobiliaria, muy de paso
la toqué por la relación que pudiese tener con la aris-
tocracia mercantil y para decir que ambas aristocra-
424 HISTORIA CRITICA
cias tienden al exclusivismo y que aun cuando la aris-
tocracia mercantil la hay, puede haberla y hallo mu-
chos individuos muy respetables, muy honorables: el
espíritu, la tendencia de la aristocracia mercantil como
de la nobiliaria, es el exclusivismo, es el ver con enojo
cualquier nuevo elemento que se introduzca. Está en
su naturaleza y hasta en el orden civil. Los individuos
mismos que forman parte de ella, como la otra aris-
tocracia, se ven arrastrados por esa tendencia que
surge de la naturaleza misma de las cosas."
Se impone concluir, de una vez por todas, con los
graves inconvenientes de nuestra situación financiera.
"Es necesario matar la Deuda que es un cáncer para
la República, que es un cáncer, un obstáculo insupe-
rable, un algo que estorba al desenvolvimiento de la
riqueza de este país y de su crédito.
"Véase lo que vale el Brasil después de haber hecho
frente á sus obligaciones de la Deuda; véase las fa-
cilidades que obtiene; véase la dotación que tienen
los títulos de su Deuda; véase las dotaciones que tie-
nen sus Empresas. Está en la naturaleza de las cosas,
y colocados en este terreno estamos en camino de ha-
cer lo mismo. Ahí debemos ir. La Deuda arreglada
se convierte en un elemento de orden. Desarreglada,
es el desquicio absoluto de la República."
Se hace mal dilatando la solución de este asunto, á
pretexto de que no son oportunas las circunstancias.
"Tengo una convicción profunda: la he aprendido
en el estudio que he hecho de la historia. Las grandes
cosas se hacen en momentos difíciles: nunca ninguna
innovación que haya influido sobre la suerte de los
pueblos ha venido en momentos normales.
"Y esto que existe en la naturaleza moral, existe en
la naturaleza física; las formaciones nuevas de la na-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 425
turaleza física se hacen por medio de un trabajo de
la misma naturaleza."
Ya antes ha dicho, en la discusión general, con no-
ble entereza:
"Se trata de saber si hay una medida salvadora para
la República. ¡Oh! señor Presidente: sea el que fuere
el Ministerio, sea cual fuere el color político también,
(yo he protestado siempre no tener que ver con los
colores políticos), desde que haya algo nacional, algo
salvador, estaré por ello.
"Tres, cuatro meses llevamos, señor Presidente, del
período legislativo; y por cuestiones miserables, la
época que más prometía al país y á los sostenedores
de la situación, ha pasado en trabajos estériles! ¡Es
lamentable!.... y creo que tarde ó temprano, todos
los que en poco ó en mucho contribuyen á ésto, lo
han de lamentar."
Una de las sesiones más borrascosas de la Cámara
de 1859, fué la sesión celebrada en la noche del 25
de Junio. Discutióse en ella el proyecto de neutrali-
zación del territorio de la república, proyecto presen-
tado, pocos días antes, por don Cándido Joanicó. No
tenía por fin el proyecto aquel, como algunos han
dicho con notoria injusticia, negociar misérrimamente
con nuestra independencia. Según sus artículos, que
eran cuatro, se trataba tan sólo de ponernos en con-
diciones idénticas á las condiciones en que se hallan
Bélgica y Suiza. La neutralización sólo tendría efecto
para las naciones que la aceptasen, comprometiéndose
á respetarla recíprocamente. Se llegaría á ella por
medio de tratados, en los que se establecería el prin-
cipio del arbitraje para dirimir todas las disidencias
que sobreviniesen entre los países tuteladores de la
neutralización.
420 HISTORIA CRÍTICA
Colocados entre dos naciones poderosas, siempre
fuimos la víctima de las querellas de intereses de
nuestros vecinos, cuyo influjo pesaba, como dantesca
mole de plomo, sobre nuestra modalidad política y
financiera. Para librarnos de los horrores de la gue-
rra civil, para salvaguardar nuestros hogares y nues-
tras fortunas, era preciso sobreponernos al predomi-
nio de los extraños, buscando el mejor modo de hacer
realizables nuestras ardientes aspiraciones de neutra-
lidad.
Objetóse por el señor Díaz que el proyecto infería
un agravio á la independencia y á las libertades de
la república, solemnemente reconocidas y declaradas
por nuestro código fundamental. El señor Arrascaeta
replicó que las asambleas legislativas no desconocen
los preceptos constitucionales cuando celebran trata-
dos de alianza con el extranjero, y que, en ley de ló-
gica, no era sino una serie de tratados lo que aconse-
jaba el proyecto de neutralización. La neutralidad es
una consecuencia del principio de soberanía de los
estados, que, por ser libres é independientes, gozan
del derecho de intervenir ó no, según les acomode,
en los enconos y en las contiendas de sus vecinos.
Violar la neutralidad, invadiendo á sablazos la casa
de los débiles, es fácilmente hacedero para los pode-
rosos, lo que demostraba que el proyecto de neutra-
lización, tutelando nuestra soberanía, pugnaba por
salvarnos del riesgo de perderla, sin perjuicio de que
continuásemos siendo tan autónomos como Bélgica
y tan independientes como Suiza.
Se cometía una falta al deprimir el único medio
de que disponíamos para garantirnos el bien de la
neutralidad.
"Entonces, ¿qué recurso, pues, queda para los Es-
tados débiles que no pueden hacer acto de su sobe-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 427
ranía é independencia, porque no pueden decir voy
á ser neutral en las contiendas de dos beligerantes,
y sobre todo si éste es un Estado débil comparativa-
mente con dos vecinos fuertes? Es precisamente no
ser soberano, no ser independiente, el no poder ejer-
cer ese derecho. Pues qué, ¿la soberanía é indepen-
dencia de los estados consiste en palabras huecas y
vacías por ventura?. . . . Consiste en la realización del
derecho que las naciones tienen, y desde que no lo
pueden realizar, no pueden decir somos libres é inde-
pendientes, sino en teoría; pero la independencia y la
libertad en teoría yo creo que no pueden agradarle
á ningún hombre oriental. Las quiero en práctica.
"Las naciones no han encontrado otro medio, para
salvarse de la prepotencia de los beligerantes que
dicen que hacen uso del derecho de la guerra, que
consignar en tratados la neutralidad; y eso es lo que
se llama neutralidad convencional, diferente de la
neutralidad general y escrita de que he hablado an-
tes. La neutralidad convencional es la que viene á
poner á cubierto á los neutrales de esas violencias,
porque se estipula en tratados. Y no se diga que es
el mismo principio absoluto establecido por el dere-
cho de gentes, que no tiene una sanción preceptiva:
es una estipulación escrita que importa una obliga-
ción internacional, es decir, son estipulaciones que
tienen fuerza obligatoria entre los estados. Los prin-
cipios del derecho de gentes se ponen en cuestión,
como antes he dicho, con cualquier pretexto; pero
las obligaciones internacionales no están en ese caso.
Las naciones que han recurrido á los pactos para es-
tablecer su neutralidad, son aquellas que han podido
garantir mejor sus derechos."
El orador se pregunta qué es lo que nos han dado
nuestras largas heroicidades. El señor Cavia le res-
428 HISTORIA CRÍTICA
ponde: — "La independencia." — El señor Iturriaga
interviene para decir que la neutralidad permanente
ya casi no existe en el derecho público europeo, que
la repudia. Bélgica y Suiza no la pidieron. Les ha sido
impuesta y no les sirve de garantía. Los fuertes las
invaden cuando les acomoda. En 1814, los ejércitos
franceses vivaqueaban en el territorio helvético. Y el
señor Iturriaga concluye diciendo: — "La neutralidad
permanente es una humillación, y yo no quiero que
mi país sea el primero, en el continente americano,
que se someta á ella."
El señor Joanicó habla entre una lluvia de inte-
rrupciones. La legislatura es un sordo zumbido de
colmena. El orador, erudito y correcto, ya no es es-
cuchado con delectación.
"El derecho primitivo, que se llama en realidad el
derecho especulativo de gentes, no tiene sanción, por-
que no hay sino Dios que dicte leyes para los pueblos
soberanos, esas leyes que jamás se infringen sin que
en el pecado vaya la penitencia, esas leyes que están
fuera del derecho humano. — En el derecho humano,
en materia de relaciones internacionales, no hay ver-
dadera base, sino la que proviene de los tratados, por-
que los tratados son leyes de las naciones, y aunque
tengan que faltar á las leyes que ellas mismas se im-
pongan, no hay más ley que esa. Lo demás, el derecho
puramente internacional, es materia todos los días de
disputas.
"La neutralidad, pues, de que hablan los publicistas
como derecho inherente á la soberanía de cada pueblo
considerado como nación, es asunto que en la prác-
tica nada importa, mientras no esté apoyado ese de-
recho en el poder, que lleva consigo la fuerza, el
respeto. — Así la Prusia, en la última guerra entre
la Inglaterra y la Francia contra la Rusia, en que
DE LA LITERATURA URUGUAYA 429
tomó parte la misma Austria, dijo: — Soy neutral.
— ¿Cómo? — ¡Armando quinientos mil hombres!"
Es preciso buscar, no en las armas, sino en la cul-
tura, en el derecho real y positivo, un modo de en-
tendernos y relacionarnos con las otras naciones. Si
algún poderoso falta á lo que se nos debe, el respeto
de los demás nos servirá de escudo. Es preciso con-
vencerse de que "la neutralidad sin la neutralización,
es decir, sin que esa neutralidad esté respetada, es
una ilusión siempre que no haya un poder para ha-
cerla respetar."
La neutralización no es un ultraje á la soberanía.
El código fundamental, en ninguno de sus artículos,
se opone al proyecto que se discute.
"La neutralización es la confirmación definitiva de
la independencia de esta tierra. ¿Qué país, qué go-
bierno tendrá la facultad ó el derecho de venir á
ingerirse en nuestras guerras civiles, de que se ha
hablado antes, á virtud de la neutralización? — Al
contrario: le será prohibido, vedado, por actos su-
yos, por actos solemnes. Si lo hacen, faltarán á su
palabra.
"Se ha hecho este falsísimo argumento: — ¿Se falta
al derecho de gentes, y no se ha de faltar á los tra-
tados?— Quien falta á los tratados, es quien falta al
derecho de gentes especulativo: y como antes he di-
cho, es lo único que tiene sanción."
El debate se alarga y se agria. El señor Moreno
rompe una lanza contra el proyecto. Los señores La-
pido y Palomeque lo encuentran patriótico. — Al fin
el cansancio rinde á los gladiadores. Por diecinueve
votos contra ocho, triunfa el pensamiento de Joa-
nicó. ¡ Tal vez, de haberse llevado á la práctica, nos
hubiésemos evitado el sacrificio de Paysandú y la
guerra del Paraguay!
430 HISTORIA CRITICA
Suiza es una tierra neutralizada, lo que no impide
que en las cumbres helvéticas cuelgue su nido la li-
bertad. Suiza es una tierra neutralizada, lo que no
impide que la consideremos modelo de repúblicas.
Suiza es una tierra neutralizada, lo que no impide
que sea rica, laboriosa y feliz, entre el murmullo con
que la arrullan las aguas del Tur y bajo la sombra
con que la orean los picachos del Oberwal.
Los tiempos han pasado. A pesar de acuchillarnos
sin tregua y sin compasión, nos hemos robustecido.
Ya nuestros ojos se fijan, sin angustias patrióticas,
en lo porvenir. Hoy sería insensato decir que somos
incapaces de defender nuestras fronteras y nuestros
hogares; pero lo que hoy nos parece un acto de ve-
sania, bien pudo parecer un acto de cordura en 1859.
Recordemos que Joanicó no era el único que pensaba
en garantir nuestro derecho á la neutralidad. Al lado
suyo estuvieron Palomeque, Antuña, Arrascaeta, La-
pido, Lecoq, Sienra, Echenique, Illa, Irureta, Molina
y Haedo, muchos de los hombres de pensamiento y
de responsabilidad de aquellas horas. ¿Qué preveían?
¿En qué soñaban? Es indiscutible, dada la honradez
de la mayor parte de aquellos caracteres, que era no-
ble su ensueño y generosa su previsión. Abrid el libro,
lleno de saudades, de nuestra historia. Desde 1860
hasta 1864, la diplomacia de la montaña dirige sus
ojos hacia el Paraguay, en tanto que la diplomacia
de la llanura piensa en Buenos Aires y en el Brasil.
Cuando la neutralización se discutía, nos acercába-
mos á Rufino de Elizalde y á José A. Saraiva. ¿Quién
estaba en lo cierto? ¡Ante el tribunal del juez inco-
rruptible nunca tendrán razón los que bombardearon
á Paysandú! ¡El tribunal del juez incorruptible siem-
pre será propicio á los que levantaban nuestra ban-
dera, como un trofeo, como un homenaje votivo al
DE LA LITERATURA URUGUAYA 431
porvenir, sobre los muros de la ciudad defendida por
Píriz !
Pertenecemos, pues, al grupo de Joanicó y de Ca-
via, lo que no nos impide juzgarlos con extrema im-
parcialidad. No se nos oculta que el destierro, volun-
tario ó no, amarga los espíritus, haciendo que miremos
severamente á los que comparten y á los que contra-
rían nuestras ideas. Sin embargo, abrigamos el con-
vencimiento de que no incurrimos en falta al sostener
que hubo engaño en las perspectivas de aquellos hom-
bres, que procedían con harta lentitud y con no poca
dubitación. A unos les cegó el entusiasmo, mientras
que á otros les helaba el descreimiento. En el célebre
debate de 1859 se echa de ver que unos, como Cavia,
lo esperaban todo de nuestra fibra heroica, mientras
que otros, como Joanicó, creían que el ciclo de las
heroicidades estaba clausurado. Nuestra tierra es rica,
decían los primeros, y los disturbios pasan sobre nues-
tra tierra como las nubes primaverales sobre el trigal.
— ¿Qué importa esa riqueza, respondían los otros, si
carecemos de la quietud favorable al trabajo, que es
el instrumento imprescindible para explotar las rique-
zas del suelo? — Los unos atribuían nuestras desgra-
cias á nuestras miserias de banderola, en tanto que
los otros las atribuían á la sed de expansión y de pre-
potencia de nuestros vecinos. Los unos lo esperaban
todo de la osadía, de la irascible musa de Dantón,
mientras los otros lo esperaban todo del utilitarismo
práctico, de la experimentada musa de Bentham. Cavia
es un místico de la república; su fuerza es la fe. Joa
nicó es un teórico de la democracia; su fuerza es la
frialdad del razonamiento. Al primero le basta la apa-
riencia embriagante de la soberanía, aunque sea pre-
ciso desangrarse mil veces para conservar aquella
pomposa apariencia. Joanicó es más británico, más
433 HISTORIA CRÍTICA
material, más calculador, y como duda de las virtu-
des de una soberanía que carece de medios para de-
fenderse, como no le seduce una libertad que sólo se
mantiene á fuerza de holocaustos, llega á preguntarse
si no sería preferible para su país que otros le garan-
tieran su cetro y su fortuna, aunque ello nos costase,
no la realidad de nuestra corona, sino nuestra apa-
riencia de nación soberana. Joanicó quería que pidié-
semos á los otros los consuelos que no sabíamos en-
contrar en nosotros mismos. Cavia antepone los sen-
timientos del mayor número á las ideas de los más
ilustrados. Joanicó prefiere seguir á sus ideas que
dejarse guiar por los sentimientos del mayor número,
porque cree saber que sin la paz no hay ventura po-
sible ni trabajo fructífero. No se le oculta que á fuerza
de rastrear el espíritu de las leyes, para hacerlas más
elásticas, nuestros partidos las han violado á todas.
Cavia prefiere el decoro de la república á la salud del
pueblo. Joanicó perora esgrimiendo el principio de
la salud del pueblo, sin echar de ver que ese principio
ingrato tiene dos caras. En su nombre, se degüella á
Carlos I y se guillotina á Luis XVI ; pero al día si-
guiente, para eterna enseñanza de los devotos de ese
principio, los regicidas adulan á Cromwell y victo-
rean á Napoleón.
Por eso estamos con la dignidad patriótica de Ca-
via, aunque nos duelan profundamente los sucesos que
quiso evitar la experimentada sabiduría de Joanicó.
Nuestro grito será siempre el grito de Lincoln, á
pesar de nuestros amores por la divisa de nuestros
padres. Lincoln decía en una ocasión solemne: ¡The
tTuth! ¡always the truth!
¿Quiere decir esto que aquellos hombres estaban
libres del limo de la tierra? De ningún modo. Fueron,
como sus adversarios, hombres de partido. Cavia era un
DE LA LITERATURA URUGUAYA 433
empecinado oribista. Su americanismo no podía admitir
ni la sombra de la sombra de la intromisión europea en
nuestros asuntos. Joanicó, más sagaz y menos exal-
tado, veía en la neutralización no sólo un medio de
invalidar el tutelaje de nuestros vecinos, sino tam^bién
un medio de garantir la victoria de sus aliados y la
preponderancia de sus opiniones. La pasión partida-
ria, que no siempre es impura; la pasión partidaria,
que ha sido, muchas veces, un útil de progreso; la
pasión partidaria, de que no renegamos, ocupa un
vasto lugar en las páginas del libro de nuestra his-
toria. Todos los que han sido actores en su escenario
tuvieron necesariamente que estar con unos ó con
otros, es decir, contra unos ó contra otros, sin que
podamos pedirles á los combatientes otras virtudes
que las difíciles virtudes de la sinceridad, del entu-
siasmo, de la consecuencia y de la abnegación, para
que no sacrifiquen, en ningún caso, los intereses pú-
blicos fundamentales al pasajero interés de las ban-
derolas.
Hacia la misma época sobresalía, entre los senado-
res, don Ambrosio Velazco. Era algo excéntrico, ver-
sadísimo en leyes, y le agradaba más leer sus discur-
sos que pronunciarlos con académica pomposidad. De
estatura mediana, de cuello corto, no enjuto en carnes
y de voz sin metálicos sonidos de clarín, distinguíase
aquel tribuno forense por lo poco vulgar de sus co-
piosas citas y por el arte maravilloso de presentar
las pruebas, que, con arreglo á la retórica clásica, dis-
tribuía por orden y con mucho método, colocando las
débiles en mitad de su discurso, para poner las de
más importancia al principio y al fin de su perora-
ción. Más dialéctico que elocuente, no extendía, sino
que concentraba sus razonamientos, definiendo bien
y ligando con maestría las consecuencias á los prin-
28. — I.
434 HISTORIA CRÍTICA
cipios y las conjeturas á las consecuencias. El más
importante de sus trozos orales, en aquel período
parlamentario, es el que trata de nuestros convenios
mercantiles con el Brasil.
Bueno es añadir que, para juzgar á aquellos hom-,
bres con justiciera imparcialidad, no deben olvidarse
los caracteres que el romanticismo imprimió á la época
en que florecieron. Todos los espíritus, en aquel en-
tonces, eran pesimistas, sin que su pesimismo les im-
pidiera ser muy visionarios. Todos los espíritus, hasta
los que más desdeñan lo poético, saben á maravilla
que el acanto es el emblema del arte y que la acacia
es el símbolo del amor platónico, como el loto es el
símbolo de la elocuencia y la zarzarosa es el emblema
del amor sin ventura. Todos lo saben; pero todos sa-
ben también á maravilla la vaciedad que entrañan
aquellos estériles símbolos y emblemas. En política,
la libertad individual, desmenuzada hasta lo infinito,
empieza á pesarles, porque esa libertad, aplicada sin
tino, asegura la victoria, egoísta y sin lustre, de las
mediocridades llenas de audacia. ¿De qué les sirve,
entonces, su excelsitud? Ya se siente, á lo lejos, rodar
el turbio río de la olocracia ignorante y desconten-
tadiza, que no puede ser la última finalidad de los es-
píritus superiores. Están tristes, dudan, comparan lo
magno del esfuerzo con la pequenez del objeto alcan-
zado y se apartan, con lentitud, del culto devoto de
la democracia, que se les antoja una hueca y enga-
ñadora ilusión. Han creído en la ciencia de los colo-
res. La han aplicado. La mezcla de lo blanco y de lo
azul, en el idioma heráldico de las banderas, significa
libertad. Pero, ¿qué es la libertad para nuestras agru-
paciones, que, como las multitudes iniciadas en los
misterios de Thuggéa, creen conquistar la gloria del
cielo cuando despojan del poder á sus adversarios y
DE LA LITERATURA URUGUAYA 435
cuando ensangrientan, con la sangre de sus enemigos,
los mármoles odiosos del altar de Bhowania?
IV
Más que los Diálogos del orador, vale la obra cice-
roniana que se titula de Óptimo genere dicendi. Cice-
rón insiste, en ella, sobre la importancia del estudio
de la filosofía, agregando que su débil talento tribu-
nicio se debe más que á las lecciones de los retóricos,
á sus paseos por los jardines de la Academia, non ex
rhetorum ofíicinis, sed ex Academice spatiis exsti-
tisse. La elocuencia falta allí donde no está la filo-
sofía. Pericles, según Sócrates, llegó á ser el primero
de los oradores de su tiempo gracias á las lecciones
de Anaxágoras. Demóstenes, á su vez, era uno de los
más asiduos oyentes de Platón.
En la oratoria, las ideas, que nos suministra la filo-
sofía, deben presentarse engalanadas con las mejores
gracias del estilo. El orador debe unir la ciencia de
las palabras á la ciencia de las cosas. Hay tres clases
de elocución: la sencilla, la templada y la sublime.
Los rasgos característicos de la primera son la finura
y la claridad. El estilo templado ó intermedio es aquel
en que los pensamientos y las expresiones brillan con
un modesto resplandor. El estilo sublime junta el
entusiasmo, la abundancia, la fuerza y el arte de atraer
los espíritus á la grandiosidad del pensamiento y á
la nobleza de la expresión. El estilo simple es escru-
puloso en el empleo de las figuras, prefiriendo las
metáforas que explican á las que hermosean, y sir-
viéndose, si le place, de la sátira y del retruécano. El
estilo templado, que se caracteriza por la constante
igualdad de sus tonos, es más rotundo que el estilo
4^6
HISTORIA CRITICA
anterior y menos magnífico que el sublime. Es el es-
tilo que conviene á las discusiones doctas y extendi-
das. Su fin es agradar, sin perjuicio de convencer. El
estilo sublime, el más importante y el más oratorio,
es vehemente y variado, pintoresco y amplísimo, sien-
do invencible su fuerza de atracción. Tertius est Ule
amplus, copiosus, ornatus, in quo prefecto vis má-
xima est.
El orador debe tener presentes la invención, la dis-
posición y la elocución, ó en otros términos, lo que
debe decir, el orden en que debe decirlo y la manera
como lo dirá. La cuestión del lenguaje es la más com-
plicada y la más difícil. El lenguaje, por su enorme
flexibilidad, se presta á todos los caprichos, habiendo
tantos modos de decir como almas y gustos. La ac-
ción, que no es otra cosa que la elocuencia del cuerpo,
está formada por el gesto y la voz. Demóstenes decía
que la acción ocupaba el primero, el segundo y el
tercer rango de la elocuencia. La acción reviste, pues,
la más alta importancia en el arte de hablar, debiendo
estar de perfecta armonía con nuestras palabras. El
cuerpo es útil que permanezca derecho y erguido, au-
mentando nuestro deleite la gracia y la dignidad del
rostro y del brazo, que deberá extenderse cuando se
perore con violencia, y que deberá plegarse, por lo
general, cuando el acento emplea inflexiones más dul-
ces. El placer del oído debe ser el guía supremo del
arte de la voz, que debemos tratar de cultivar y de
fortalecer todo lo posible, empleando oportuna y dis-
cretamente los tonos graves, medios y agudos. El mo-
vimiento de los ojos requiere también solícitos cui-
dados, porque si el rostro es el espejo del alma, los
ojos son los intérpretes del espíritu. Según la natu-
raleza del asunto, los ojos expresan la piedad ó la
cólera, el gozo ó el dolor. Nam ut imago est animi.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 437
vultus; sic Índices oculi: quorum et hilaritatis et vi-
cissim tristitice modus res ipsce, de quibus agetur,
temperabum.
El romanticismo no excluyó la retórica. Aunque mi-
rada con desdén, seguía imperando en las universi-
dades y en los colegios, lo mismo que el latín y mu-
cho más que el griego, ya caído en desuso. Retóricos
eran, á despecho suyo, los poetas y los oradores de
la edad romántica, porque en aquel entonces el estu-
dio de la retórica, con ejemplos latinos, era el estudio
especializado de la literatura, como el estudio de la
historia antigua constituía lo mejor y lo más amable
del estudio somero de la historia universal. Aquellas
reglas no eran inútiles. Se desprendían de la misma
naturaleza de la oratoria. El orador de raza hará sus
discursos graduando los efectos y distribuyendo con
habilidad las pruebas de su argumentación, aunque no
haya leído ningún tratado sobre el arte de hablar;
pero no todos los oradores son oradores de raza. El
que ignore las reglas del buen decir, sólo por excep-
ción podrá explicarnos y podrá aplicar científica-
mente la armonía lógica y verbal de los discursos que
le cautiven. Un ejemplo aclarará del todo lo que an-
tecede. Vergniaud nunca ha sido tan grande como
cuando preparaba su defensa para el Tribunal Revo-
lucionario. Dividió su discurso en cinco partes, co-
rrespondiendo cada una de ellas á cada uno de los cinco
cargos que se le hacían. Se le acusaba de realismo,
de feudalismo, de haber deseado la guerra civil, de
haber deseado la discordia europea y de haber perte-
necido á una facción. A cada una de estas acusaciones,
correspondía una defensa, subdividida en párrafos
metódicamente distribuidos. Así todo el discurso gi-
raba en torno de cinco ó seis ideas capitales, poniendo
sumo empeño en prever y salvar las objeciones que
439 HISTORIA CRÍTICA
podían hacerse á su argumentación. La parte dirigida
á defenderse del cargo de realista estaba repartida
en dieciséis párrafos, nueve destruyendo la acusa-
ción y siete saliendo al encuentro de las objeciones.
Las cinco partes desaguaban en una conclusión, donde
el deseo de convencer se armonizaba con el deseo de
emocionar. Pues bien, los que no conozcan la teoría
de la elocuencia, no adivinarán jamás que este dis-
curso no es solamente un discurso hecho con arreglo
al método clásico, sino que es, antes que nada, un
discurso hecho con arreglo á la retórica del pulpito
francés. Es un discurso de composición compuesta,
como el discurso de Cicerón en defensa de la ley Ma-
nilla y como la mayor parte de los sermones de Bos-
suet. Las reglas, á que Vergniaud se sometía cons-
cientemente, no son hijas del capricho de ningún dó-
mine. Nacen de la misma naturaleza de la oratoria y
han sido observadas en todos los tiempos. Su persis-
tencia prueba su utilidad, pues, aun sin conocerlas,
á ellas se someten, hasta desdeñándolas, todos los
maestros en el arte del buen decir, desde la Roma de
los días de Cicerón hasta la Francia de los días de
Robespierre.
Volvamos al estudio de nuestros oradores, exami
nando á vuelo de pájaro los debates que van desde
1861 hasta 1863.
El delegado del Poder Ejecutivo no procedió bien
en las elecciones de alcalde ordinario verificadas en
el departamento de Tacuarembó. Oid á don Antonio
de las Carreras:
"Cuando apoyé la moción del diputado por Cerro
Largo, lo hice porque tenía el mismo pensamiento
emitido por él ; porque alarmado por los informes que
recibía de personas de toda verdad, de personas im-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 439
parciales del departamento de Tacuarembó, compren-
día que los hechos eran graves, y en presencia de la
impunidad de otros anteriores, entendía era necesario
que el Cuerpo Legislativo, guardián de las libertades
públicas, tomase una actitud firme y enérgica para
hacer cesar esos escándalos que tanto mal hacen en el
interior como en el exterior de la República.
"Se ha de creer probablemente, señor Presidente,
que al tomar esta actitud, vengo animado de un espí-
ritu de oposición. Se ha dicho cuando venía á tomar
asiento á esta Cámara, que tenía la intención de en-
cabezar una oposición, buscando círculo. Creo que
tengo antecedentes, (porque soy bastante conocido
por mi carácter independiente y mis ideas liberales),
para esperar que no se me haga la injusticia de creer
que vengo á hacer una oposición sistemada.
"Soy uno de los más interesados en la conservación
de la actualidad: á ella he concurrido y todos saben
los sacrificios que he hecho cuando ha sido preciso
levantar la ley con prescindencia de individualidades.
"Yo no vengo á hacer oposición, y tan cierto es esto,
que no he comunicado mis temores ni mi pensamiento
á ningún diputado: nadie puede decir que le haya
hablado de este negocio ni de otro cualquiera para
pedirle su concurso en la discusión ó en la votación.
Respeto la conciencia de cada uno; respeto la inde-
pendencia de cada diputado; pero con la conciencia
de los deberes del diputado del pueblo, creo que debo
cumplirlos tal cual los entiendo, dejando á cada uno
llevar la responsabilidad de sus actos."
Ganada así la simpatía de sus oyentes, el orador en-
tra en el capítulo de las pruebas, para agregar, des-
pués, que el jefe político de Tacuarembó, no contento
con intervenir en cuestiones de voto y asuntos judi-
449 HISTORIA CRÍTICA
cíales, establecía impuestos sobre el permiso de ven-
der ganados. ¡Era terrible la policía de aquel depar-
tamento !
"Cerca de la casa del comisario Childe, unos bra-
sileros avanzaron una casa particular ; había tres ni-
ños de color; se llevan dos: la madre ciega puede sal-
var al más pequeño huyendo á los bosques: se le pide
auxilio al comisario Childe y dice que no tiene poli-
cía para perseguir ladrones. Se llevan su presa al Bra-
sil y venden á orientales en territorio brasilero!....
La madre. . . . (¡esto es atroz, señor Presidente!; esto
francamente subleva los sentimientos del hombre más
frío!!). ... la madre va á buscar un asilo, un amparo
en los bosques, donde moran las fieras, porque los
hombres no son capaces de darle las garantías que
la Constitución acuerda á los hombres libres, nacidos
en el territorio de la República!"
El partidismo de aquellos hombres no está exento
de misericordia ni anda á ponchazos con la justicia.
No hay, en su actitud, nada de servil.
"Como el señor Ministro ha ofrecido que el Go-
bierno, ocupándose de la averiguación de los hechos
á que se refieren las publicaciones de la prensa y el
parte mismo del señor Azambuya, satisfaría la ansie-
dad pública con lo que resultase del sumario, me re-
servo para cuando ese sumario aparezca, hacer valer
los derechos que como diputado del pueblo tengo,
para que si él no satisface á las exigencias del orden
y de la Constitución de la República, volver á lla-
marlo á la Cámara."
A pesar de lo exaltado de su partidismo, aquellos
hombres eran caballerescos y generosos.
El 9 de Julio de 1861, discutíase si debía concederse
ó no el pago íntegro de la pensión de que disfrutaba
don Joaquín Suárez. El señor Fuentes se opuso á ese
DE LA LITERATURA URUGUAYA 441
pago, por razones de penuria económica y por haberse
reducido, casi á su mitad, todas las pensiones sancio-
nadas por la legislatura. El señor Carreras respondió
al señor Fuentes:
"Declaro y repito que no creo en semejante déficit.
He demostrado ya como él es imaginario; como es
muy probable, muy demostrable su inexistencia, y
como puede el Poder Ejecutivo encontrarse en este
año con los recursos necesarios para pagar íntegra-
mente á las viudas y á los inválidos.
"Pero aun cuando así no fuese, es preciso tener pre-
sente la especialidad del caso; es preciso reconocer
la diferencia que hay entre todos esos servidores res-
pecto al señor Suárez; es preciso ver que ninguno de
ellos puede compararse con un antiguo servidor como
el señor Suárez, con un hombre que no sólo ha pres-
tado el concurso de su inteligencia y de su influencia
á la patria; sino que ha puesto á su servicio su propia
fortuna y la de sus hijos. . . .
"Es preciso estudiar la historia del país para encon-
trar al señor Suárez haciendo grandes y valiosos ser-
vicios á la patria, sacrificándolo todo por su indepen-
dencia; y haciendo grandes servicios en las altas po-
siciones públicas donde los compromisos eran mucho
mayores, donde su resultado incierto podía traerle la
pérdida de su fortuna sino la de su vida, y un por-
venir incierto, oscuro en la proscripción y en la mi-
seria. . . .
"Es necesario estudiar la historia de la patria, es-
tudiar los hechos de esa época para saludar con res-
peto, para inclinarse ante servicios ¡tan grandes! como
los que ha prestado ese servidor á la patria.
"Por mi parte, declaro : toda mi energía desfallece,
toda mi razón se encoge ante los servicios de uno de
esos hombres á quienes debemos la independencia.
442 HISTORIA CRÍTICA
"Yo no encuentro, señor Presidente, suficiente fuer-
za, suficiente energía en mi corazón para oponerme
á semejantes pensiones.
"Acato con veneración los grandes servicios y de-
claro que no me considero competente.
"Huiría de la Cámara antes que negar mi voto á
semejantes pensiones!. ... Es un acto de justicia muy
merecida.
"No es justo equiparar á ciertos hombres con la
generalidad."
El señor Diago objeta que el señor Suárez tiene
con qué vivir. El señor Carreras replica con noble
vivacidad:
"Es cierto que el señor Suárez tiene propiedades;
pero también es cierto, me consta, que el señor Suárez
se encuentra endeudado, tiene hipotecadas todas sus
propiedades y que por razón del mal estado de su for-
tuna ha tenido necesidad de irse á vivir al Arroyo
Seco, dejando las comodidades del pueblo, después
de concluida la guerra.
"Y si esto no fuese cierto, repito lo que dije ante-
riormente; bastaría que el señor Suárez, hombre des-
prendido en servir á la patria, que ha dado su fortuna
á ese servicio con desinterés y con abnegación, venga
á pedir al Cuerpo Legislativo una gracia semejante,
para considerársela, para reconocer que efectivamente
se encuentra muy necesitado.
"Cuando un hombre como el señor Suárez, desinte-
resado, que hasta ha prodigado su fortuna en servicio
de la patria, viene al Cuerpo Legislativo y dice: me
encuentro en mala situación, creo que debe creérsele,
porque ese desinterés no puede desmentirse en los úl-
timos días de su vida."
Si la oratoria del señor Carreras es inclara y vehe-
mente, la del señor Vázquez Sagastume, de quien ya
DE LA LITERATURA URUGUAYA 443
hemos hablado, es serena y florida. Se quiere imponer
el impuesto de un peso por cabeza á los ganados ex-
traídos con destino al Brasil. Vázquez Sagastume en-
cuentra peligroso el proyecto. Como alguien le ob-
servase que estamos en condiciones para resistir á la
corte de San Cristóbal, el orador contesta tranquila-
mente :
"Esa es una condición que puede estar en favor de
la República; pero aun admitiendo la hipótesis, señor
Presidente, pero aun admitiendo la posibilidad que
haya de poder obligar al Brasil al cumplimiento y
al respeto de sus compromisos, ¿cuáles serían los
resultados para la República de semejante imposi-
ción?.... Importaría eso un rompimiento: importa-
ría una guerra nacional. . . .
"El señor Díaz. — ¿Qué importa? ....
"El señor Vázquez. — Yo pregunto, — si la sangre
que se iba á derramar, los intereses que se iban á com-
prometer, si su porvenir que iba á oscurecerse....
"El señor Díaz. — Todo el país se levantaría.
"El señor Vázquez. — .... Si la riqueza perdida, si
el retroceso consiguiente á una guerra por justa que
sea, — no valen más, no pesan más en la balanza que
el interés mezquino de un peso por cabeza, á las ha-
ciendas que se exporten por la frontera. . . .
"Yo no esquivo la lucha con el Brasil. — Si el Bra-
sil la provocase, si viniese á atacar la dignidad, la so-
beranía, la independencia ó la libertad de la Repú-
blica. . . .
"El señor Díaz. — Lo acaba de declarar, el señor
Representante.
"El señor Vázquez. — .... Yo aceptaría de lleno la
guerra con el Brasil. — Pero ir á promoverla volun-
tariamente, sin necesidad y para hacer lujo de entu-
siasmo patrio, no es enteramente conforme á los inte-
444. HISTORIA CRÍTICA
reses de la República, que hoy — más que nunca —
claman por la paz, por el afianzamiento de la paz, más
que todo.
"Esto en cuanto á la parte política."
Estas escaramuzas son los primeros refucilos de la
tormenta próxima. El señor Díaz, autor del proyecto,
insiste en que es demostrar flaqueza preocuparse de
lo que puede ó no disgustar al Brasil. Vázquez Sa-
gastume replica sin acritud:
"Comprendo que esta cuestión debe mirarse más
económica que políticamente.
"Pero se ha hecho lujo de patriotismo: se ha que-
rido presentar á los que opinan de distinta manera
que el señor Representante preopinante, como mie-
dosos; como degenerados de nuestros padres, y seme-
jante aserción, señor Presidente, es desnuda comple-
tamente de fundamento.
"Yo, como el señor Representante, no he firmado
nunca, jamás, ninguna solicitud al Brasil; nada en
que pudiera comprometerse el decoro de la nación.
"Creo que teniendo la República el perfectísimo
derecho de dictar Leyes, no tiene la facultad de dictar
malas Leyes.
"Y si bien es plausible el entusiasmo desplegado
para probar que la nación debe sacrificarse, debe in-
molarse antes que consentir nada en menoscabo de su
soberanía, de su dignidad, de su independencia y de
su libertad ; es hasta criminal, señor Presidente, hacer
derramar inútilmente la sangre preciosa de los orien-
tales."
Tras un breve escarceo por el campo de la ciencia
económica, el orador prosigue:
"La frontera ha sido guardada en otras épocas,
cuando el impuesto se pagaba, con fuerzas relativa-
mente á nuestros recursos considerables, y en ninguna
DE LA LITERATURA URUGUAYA 445
de esas épocas, señor Presidente, entre las cuales hay
alguna en que ha sido jefe de frontera, me parece,
alguno de los patriotas nombrados por el señor Re-
presentante ; en ninguna de esas épocas han dejado
de haber invasiones, contrabandos, asesinatos y de-
güellos hasta de guardias enteras.
"El señor Díaz. — Las hay hoy : hoy roban también.
"El señor Vázquez Sagastume. — Y yo digo que no
es acertado ni prudente comprometer la vida de los
ciudadanos de la República, para cobrar un impuesto
que ha de escapar siempre á la vista aduanera, que ha
de ser materia de fraude y desprestigio para nuestras
Leyes, y medio de corrupción; y también ineficaz
para el resultado que se propone que es el aumento de
la renta.
"Y esto no es miedo, señor Presidente, absoluta-
mente, no señor; esto no es más que considerar los
intereses nacionales, es velar por ellos y no ir á pro-
digar inútilmente la sangre de nuestros compatriotas
sin ningún resultado ventajoso, sin que esa sangre
tenga el consuelo de verterse en defensa de un prin-
cipio de independencia ó de libertad."
Aristóteles dividía los discursos en tres distintas
clases: eran demostrativos, deliberativos ó judiciales,
según tuviesen por finalidad última lo verdadero, lo
útil ó lo justo. La oratoria política de la edad mo-
derna, que era ya la oratoria de nuestros románticos,
no admite los pueriles distingos de la aristotélica
preceptiva. La oratoria política de nuestro tiempo,
como la oratoria política de la edad romántica, de-
muestra y delibera y juzga simultáneamente, porque
nuestro derecho, superior al derecho de los lustros
gentílicos, no puede ni debe diferenciar lo útil de lo
justo y lo justo de lo verdadero. Vázquez Sagastume,
en aquella ocasión, argüía bien. El proyecto era im-
446 HISTORIA CRITICA
político y peligroso. Estaba la atmósfera cargadísima
de electricidad. De un momento á otro, nuestras pa-
siones, nuestras malas pasiones, podían ponernos en
presencia de lo inopinado, de lo imprevisto, de lo
repentino, de lo asfixiador. ¡ Crearnos inútiles difi-
cultades era apresurar la caída del rayo !
Se cometieron graves errores, Al discutirse, el 29
de Mayo de 1861, un proyecto de ley de amnistía para
todos los ciudadanos que habían tomado parte en las
últimas conmociones políticas, se regateó miserable-
mente aquella ley de perdón y de olvido. No se quiso,
por razones de orgullo y consecuencia, reintegrar en
sus grados y en sus empleos á los jefes del ejército
de línea complicados en aquellos dolorosos trastornos.
Entonces dijo el señor Carreras, como otros han di-
cho muchos años después:
"La amnistía no puede referirse sino á todo aquello
que es puramente legislativo en estos casos.
"La devolución de los grados y empleos á aquellos
ciudadanos que los perdieron por razón de la partici-
pación en las conmociones que agitaron al país en
años anteriores, es un acto, como dice el señor Repre-
sentante, pero á la inversa, que debe ser materia de
los Juzgados competentes.
"El Cuerpo Legislativo que aprobó la conducta del
gobierno anterior, que frente á frente con la anarquía
la anonadó y castigó á aquellos que tomaron parte en
ella de la manera que determinan las leyes en general,
el Cuerpo Legislativo hace cuanto debe hacer amnis-
tiando, es decir, concediendo perdón y la autorización
para que no se promuevan los juicios á que estarían
sujetos esos ciudadanos volviendo al país.
"Por nuestra Constitución no puede haber juicios
criminales en rebeldía; pero desde que se presentasen
esos individuos cuyos actos son considerados crimi-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 447
nales, estarían sujetos á la acción de los tribunales, y
serían sometidos á las consecuencias de todos los
juicios.
"La Ley de amnistía no quiere decir otra cosa que
el precepto de que no se promuevan esos juicios por
la autoridad pública.
"Hasta ahí es hasta donde puede llegar la amnistía,
porque tal es también el sentido que tiene y en que
se ha tomado esta palabra en todas partes del mundo
en que ha sido empleada."
Se dijo, entonces, como se dice ahora,
"Lo demás sería francamente reconocer que habían
obrado perfectamente los agitadores de la paz pública,
y que á más de reponerlos en los empleos y grados que
habían perdido por razón de sus actos criminales, im-
portaría darles las gracias por lo que habían hecho.
"Y ¿qué quedaría entonces para los sostenedores
del orden, para los hombres que han sacrificado su
vida en sostén de las instituciones?
"Quedarían todos por igual, y la ley de amnistía
lejos de ser una ley de salud pública, sería una ley
de anarquía, porque vendría á establecer un desaliento
para los sostenedores del orden público y por otra
parte, aliento para la anarquía, y eso no puede con-
cebirse en un país que tiene el deseo de marchar por
la vía del progreso."
No, debió contestarse. El progreso no consiste en
que haya emigrados iracundos y melancólicos. El pro-
greso consiste en unirse y no en disgregarse, dismi-
nuyendo incesantemente las fuerzas vivas de la na-
ción. El progreso consiste en arrojar aceite sobre las
olas enfurecidas, y no en arrojar petróleo sobre el in-
cendio de las enemistades exacerbadas. El progreso
no está en llamar crímenes á las rebeldías, que son
extravíos algunas veces, y que son, otras veces, una
448 HISTORIA CRÍTICA
justa protesta de los principios contra las institucio-
nes. Como productos de un ideal contrario á la rea-
lidad viviente, las revoluciones irritan y exasperan á
la realidad, sin comprender que toda revolución es
una antinomia formada por el espíritu estrecho de
los poderes públicos y por el espíritu expansivo de
las fuerzas sociales, siendo un error, un inmenso error
de los partidos de bandera, entronizados en el poder,
no aprovechar á todos los elementos útiles, en vez de
dispersarlos y convertirlos en antagónicos, para ro-
barle fuerzas á la revolución y para darle fuerzas á
su autoridad. Si es, pues, una imperdonable locura
organizar á los partidos sólo y exclusivamente para
la guerra civil, es una locura no menos imperdonable
gobernar olvidando que las injusticias y las exclu-
siones forjan las revueltas, como la electricidad de
la atmósfera fabrica las borrascas. Las dictaduras per-
petuas, las oligarquías adueñadas del poder público,
no defienden la paz, defienden su interés, y es salu-
dable arrancarles el cetro de las manos para devolver
ese cetro á la nación acongojada y desposeída.
Casi todas nuestras fracciones gubernamentales han
sido fracciones oligárquicas, y casi todas ellas han
visto en las resistencias que se les oponían, no un
ataque á su autoridad, sino un atentado contra el or-
den público, puesto en peligro por sus intransigen
cías. Faltas de visión y de previsión, han llamado
crímenes á los extravíos y á las vindictas del derecho
humillado, en vez de modificar sus rumbos y sus
modos, afianzando el orden y la paz con una política
templada, generosa, caballeresca y que, vertiendo so-
bre nuestros enconos el bien del olvido, les ganase la
eterna bendición de la historia.
Si era grande el error que cometían, con sus rega-
teos de magnanimidad, los hombres de 1861, no era
DE LA LITERATURA URUGUAYA 449
menos su yerro al encresparse incesantemente contra
el Brasil. Aquellas ruidosas manifestaciones legisla-
tivas, hechas al discutirse impuestos y tratados, te-
nían que llamar la atención y que acrecer la animo-
sidad de los agredidos, que no podían pensar en nues-
tra alianza, cuando más la necesitaban para llevar á
cabo sus cautelosos planes de diplomático predominio
y de conquista territorial. Su rencor al imperio, en
cuya derrota veían el comienzo de nuestra grandeza,
vibraba en el fondo de los discursos de Joanicó, de
Díaz y hasta del prudente Vázquez Sagastume, apre-
surando los acontecimientos que corean, con el ron-
quido de sus cañones, las invasoras naves de Taman-
daré. Aquellos hombres, instintivamente, conocían su
yerro. El peligro crispaba sus labios y la inquietud
envejecía su rostro ; pero, como sus ensueños de gran-
deza eran la expresión de los más puros ensueños na-
cionales, de su memoria se desprende un irresistible
hechizo, un hechizo formado por todos los perfumes
y todos los hervores del alma charrúa.
En la sesión del 23 de Febrero de 1863 empezó á
discutirse un proyecto de ley reglamentando la li-
bertad del pensamiento escrito. El señor Vilardebó
quería que el propietario de la imprenta respondiese
por el autor de los artículos abusivos ó de las publi-
caciones condenables, en todos los casos en que el
autor no fuese hallado en el lugar del juicio ó no
compareciera al llamado judicial. El señor Carreras
se opuso.
"La Constitución de la República ha establecido la
responsabilidad del impresor en su caso; pero ha de-
jado á la aplicación de la ley los casos en que esa res-
ponsabilidad pueda tener lugar.
"¿Cuál es, pues, ese caso? ¿Quiere el señor Repre-
sentante que sea cuando se ausente el autor del ar-
450 HISTORIA CRÍTICA
tí culo acusado? ¡Eso sería monstruoso! ¡eso sería
inicuo!
"¡Por dónde! ¿en qué principio de legislación del
mundo puede encontrar el señor Representante la jus-
tificación de semejante doctrina! Pues qué, ¿puede
la pena recaer sobre el inocente?
"¿Se dirá que es cómplice el impresor del autor?
De ninguna manera.
"La prensa no es más que un instrumento y así como
el fabricante de cuchillos, por ejemplo, no es respon-
sable de los crímenes que se cometan con las armas
que salgan de su establecimiento, tampoco puede el
impresor ser responsable de los abusos que se come-
tan por los escritos que se publican en la imprenta
de su propiedad; de ninguna manera.
"Es impedir el ejercicio de la libertad, pues que la
Constitución de la República no establece limitación
ninguna cuando ha dicho que puede emitirse libre-
mente el pensamiento, sea por la prensa sin previa
censura, sea en privado, etc. Esa libertad no puede
ser restringida por la obligación de firmar los escri-
tos, por la obligación de prestar tal ó cual garantía;
no habría, señores, libertad posible si cualquiera que
tuviese que emitir su pensamiento tuviese la obliga-
ción de firmar sus escritos y tuviese la necesidad de
prestar una fianza al impresor de que no se ausen-
taría del país durante el tiempo necesario para pros-
cribir la acción establecida por la ley: sería venir á
establecer el monopolio especialísimo, vendría á ha-
cerse un negocio indecoroso de la institución de la
prensa sin beneficio alguno para la sociedad y con
perjuicio notable de sus intereses.
"¿Quién, señores, se lanzaría á la prensa á denunciar
los abusos que cometiera una autoridad, si tuviese la
necesidad de ausentarse y tuviese que quedarse y darle
DE LA LITERATURA URUGUAYA 451
al impresor una fianza en garantía de que no saldría
del país?
"Sería preciso que cada individuo tuviese imprenta
propia y se hiciera impresor para poder emitir sus
opiniones.
"¿Cómo se estimula, señores, á la juventud inteli-
gente, que por lo mismo de ser inteligente es mo-
desta, á dedicarse al cultivo de las letras si á cada
publicación literaria ha de ser necesario que ponga
al pie la firma de su autor?
"Señores; eso es matar el desarrollo de la inteli-
gencia, es ponerle trabas, es impedir el progreso mo-
ral de la sociedad ; y yo que soy enemigo de la licen-
cia, soy amigo ardiente de la libertad que propende
al desarrollo de los intereses morales y materiales de
la República."
El señor Vilardebó dijo, en respuesta, que cuantos
mayores fueran los riesgos del editor, menos serían
los anónimos en que se abusase de la libertad de es-
cribir. El señor Carreras tomó la palabra por segunda
vez, afirmando que el anónimo no siempre es con-
denable:
"En la denuncia política, señores, el anónimo es
conveniente muchísimas veces. Se denuncia un abuso,
y no se quieren correr las consecuencias de presen-
tarse en el primer momento ante el público. Pero el
hombre que deja su garantía en la imprenta, ese hom-
bre no huirá cobardemente ; ese hombre está dispuesto
á quitarse la careta, cuando llegue el momento de res-
ponder ante la ley; y al lanzar un anatema sobre el
crimen, ese hombre no es cobarde : ese hombre puede
ser modesto, puede ocultar por razones especiales su
nombre, y entre tanto rinde un servicio importantí-
simo que de otro modo no lo haría. — Señores, el
abuso quedaría condenado al silencio si no se admi-
45? HISTORIA CRÍTICA
tiera el anónimo para denunciarlo, y se prohibiese la
publicación de los abusos cometidos — ya por parti-
culares, ya por las autoridades públicas.
"El anónimo es indispensable al progreso y á la
libertad de imprenta. — No es posible que haya liber-
tad de imprenta sin anónimo; no es posible que haya
progreso moral y desarrollo de las luces, sin ese
anónimo."
El orador se ocupa, en la sesión siguiente, de los
delitos contra el culto estadual.
"La Constitución ha establecido como religión del
Estado (error por cierto de la Constituyente, con
perdón de los señores que me oyen, y que formaron
parte de ella, porque el Estado no puede tener reli-
gión), que la religión del Estado es la católica, apos-
tólica, romana y todo ataque á cualquier cosa relativa
á ella, importa un delito. En el mismo caso se encuen-
tran otros principios.
"La Constitución ha establecido en un artículo que
la propiedad es inviolable y ¿se viola la ley con dis-
cutir la propiedad, con desconocerla por ejemplo? Yo
creo que no.
"Esto quiere decir que no se puede atacar la pro-
piedad; cuando es reconocida como tal no se puede
atacar por los medios ilegales, prohibidos por la ley;
pero puede discutirse. Y aun en lo relativo á religión
hay puntos que son discutibles, como son aquellos
que no pueden dejar de discutirse, y que no importa
un ataque á la religión el discutirlos; la interpreta-
ción del evangelio, por ejemplo, da lugar á mil y mil
discusiones. ¿Y se ataca á la religión por discutir tal
y cual artículo?
"Yo creo que no.
"Y si se sienta como absoluta de que toda discusión
sobre religión importa un delito de libertad de im-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 453
prenta, señores, es matar la libertad de conciencia»
porque de cierto la conciencia particular debe some-
terse á la general, pero esa conciencia general puede
dominar en lo relativo al dogma, pero no en cuanto á la
disciplina, en cuanto á la doctrina, porque eso es va-
riable; una misma doctrina varía según la época y las
luces del siglo; lo que hace 20 años mirábamos como
bueno, como moral, hoy puede reconocerse como in-
moral é inconveniente.
"Hay en la religión la doctrina ó parte moral y la
parte litúrgica. ¿Y por discutir puntos de la litúrgica,
no dogmáticos, puede atacarse la religión?
"Yo creo que no.
"El celibato, por ejemplo, de los clérigos, es una
doctrina de la iglesia que se reconoce como tal y sin
embargo yo puedo discutir en la prensa y fuera de
ella en folletos, en libros, la inconveniencia del celi-
bato ; y de cierto podría probarse que es contra la mo-
ral, contra la religión, contra la naturaleza y contra
la sociedad misma y sin embargo, señores, no podría
privárseme á mí que discutiera eso y no atacaría la
religión por ello."
Se engañan, pues, los que consideran á un partido
dado como el único poseedor de la tendencia liberal.
Eran liberales, también, los hombres de 1861.
Al discutirse el inciso primero del artículo cuarto,
inciso en que se consideraba como abuso de imprenta
la censura de los actos de los tres poderes de la na-
ción, el señor Vázquez Sagastume batalló porque se
modificara.
"Las leyes, y muy especialmente las leyes penales
— como la actual, — deben ser lo más claras y con-
cisas posible, deben ofrecer las menos dudas en la
ejecución de ellas.
"Si quedase establecido como un crimen punible la
454 HISTORIA CRÍTICA
censura de los actos del Poder Ejecutivo ó de cual-
quiera de los altos poderes del Estado, vendría á es-
tablecerse, señor Presidente, el absolutismo en los ac-
tos administrativos y políticos de cualquiera de esos
altos poderes.
"La Constitución de la República es más liberal,
porque concede á cada uno de los habitantes de la
República el derecho de censurar los actos de los
agentes públicos. — Los empleados de la nación, cual-
quiera que sea la jerarquía que ocupen, cualquiera
que sea la elevación y rango que representen en la
sociedad, están sujetos á la censura de la sociedad:
no se puede cometer un abuso, sin que tenga el úl-
timo ciudadano el derecho de censurarlo por la prensa.
De otra manera no se haría efectiva la garantía ne-
cesaria para que el país tenga buena administración."
Agregó, más tarde, el doctor Vázquez Sagastume:
"Si se viniesen á establecer trabas á la plenísima
libertad de discutir, todos los actos de los altos pode-
res del Estado, vendría á rodearse de una especie de
prerrogativa á los abusos posibles de cometer en los
que ejercen altas funciones políticas y administrati-
vas. Es necesario que la libertad de examinar y cen-
surar sea plenísima. — Si falta á los límites del de-
coro, entonces cae en la injuria. — Y si no son fun-
dadas y son injuriosas las versiones que se hagan de
cualquiera de los altos poderes del Estado, está el
artículo 2.' sancionado ya que establece la responsa-
bilidad del injuriante.
"Siempre que haya una responsabilidad legal que
salga á responder por lo que se escribe, creo que no
debe ponérsele límite alguno. — No hay temor enton-
ces de que caiga en la licencia; no hay temor de que
se caiga en el abuso; porque el abuso está contenido
por la responsabilidad que se exige para ante la ley.
DE LA LITERATURA URUGUAYA 455
"No debe establecerse la duda de que un ciudadano
pueda ofender á la sociedad con la censura de los ac-
tos de cual ó tal funcionario público. — En todo caso
si abusase de esa prerogativa, de ese derecho inalie-
nable, lastimaría la individualidad del empleado, — 3^
entonces éste tendría el derecho de hacer responsable
por la injuria inferida al que tiene la responsabilidad
legal.
"No hay, pues, temor de caer en la licencia.
"Si en la práctica, en el ejercicio de ese procedi-
miento, llegase á quedar establecido que se ataca á
la sociedad con censurar los actos de un alto funcio-
nario público, podría muy bien resultar que ningún
ciudadano pudiera ejercer libremente y sin grande
peligro el derecho de censurar un acto malo.
"Lo que dá prestigio á las autoridades es su buena
administración ; es el respeto para las instituciones,
para las garantías individuales; y por el bien público
que haga; así se prestigia. Y cuando una autoridad
ha llegado á hacer el bien y adquirir las simpatías
del país, no hay temor de que ningún escritor ó nin-
gún periodista se avance á censurarla.
"Lo que es susceptible de censura son los malos
actos. Esos malos actos deben ser censurados por to-
dos, porque de esa manera se garante la buena admi-
nistración pública.
"Cuando un empleado, cualquiera que sea su ele-
vación, sepa — que si comete un acto censurable viene
la crítica, viene la censura de la prensa, se mirará
mucho antes de desviarse del precepto de la ley. — Y
ahí está la principal garantía para el bien público ;
— garantía que no debe restringirse bajo ningún as-
pecto."
El señor Carreras interrumpe varias veces al ora-
dor, y pronuncia un discurso sosteniendo que es ne-
456 HISTORIA CRITICA
cesario revestir á las autoridades de formas externas
y sensibles al pueblo. Vázquez Sagastume responde
con su habitual modo de decir:
"Hemos visto entre nosotros (para no buscar ejem
píos muy distantes) y hemos conocido todos. — gober-
nantes que se rodeaban de todo el prestigio de la
autoridad, y sin embargo eran odiados del pueblo,
eran censurados amargamente; y si esa censura no
se manifestaba públicamente por medio de la prensa,
era porque estaba sofocada la libertad de emitir el
pensamiento, era porque esa imposición que se esta-
blece por medio del boato — como por medio de la
fuerza — lejos de establecer el respeto por la autori-
dad, no establece más que el miedo; y el miedo en
el pueblo para las autoridades es el peor de los sen-
timientos que puedan ligar al pueblo con el gobierno."
Después de ocuparse de lo que son las formas ex-
ternas, el orador añade :
"Los disturbios políticos que surgieron después de
la emancipación política del Río de la Plata no fue-
ron originados por la falta de respeto que naciera de
la igualdad social entre el gobernante y los goberna
dos; sino de los distintos intereses políticos que se
encontraban entre sí, — del elemento heterogéneo con
que se había formado la revolución, de las distintas
aspiraciones que nacieron una vez sacudido el yugo
de la metrópoli ; — pero de ninguna manera de la cir-
cunstancia de no revestirse con exterioridades im-
ponentes á la vista del pueblo. — Y tan es así, — que
todos los partidos en que se dividió el gran partido
nacional después de la lucha con la metrópoli, reves-
tían esas formas externas impositorias al pueblo; —
todos tenían cierta posición ventajosa en la sociedad
que la hacían valer para sus fines.
"Yo recuerdo el ejemplo que nos presentan los Es-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 457
tados Unidos: — la primera autoridad de la república,
Washington, se presentaba en los espectáculos —
cuando no estaba revestido de la primera autoridad
del pueblo, — humildemente, como un ciudadano cual-
quiera; confundido entre el pueblo; y esa circunstan-
cia no le quitó jamás el aprecio y hasta la veneración
de sus conciudadanos.
"No es, por consiguiente, el más ó menos brillo con
que se presenten las autoridades públicas, lo que les
conquista el aprecio de los conciudadanos, del pueblo.
Es el acierto de sus medidas, son las providencias
benéficas para el país, es el bien que recibe la socie-
dad de los buenos gobiernos, lo que los hace estima-
bles á los ciudadanos — cualquiera que sea la manera
con que se presenten. — Y ese aprecio, que nace de
las simpatías que se establecen entre el pueblo y el
gobierno, es el mejor vínculo de unión, es la base más
sólida para la permanencia de la paz, y es también la
garantía más efectiva para la conservación de las ins-
tituciones y el imperio que va ganando el respeto por
las leyes y las garantías sociales."
Al fin, después de muchos tanteos y escaramuzas,
el señor Carreras cae en la cuenta de que están come-
tiendo un error al legislar sobre la libertad de escri-
bir, y dice en la sesión celebrada en la noche del 2
de Marzo:
"No se puede apreciar esta materia por las doctri-
nas generales de legislación respecto de los delitos
de derecho común; es una especialidad de la época,
especialidad en sus condiciones, en sus resultados y
en los medios que deben emplearse para hacer efec-
tivas las garantías que la sociedad debe á los ciuda-
danos y á ella misma por el abuso que pueda come-
terse de la libertad de imprenta.
"Sabido es que en las naciones más adelantadas de
458 HISTORIA CRITICA
Europa ha sido muy debatida esta cuestión por los
primeros hombres de la ciencia. Portalis, primera en-
tidad de la legislación en el siglo presente, ha estu-
diado detenidamente la cuestión, la ha presentado en
todas sus faces y sin embargo la Francia no ha podido
fijar completamente sus ideas, bien que por estar
opuestas en cierto modo á la política dominante de
aquella nación. Chassan, que tuve el honor de citar
el otro día, se ocupa detenidamente de ella y presenta
á los ojos del hombre estudioso todas las faces de la
cuestión y la dilucidación de ella, así como los peli-
gros que ofrece la precipitación de los legisladores
en ciertas medidas sobre esta materia, porque si hay
algo delicado en toda legislación es la sanción de
leyes que tocan á los principios fundamentales del
orden civil y político, los derechos más sagrados de
los ciudadanos / que por lo mismo es más irritante
todo ataque que pueda hacerse á él.
"Nada hay más peligroso que la represión ó supre-
sión de la libertad de imprenta.
"Sin ir muy lejos tenemos dos ejemplos que podría
citar: la caída de Carlos X no fué debida á otra cosa.
y la caída de don Venancio Flores entre nosotros se
debió principalmente á haber atacado la libertad de
imprenta.
"Esto produce una irritación que cunde de los hom
bres que se ocupan sólo de la prensa, á todo el país
en general : viene entonces ese estado de excitación
popular en que la opinión se manifiesta uniforme,
porque nada hay más celoso que el pueblo cuando se
trata de sus regalías más preciosas como es la libertad
de la prensa, y ej por eso que los legisladores al ocu-
parse de materia tan delicada deben proceder con toda
circunspección, con todo pulso y con estudio muy
profundo de la materia, para no hacer ensayos que
DE LA LITERATURA URUGUAYA 459
vengan á empeorar la situación que trata de reme-
diarse y á producir males tal vez muy grandes.
"Por otra parte, señores, (y seré franco) creo que
perdemos un tiempo precioso en sancionar una ley
que es imposible que pueda tener aceptación en la
Cámara de Senadores. Hago justicia, señores, (y en
esto no ofendo á nadie tampoco) á la ilustración de
los Senadores para esperar que no aceptarían ninguno
de los artículos que figuran en este proyecto y que
son verdaderamente monstruosidades.
"Tengo la conciencia íntima de que por lo mismo
de encontrarnos en una época normal en que no hay
peligros para el orden público, aun por la licencia
de la prensa, ni aun por los tumultos en la plaza pú-
blica, no hay motivo ninguno para reprimir la prensa
del Estado y reprimirla mucho menos en su verda-
dera libertad.
"Creo que la garantía verdadera está en el orden
público, en las bases que lo constituyen.
"Haya completa libertad para la emisión del pen-
samiento por la prensa; haya severidad en la concien-
cia de los jueces para aplicar las penas correspon-
dientes al que abuse de ella y no hay temor ninguno
por el orden público.
"La libertad de la prensa es una garantía, porque
no hay orden público desde que falte el derecho de
pensar, tanto respecto á los poderes públicos como
respecto á los particulares; porque aunque parezca
una paradoja, señores, por violenta, por calumniosa
que sea una publicación, hay siempre una convenien-
cia en que aparezca, porque hay mucha utilidad para
la sociedad en saber si hay un calumniador ó un mal-
vado.
"Y no puede, señores, con penas severas, con dis-
posiciones ambiguas, una verdadera injusticia, venir
46o HISTORIA CRÍTICA
— i
á reprimirse ese derecho, á contener ese derecho, á
contener ese interés que debe tener todo ciudadano
en denunciar un abuso de que puede tener pruebas
especiales, para que se corrija, por el temor de ser
condenado; porque en materias de esta naturaleza en
que el fallo de la justicia se libra á la conveniencia
del jurado, de hombres legos en materia jurídica, no
hay más garantía, que la pasión ó predisposición de
ánimo de los jurados."
Esta era la verdadera doctrina, porque toda restric-
ción á la libertad de pensar, lo mismo en materia
política que en materia filosófica, es un atentado á
la dignidad humana. Descartes, al proclamar la inde-
pendencia absoluta del pensamiento, dio á la civili-
zación y á la libertad la palanca maravillosa pedida
por Arquímedes. La verdad filosófica y la verdad
política quieren ser protegidas por la razón más que
por el código, porque saben que el código, interpre-
tado por las fracciones, ha sido muchas veces el cóm-
plice y el verdugo de que se han servido lo inicuo y
lo mentiroso, el dogma implacable y el poder tira-
nizador. El código no protege á Jesús bajo Tiberio,
ni protege á Rousseau bajo Luis XVI.
Tal era el carácter de nuestra oratoria parlamen-
taria desde 1850 hasta 1863. La tribuna política se
distinguió, en la época romántica, más por sus cuali-
dades de calor y de vida, que por sus cualidades
de atractivo y de solidez. El sentimiento, que es el
alma de la oratoria, predominaba en Palomeque, en
Carreras y en Sagastume, como el raciocinio, el arte
de probar, predominaba en Joanicó, Arrascaeta y Am-
brosio Velazco. A veces los primeros nos atraen más
que los segundos, aunque no los excedan en método
y elegancia, porque, como decían los retóricos de la
antigüedad, probare necessitatis est, flectere victoríce
DE LA LITERATURA URUGUAYA 461
La oratoria política, que es la que más se aleja del
género didáctico, es la que más se aviene con la ín-
dole de nuestra raza, porque lo pasional de nuestro
temperamento responde bien á la variedad de estilos
y de tonos que requiere y exige el decir tribunicio.
Eso explica su florecimiento en casi todos los pe-
ríodos de nuestra historia, llena siempre de bravu-
ras y de vicisitudes, debiendo advertirse que si nues-
tros oradores muy pocas veces llegan á la sublimidad,
es porque su ardentía por lo pequeño los conduce á
una agitación ciega y mal encauzada, que anula su
valor, haciéndolo invisible como un chorro de gas
proyectado en el aire.
Nuestra lengua le debe más al latín que al godo y
que al árabe. El origen de nuestra elocuencia debe
buscarse, pues, en el foro del Lacio. Yo de mí sé decir
que nada encuentro que más me aleccione y mejor
me sepa que los grandes discursos de Cicerón.
Cicerón era de alta estatura, de anchurosa frente,
de mirar seguro, de facciones adelgazadas, de nariz
aguileña y de boca fina. Su voz grave y sonora, la
majestad serena de sus rasgos nobles, su túnica bien
ajustada al cuerpo y cayendo en pliegues perpendi-
culares, su mano armada con un rollo de papel y con
un estilo de plomo, su cuerpo extenuado por la pa-
sión patriótica y por las vigilias que impone el es-
tudio, hicieron de aquel orador, encarnadura de la
elocuencia, el rival famosísimo de Hortensio. Nació
en Arpiño, patria de Mario. Nació en Arpiño, ciudad
de Casería, no lejos del Vesubio, bajo el sol de Ña-
póles. Era de sangre ilustre, virtuosa y ardiente por
su madre Helvia. Tuvo por maestro á un griego, á
un platónico, á un enamorado de la filosofía, al rí-
gido Philon. Oyó, en la adolescencia y asiduamente
las voces tribunicias de Scévola y Cotta, Crasso y
462 HISTORIA CRITICA
Antonio. Nació á la vida de los negocios cuando la
república romana empezaba á caer por sobra de gran-
deza, como un astro que abrasa la irresistible furia
de su propia luz. Siendo en su mocedad poeta épico
y filósofo especulativo, aquel predestinado se prepara,
se afirma y se perfecciona en la hechicera música de
las frases y en el lógico encadenamiento de las ideas.
Tiene un amigo: Roscio. Tiene un teatro: Roma. Tiene
un asilo: Túsculo. Empieza siendo cuestor en Sicilia,
donde descubre y restaura y enflora la tumba de Ar-
químedes. Seis años después será edil en Roma, es-
cribiendo sus memorables arengas contra Verres. Más
tarde Cicerón aspira al consulado, teniendo por riva-
les á Antonio y Catilina. Se atrae al primero y estran-
gula al segundo, colgándole de las ramas del árbol
frondoso de su elocuencia. Clodio, que es la envidia,
espera su hora. Cicerón es el orden. Clodio es la li-
cencia, la demagogia, la muchedumbre anárquica y
sórdida y bestial. César, que necesita la ayuda de Clo-
dio para llegar al gobierno de las Gallas, permite que
Clodio destierre á Cicerón. Tras el exilio vendrán el
triunfo, la apoteosis, el pontificado, la vuelta á Roma.
Será después general en Siria y en Capadocia. ¿Para
qué seguirle? Le estrujarán, apretándole como dos
moles, las rivalidades de César y Pompeyo. Octavio
dejará que lo degüelle la venganza de Antonio. En
fin, sobre el sepulcro de la república, sobre el féretro
de la virtud y de la libertad, Fulvia atravesará, con
la larga espiga de oro que luce en sus cabellos, la
lengua musicalísima de Cicerón.
CAPITULO VI
Juan Carlos Gómez
SUMARIO:
L — Sintética ojeada retrospectiva, — Connubio del pensamiento
y de la acción. — Ejemplos ya citados. — Los signos diferencía-
les de nuestro romanticismo. — Monotonía que resulta de la
escasa variedad de sus asuntos. — El estilo poético de Gómez.
— Lo que fué el renacimiento romántico europeo. — Influencia
del medio ambiente sobre las visiones románticas. — El drama
real se impone á la naturaleza física y al desenvolvimiento de
la propia individualidad. — Influencia del medio sobre el len-
guaje de la retórica romancesca.
II. — La vida de Gómez. — Fué un ave de borrasca. — Su melan-
colía. — Su actuación en Chile. — Se opone á la intervención
de 1854. — Fundamentos de su protesta. — La candidatura pre-
sidencial de César Díaz. — Gómez en el foro argentino. — La
poesía y la índole de la centuria decimonona. — La vejez de
Gómez. — Un discurso de Mitre.
III. — Los dos errores de Juan Carlos Gómez. — Los Estados Uni-
dos del Plata. — Como el poeta los defendía. — Confusión de
los íiechos y los principios. — Dorrego, el Brasil y el Uruguay.
— Lo que pensó Bauza. — El motivo de nuestra independen-
cia. — Lo que decía el artículo de Gómez. — Lo que le con-
testaron Heraclio C. Fajardo y Ángel Floro Costa. — La auto-
nomía y la federación. — El segundo de los yerros de Gómez.
— Lo indisoluble de la alianza platense con el Brasil. — Ecos
de la prensa brasileña. — España contra Chile y Francia contra
Méjico. — La causa de las nacionalidades. — Párrafos de los
artículos que Gómez dirigió al general Mitre.
IV. — El poeta. — Gómez y el mar. — Su lirismo íntimo. — Su
incurable amor. — La visión eterna. — Gómez y los poetas de
su tiempo. — Su agonía. — Su muerte. — Su entierro. — Con-
clusión.
464 HISTORIA CRÍTICA
Detengámonos un instante en lo que antecede.
Los primeros lustros de nuestra edad romántica
presentan, á la crítica, un doble signo diferencial.
Todos sus hombres de pensamiento son hombres
de acción. Ninguno de ellos vive encerrado en el cas-
tillo de sus ensueños, como el gusano de seda en la
casa que él mismo se fabrica. La actividad pública
los hace suyos, comparten los dolores y las victorias
de la multitud, son políticos y periodistas y gente
de armas, la patria es su musa y la libertad es la se-
ñora de su corazón. Como los trovadores del medio
evo, con la misma mano con que acuerdan la lira para
cantar los hechizos de su señora, manejan el fino hie-
rro toledano para defender el nombre y la virtud de
su ilustre dama. A veces se extravían, y el ídolo re-
sulta zafia deidad de facciones groseras, de modales
incultos, de equipo rusticano. ¿Qué importa? Para
ellos, como para el manchego paladín de Cervantes,
la aldeana del rucio tiene siempre el seráfico rostro
y el atavío principesco de Dulcinea.
Viven para el hecho y para la idea. Son escritores
enardecidos y son ciudadanos valientes. Ya hemos
visto que don Andrés Lamas, además de ser un diplo-
mático profundo y un historiador de los que antepo-
nen las causas á los efectos, fué también no sólo un
enamorado de la ciencia económica, mereciendo con
sus estudios los aplausos de Molinari y de Leroy
Beaulieu, sino al mismo tiempo un eminente y atil-
dado estilista, como lo demuestra, entre otros escritos
suyos, la página que consagró á la pobreza de Lamar-
tine. Ya hemos visto á don Melchor Pacheco y Obes,
educado en la escuela de las armas y de tempera-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 465
mentó tan irascible como dominante, escribir versos
ó soñar con rimas al bronco arrullo de los cañones de
la Defensa. Ya le hemos visto escribir versos ó soñar
con rimas, mientras sus soldados fusilaban á don
Luis Baena y mientras su pluma, empapada en hiél,
trazaba con relámpagos la renuncia de su altísimo
cargo de ministro de la guerra, poniendo en apuros
á la combatida administración de don Joaquín Suá-
rez. Ya le hemos visto lastimado en su orgullo, pero
no en su brío, escribir versos ó soñar con rimas en su
triste y siempre agitada proscripción de Río Janeiro.
Ya le hemos visto, en fin, escribir versos ó soñar con ri-
mas mientras buscaba inútilmente el modo de negociar
un empréstito bancario entre el ruido ensordecedor
de las calles populosísimas de París y de Londres.
Ya hemos visto igualmente á don Bernardo Pruden-
cio Berro iniciarse en la vida de la gloria burilando
tercetos de corte clásico, mientras espera el instante
de decirnos que las actividades de la vida republi-
cana se educan en el ejercicio del régimen municipal,
y mientras espera el instante de manifestarnos que,
para que el principio de autoridad sea invulnerable,
es preciso que los gobiernos estén por encima de to-
dos los partidos y se conserven fuera de todas las ca-
marillas.
Este primer signo característico engendra un nuevo
signo diferencial. Aquellos cerebros y aquellas liras
persiguen un propósito análogo y emplean aproximada-
mente las mismas palabras. Maldicen á la tiranía con
los mismos términos que Rivera Indarte, y ensalzan
á la libertad con los mismos descuidos que Juan Car-
los Gómez. Es una su visión y es uno también su
vocabulario, porque es uno solo su modo de sentir
la belleza y la democracia. Hasta en su mundo ín-
timo, hasta en sus sensibilidades amorosas concuerdan
30. - I.
4^6 HISTORIA CRÍTICA
y se parecen, siendo los poetas y aun los prosadores
tan platónicos como desencantados y tan idealistas
como pesarosos de sentirse vivir, convencidos de que
la ilusión es un ave cantadora que pasa moviendo las
rémiges azules, pero que no hace nido en la hiedra
de los muros de nuestro huerto. Como la acción diurna
los fatiga y los gasta, no es verdadero su byronismo
ni es verdadera su sed de deleite. Ni aun en sus más
intensas composiciones eróticas encontraréis un re-
flejo de la ardiente voluptuosidad que lloraba en las
arpas de aquellas saturnales egipcias, semi religiosas y
semi profanas, destinadas á conmemorar las fúnebres
honras hechas por Isis á su esposo Osiris, por la luna
á la luz, muerta y descuartizada por el dios de la
noche, por el cruel Tifón, Ni aun en sus más intensas
composiciones eróticas, encontraréis un reflejo de la
ardiente sensualidad que cantaba en las liras de aque-
llas saturnales romanas, en que las bacantes coronadas
de mirto, flotantes los cabellos, vitrios los ojos, en-
vueltas en perfumes de almoraduj, la túnica escotada
y abierta en el costado para lucir los senos y asomar
los muslos, elevaban los brazos ceñidos de brazaletes
y que sostenían los líquidos rubíes del cáliz en que .
hierve el vino de Falerno,
Como todos aquellos númenes tienen las pupilas
clavadas en el mismo horizonte, como todos aquellos
símbolos levantan la misma plañidera salmodia ó el
mismo yambo amenazador, como todas aquellas almas
sienten casi del mismo modo y traducen casi del
mismo modo su visión de la vida, el florilegio de nues-
tros primeros lustros románticos se nos antoja mo-
nótono y burdo, produciéndonos una indecible im-
presión de deleite las poquísimas notas personales con
que tropezamos en los libros de Acha, de Fajardo ó
de Fermín Ferreira, Es que el arte, como arte, no
DE LA LITERATURA URUGUAYA 467
existe aún. Es que la literatura, que no quiere ser
sino literatura, aun no ha florecido. Es que aquellos
hombres, por culpa del medio, aun no pueden hacer
sólo y exclusivamente el oficio de artífices del verbo
y de la rima. Comprenden que el arte por la idea
es preferible al arte por el arte; pero ignoran que es
preciso que la idea, que pule y engarza el orífice de
la dicción, debe ser siempre y en todos los casos una
idea artística, es decir, una idea que nos transporte
al mundo encantador de la hermosura. Envueltos por
su época, aquellos hombres no saben componer en-
sueños en medio de sus dolores ciudadanos, como en
medio de sus dolores físicos Schiller compuso sus
tragedias y Beethoven compuso sus sinfonías. Aque-
llos númenes son soldados como Chancer y como
Gotheby; pero soldados que, al retirarse de las gue-
rrillas, volvían á vibrar como en medio de la batalla
y ahuyentaban á la dulce amorosa de la belleza pura,
que les esperaba, tejiendo idilios y rezando salves,
en la recogida quietud de su tienda. Si Juan Carlos
Gómez los domina á todos, es por lo que tienen de
individual, de vivido, de suyo, de humano, muchos
de los melancólicos y descuidados versos de Juan
Carlos Gómez.
Gómez, como la mayoría de los románticos, carece
de elocución poética. No nos extrañe. En primer tér-
mino, el foro y el diarismo le perjudican. En segundo
término, el fenómeno es corriente y universal. Los
que se salvan son excepciones. El mismo defecto se ob-
serva, muchas veces, en la literatura británica y en la
literatura francesa del tiempo aquel. Es que se exa-
geraba una cualidad. El clasicismo de las épocas an-
teriores había subordinado su lenguaje á la dictadura
de las buenas maneras. Fué palaciego. Lo fué hasta
con Voltaire. Mair nos dice, en el capítulo séptimo
468 HISTORIA CRÍTICA
de SU English literature, que Dryden era un poeta
cortesano, que se adaptó con solicitud á todas las
metamorfosis de la monarquía. Lo mismo, según Mair,
sucede con Pope, quien se preocupa incesantemente
de no ofender los gustos de la aristocracia, y cuyos
discípulos se gozan en vivir bajo el patronaje de al-
gún noble lord. Y Mair añade que la dicción poética,
refinadísima hasta en los hábitos más comunes, fué
el estandarte de los retóricos de la centuria décimo-
octava.
El renacimiento romántico no tuvo, en sus albores,
otro ideal que el de desembarazarnos de aquella falsa
y artificiosa manera de decir. Los románticos admiten
y usan las palabras plebeyas, desdeñando los afeites
de la dicción. Aspiran, sobre todo, á la sencillez del
estilo. They desired simplicity oi style, nos dice Mair.
Por eso abusan, á cada instante, de una desrnañada
llaneza en el fraseo. Entiéndase que hablo del período
inicial de la nueva escuela. Después aparecen las otras
tendencias del romanticismo. Dumas y Hugo utilizan
la historia para sus dramas y sus novelas. Walpole
es un apasionado de lo gótico, y Percy se aventura
en los castillos con pasajes secretos.
Ya el siglo dieciocho, cansado de la cordura y del
buen sentido que le son peculiares, volvió sus ojos
hacia el medioevo, para pedir á lo pintoresco que
diera carácter y diera relieve á las composiciones que
arrullaron su último atardecer. El mismo Jhonson se
encariñó con los viejos romances de su país, encon-
trando en ellos una inagotable fuente de delicias y
sosteniendo que no eran tan inverosímiles como el
vulgo presume. El renacimiento romántico se profun-
diza á medida que cambia las formas del estilo. El
arte despierta á los cuidados del color local, y se des-
envuelve de un modo indecible la sensibilidad ima-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 469
ginativa. El alma, puesta de continuo en contacto
con el mundo físico y con el mundo del sentimiento,
parece volverse más fecunda y más vigilante. Es más
dúctil al impulso de las impresiones delicadas que
recibe, y gradúa primorosamente los matices diferen-
ciales de la sensación. La nueva escuela une, á los
elementos estéticos del clasicismo, los innumerables
elementos calológicos que aquel despreció. Así, la
mitología griega, con sus dioses y con sus dríadas;
el ciclo medioeval, con la arquitectura de sus san-
tuarios y el decir morisco de sus caballeros; la dig-
nidad, que baja de las montañas inaccesibles y surge
de los lagos de transparencia azul, todo llega á ser
origen y materia de poética inspiración y de gozo
poético.
A lo local, á lo circundante, se agrega después lo
íntimo, lo profundo, lo filosófico. Los númenes más
célebres de la nueva modalidad retórica luchan por
sorprender y por transmitir el influjo de la natura-
leza sobre el espíritu y el influjo del espíritu sobre
la naturaleza, mal comprendida por los númenes de
la edad pseudo clásica. Leed á Lamartine y á Cha-
teaubriand. Shelley sufre cuando se desbridan los sel-
váticos vientos del oeste. Byron canta mejor sobre
el columpio y entre el bramido de las olas del mar.
Keats tiene por musa á la musa que vive en los bos-
ques sombríos y que se place en la mohosa polvareda
de las rutas extraviadas. Wordsworth nos dice todo
lo que se aprende bajo las verdes frondas y junto al
cauce de los arroyos, en el silencio que desciende del
cielo estrellado y en la paz que está en medio de las
solitarias colinas.
The peace that is among the lonely hills.
A nuestros románticos la vida ciudadana los ab-
470 HISTORIA CRITICA
sorbe con tanta ferocidad que no les deja tiempo ni
para deleitarse en las hermosuras de la naturaleza
de su país, ni para conocerse en las palpitaciones de
su naturaleza espiritual. Son poco descriptivos, del
mismo modo que sólo son superficialmente psicólo-
gos. No disponen de tiempo para estudiarse ni para
sorprender las malicias charrúas de los tordos que
merodean por el trigal, convertido en escombros de
panojas y granos por el galope eterno de las parti-
das. El drama histórico, á que asisten con ansia y á
cuyos incidentes están mezclados; aquel largo drama,
que empieza en 1843 y concluye en 1868; aquel largo
drama que ensombrece á nuestras llanuras, converti-
das en rudos campamentos por la guerra civil, y que
angustia á los cerebros que saben ver, por lo fúnebre
de sus proyecciones sobre el futuro ; aquel drama, es-
quiliano y dantesco, es más interesante que el espec-
táculo de las frondas que el viento sacude y más in-
teresante que el mismo sollozar de las emociones
ocultas en su ser interior. El hombre se confunde
con el medio, donde son más las pasiones que las
espigas y las escuelas. El hombre es grito, protesta,
fogonazo, lanzada, grupo, multitud, nación en movi-
miento. Montevideo, bloqueado por Brown; Marce-
lino Sosa, muerto en las avanzadas que acuchilla
Oribe; Urquiza, vencido por nuestro paisanaje en los
campos monteses de India Muerta; Deffaudis y Ou-
seley, interviniendo en nuestro pleito íntimo y caño-
neando á los buques rosistas en el Paraná; el son de
los clarines atribulados del cono de las Animas y el
eco de las salves victoriosas de Monte Caseros; el
motín de 1853 y las revoluciones de 1855; la fiebre
amarilla que hace sonar los generosos nombres de
Lamas y de Vilardebó; la batalla de Cagancha y el
triunfo crudelísimo de Medina; la invasión de Fio-
DE LA LITERATURA URUGUAYA 471
res y el cadáver de Párraga; el sitio de Paysandú, y
por último la guerra del Paraguay, pesan demasiado
sobre los ojos de las almas de nuestros líricos, para
que los ojos de aquellas almas acierten á ver cómo
se abren los capullos bermejos de nuestras ceibas y
cómo se abren las flores del cariño en el rosal de
nuestro corazón.
No hay sosiego. No hay público. No hay editores.
Fuera de los odios, de los combates, del esfuerzo que
hacíamos para consolidarnos como nación republicana
y libre en las campiñas yermas ó en las ciudades que
tocan á somatén, nada existe que conmueva ó que in-
terese á las musas en aquellos negros lustros huraca-
nados. Un caudillo pasa, y el país se agita. Otro cau
dillo surge, y el país le sigue. En pos de los caudillos,
de sable á veces y á veces de toga, van las proscrip-
ciones, las represalias, los intereses de familia ó de
círculo, cerrando el séquito de cada regenerador ya
una falanje de extranjeros jinetes, ya el relucir de
extranjeros cañones. Koy es el orgullo de lord How-
den el ofendido; mañana es la insolencia de Taman-
daré. En este medio cantan Pacheco y Obes, Heraclio
C. Fajardo, y Fermín Ferreira. En este medio pien-
san y en este medio escriben don Eduardo Acevedo,
don Andrés Lamas, y don Teodoro Vilardebó.
Aquellos númenes tuvieron el culto de los héroes,
como los griegos y los escandinavos; pero no tuvie-
ron, como los indus, el culto de las plantas, ni tuvie-
ron, como los israelitas, el culto de nuestra propia
esencia individualidad. Como todos cantaban lo que
todos veían, como á todos les dio por traducir la im-
presión colectiva del hecho reciente, aquel período
de la edad romántica, que va desde 1843 hasta 1868,
no amplió nuestro lenguaje con los términos que más
tarde se utilizarán para describir de un modo poético
472 HISTORIA CRÍTICA
á la naturaleza ó para interpretar de un modo poético
los estados del alma. Las palabras son el signo de las
ideas. Á mayor variedad de cultura corresponde ma-
yor variedad de palabras. La filosofía spenceriana
nos ha enseñado que el número de palabras de que
se sirven los pueblos salvajes es sumamente pequeño
y poco preciso. El vocabulario de los abipones y de
los damaras carece de signos para expresar los di-
versos matices de una idea ó los distintos grados de
una emoción. La riqueza del lenguaje es una de las
características del progreso. Una imagen nueva en
su forma ó en su matiz requiere una combinación
de signos traductores no empleada aún, porque el
signo ó el consorcio de signos, para que resulte com-
prensible y fiel, debe concordar siempre con la cosa
significada. Y lo mismo que decimos de las imágenes
podemos decir de las sensaciones, desde que, en poe-
sía, las sensaciones se manifiestan necesariamente por
medio de imágenes. Como á cada estado social corres-
ponde un estado ideológico y un estado emotivo, cada
estado social agranda su lenguaje con los signos que
necesita para traducir las ideas y las emociones que
le son propias. Como en la época auroral de nuestro
romanticismo el hombre se confunde con el conjunto,
cuya vida vive á costa de la expansión de su vida in-
terna, el lenguaje del conjunto es el lenguaje que usa
y consagra la poesía. En otros términos: como en
aquellos lustros nuestro numen sentía é imaginaba
casi como la prensa y como la oratoria, lógico nos
parece que su lenguaje fuera casi el mismo lenguaje
de la oratoria tribunicia y la prensa diaria, lo que,
por otra parte, no nos puede extrañar desde que ya
sabemos que muchos de los poetas del tiempo aquel
fueron más tribunos y periodistas que cultores de la
rima y del ritmo. Algunos de ellos escribieron muy
DE LA LITERATURA URUGUAYA 473
poco en métrica forma, como lo demuestra palmaria-
mente la exigua cantidad de lo versificado por Mel-
chor Pacheco y por Juan Carlos Gómez.
II
Juan Carlos Gómez nació en la ciudad de Monte-
video el 25 de Julio de 1820. Sombrearon sus juegos
infantiles los frondosos ombúes que se alzaban en-
tonces en la plaza de la Matriz, y perfumaron sus
desvarios de adolescente las flores eucarísticas de los
limoneros de las huertas del Paso del Molino. En
1841 su musa se dio á conocer junto al sepulcro de
Adolfo Berro, como la musa cancionera y romántica
del español Zorrilla se dio á conocer, en la tarde in-
vernal del 15 de Febrero de 1837, junto al sepulcro
de don Mariano José de Larra. La nueva vestal del
templo de lo hermoso fué recibida con jubilosas pal-
mas, publicándose en 1841 y 1842 la leyenda Figue-
redo, el himno La libertad y el canto La Nube. En
1843, para alejarse del enconado pleito que sostenían
nuestros batalladores partidos históricos, el poeta se
ausentó de la patria, permaneciendo dos años en el
Brasil, durante los cuales escribió en Porto Alegre
los endecasílabos de Reminiscencia y en Río Janeiro
las proféticas octavas de Agua Dormida. No se en-
gañaba cuando nos dijo en ellas que había nacido
para la borrasca, complaciéndole el embate y los tum-
bos de las olas del golfo agitado, advirtiéndose ya
en aquellas juveniles composiciones el confuso anhe-
lar y la incurable melancolía que fueron el mejor
patrimonio de su espléndido numen. Esa melancolía
y ese anhelar hállanse en todas sus composiciones de
1844 y de 1845, como puede comprobarse con la lee-
474 HISTORIA CRITICA
tura de Tristeza, Deleite, Soledad, A mi madre y Gotas
de llanto, que son como el espejo del espíritu del que
ya había sollozado al detenerse bajo los horizontes
cerúleos de Jacuy:
"No pidas, virgen, flores al triste peregrino:
Las que le dio su amada se marchitaron ya."
Juan Carlos Gómez se trasladó á Chile en 1845,
permaneciendo seis años enteros al frente de la im-
portante redacción de El Mercurio, donde se adiestró
para la polémica, añadiendo una fama de estilista exi-
mio á su justa fama de rimador gallardo. Allí tirios
y troyanos le colmaron de encomios, ampliándose, con
la expansión del humo de la lisonja, la perspectiva
de sus anhelos de fama y de influencia, de poderío
moral y nombre literario. Apenas triunfante la can-
didatura presidencial de Mont, defendida y patroci-
nada por la pluma de Gómez, éste regresó á su país,
que ya se hallaba libre de las amarguras apocalípticas
del Sitio Grande, sin pedir recompensas ni esperar
mercedes de aquellos á cuyo triunfo contribuyera con
el vigor retórico de su alado fraseo. En 1853 actuó
como diputado por el departamento de Paysandú, y
hacia esa misma época dirigió El Orden, órgano y tri-
buna del partido conservador. Fué ministro de Go-
bierno y Relaciones Exteriores durante el triunvirato
constituido el 25 de Septiembre de 1853; pero no tardó
mucho en abandonar aquella cartera para unirse á
los que contrarrestaban la política presidencial de
don Venancio Flores. Cuando éste en 1854. para sos-
tenerse en el poder, negoció el auxilio de un ejército
brasileño de cuatro mil hombres, Juan Carlos Gómez
combatió aquel proyecto de intervención armada, di-
ciendo el 23 de Febrero de aquel año mismo:
DE LA LITERATURA URUGUAYA 475
"La internación de fuerzas en nuestro territorio es
una violación de los tratados de 12 de Octubre de 1851
en que la alianza se funda.
"Por el tratado de alianza la internación de fuerzas
brasileras sólo puede tener lugar á requisición de
nuestro gobierno en dos casos: — i." en el de un mo-
vimiento armado; 2.' en el de deposición del gobierno
por medios violentos.
"En plena paz la república, y acatado su gobierno
en todo el territorio, una internación de fuerzas con-
tra el tenor expreso de los tratados, supone un des-
conocimiento de ellos por el gobierno brasilero, un
reconocimiento de que han caducado, que sería fu-
nesto á ambos países, convencidos ya de las ventajas
de. esos tratados hasta ahora vigentes.
"¿Se habrán celebrado nuevos pactos derogatorios
del tratado de alianza de 12 de Octubre de 1851?
"Pero tales pactos requerirían la ratificación del
emperador del Brasil y de nuestro Cuerpo Legislativo.
"Por lo menos, debemos presumir que la internación
de fuerzas brasileras en el territorio no puede tener
lugar mientras no sean discutidos, aprobados y rati-
ficados los pactos que la autoricen, pues no es de
creerse ni que el gobierno oriental ni que el gobierno
brasilero quieran dar el triste ejemplo y establecer
el fatal precedente de la violación de un tratado so-
lemne, que es ley del Estado en las dos naciones
aliadas."
Y Gómez concluía:
"Pero por lo que hace á inconvenientes, la interna-
ción del ejército brasilero sería un pretexto constante
para la instabilidad de las instituciones y del orden
que en ellas se funde. Los partidos vencidos han de
protestar de nulidad de todo acto que tenga lugar
durante la residencia entre nosotros de las fuerzas
476 HISTORIA CRÍTICA
brasileras, bajo el imperio de sus bayonetas, como di-
rán con razón ó sin ella: y esas protestas de nuli-
dad serán otros tantos pleitos que quedarán pendien-
tes para debatirse cuando esas bayonetas no imperen,
cuando esas fuerzas se hayan retirado ; y un día, tarde
ó temprano han de retirarse, pues su permanencia no
podría ser perpetua en el territorio, porque entonces
sería la dominación que traería una nueva guerra de
la independencia, nuevas glorias y nuevos caudillos
para futuras luchas intestinas.
"Se retirarán las fuerzas brasileras, y entonces se-
rán puestas á la orden del día las protestas de nulidad,
que encenderán ardientes cuestiones de partido, que
darán origen á reacciones contra todo lo hecho, y á
guerras civiles por último.
"Tal es el prospecto futuro de estabilidad que nos
ofrece la intervención actual de fuerzas extranjeras.
Ciego es preciso ser para no verlo, y muy poco amante
del país para desearlo."
Gómez no pudo impedir que se realizara aquella
humillante intervención, que no dio resultados. Las
tropas brasileñas permanecieron en el país hasta co-
mienzos de 1856, sin que evitaran las dos revoluciones
hechas por el partido conservador, en las que tomaron
parte principalísima don José M. Solsona, don Lo-
renzo Batlle, don José M. Muñoz y don Fernando
Torres. — A pesar de la intervención, como Flores li-
mitase la libertad de imprenta, la fracción conserva-
dora apeló á la violencia en Agosto de 1855, y volvió
á confiar al poder de las armas el muy difícil triunfo
de su hegemonía en el mes de Noviembre del mismo
año; pero Flores y Oribe, mancomunados por el pacto
de la Unión, impusieron á don Gabriel Pereira é hi-
cieron naufragar la candidatura de César Díaz, que
DE LA LITERATURA URUGUAYA 477
era el jefe y el ídolo de los que se habían agrupado
en torno del redactor de El Orden.
Este, desde mediados de 1855, se encontraba en Eu-
ropa. Su actividad política no le impidió seguir siendo
poeta personal y elegiaco, el mismo poeta que había
escrito en 1852 los armoniosos sextetos — En su tumba,
— y el que acababa de componer, en su pasaje por Río
Janeiro, las octavillas sentimentales — ¿Te acordarás
de mí? — Pronto, muy pronto volvió del viejo mundo,
para dirigir La Tribuna de Buenos Aires. Dos años
después, á fines de 1857, Y^ torturado por el sueño
antipatriótico é irrealizable de anexionarnos á la pro-
vincia de Buenos Aires para constituir los Estados
Unidos del Plata, Juan Carlos Gómez regresó á Mon-
tevideo y se puso al frente de El Nacional. Unido de
nuevo al grupo conservador, luchó de nuevo por la
presidencia de César Díaz; pero, si bien supo captarse
algunos partidarios con el brillo de su propaganda,
el corazón del país se le cerró del todo, porque, uru-
guayos é independientes, no nos placía el apóstol que,
para inclinarnos á la anexión, pisoteaba sin escrúpu-
los cívicos á nuestros viejos hombres y á nuestras
viejas glorias. Renunciar al himno y á la bandera aun
nos parece la más odiosa de las apostasías y el más
inútil de los delitos. No hay más que una patria, del
mismo modo que no hay más que una madre. El calor
del regazo materno y el calor de la luz del terruño son
insustituibles. Nuestra patria es la patria que eman-
ciparon la terquedad de Artigas y el denuedo de La-
valleja. Nuestra patria es la patria que enaltecieron
los afanes científicos de Larrañaga y el numen ju-
guetón de Figueroa.
Sarmiento dijo con mucha verdad en 1884: "Gómez
no subscribió al tratado que hizo de la Banda Oriental
4?8 HISTORIA CRITICA
del Río de la Plata una Nación distinta de la Banda
Occidental, como Vázquez, como Paunero, Rivas y
tantos otros, aunque los últimos se inclinasen más á
este lado que hacia aquel. Gómez ha vivido y muerto
protestando contra la suerte de las batallas, y desde
que el tiempo ha cicatrizado la ruptura, se hizo por
sí mismo imposible la vida pública, no obstante que
sus hábitos de pensar lo mantenían por las ideas li-
berales en el seno de nuestra sociedad, participando
más de sus sinsabores que de sus felicidades. Es muy
honorable para los proceres del Uruguay haber soli-
citado llevarse sus restos, como los de un compa-
triota."
El pensar en grandezas, que nos reducían, fué el
talón aquilino de Juan Carlos Gómez.
Al acercarse las elecciones de 1859, las conferencias
celebradas por la fracción á que pertenecía, le hicieron
sospechoso al poder, que temió el estallido de una re-
vuelta en los mismos ríñones de la capital. El destierro
le llevó de nuevo á Buenos Aires, donde se estableció
definitivamente, después de una corta peregrinación
por el Brasil, en Enero de 1862, dedicándose á sus
trabajos profesionales y obteniendo una justa reputa-
ción de jurisconsulto en el foro argentino. Es clara
prueba de que la merecía la defensa que hizo de Bel-
trán Neguelona, que en un ataque de locura epiléptica
había asesinado á Catalina Sampol, defensa en que
revelaba no sólo una vasta preparación jurídica, sino
también un detenido conocimiento de medicina legal.
Es, de igual modo, clara prueba de lo merecido de su
renombre, el discurso pronunciado ante el jury de
Buenos Aires, defendiendo á don Rosendo María
Fraga, ex-gobernador de la provincia de Santa Fe,
El roce del tiempo había gastado su numen. Las
estrofas brotaban de su espíritu, como claveles de
DE LA LITERATURA URUGUAYA 479
floración muy lenta, sólo de tarde en tarde. Ya no
tenían la amplitud y el ardimiento de las estrofas de
1841 y de 1852. Así, desde i86o*hasta 1879, canta con
desaliño y hasta con desgano, aunque siempre con el
mismo tono de saudade y de rebelión, que fueron las
características de su musa. Ya en 1860 se empezaba
á dudar de que el idealismo de la frase rimada se
aviniese á la índole razonadora y utilitaria de nues-
tros días. Don Manuel Cañete, para quien lo bello
era la forma de lo verdadero y para el que la poesía
era la expresión del sentimiento íntimo, respondió á
estas dudas con académica autoridad en 1863, diciendo
al ocuparse del numen melancólico y musical de Ra-
fael Mendive: — "La poesía es flor que nace espon-
táneamente en frondosos valles y en escarpadas mon-
tañas, bajo los fuegos del trópico de igual suerte
que entre las nieves polares. Donde quiera que exista
un alma que sienta y un corazón que sufra allí como
en terreno propio, mana y vive la poesía. En la cabana
del pastor como en el palacio del magnate, junto á la
palma solitaria del desierto lo mismo que entre el
bullicio de las ciudades más populosas, en todos los
estados y circunstancias halla asiento esta misteriosa
deidad, desahogo á veces del que sufre, refugio del
que padece, y regalo del espíritu que se apacienta en
la contemplación de lo bello." — "Los que dicen ó
creen que no existe poesía en este siglo, y que se han
secado los veneros de inspiración que dieron vida en
otra época á tantas obras inmortales, reniegan indi-
rectamente de la humanidad. ¿Han variado acaso, en
la edad presente, las condiciones propias del ser ra-
cional y sensible? ¿Se ha estrechado el límite de los
horizontes donde la imaginación podía espaciarse en
otros tiempos? ¿Ha perdido quizá la poesía, por ser
hoy en general más sentida que ingeniosa, más verda-
4áo HISTORIA CRÍTICA
dera y filosófica que fantástica? No lo creo ni lo
creerá ningún hombre que reflexione maduramente
sobre lo que son y deben ser las inspiraciones poéti-
cas, si han de conmover é interesar."
Es indudable que, desde 1860, Gómez no podía sen-
tir estéticamente como sintió en los días de fuego
de su juventud. Estaba cansado de perseguir intan-
gibles quimeras, y mal podía creer en la eternidad
de la poesía, el que ya no creía en la eternidad de las
almas, diciéndonos que no hay, más allá de la tumba,
sino un poco de polvo que el hombre pisa,
"Polvo que lleva el viento y que no llega á Dios."
Allí, en Buenos Aires, le encontraron el indeciso
choque de Cagancha y la dolorosa tragedia de Quin-
teros, en la que fueron sacrificados sobre el altar de
los ídolos de nuestras enseñas los generales César
Díaz y Manuel Freiré. Allí le encontró el eco de los
cañones que bombardeaban á Paysandú, donde caye-
ron defendiendo la honra del terruño Leandro Gó-
mez y Lucas Píriz. Allí le encontró también la debi-
lidad de Villalba, presentida y anunciada por las cla-
ras luces de don Juan María Gutiérrez. Allí le en-
contró la guerra del Paraguay, en la que nada de
bueno ganamos y en la que mucha sangre generosa
vertimos, siendo nuestras tropas las que triunfaron en
las verdes orillas del Yatay y las primeras que pu-
sieron sitio á Uruguayana, antes de que López nos
venciera en Estero Bellaco y antes de que la muerte
se llevara el espíritu de Palleja en el ataque lacede-
monio del Boquerón. Allí, en Buenos Aires, discutió
sobre aquella guerra de saña y de conquista con el
general Mitre, mostrándose, al defender la causa de
las patrias y el honor de los débiles, en toda la pie-
I
DE LA LITERATURA URUGUAYA 481
nitud de su enérgico y flexible y luminoso estilo. Allí
la novia muda, la novia eterna, la novia de mármol,
le puso en la frente su ósculo de paz, tras una larga
lucha con la pobreza y con el olvido, que deshojaron
implacablemente las rosas sin perfume de sus últimos
sueños. Ya no era el polemista violento y triunfador;
ya no era el poeta romántico y sentimental ; ya no
era el jurisconsulto que conmovía y arrancaba con-
cesiones á los jurados. Era un anciano de mirada
triste y de boca amarga, que había sobrevivido á una
edad de quimeras y que vagaba sin rumbo por los
amaneceres de un tiempo cuyo numen fué la utilidad.
Ya no esperaba. Para los viejos carece de sentido la
palabra después. La noche antes de cerrar los ojos,
la musa de los versos de sus mocedades, — que nunca
se vendió, que ignoraba la c